La severidad de Dios en el Antiguo testamento

La severidad de Dios en el Antiguo testamento

¿Por qué Dios parece ser tan severo en el Antiguo Testamento?

Por Ángel Manuel Rodriguez

Confieso que no siempre entiendo las acciones divinas. Eso no necesariamente me preocupa, porque sé que sus acciones se basan en su amor, santidad, misericordia y justicia (es decir, en su misma naturaleza). Reconozco que los valores morales humanos hallan un punto de contacto en el carácter de Dios y que, por lo tanto, debería ser capaz de entender la mayoría –sino todas– las dimensiones e implicaciones morales de sus acciones. Por ello, siempre debería tratar de entenderlas.

A usted le preocupa que en algunos casos nuestra comprensión de lo que es bueno o malo parece estar en tensión/contradicción con lo que leemos en las Escrituras. No me referiré a un caso específico, pero le compartiré algunas pautas generales que pueden resultar útiles.

1. Hay un solo Dios: El texto bíblico deja en claro que el Dios de ambos Testamentos es el mismo. No hay mucho más que decir al respecto. Por lo tanto, no podemos contrastarlos  aduciendo que en el Antiguo Testamento Dios se muestra iracundo, mientras que en Nuevo Testamento es un Dios amante. El Dios de las Escrituras es un Dios misericordioso, cuyo amor es eterno. La ira no es un atributo divino, sino su reacción al pecado y la rebelión humana, cuando busca salvar a los pecadores (por ej., Éxo. 34:6, 7).

2. Hay que analizar cada caso: Hay un buen número de casos, en particular en el Pentateuco, en que la ira divina parece inmisericorde. Algunos castigos por la violación de ciertas leyes parecen demasiado severos (por ej., Éxo. 21:15, 17). Ninguna explicación podría clarificar todos los casos; es necesario estudiar cada uno dentro de su contexto. En la mayoría, podemos hallar una razón moral apropiada para la acción o legislación. Otros casos siguen siendo confusos. Al comparar la legislación bíblica con las prácticas legales del Antiguo Cercano Oriente vemos que las leyes bíblicas eran más humanas. Esto indica que Dios estaba buscando elevar los valores morales de su pueblo.

3. La condescendencia divina: Dios se dirigió a su pueblo dentro de los contextos culturales y legales en que vivían, para elevarlos a nuevas alturas morales y espirituales. Fue un proceso lento y a veces doloroso, en el que Dios se acercó todo lo posible a la condición humana sin sacrificar su  integridad moral. Tenía un plan claro que procedió a implementar.

Dios no escogió a una de las naciones de la tierra como su pueblo, sino que decidió crear una. Llamó a Abram, y de él surgieron doce tribus. La ley de los clanes y tribus era muy estricta y, en caso de violarse, de implementación inmediata. La unificación de esas tribus en una nación no fue tarea fácil, ni siquiera para el Señor. Dios tomó y modificó las leyes tribales, y fue él el encargado de hacerlas cumplir. En sus manos, la intención de la ley era proteger los intereses no de un clan o una tribu, sino de toda la nación. Dios fue responsable de preservar y restaurar el orden en la comunidad. En la teocracia, la insubordinación y la rebelión que amenazara la existencia misma de la comunidad, no eran toleradas. La severidad  del castigo revelaba la seriedad con la que Dios consideraba  el pecado y la rebelión, y servía de elemento disuasivo.

El carácter inescrutable de la voluntad y las acciones divinas permanece. Hay maneras de leer el texto que revelan su significación ética y moral, pero reconozco que no todo está totalmente claro. A pesar de ello, las acciones y leyes de Dios en el Antiguo Testamento eran manifestaciones de su carácter, y hallaron su expresión más plena en la Persona de su Hijo. La respuesta final que nos brinda la Biblia es la cruz de Jesús y su papel en el juicio final.

El juicio cósmico dejará en claro que Dios fue justo al enfrentar el problema del pecado, y dará respuesta a la pregunta: «El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?» (Gén. 18:25).

La respuesta, tanto entonces como ahora, es: ¡Sí, él hizo lo que era justo!

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