Yclamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (Apoc. 6:10).
“Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos” (Dan. 7:10).
Hace muchos años, estaba volando hacia la costa oeste de los Estados Unidos para hacer una presentación acerca del Santuario en el predio de una universidad adventista. Cuando nos acomodamos, la persona que estaba sentada a mi lado y yo compartimos el propósito de nuestro viaje. Entonces, justo cuando pensé que habíamos finalizado, lanzó esta inesperada pregunta: “Así que, ¿qué es de lo que va a hablar?”
Mientras luchaba por describir el tema de mi presentación de una manera que él pudiera comprenderla, se me ocurrió que, como adventistas, hemos desarrollado todo un corpus de lenguaje alrededor del tema del Santuario que no es fácil de traducir en el lenguaje común y corriente del público en general. En uno de mis libros acerca del Santuario,[1] argumento que con el fin de poder comprender plenamente la enseñanza esencial del Santuario necesitamos centrarnos en sus elementos esenciales. Al hacerlo, toda la operación del antiguo Santuario se divide en tres segmentos fundamentales:
1. La expiación en el atrio exterior, que señala al Calvario.
2. La intercesión en el Lugar Santo, que señala al ministerio de Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, desde la ascensión hasta el fin del tiempo de prueba.
3. Los servicios solemnes del día anual de la expiación, que simboliza el Juicio.
Deseo centrarme aquí, en uno de los aspectos del segmento final.
Rascar donde pica
Si la doctrina del Santuario ha de permanecer fuerte y relevante, de alguna manera debe establecer un punto de contacto con el ambiente general contemporáneo, abordando tanto sus anhelos como sus problemas. En otras palabras, debe rascar donde a la gente le pica hoy.
¿Qué es lo que la gente que nos rodea (y nosotros mismos) más anhela? Me gustaría sugerir lo siguiente, entre otros puntos: justicia, perdón, reconciliación, paz, comunidad, renovación, seguridad. ¿Y cuáles son los problemas que enfrentamos todos? Tribalismo, distanciamiento, soledad, aburrimiento, estrés, alienación, desesperanza, futilidad. Este artículo se centra en solo uno de estos anhelos contemporáneos: el anhelo de justicia. La justicia no solo está íntimamente ligada al Juicio, sino además constituye el objetivo fundamental del Juicio y, de esta manera, es central en el tema del Santuario.
Cuando trabajaba en mi tesis doctoral acerca de la doctrina del Santuario, compartía una sala silenciosa en la biblioteca Jaime White, en la Universidad Andrews, con otro estudiante doctoral: Arthur Ferch. Él estaba trabajando sobre Daniel 7. Recuerdo bien el día en que él literalmente saltó de su asiento, quebrando el silencio del recinto de estudio, para anunciar: “¡Lo encontré!” Al leer cuidadosamente el texto original, acababa de descubrir que el juicio descrito en Daniel 7 estaba sucediendo en tiempo histórico, contemporáneo de las actividades del “cuerno pequeño” sobre la Tierra; lo que significa que el Juicio está sucediendo previo al advenimiento. Siempre hemos creído esto, pero su entusiasmo era generado por haber visto eso en el texto mismo.
Los adventistas han tendido a confinar este Juicio (preadvenimiento) a unas comparativamente pocas personas que han clamado el nombre de Dios a lo largo de los siglos. Pero una lectura cuidadosa de Daniel 7, en conjunción con Daniel 8 y las secciones correspondientes de Apocalipsis, indicaría que el juicio preadvenimiento incluye, en su alcance, al pueblo fiel de Dios (los “santos del Altísimo”: Dan. 7:18, 22); el pueblo apóstata de Dios, simbolizado por el “cuerno peque- ño”; “Babilonia” y la bestia marítima de Apocalipsis 13 (Dan. 7:8, 11, 20-22, 25, 26; Apoc. 13:5-8; 16:10, 11; 18:2, 15-20); “los reyes” y “los habitantes de la tierra” que cooperaron con Babilonia (Apoc. 17:1, 2; 19:17-20); y, finalmente (en un sentido), Dios mismo (Apoc. 15:2-4; 19:1, 2, 11-16).
Si bien sería imposible explicar todo esto en un artículo, por supuesto, la lista muestra los amplios parámetros de esta extraordinaria audiencia judicial celestial. Daniel 7 da a entender que se confronta a naciones, instituciones y personas con la impresionante gravedad de este tribunal cósmico en sesión ahora, y con sus profundas implicaciones para cada alma sobre la Tierra. Creer que es de otra manera es acusar a Dios, involuntariamente, de injusticia. Porque, en Apocalipsis 16, las siete plagas que provienen desde el Santuario celestial, como “misiles teledirigidos”, alcanzan solo a aquellos que tienen “la marca de la bestia”; mostrando claramente que “ha existido una evaluación previa para poder estampar legalmente la marca en algunos y en otros no”.[2]
Por qué es importante
En el momento en que existen impaciencia y frustración crecientes con la administración de justicia en todo el mundo, este mensaje de juicio, correctamente explicado, aborda directamente el perenne anhelo humano por justicia. Me di cuenta de esto en un vuelo desde Alemania a Sudáfrica, en 1995. La mujer que estaba sentada a mi lado, percibiendo de alguna manera que era pastor, quiso saber qué es lo que pensaba acerca de los genocidios en Bosnia y Ruanda. Ella simplemente no podía entender cómo los perpetradores de estas atrocidades podían salirse con la suya. Al darme cuenta de la profundidad de su preocupación, comencé a hablarle acerca del Juicio. Para mi sorpresa, vi cómo su rostro se iba relajando. Cuando terminé, ella se mostraba radiante, al saber que existe Alguien que tiene el control final de todo, Alguien que finalmente hará justicia con los malhechores de este mundo.
En este sentido, siempre me ha intrigado el Salmo 73, con su representación del destino del mal y el destino de sus perpetradores. Asaf, a quien se ha atribuido este salmo, confiesa que casi ha perdido su razón, obsesionado por la prosperidad de los malvados. Llenos de arrogancia, ellos “ponen su boca contra el cielo” y la Tierra, y hasta cuestionan la sabiduría de Dios (vers. 6-11). “Sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas”, mientras los humildes y píos sufren acoso y escarnio (vers. 12-15).
Este es el gran enigma de los siglos. ¿La vida es justa? ¿Existe justicia? Esto hizo que Asaf casi cayera en el agnosticismo; y en millones de formas, esto todavía plaga nuestra mente hoy. “Cuando pensé para saber esto –dice finalmente Asaf–, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el Santuario de Dios, comprendí el fin de ellos” (vers. 16, 17).
Sin importar qué otra cosa más puedan significar las palabras de Asaf, ciertamente presentan al Santuario como el lugar donde nuestra visión se aclara; donde se resuelven los rompecabezas de la vida; donde obtenemos una visión fresca de la justicia final. Visto a través de los lentes del Santuario, el descubrimiento de Asaf puede brindarnos en nuestros tiempos un sentido de seguridad, reconciliación, paz, renovación y esperanza.
El mundo está clamando por ello
El espectro de injusticia, en nuestros tiempos, nos sobrepasa. Los productores y los distribuidores de pornografía, cuyas empresas multibillonarias destrozan innumerables vidas y hogares cada año, mayormente se salen con la suya. Y también lo hacen muchos que trafican con drogas ilícitas y con seres humanos, asesinos, mafiosos, terroristas, que asesinan y mutilan sin sentido a personas inocentes, los cerebros del crimen organizado y los que oprimen a los pobres sin esperanza. Si quisiéramos catalogar las injusticias hechas y experimentadas en la sociedad contemporánea llenaríamos volúmenes enciclopédicos interminables.
Los Estados Unidos son considerados como uno de los mejores países del mundo, en lo que atañe a la administración de justicia. Sin embargo, es un país en el que el asesino de un inocente jovencito afroamericano de 17 años, que iba ocupado en sus asuntos mientras caminaba hasta su casa desde la tienda de la esquina, camina en libertad, mientras que una mujer afroamericana en Tampa, Florida, que dispara un tiro de advertencia en la pared para asustar a su esposo abusador (sin que nadie salga herido), es sentenciada a veinte años de prisión.
Hoy, mil puntos de conflicto alrededor del mundo yacen dormidos, pero no muertos, porque nunca se hizo justicia. Genocidios repugnantes y crímenes en contra de personas y de la humanidad no han sido resueltos ni castigados.
El 16 de febrero de 1997, el programa de la CBS “60 minutos” presentó la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica. La Comisión fue un esfuerzo por entender completamente los trágicos eventos que sucedieron durante los crueles años del apartheid. Al describir cómo trabajó la comisión, el periodista Bob Simon, quizás inconscientemente, usó un lenguaje que habló asombrosamente al deseo universal de justicia: “Las víctimas contaron sus historias, historias de atrocidades que son literalmente inenarrables… Luego, los perpetradores tuvieron la oportunidad de hacerse responsables de sus crímenes y, al hacerlo, llegar a ser pasibles de amnistía. Todo lo que tuvieron que hacer es contar la verdad. Ni siquiera tenían que decir que lo sentían; sin apologías, sin remordimiento y sin justicia”.[4] La comisión, ciertamente, respondió al profundo deseo humano de perdón, uno de los anhelos mencionados anteriormente en la lista. Su arquitecto, Nelson Mandela, recibió apropiadamente el reconocimiento mundial. Por otro lado, la comisión podría ser vista, esencialmente, como un símbolo de la impotencia humana frente al descomunal mal, por parte de los mismos poderosos sistemas o personas. Charity Kondile, la madre de un niño que había sido asesinado e incinerado por los servicios secretos, dijo con dolor: “Imaginen que algunas personas están presas por haber robado un chocolate, y ahora, a hombres que han cometido estos crímenes se les ofrece amnistía. Es decir, es ridículo, increíble”.[5]
Es contra esto y muchos otros temas desgarradores que deberíamos proclamar el mensaje de un Juicio que está sesionando ahora. Si asumimos que con “almas” debajo del altar, en Apocalipsis 6:9 y 10, se refiere a mártires religiosos a lo largo de los siglos, entonces estamos en lo correcto. Pero, si pensamos que la referencia es solo a ellos, entonces limitamos la indignación de un Dios ofendido; un Dios que registra la caída de cada gorrión; un Dios que se siente herido por la crueldad cometida contra cada ser humano sobre la Tierra.
Por supuesto, creemos en la misericordia. Creemos en la gracia. ¿Dónde estaría cada uno de nosotros sin ellas? Pero noto que cuando Pablo, el campeón inigualable de la gracia entre los dirigentes de la iglesia primitiva, apareció ante la corte de Félix, su mensaje no incluyó a ninguno de ellos. El registro dice que “Félix se espantó” cuando Pablo habló “acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero” (Hech. 24:25).
A veces, pensamos que Dios es demasiado bueno como para castigar a las personas; que él deja ese “trabajo sucio” al diablo. Pero si Dios mismo no hace justicia con los perpetradores de los crímenes sangrientos y las atrocidades cometidas a lo largo de los siglos, entonces vivimos en un universo inmoral. Frente al mal extremo, existe un sentido en el que un “arrebato de misericordia” es insensible, irresponsable e, incluso, inmoral; y un sentido en el que la inacción es criminal. Enviado por las Naciones Unidas a Ruanda durante el genocidio, el general canadiense D’Allaire rogó en vano a sus superiores por ayuda (comida, medicina y materiales), y “solo tres mil soldados de combate”. Pero, trá- gicamente, las Naciones Unidas nunca respondieron. La memoria de esa pesadilla catastrófica, y particularmente de su propia impotencia en la secuela de ese mal oscuro, hizo añicos el equilibrio mental de D’Allaire, por lo que necesitó de consejería y terapia psiquiátrica. En algún momento, llegó a tomar nueve tranquilizantes y antidepresivos al día, para no volverse loco. En una entrevista por televisión que miré en febrero de 2001, D’Allaire confesó abiertamente, al periodista Kevin Newman de la ABC, que estuvo a punto de suicidarse.[5]
La indignación en contra de la injusticia yace bien profundo en la psiquis humana.
Por esto es que es la verdad presente
Evaluar los actos de injusticia y las tragedias solo como señales de los tiempos a menudo es fracasar en compartir la indignación que afecta a las personas. Podemos abordar esto impasibles, con nuestra cabeza en las nubes, sin ser afectados por las aflicciones comunes de los seres humanos que nos rodean. Solo cuando compartimos la indignación colectiva por el fracaso de nuestros sistemas humanos es que podemos señalar la realidad de la justicia cósmica, divina.
Todo un catálogo de santos del Antiguo Testamento, en sintonía con las almas debajo del altar del Santuario celestial, claman por juicio, justicia y vindicación. Representan el clamor de millones a lo largo de las eras y alrededor del mundo, que han sido victimados por causa de su fe, su religión, su raza, su origen étnico o sus creencias políticas. Si esta no es una de las preocupaciones más básicas de la sociedad contemporánea, entonces debemos estar mirando las noticias de algún otro planeta.
El Juicio al que se hizo referencia en la corte de Félix, en el futuro para Pablo, está sesionando justo ahora. Y el mensaje de Dios “a gran voz”, a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”, es: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado” (Apoc. 14:6, 7) La corte se sentó, y los libros fueron abiertos (Dan. 7:10).
Félix sintió pavor; pero ninguno de los hijos de Dios necesita tenerlo. El anciano de días del juicio en Israel terminaba declarando al pueblo “limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová” (Lev. 16:30); en el juicio de Daniel 7, “el Anciano de días […] dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino” (vers. 22); y en Apocalipsis 19:9, los fieles de Dios “son llamados a la cena de las bodas del Cordero”.
En términos sencillos, el Juicio, en el contexto del Santuario celestial, es la acción de Dios 1) para hacer responsables a los perpetradores del mal y la injusticia sobre este planeta y en el cosmos; 2) limpiar su nombre de toda calumnia, y del estigma universal que ha sido lanzado por causa del pecado y la maldad en el mundo y las maquinaciones malvadas de Satanás y sus ángeles; [3]) y, finalmente, vindicar el nombre y el pueblo de Dios.
El clamor por justicia se vuelve más fuerte cada día. Pero con ese clamor también deviene la creciente consciencia de la inadecuación de la justicia humana. ¿Qué es lo que las cortes humanas pueden hacer adecuadamente con respecto a los “animales” humanos que han maquinado los horrores sangrientos y las masacres a lo largo de los siglos? Algunos de los crímenes cometidos son tan complejos y están tan arraigados, como para que la justicia humana pueda resolverlos. Y algunos de los criminales son tan poderosos y están tan bien conectados, como para que las cortes humanas los procesen. Por eso, necesitamos un juez lo suficientemente grande como para enfrentarse al sistema; y lo suficientemente grande como para confrontar a las más afianzadas fortalezas del crimen organizado, dondequiera que estén. Necesitamos un juez que esté totalmente más allá de toda corrupción e intimidación. Ese juez es Cristo, ante cuyo Trono de juicio compareceremos todos (Rom. 14:20; 2 Cor. 5:10).
Referencias
1 Roy Adams, The Sanctuary: Understanding the Heart of Adventist Theology (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn., 1993).
2 Ibíd., p. 125.
3 De un programa de la CBS, transcrito el 16 de febrero de 1997, en el programa “60 Minutes” titulado: “How Mandela Tried to Soothe the Wounds of War” [Cómo Mandela trató de sanar las heridas de la guerra], guardado en los archivos personales del autor. Una búsqueda exhaustiva no pudo localizar el programa en Internet.
4 Ibíd.
5 Kevin Newman, “Nightline: U.N. Soldier Struggles With Past”, Nightline, transmitido el 7 de febrero de 2001, accedido el 17 de junio de 2014: abcnews.go.com/Nightline/story?id=128908&page=1& singlePage=true.