Como la gran mayoría de las esposas de pastores que conozco, yo tampoco me sentía preparada para la vida ministerial. En realidad, ser esposa de pastor no era mi sueño, pues siempre tuve la impresión de que esa “mujer” debería saber tocar el piano, hacer pan integral, yogur, comida vegetariana, diferentes tipos de tortas, saber coser, y muchas, muchas otras virtudes que estaban lejos de ser las mías. Sin embargo, Dios me sorprendió, y me quiso aun así. Entonces, como una buena Conquistadora, he ido a los lugares donde Dios me mandaba y he vivido el sueño de él para mi vida.
Siempre tuve la percepción de que la mujer de un pastor tiene muchos desafíos y responsabilidades; para mí, sin embargo, el mayor desafío sería el hecho de tener una vida solitaria, sin amigos; sin alguien para conversar, desahogarme, abrirles mi corazón y llorar. Además de todo esto, y como si fuera poco, siempre tuve di cultad para expresarme en público, aun siendo extrovertida. No me veía como consejera matrimonial, como psicóloga, disertante, maestra del departamento Infantil o directora del Ministerio de la Mujer. Por lo tanto, necesitaba adaptarme o viviría frustrada. Además, sería una carga para el ministerio de mi marido. Yo me sentía incapaz de estar al frente de un departamento, pero amaba estar con los hermanos y ayudarlos en sus necesidades, siempre que fuera de manera impersonal, es decir, nada de conferencias o cosas de ese tipo.
El tiempo fue pasando, y de un momento para el otro la tecnología abrió nuevas posibilidades de comunica- ción. Las personas tímidas, como yo, ahora tendrían la oportunidad de comunicarse de una manera diferente. De repente, me vi totalmente comprometida en ese nuevo mundo. Al comienzo, anduve un poco descontrolada, quemé algunas comidas, la casa quedaba un poco desordenada… A fin de cuentas, me estaba descubriendo a mí misma, ¡tal como una criatura con un nuevo juguete! Las redes sociales me ofrecieron las herramientas para intercambiar recetas, fotos, consejos sobre salud, belleza, educación de los hijos, decoración de ambientes, consejos para el cuidado de la casa, y hasta consejería familiar. Es decir, acabé transformándome en todo aquello que temía y para lo cual creía que nunca sería capaz de realizar. Cuando me di cuenta, mis amigas ya estaban buscándome procurando todas esas informaciones, y yo, lógicamente, ¡estaba amando todo eso!
Sé que muchas personas demonizan las redes sociales, pues creen que es una pérdida de tiempo; también, sabemos que se cometen algunas exageraciones. No obstante, es posible tener cuidado con todo esto y, como el sabio nos orienta: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ecl. 3:1). Al principio, realmente me costó un poco, pero comprendí que era posible realizar ajustes, organizar el tiempo y ocuparme de todo lo que necesitaba hacer. Las redes sociales me ayudan a ser útil para los amigos y para los parientes, y hasta para otras personas con las cuales, de otra manera, jamás habría estado en contacto.
Al final del año 2014, mi familia recibió un llamado para servir a la iglesia en la República del Paraguay. Se nos consultó y, sin titubear, ¡aceptamos! Nosotros creemos que el llamado no es por parte de los hombres, sino de Dios. Claro que no imagino lo que habría sido de mi vida sin el uso continuo de las redes, a fin de contactarme con mi familia y amigos, a quienes tanto amo.
Mucho tiempo atrás, el apóstol Pablo escribió cartas a los amigos con el propósito de aconsejarlos y animarlos, pero esas cartas llegaban mucho tiempo después, debido a la limitación de los medios de comunicación de aquella época. En la actualidad, solo mediante un clic la persona recibe un video, una imagen, un mensaje de aliento, y de una manera prácticamente instantánea, ¡diseminando el mensaje del evangelio con una velocidad impresionante! Por medio de estas herramientas tecnológicas, muchas personas han sido evangelizadas, muchas vidas han sido transformadas, y la misión ha sido cumplida. Cuando se las utiliza adecuadamente, las redes sociales se convierten en grandes oportunidades de llegar a las personas para conducirlas al Reino de Dios, no importa donde estén, y no importa cuáles sean las limitaciones del mensajero.
Por lo tanto, dondequiera que tú estés, te pregunto: ¿ya has compartido esperanza con alguien el día de hoy? ¿Qué te parece utilizar tu computadora, tu tableta o tu celular para generar una oportunidad de salvación para la vida de alguien que tú amas?