Sexo original

La sexualidad humana puede ser una fuente de gran felicidad cuando es disfrutada del modo correcto.

En todas las épocas, el deseo, el sexo y el placer caracteri­zaron a amplios segmentos de la sociedad. Pero, parecie­ ra que, en los inicios del siglo XXI, se ganaron un espacio privilegiado. De las propagandas a las novelas, de los libros a las películas, de las calles a las cámaras legislativas, el sexo se transformó en la marca de una socie­ dad erotizada, frívola y promiscua. El éxito inesperado de Cincuenta som‐ bras de Grey, el primer tomo de una trilogía que vendió más de 70 millo­ nes de ejemplares, lo con rma. ¿Será coincidencia que, en 2012, la revista Time consideró a E. L. James, la auto­ ra de esa obra, una de las cien perso­ nas más in uyentes del mundo? (No se preocupe: no leí el libro.)

Quedaron en el pasado los dioses de la mitología greco­romana vincu­ lados al placer, como Eros/Cupido (dios del amor) y Afrodita/Venus (diosa del amor, de la belleza y de la sexualidad), pero su espíritu conti­ núa vivo. Hablando de eso, no siem­ pre recordamos que los mitológicos Eros y Psique tuvieron trillizos (Eros II, Volupia y Voluptas), y los “des­

cendientes” de ellos vienen multipli­ cándose a lo largo de la historia.

Desórdenes

Con tanta jación en el sexo, los problemas en esa área son muchos y variados. Según la obra Diagnos‐ tic and Statistical manual of Mental Disorders [Manual de diagnóstico y estadísticas de desórdenes menta­ les], de la Asociación Psiquiátrica Americana, los desórdenes sexuales están divididos en tres grupos: 1) disfunciones sexuales, caracterizadas por inhibiciones del deseo sexual o problemas que afectan la respuesta al ciclo sexual; 2) para lias, que inclu­ yen excitación fuera del patrón nor­ mal y que inter eren en la capacidad de desenvolver una actividad sexual recíproca y afectiva; y 3) desórdenes de la identidad sexual, marcadas por la identi cación continua y distinta con el sexo opuesto, y la incomodi­ dad con el sexo propio.

Para lia, palabra bastante usa­ da por los especialistas, es el nom­ bre dado a la obsesión por prácticas sexuales no aceptadas socialmente. El Novo Dicionário Aurélio [Nuevo

diccionario Aurélio] la de ne como “cada uno de un grupo de disturbios psicosexuales en que el individuo siente la necesidad inmediata, repe­ tida e imperiosa de tener actividades sexuales, en que se incluyen, a veces, fantasías con objetos no humanos, sufrimiento propio y autohumilla­ ción, o sufrimiento o humillación, consentidos o no, de su pareja”. Entre los ejemplos dados por el dic­ cionario están el exhibicionismo, el fetichismo, la pedo lia, el masoquis­ mo, el sadismo y el voyerismo.

Esas desviaciones no son nuevas. En un artículo titulado “References to the paraphilias and sexual crimes in the Bible”, publicado en el Journal of Forensic and Legal Medicine [Revis­ ta de medicina legar y forese], Anil Aggrawal comenta que los crímenes sexuales, las para lias y los compor­ tamientos sexuales anormales men­cionados en la Biblia incluyen adul­ terio, incesto, abuso sexual, asalto sexual facilitado por drogas (caso de Lot), violación (individual o en gru­po), homosexualidad, travestismo, voyerismo, bestialismo, exhibicio­ nismo y necrofilia.

Patrón ético

Ante ese catálogo nada elogia­ ble, es claro que la Biblia se posicio­ na con rmeza. A n de reforzar la gravedad de algunos de esos pecados o crímenes sexuales, la penalidad prescrita era la muerte. Sin embargo, ¿acaso la ética sexual, presentada en el libro sagrado de los judíos y cris­ tianos, todavía tiene aplicación en el mundo posmoderno?

Para Michael Coogan, autor de God and Sex [Dios y el sexo] (Twelve, 2010) y profesor en la Universidad de Harvard, la Biblia fue escrita para personas con otra mentalidad, en un contexto muy diferente del nuestro. Es un mundo aparte. Así, no pode­ mos “americanizar” su mensaje. Ciertas sensibilidades que tenemos hoy no existían en esa época. Pero, en realidad, eso no es del todo cierto. A pesar de las diferencias, la mora­ lidad sexual de nuestra sociedad ju­ deocristiana todavía es regida por los códigos bíblicos.

La Biblia retrata el ideal de Dios para la sexualidad del ser humano en términos elevados. El sexo debe ser visto como un regalo divino, un acto que debe ser practicado con amor y mantenido en estado de pureza. La base para entender el proyecto divi­ no para la sexualidad humana está bien al inicio de la Biblia. En Géne­ sis 1 al 3, al describir la creación del mundo, el autor informa que Dios hizo al hombre y a la mujer como personas complementarias, y los colo­ có en un jardín para que disfrutaran de la felicidad juntos. El sexo es el clímax de la intimidad entre cónyu­ ges. El sexo es bueno, porque hace

bien y porque el Dios que lo creó es bueno. Considerando que el hombre y la mujer fueron creados a “imagen de Dios”, su referente es el mismo Creador.

Ese punto de partida es la clave para interpretar lo que el resto de la Biblia dice con respecto al sexo. En el libro Flame of Yahweh [La llama de fuego de Jehová] (Hendrickson, 2007), Richard M. Davidson discute la sexualidad en el Antiguo Testa­ mento desde una perspectiva “ho­ lística”, y refuerza la idea de que el inicio del Génesis contiene el funda­ mento para entender la sexualidad humana.

Para Davidson, ese fundamento consiste en dos aspectos: 1) existen diferencias sexuales entre el hombre y la mujer, que se complementan; 2) las personas fueron creadas para tener un relacionamiento hetero­ sexual; 3) el ideal para la felicidad de la pareja es la unión con solamente una persona, es decir, la monoga­ mia; 4) hay una igualdad entre los sexos; 5) el sexo entre el hombre y la mujer proporciona una experiencia holística; 6) el casamiento es un re­ lacionamiento exclusivo; 7) la unión entre la pareja debe ser vitalicia; 8) el casamiento es el “fórum” ideal para la intimidad; 9) la procreación forma parte del plan divino para la pareja; y 10) el sexo es algo bueno.

El plan original del Creador, dice Davidson, era que el casamiento fue­ ra un relacionamiento heterosexual, monogámico e igualitario entre un hombre y una mujer. Con la caída en pecado del primer matrimonio, hubo una ruptura en la igualdad entre los

sexos, y el hombre pasó a asumir un liderazgo patriarcal. Sin embargo, el ideal es que haya un retorno al re­ lacionamiento de igualdad. El sexo saludable incluye compromiso y valorización del compañero, bajo la bendición de Dios. Es conocimiento a un nivel misterioso y profundo. El sexo que apunta solamente al placer despersonaliza al otro, y no tiene el poder de crear conexión e intimidad.

Mejor que el vino

En algunas culturas de la época del antiguo Israel, según recuerda el autor, el sexo era sacralizado y divinizado como parte del ritual de culto. Reaccionando fuertemente en contra de esas prácticas inmorales, Dios rechaza una teología distorsio­ nada de la sexualidad, condenando el sexo “sagrado” y los festivales de fertilidad. Para Dios, el sexo es algo demasiado santo como para ser usa­ do irresponsablemente. La cuestión no es solamente moralizar el sexo por moralizar, sino indicar que pue­ de ser creativo y placentero o dolo­ roso y destructivo.

En el Antiguo Testamento, la re­ glamentación sobre el sexo aparece en libros como Levítico (cap. 18) y Deuteronomio (22:13­30). Prover­ bios también presenta varios con­ sejos sobre la expresión sexual. Y Cantares, el mayor de todos los cán­ ticos de Salomón, interpretado en el pasado como una alegoría, celebra el amor entre el rey y una muchacha, llamada Sulamita (forma femenina del nombre de Salomón). La intimi­ dad física, emocional e intelectual permea Cantares.

En ese libro poético, el amor es descrito como mejor que el vino, símbolo de la alegría. Usando imáge­ nes sugestivas, el autor muestra que el amor auténtico causa sensaciones maravillosas, valoriza a la persona amada, evita pequeños actos que puedan dañar el relacionamiento (las “zorras pequeñas, que echan a perder las viñas”) y asume un com­ promiso para siempre. Davidson, haciéndose eco de una afirmación del rabino Akiva (c. 50­135 d.C.) y haciendo referencia a uno de los comportamientos del antiguo San­ tuario israelita, llama a Cantares “el santo de los santos de la sexualidad humana”. Por eso, el título del libro del teólogo, Flame of Yahweh, es to­ mado de Cantares 8:6, donde se dice que las brasas del amor son “deste­ llos de fuego, la llama misma del Se­ ñor” (Biblia de las Américas).

En el Nuevo Testamento, conti­ núa el alto patrón de la ética sexual. El apóstol Pablo es el campeón de los defensores de una vida pura. En su primera carta a los cristianos de Co­ rinto, una ciudad caracterizada por ser licenciosa, él escribió: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espí­ ritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Cor. 6:18, 19). Al decir que los cristianos eran el “templo” de Dios, él usó una palabra que des­ cribía la parte más íntima y sagrada del templo, el santo de los santos. Eso indica el alto concepto que el apóstol atribuía al cuerpo humano.

Desde el punto de vista bíblico, por lo tanto, el sexo debe ser practi­ cado y disfrutado con amor, cariño,

respeto, exclusividad, responsabili­ dad y placer. En los tiempos bíblicos, el amor romántico era menos im­ portante que la seguridad nanciera. Los casamientos eran arreglados, ba­ sados sobre los intereses familiares. La mujer era vista como una propie­ dad. Con todo, aun en ese ámbito, el amor es valorizado en los escritos sagrados. Naturalmente, la Biblia fue escrita en un contexto prefeminista, pero su mensaje claro es que la mujer debe ser tratada con dignidad.

Sin obsesión

En contraste con la moderna ob­ sesión por el sexo, la Biblia lo valori­ za en la medida justa. El sexo es bue­ no; pero, no lo es todo. No es un n en sí mismo, ni debe ser buscado a cualquier precio. Es una experiencia maravillosa que debe formar parte de una relación de amor, en un clima de intimidad y de felicidad. El sexo no es un accidente de la biología, sino una fuente de placer ideada por Dios para alegrar y reproducir la vida. Tie­ ne sentido pleno cuando ayuda a dar sentido a la existencia. Por eso, debe ser practicado dentro de las fronteras originales, de modo que no arruine a los implicados ni deje víctimas caí­ das por los senderos de la vida.

En nuestra sociedad fragmen­tada, en la que los patrones éticos están siendo destruidos cada día, es fundamental mirar nuevamente a la belleza de la sexualidad y seguir los ideales divinos. El deseo sexual es bueno si está controlado por neu­ ronas llenas de afecto. En palabras de Jesús, son los “puros de corazón” quienes verán a Dios. La felicidad no está en un encuentro casual, mucho menos en la violencia en busca de sensaciones. La atracción sexual no puede tener “cincuenta sombras”. Para causar placer, y no dolor, el sexo debe seguir el patrón original, con todos los colores plenos del amor.