Salvación, hermenéutica y cultura

Salvación, hermenéutica y cultura

Salvación, hermenéutica y cultura

Lael Caesar

es doctor en estudios hebreos y semíticos (University of Wisconsin) y editor asociado de la Adventist Review

La cultura es todo, en todas partes, todo el tiempo. Es “el mundo del significado humano, la suma total de las obras de un pueblo […] Su visión de lo que es ser plenamente humano”.1 La hermenéutica bíblica y la cultura humana muchas veces están entrelazadas y casi son competidoras inseparables. A pesar de la autoridad transcendental de la fe, nosotros leemos y vivimos la Biblia dentro de contextos humanos y sociales. Sin embargo, es razonable y necesario que tengamos una comprensión adecuada de la conexión entre cultura y hermenéutica, de modo que la interacción de las dos no mine la autoridad de la Palabra de Dios, sino produzca efectos salvíficos apropiados, con una interpretación bíblica válida que pueda ser accesible y efectivamente transmitida a través de las culturas.

La pregunta clave

La cuestión exige cuidado, como muestra el retrato global del Adventismo del Séptimo Día: cerca de 20 millones de personas, en 215 países, visitan una congregación adventista cada sábado de mañana. Como regla, las creencias fundamentales basadas en las Escrituras determinan la creencia, el estilo de vida y el culto adventistas. Sin embargo, porque la cultura es “el mundo del significado humano”,2  en la Guayana, por ejemplo, la fe en la transcendencia de las Escrituras es solo parte del ambiente social guayanés. La interpretación australiana encuentra dificultades al querer imponer su estilo de música y de ropa a los adventistas de Zimbabue. ¿Y qué criterios de Nueva Deli pueden definir mejor los saludos o la arquitectura típica del adventismo en Nueva Guinea? ¿Quién define la ortodoxia entre los miembros bautizados en todo el mundo?

Esas cuestiones pueden sintetizarse en la siguiente pregunta: ¿De quién es la hermenéutica bíblica? Como afirma Huston Smith, el mundo llega hasta nosotros y nosotros vamos a él, con conceptos, creencias y deseos incorporados que filtran sus señales de entrada de formas que difieren en cada grupo, clase social e individuo.3 Contra el carácter global del adventismo está el hecho reconocido por C. Ellis Nelson de que la congregación individual es “la sociedad primaria de los cristianos”.4 “Cuanto más se agrupan en torno de esas instituciones, las personas comparten la misma visión común o estilo comportamental […] los cuales aprueban”.5

Más que los registros denominacionales, la congregación local refleja con mayor precisión la teología, las percepciones, la conciencia y la identidad cultural de la mayoría de los millones de miembros que se encuentran en los registros mundiales de la iglesia. Tal vez los que prefieren un servicio litúrgico más “conservador” estén geográficamente cercay a la vez prácticamente separados de aquellos a quienes consideran “progresistas” o “liberales” en otra congregación a 20 kilómetros de distancia. Hoy en día, ni la homogeneidad racial, ni la ética, ni la cronología garantizan cualquier semejanza entre congregaciones dentro de la misma ciudad o barrio.

Sin embargo, las diferencias y variaciones humanas de percepción y comportamiento no significan que el evangelio sea inaccesible o incomprensible. La objetividad humana, más que la inteligibilidad bíblica, permanece perpetuamente abierta a cuestionamientos. Como Smith afirma, “nuestros conceptos, creencias, y deseos afectan las cosmovisiones”.6 Lo que significa que, como seres humanos, consideramos las nociones que poseemos y los preconceptos, no siempre así rotulados, para determinar nuestras actitudes en relación a ideas nuevas. Nuestra realidad “está mediada por […] un sentido que le damos al contexto de nuestra cultura o nuestro período histórico, interpretada a partir de nuestro horizonte particular y nuestras propias formas de pensamiento”.7

Con esto en vista, la transferencia confiable de datos de mente a mente, escuela a escuela o cultura a cultura debe ser reconocida como un desafío real. Sin embargo, a pesar de la multiplicidad de obstáculos interpretativos establecidos a lo largo del camino hermenéutico, la comprensión y su comportamiento correspondiente pueden todavía ser posibles entre partes radicalmente discordantes.

 

El desafío de Osborne

Grant R. Osborne lanzó un desafío hermenéutico al cuerpo docente de la facultad de Teología de la Universidad de Marburg. El autor reconoce que muchos de ellos abordarán su texto bajo diferentes presuposiciones8  pero insiste: “La cuestión no es si ellos estarán de acuerdo, sino si ellos pueden entender mis argumentos. No estaré cerca para aclarar mis ideas, entonces seguramente esa comunicación escrita carece de la dinámica del discurso oral. Además, lectores sin la preparación filosófica necesaria sin duda tendrán dificultades con los conceptos involucrados. Entre tanto, ¿será que eso significa que ninguna aclaración puede transmitir el significado que yo trato de comunicar en estos párrafos? Creo que no”.9

Los colegas de Osborne no comparten su fe en la historicidad de la Biblia. La discordancia existe porque un lado no cree que el otro haya declarado correctamente los hechos o interpretado correctamente los datos. A veces, ocurren discordancias por causa de malentendidos, aunque esos malentendidos se basen en la percepción de que las cosas no fueron presentadas de la manera como deberían.

Lo más sorprendente en todo esto es el éxito divino en comunicar a los habitantes de la Tierra el evangelio de la gracia. Ninguna sociedad humana, separada por época, ciencia, edad o fe, puede estar tan distanciada como la distancia entre el cielo y la humanidad caída. Sin embargo, la Biblia testifica que Dios pudo revelarnos la verdad sobre sí mismo de una manera singular, que nos permite ser salvos en él.

Las historias bíblicas de personas que consiguieron comprender y practicar la verdad divina atestiguan la eficacia de la más dramática de todas las comunicaciones transculturales. A continuación, Examinaremos dos episodios de la vida de Abraham, el padre de todos los que creen (Rom. 4:11), y destacaremos algunas de sus implicaciones para nuestro asunto.

Historia 1: Abraham responde al llamado

“El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: ‘Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré’. Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora” (Hech. 7:2-4).

Curiosamente, fue Taré, y no Abraham quien dirigió la caravana que partió de Ur (Gén. 11:31). El traslado de Taré a Harán, en el norte, parece coherente con la declaración de Josué de que él sirvió a otros dioses (Jos. 24:2). Las ciudades de Ur y Harán adoraban la misma divinidad, sí, el dios de la luna. Como jefe de la familia, Taré pudo haber optado por las ventajas económicas de Harán: campos fértiles, trigo y cebada preservados del agua salada del golfo, y la oportunidad de proveer servicios a las caravanas que viajaban ente Mesopotamia y el territorio hitita. Abraham solo fue a Canaán después de la muerte de su padre (Gén. 12:5).

 

Análisis

Es posible identificar por lo menos cinco grupos diferentes en esa historia. Dos de ellos demostraron un cambio radical, dejando sus normas culturales y adoptando los comportamientos divinamente presentados a Abraham. Los parientes del patriarca que permanecieron en Ur cuando él se mudó constituyen el primer grupo (v. 1, 2). Después, hubo parientes que quedaron en Harán cuando él salió de esa ciudad.

Posteriormente, Jacob fue hasta ellos para encontrar una esposa entre los familiares de su madre, en casa de Nacor, hermano de Abraham (28:4; 29:1-6). En la secuencia, hubo personas que Abraham encontró en Harán y que se juntaron a él (v. 5). El cuarto grupo vivía en Harán y no siguió al patriarca cuando él dejó la ciudad. Por último, el quinto grupo es naturalmente el principal: Abraham y sus compañeros que dejaron Ur y continuaron juntos por todo el camino, vía Harán, a la tierra de Canaán.

El comportamiento variado de los grupos nos ayuda a ponderar acerca de dos cuestiones que Osborne expone a la comprensión. Él pregunta (1) si los lectores saben lo que significa un documento escrito y (2) si es importante saber qué significa el documento.10 Con excepción de los que actúan de manera insensata, las diversas respuestas muestran como las personas con disposición mental y práctica diferentes pueden responder a la revelación. Muchos comportamientos contradictorios siguen el estudio bíblico; sin embargo, la aceptación de la diferencia entre la verdad divinamente revelada y la naturaleza humana significa la apertura al elemento milagroso, mientras buscamos maneras de compartir el evangelio con la humanidad.

La Biblia habla consistentemente sobre las personas. Su pensamiento binario desagrada a los que integrarían el infierno y el cielo en una unión coherente: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). “La mentalidad pecaminosa”, el ser humano natural, “es enemiga de Dios” (Rom. 8:7 NVI). La Biblia también denuncia el daño hermenéutico, que transforma amargo en dulce, oscuridad en luz, mal en bien (Isa. 5:20). Eso no constituye simplemente discordar sobre como considerar aspectos en que todos están de acuerdo. Significa discordar sobre lo que es la verdad.

Sea cual fuera nuestro razonamiento, ignorar el contraste o procurar evitarlo confunde el propósito de la auto revelación bíblica de Dios. Esa revelación se proyecta para exponer el abismo entre la pureza divina y nuestra vergüenza, su bondad a nuestra corrupción, su don de vida eterna a nuestras obras de muerte. “Jesús” significa Salvador del pecado (Mat. 1:21), no conciliador del pecado y de la justicia.

 

Historia 2: El pacto de Abraham con Dios

La segunda historia de la vida de Abraham involucra su deseo de un heredero. Por no tener hijos, según la costumbre de sus días, Abraham le sugiere a Dios que su siervo Eliezer, nacido en su casa, sea su sucesor (Gén. 15:2, 3). De acuerdo con la cultura de la época, la perpetuación del nombre y de la riqueza de la familia era imperativa; por eso, si fuera necesario, un heredero sería designado por medio de la adopción. Además de ser el responsable de la herencia, el elegido debería cuidar de los padres hasta el día de su sepultura.11

Sin embargo, Dios no es persuadido. Él dirige los planes de Abraham y reeduca su pensamiento sobre el principio de la fe. El patriarca acepta, y el Señor  reconoce su fe en él “como justicia” (v. 6). Más adelante (v. 7-21), Dios complementa y expande la enseñanza, una vez más, en el contexto de la interacción entre la cultura familiar local y la excepción fenomenológica de la revelación divina.

El relato presenta a Dios como Señor feudal, involucrado en el establecimiento de un pacto con su pueblo vasallo en la persona de Abraham. En el ritual que establecía el tratado, los animales eran sacrificados, cortados en pedazos, y las porciones eran dispuestas en dos hileras, con un corredor entre ellas. Las partes en el pacto pasaban entre las hileras “mientras hacían un juramento que invocaba un descuartizado similar en el caso de no guardar su parte del pacto”.12 Sin embargo, en Génesis 15, Dios pasa solo entre las piezas. El compromiso del Señor en relación al pacto puede verse en el Calvario, donde Cristo pagó por nuestra transgresión, a fin de rescatarnos para él.

Siete principios

Decimos que el mensaje bíblico de salvación (1Cor. 10:11, 2 Tim. 3:15) es acerca de una cultura divina, extraña a la Tierra. Sus verdades nos alcanzan porque el contenido comunicado por Dios es comprensible y altera nuestras creencias y nuestros comportamientos anteriores. Me gustaría proponer algunos principios extraídos de las dos historias presentadas que pueden ayudarnos a difundir la cultura del Cielo a otros seres humanos, así como Dios mismo la presentó a Abraham hace mucho tiempo. Un mensaje consistente de esos relatos que analizamos es que la intervención divina en la cultura existente hace del lugar de su actividad el locus de una nueva cultura y de otro mundo. Aquí están siete principios que podemos aplicar a la relación cultura-hermenéutica:

  1. Dios no es igual a Abraham. Es diferente, sea de Abraham o de cualquier otra persona. Los mensajeros de Dios para todas las culturas humanas, aunque pecadores, deben ser diferentes también: son “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Ped. 2:9). Disculparse por esa alteridad desagrada a Dios, quien nos encomendó una misión.
  1. Mutualidad. Cuando Dios se acercó a Abraham como misionero, él lo involucró, reconociendo su inteligencia (Gén. 12:1). El Señor asume cierta compatibilidad con el propósito de su trabajo. Su alteridad no es necesariamente alienante, aunque algunos puedan hacer de ella un motivo para el rechazo. Dios trabaja para eliminar cualquier aspecto de su alteridad periférico a su esencia. Debemos actuar así también. Nada de lo que fuera dispensable debe persistir si eso resulta hostil al propósito misionero. Así “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Los representantes del Señor no trabajarán a partir de la perspectiva de la superioridad. Reconocerán la inteligencia de las personas y trabajarán en base a la reciprocidad.
  1. Autoridad. Apartar elementos dispensables que inhiben la misión no significa que el Señor es igual a Abraham. Su tarea misionera exige autoridad. Dios como misionero presenta elementos desconocidos, de los cuales Abraham necesita y que serán plenamente suplidos por él. El Señor invita al patriarca a cambiar, a dejar su condición cómoda para explorar lo desconocido (Gén. 12:1).
  1. Respeto. El respeto, como el principio de la mutualidad, debe ser compartido por ambas partes. Dios respeta a Abraham, que devuelve la deferencia; él no lo fuerza. El Señor le ofrece lo nuevo, la promesa y la elección. La acción de Abraham involucra la decisión de cambiar, de ser diferente de sus padres. Taré era un idólatra (Jos. 24:2). Sin embargo, el patriarca demuestra mucho respeto por su familia, aun tomando la decisión del cambio. A pesar del llamado de Dios, él siguió a Taré a Harán, permaneció con él allá, y solo salió después de su muerte (Hech. 7:2-4). Dios afirma que lideró a Abraham por todo ese camino (Jos. 24:2,3). Misionalmente hablando, el respeto es un principio general, demostrado a todos, no solo a algunos. El Señor respetó a Abraham. Abraham respetó al Señor. El patriarca también respetó a su padre, que no entendía a su Dios. Acomodarse a la familia no convertida no significa necesariamente falta de conversión o indisposición para seguir la verdad. A partir del ejemplo del padre de todos los que creen, es posible entender que algunos permanecen en su condición porque pueden estar demostrando respeto.
  1. Sinceridad. El quinto principio es la sinceridad, un desafío a los críticos. El Señor no disimula cuando habla, ni el misionero que va en su nombre. Dios es quien es porque su modo de actuar es tan correcto como su manera de hablar. Dios y el misionero son presentados de esa manera. El respeto por la individualidad y por el trabajo del Espíritu Santo en la conciencia nos permite aceptar la sinceridad del otro. Por eso Pedro le dijo al mentiroso Ananías, que esa era una cuestión entre el ser humano y Dios (Hech. 5:4). A veces el Señor expone la hipocresía cuando considera que debe hacerlo.
  1. Integridad. La integridad es el sexto principio misional extraído de la historia de Abraham. El Dios que prometió grandeza al patriarca (12:2, 3) reforzó su palabra cuando pasó entre los animales cortados ante Abraham (Gén. 15:17). Vemos en esa acción contra cultural, que no hay reservas en relación al compromiso divino. Integridad es integridad. Dios está totalmente comprometido con la misión. Él evaluó el costo antes de la fundación del mundo. Sus representantes deben evaluar el costo o prepararse para la tragedia. Caminamos para el desastre personal e institucional siendo parcialmente comprometidos, inconstantes y al hacer uso del soborno, cuando la seriedad no puede persuadir.
  1. Confianza. El séptimo principio sobre salvación, hermenéutica y cultura es la confianza. La confianza puede definirse como la voluntad de creer, en vez de sospechar sinceramente de toda creencia. Los hipócritas abusan de la confianza divina, pero por su amor, él todavía da a los que le piden y no se desviará de los que desean tomar prestado (Mat. 5:42). Si tenemos miedo de confiar estaremos muy limitados para crecer. Todas las recompensas de sus promesas dependen de la confianza que obra por la obediencia. Si no confiamos lo suficiente para rendirnos a su voluntad y su poder, entonces él no puede actuar en nuestro favor. La confianza cuenta como evidencia de cosas no vistas. Sin confianza, es imposible agradarlo. Sin confianza, nuestra pericia exegética no importa. Sea que estemos de acuerdo o no, sin confianza no llegaremos a ningún lugar.

Si nuestras incursiones hermenéuticas e intervenciones culturales demostraran el compromiso con esos principios, los hombres y mujeres escucharán nuestras exposiciones, verán nuestras buenas obras y glorificarán a nuestro Padre que está en los cielos (Mat. 5:16).

Referencias

1 Kevin J. Vanhoozer, “The World Well Staged?” in D. A. Carson e John D. Woodbridge, eds., God and Culture: Essays in Honor of Carl F. H. Henry (Grand Rapids: Eerdmans, 1993), p. 9.

2 Ibíd.

3 Huston Smith, Why Religion Matters: The Fate of the Human Spirit in an Age of Disbelief (San Francisco: Harper San Francisco, 2001), p. 205.

4 Ellis Nelson, Where Faith Begins. (Richmond, VA: John Knox, 1967), p. 183.

5 Wade Clark Roof e William McKinney, American Mainline Religion: Its Changing Shape and Future (New Brunswick, NJ: Rutgers UP, 1987), p. 69.

6 Smith, p. 205.

7 Stephen B. Bevans, Models of Contextual Theology (New York: Orbis, 1992), p. 2.

8 “Presuposiciones” se refieren al cuadro mental dentro del cual interpretamos individualmente nuestros datos. Lo que vemos, oímos, sentimos, como ingresamos o procesamos cognitivamente lo que pensamos que hemos ingresado e informado y controlado por nuestras presuposiciones. Para más informaciones sobre presuposiciones, ver a:

Lael Caesar, “Examining Validity: The Bible As Text of History”, in Humberto Rasi, ed., Christ in the ClassroomAdventist Approaches to the Integration of Faith and Learning (Silver Spring, MD: General Conference of Seventh-day Adventists, 1996), p. 1-20, 5; e Caesar, “Hermeneutics, Culture, and the Father of the Faithful”, Journal of the Adventist Theological Society 13/1 (Spring 2002): p. 91-114.

9 Grant R. Osborne, The Hermeneutical Spiral: A Comprehensive Introduction to Biblical Interpretation (Downers Grove: InterVarsity, 1991), p. 376, 377.

10 Osborne, p. 401.

12 Alfred J. Hoerth, Archaeology and the Old Testament (Grand Rapids: Baker, 1998), p. 102, 103.

13 Ibíd. p. 103.