La muerte y el morir

Cómo atender a las personas en la fase terminal de la vida.

La muerte nunca fue –y nunca será– un tema fácil y agra- dable de ser comentado, estudiado y tampoco vivenciado; principalmente, cuando se trata de la muerte de familia- res, amigos o hermanos en Cristo. Durante la vida ministerial, nos enfrentamos con muchas pérdidas. La cuestión es que ne- cesitamos comprender la muerte en la esfera humana, a n de que podamos ser usadas por Dios con el propósito de apoyar y confortar a aquellos que necesiten de nuestro auxilio.

En 1969, la médica psiquiatra Elizabeth Kübler-Ross publicó la obra On Death and Dying [Sobre la muerte y el morir], la cual se convertió en un referente mundial para aquellos que se dedican a la asistencia de pacientes terminales. La médica realizó un trabajo con pacientes terminales, en el que analizó los sentimientos del paciente y de la familia en el proceso del morir. Ella aclara que pasamos por varios estadios cuando nos enfrentamos con la muerte. Vamos a analizarlos:

El paciente

Negación – está caracterizado como una defensa tempo- raria, por la cual la mayoría de las veces la actitud asumida es: “Esto no me está pasando a mí”, o: “Esto no puede ser verdad”. Otro comportamiento común en esta fase es actuar como si nada estuviera ocurriendo.

Otros mecanismos de defensa que utilizamos inconsciente- mente, citando a Kübler-Ross (2005), son:

Ira – en esta fase, la rebelión y el resentimiento prevalecen, y el enfermo pasa a atacar a las personas más cercanas a él y al equipo de salud. Cuestiona los procedimientos y los tratamientos. La pregunta más común es: “¿Por qué yo?” También, pueden surgir períodos de total incredulidad en Dios, y en el tratamiento que se le está practicando. Necesitamos mostrar que el dolor y la muerte no fueron crea-

dos por Dios y que sí son evidencias de la entrada del pecado en este mundo, a través de nuestros primeros padres. Romanos 6:23 nos dice: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Transacciones – el enfermo realiza acuerdos, en compen- sación de un tiempo más de vida. En esta fase, son muy comunes las promesas, Dios se vuelve presente en su existencia, y realiza promesas de cambios en la vida, si es curado. Sin embargo, no podemos confundir las cosas: Dios no efectúa transacciones con nosotros. En esta fase psicológica, como siervas de Dios de-

bemos estar atentas con el n de mostrarle el amor salvador de nuestro Señor Jesucristo, quien se ofreció como sacrificio vivo por nosotros, aun cuando no sea- mos merecedores de ello.

Depresión – después de la fase de las transacciones, el enfermo percibe que su enfermedad es incurable y se vuelve consciente de la imposibilidad, o la di cultad, de la cura. Se deprime, se siente vacío, y deja de intervenir en el tratamiento; se relaciona poco con las personas. La sintomatología se evidencia por la tristeza, el aislamiento y la poca respuesta a los requerimientos de familiares y amigos. En este momento de depresión y dolor, necesi- tamos, una vez más, con rmar la única esperanza: Jesús.

Aceptación – el paciente entiende y acepta su situa- ción, e intenta darle un sentido a su vida. Aprovecha los días que le restan y, muchas veces, acepta la muerte. Pide perdón a Dios por sus pecados, y se reconcilia con su familia y sus amigos.

Estos estadios pueden no aparecer necesariamente en este orden, y algunos individuos no pasan por todos estos. Pueden, inclusive, volver a cualquiera de las fases más de una vez. Es un proceso particular, en el cual están compro- metidos muchos de los sentimientos; y estos dependen de varios factores como, por ejemplo: la religiosidad, la historia previa, la estructura familiar y la cultural.

La esperanza es la que generalmente persiste en todos estos estadios. Lo que sustenta psicológicamente a los pa- cientes a través de los días, de las semanas o de los meses que preceden a la muerte es el tener alguna esperanza. Es la sensación de que todo debe de tener algún sentido; que puede compensarse, en caso de que soporten por algún tiempo más. En todos los estadios debemos presentarles a Jesús. Y mientras haya esperanza, esta deberá estar a r- mada en Jesús.

la familia del paciente terminal

Los familiares merecen un cuidado especial desde el instante de la comunicación del diagnóstico, ya que ese momento tiene un gran impacto sobre ellos. Esto hace que, en muchas oportunidades, sus necesidades psicológicas excedan a las de los mismos pacientes y, dependiendo de la intensidad de las reacciones emocio- nales desencadenadas, la ansiedad familiar se convierte en uno de los aspectos más estresores en esta fase.

En las situaciones de enfermedad terminal, los fa- miliares demuestran la necesidad de estar cercanos al paciente; de sentirse útiles para el paciente; de tener conciencia de las modi caciones del cuadro clínico; de comprender lo que se está haciendo en cuanto al cuidado del paciente y del motivo; de tener garantías del control del sufrimiento y el dolor; de estar seguros de que las decisiones en cuanto a las limitaciones del tratamiento curativo fueron apropiadas; de poder expresar sus sen- timientos y angustias; de ser confrontados y consolados, y encontrar un signi cado para la muerte del paciente.

Es por eso que cuanto más permanezcamos en ora- ción por esas personas y en compañerismo cristiano, más reconfortadas se sentirán. Cuanto más puedan desahogar los familiares su pesar antes de la muerte, más soportable les resultará después.

De manera general, la ayuda más signi cativa que pode- mos brindar a cualquier moribundo en su lecho de muerte, y a los parientes, siendo estos niños o adultos, es dejarles compartir sus sentimientos antes de que llegue aquel mo- mento, permitiéndoles enfrentarlos sean estos racionales o no. Debemos procurar el equilibrio en Dios, a n de que podamos estar disponibles para otorgarles confort, tanto al paciente, durante el período de internación y muerte, como en la situación posterior al deceso, a sus familiares.

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