Estamos llegando a fin de año. ¡Es tiempo de evaluación! Pero no de una evaluación mezquina, que informe solamente de las fichas de bautismo. Es tiempo de agradecer a Dios por las personas perdidas que hemos encontrado al ser usados por el Espíritu Santo. Este ha sido un año de luchas y de victorias.
Cuando Jesús nos legó la responsabilidad de ir y hacer discípulos a todas las naciones, no dijo que la tarea sería fácil. El prometió su compañía, no que todo sería sencillo. El Salmo 126:6 dice: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla”. Pero agrega: “Mas volverá con regocijo, trayendo sus gavillas”. Se requiere mucho esfuerzo. Pablo dice: “Me esforcé a predicar el evangelio” (Rom. 15:20). Pablo sentía una fuerza interior, una pasión por predicar el evangelio. Él se expresa de la siguiente manera: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo de qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no predico el evangelio!” (1 Cor. 9:16).
A esta altura, debiéramos preguntarnos si nosotros también sentimos esa pasión por predicar el evangelio. Hace algunas semanas, un colega pastor me confió que percibía que había una presión muy grande por bautizar en la iglesia. Agregó que los pastores sienten que desde “arriba” bajaban directivas muy fuertes para que los pastores alcancen sus blancos. Aquel comentario comenzó a dar vueltas en mi cabeza, y de pronto me hice la pregunta: La presión ¿viene de afuera o de adentro?
Creo que el pastor que siente pasión por Dios y por las almas no está preocupado por una posible presión externa, sino que, al igual que el apóstol Pablo, siente una presión interna, mucho más poderosa que cualquier otra, y no puede dejar de anunciar el mensaje de esperanza que inunda su ser.
Pero, no es suficiente que la motivación sea interna. Deberíamos preguntarnos qué es lo que realmente nos motiva. Existe una cuestión que hace bastante está arraigada en mis pensamientos: ¿pasión por los perdidos o pasión por ser promovido? ¿Cuál es la diferencia entre ambas preguntas?
“Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Rom. 10:15); pero, qué difícil es la tarea si la motivación no es la correcta.
“En la obra de la redención no hay compulsión. No se emplea ninguna fuerza exterior. Bajo la influencia del Espíritu de Dios, el hombre está libre para elegir a quién ha de servir. En el cambio que se produce cuando el alma se entrega a Cristo, hay la más completa sensación de libertad” (DTG 431).
“No es el temor al castigo o la esperanza de la recompensa eterna lo que induce a los discípulos de Cristo a seguirlo. Contemplan el amor incomparable del Salvador, revelado en su peregrinación en la Tierra, desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, y la visión del Salvador atrae, enternece y subyuga el alma. El amor se despierta en el corazón de los que lo contemplan. Ellos oyen su voz, y lo siguen” (ibíd., p. 446).
“El alma redimida y limpiada de pecado, con todas sus nobles facultades dedicadas al servicio de Dios, es de un valor incomparable; y hay gozo en el cielo delante de Dios y de los santos ángeles por cada alma rescatada; un gozo que se expresa con cánticos de santo triunfo” (CC 126).
De paso, creo que concuerdas conmigo en que un blanco de cincuenta, cien o mil bautismos no es nada, comparando con el desafío de anunciar al mundo el mensaje de salvación. Cuando observas tu distrito, con doscientos mil habitantes o dos millones, y observas que solamente tienes 150 o 300 miembros de iglesia, te sientes pequeño, y concordarás conmigo en que ese objetivo al cual hicimos referencia al comienzo de este artículo es muy mezquino. Si lo vemos así, ahora la presión deja de ser externa, para convertirse en interna.
¿Cuál es tú motivación, y la mía, al trabajar por las almas? Al finalizar el año, ¿informaremos de números o hablaremos de los perdidos que han sido rescatados?