Alos treinta años, comienzas a tener una pequeña constatar otra cosa: tu memoria te está fallando mucho depresión, una tristeza un tanto persistente: te prescriben Fluoxetina. La Fluoxetina te di culta el sueño. Entonces, te prescriben Clonazepan, el Rivotril de la vida. El Clonazepan te deja medio obnubilado al despertar y te reduce la memoria. ¡De vuelta al doctor!
Entonces, el médico advierte que has aumentado de peso. En ese momento te prescribe Sibutramina.
La Sibutramina te hace perder algunos kilitos; sin embargo, te produce una incómoda taquicardia. Nuevo retorno al médico. El médico percibe que, además del “bate-bate” en el corazón, también tienes la presión alta, y te prescribe Losartan y Atenolol; este último es para reducir tu taquicardia.
Entonces tienes 35 años, y ya estás tomando Fluoxetina, Clonazepan, Sibutramina, Losartan y Atenolol. Y, aparentemente adecuado, te prescriben un “Polivitamínico”, aquel “Polivitamínico de la A a la Z” de la vida… que sirve para muy poca cosa. Sin embargo, en los medios de comunicación algún presentador famoso dijo que es estupendo. Tú le creíste y lo compraste. ¡Lo siento!
En todo esto ya se está yendo una gran suma de dinero por mes; puede pesar en el presupuesto. El dinero que debería estar siendo gastado en inversiones y esparcimiento se escurre por la rejilla de la industria farmacéutica. Tú comienzas a ponerte nervioso, preocupado y ansioso (aun a pesar de la Fluoxetina y del Clonazepan), pues las cuentas no están cerrando al nal de cada mes. Comienzas a sentir dolor de estómago y acidez. Tu intestino se “seca”. Y vas a otro doctor. Prescripción: Omeprazol + Domperidona + Laxante natural.
Los síntomas desaparecen, pero solamente los síntomas; a pesar del desorden en que se convirtió tu ora intestinal. Y ahí aparecen otras quejas. Entre ellas, una es particularmente perturbadora: a los 37 años apenas, estás con problemas en el área sexual, una apatía sin n.
Sin embargo, esto no es un problema, el médico hasta te permite escoger el remedio; te da una larga lista y te dice: “¡Elige! Estás mejorando”. No obstante, como consecuencia, esos remedios te provocan un tremendo dolor de cabeza, palpitaciones, enrojecimiento y picazón. Nuevamente, “no existen problemas”; el médico te aumenta la dosis de Atenolol y te indica, también, que tomes una Neosaldina. Y si sintieras que lo necesitas, el médico te receta un “remedito” para tu “agüita” nasal… que sobrecarga el trabajo de tu corazón.
Y cuando todo parecía solucionado, a los cuarenta años, percibes que tus dientes se están pudriendo y cayendo (entre nosotros, este es el efecto del antidepresivo). Ahora vas a tener que disponer de más dinero para gastarlo en el dentista. En ese mismo momento, puedes más de lo habitual. Nueva receta en la billetera: Ginko Biloba; esto fue lo que te prescribieron.
En los exámenes de rutina, resulta que tu glucosa está en 110 y tu colesterol en 220. Al dorso de la hoja del recetario, el médico te prescribe Merformina + Simvastatina. “Es para evitar la diabetes y el infarto”, te dice el cuidador de tu salud.
A los cuarenta y pocos años, ya tomas esa lista enorme de medicamentos. Convengamos en que ¡esto está muy lejos de ser saludable! ¡Semejante gasto de dinero mensual y sin obtener salud!
Mientras tanto, todavía continúas deprimido, cansado y aumentando de peso. El médico te cambia
la Fluoxetina por Duloxetina, un antidepresivo “más moderno”. Después de dos meses, te sientes mejor (o
un poco “menos mal”). Sin embargo, surge otro contratiempo: el nuevo antidepresivo te provoca problemas urinarios. Comienza a serte necesario levantarte dos veces a la noche, para ir al baño. Y allí se fue tu sueño, el descanso que te resulta extremadamente necesario para tu salud. Pero esto es fácil, ¡el médico te prescribe otro “remedito” básico!
Voy a detenerme aquí. Es deprimente. ¡Esto no es salud!
Esta historia termina con una situación cada vez más común: el desmoronamiento de tu salud. Estás obeso, sin disposición, con una memoria más o menos razonable, una concentración de ciente y problemas sexuales. También tienes diabetes, hipertensión; y sospechas tener cáncer. Dientes: ¡ni te cuento! El peso excesivo te reventó las rodillas (el médico ponderó la posibilidad de colocarte una prótesis). En tu cabeza
surge la idea de conseguir un cirujano barbárico, para “reducir tu estómago”; y ¡un psicoterapeuta, para controlar tu buen juicio!
Y, nalmente, es así como estás ahora: sin dinero, triste, ansioso, deprimido y… enfermo, ¡muy enfermo! ¡Aun a pesar de los “remedios” (o por causa de ellos)!
¿Y la industria farmacéutica? “¡Va muy bien, gracias!”; aún más por causa de tu valiosa contribución por años, o décadas. ¿Y tu médico? ¡Bien, gracias!; gracias a tu enfermedad (o a las enfermedades que te fueron plantadas paso a paso en la vida).
¡Ten cuidado, deshaz esa bola de nieve, antes de que acabe contigo!