La vocación pastoral no es fruto de la elección pastoral del ser humano.
Durante los cuatro años que estuve en el seminario de Teología, escuché y también repetí muchas veces la frase: “Fui llamado”, que es muy común entre seminaristas.
No hay ningún problema en repetir esas palabras, siempre que sean verdaderas en relación con quien las profiere. Ser llamado por Dios para el ministerio pastoral es requisito básico para quien desea trillar ese camino. La vida pastoral, sin la concientización y la certeza del llamado hecho por Dios, será triste y melancólica. El trabajo será siempre pesado y tedioso, completamente destituido de alegría.
El gran predicador y pastor Charles Spurgeondijo,ciertavez:“Elhechodeque centenas perdieron el rumbo y tropezaron en un púlpito se hace patente, tristemente, en los ministerios infructíferos y en las iglesias decadentes que nos rodean. Errar en la vocación es una calamidad terrible para el hombre y, también, para la iglesia sobre la que se impone; su error involucra aflicción de las más dolorosas” (El llamado al ministerio, p. 8). Nadie será feliz de verdad en el ministerio pastoral si no tiene convicción de la vocación que le fue dada por Dios.
Verdadero sentido para el Ministerio
Cuando Cristo ascendió al cielo, proveyó de una forma para que no quedáramos desamparados aquí, en la Tierra. Así, envió al Consolador, Dios el Espíritu Santo, que escoge cómo distribuirá sus dones.
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efe. 4:11). El texto es claro: Dios es quien escoge a algunos para que sean pastores.
Ser pastor, por lo tanto, es más que una elección: es una vocación originada en Dios. “Ser pastor sin vocación es como ser miembro profeso y bautizado sin conversión. En los dos casos, hay un nombre, y nada más”, declara Charles Spurgeon (ibíd., p. 9).
Consultado por un joven que deseaba consejo acerca de la intención de convertirse en pastor, el propio Spurgeon respondió: “No entres en el ministerio si puedes pasar sin él”. Hay mucha sabiduría en esta respuesta. Si en el corazón hay más opciones además del ministerio, entonces puede ser que no exista la certeza del llamado. El ministerio es para quien no se ve haciendo otra cosa.
Siempre fue Dios quien tomó la iniciativa de llamar a los pastores. En el pasado, llamó a Isaías. Pero, antes de comenzar a trabajar, el profeta recibió de Dios el privilegio de la visión, que confirmó su llamado al ministerio:“Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y dia este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis” (Isa. 6:8, 9).
El llamado del profeta Jeremías es otro ejemplo de cómo Dios escoge, llama y capacita a sus pastores. Dijo al profeta: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5).
Encontramos, también, el llamado del profeta Ezequiel, a quien el Señor dijo: “Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día” (Eze. 2:3). Una vez más, encontramos a Dios escogiendo y llamando a alguien para pastorear a su pueblo.
El propio Dios habló por el profeta Jeremías: “Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia” (Jer. 3:15). Dios escoge, conoce y capacita a todos los que él designa para el ministerio.
Después de muchos años de experiencia, Charles Spurgeon estableció cuatro señales de vocación ministerial, con las cuales evaluaba a los jóvenes que demostraban interés por el pastorado:
1. Deseo intenso y absorbente de realizar el trabajo.
2. Aptitud para enseñar, y otros atributos para el oficio del instructor público.
3. Personas convertidas a Dios, como fruto del trabajo del pastor.
4. Predicación aceptable para el pueblo.
Ciertamente, esas son características que estarán presentes en la vida de todos aquellos que recibieron el llamado de Dios. Y, en tanto la certeza del llamado da sentido a todo lo que hacemos como pastores, Dios proporciona las habilidades necesarias.
Representantes del reino
La Biblia habla de los cristianos y, especialmente, de los pastores como embajadores de Cristo (2 Cor. 5:20). Esa figura es bastante significativa para los ministros del evangelio. Primero, porque alguien solamente se convierte en embajador si la invitación es realizada por el gobierno al que él representará. Segundo, el embajador vive en un país extranjero como si estuviera en el de origen; inclusive, el territorio de la embajada es considerado territorio del país al que la embajada representa.
Otra función atribuida a los cristianos, y que también puede ser atribuida a los pastores, es la de ser administradores (1 Cor. 4:1). El administrador es alguien autorizado a cuidar de los bienes del que lo nombra. Por otro lado, nadie se nombra a sí mismo administrador; siempre es designado. Experimenta autodesignarte administrador de una persona rica y comenzar a negociar con los bienes de ella. Pronto descubrirán tus intenciones… y recortarán tus privilegios.
Tanto el embajador como el administrador son nombrados por Dios. No escogieron la función, sino que fueron elegidos. Es así con los pastores: ellos fueron escogidos por Dios para representar el Reino de Dios en la Tierra y para cuidar de los bienes del Señor, que son las personas, la iglesia, la familia y el propio cuerpo. Recibir de Dios el privilegio de actuar en el ministerio debe hacernos valorar la vida que tenemos. Ciertamente, no seremos ricos, pero todas nuestras necesidades serán suplidas por el Señor que nos llamó.
Debemos recordar ejercer con responsabilidad la función que nos fue confiada. “La obra de Dios no ha de hacerse al tanteo y con descuido. Cuando un predicador entra en un campo, debe trabajarlo cabalmente. No debe contentarse con su éxito hasta poder, por labor ferviente y la bendición del Cielo, presentar al Señor conversos que tengan un verdadero sentimiento de su responsabilidad, y que harán la obra que les sea señalada” (Obreros evangélicos, p. 382).
La conciencia del llamado de Dios también debe hacer que nos preparemos cada día mejor para nuestra función. Sabemos que el área intelectual es importante, pero el primer aspecto de esa preparación es la dimensión espiritual: “Los ministros de Dios deben entrar en íntima comunión con Cristo, y seguir su ejemplo en todas las cosas: en la pureza de la vida, en la abnegación, en la benevolencia, en la diligencia, en la perseverancia” (ibíd., p. 31).
“Se necesitan hombres de fe, que no solo quieran predicar, sino ayudar a la gente. Se necesitan hombres que anden diariamente con Dios, que tengan una conexión viviente con el cielo, cuyas palabras tengan poder para traer convicción a los corazones” (ibíd., p. 33).
La responsabilidad espiritual del pastor es gigantesca. “Recordad que una falta de consagración y sabiduría en vosotros puede decidir la suerte de un alma, y condenarla a la muerte eterna. No podéis correr el riesgo de ser descuidados e indiferentes. Necesitáis poder, y Dios está dispuesto a daros este poder sin reservas” (ibíd., p. 35).
Certeza de la recompensa
Dios nunca pidió nada de nosotros sin antes habernos dado algo. Cuando pide la dedicación de alguien al ministerio, se hace responsable por la capacitación y el cuidado de todos los que se ponen en sus manos.
Además de capacitar y cuidar, Dios también recompensa. En un texto escrito de manera especial para los pastores, el apóstol Pedro declara una promesa divina: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Ped. 5:4).
No hay dudas de que, en la eternidad, los salvos disfrutarán de una felicidad inmensa. Creo, por otro lado, que la felicidad de los pastores será especial. Los imagino recibiendo muchos abrazos y expresiones de gratitud por parte de personas guiadas por él a Cristo.
Incluso imagino al Supremo Pastor, Jesucristo, haciendo un llamado más a sus copastores; esta vez, a contemplar el fruto de tantos años de esfuerzos, luchas, sudor y lágrimas: una incontable multitud de personas que fueron llevadas a Cristo por medio de un ministro comprometido con el llamado hecho por Dios. Vale la pena valorar el llamado recibido por Dios, y vivir dedicado a la salvación de otras personas.