Cada año, nuevas colegas ingresan en el ministerio pastoral, llenas de expectativas, sueños y temores. Sus expectativas tienen que ver con el trabajo que deberán efectuar, los desafíos que enfrentarán, la alegría de poder contribuir a la salvación de las almas. Tienen sueños también; muchos sueños de poder ayudar y ser útiles. Y además, temen por no sentirse a la altura de las responsabilidades, por la posibilidad de no agradar, por las comparaciones que se podrían hacer entre ellas y sus antecesoras.
Los pastores estudian cinco años a fin de prepararse para el ministerio, pero la mayoría de sus esposas ingresa en esta nueva experiencia sin una preparación especial que las capacite para enfrentar con éxito las exigencias propias del aconsejar, la orientación, la educación y todo lo que se espera de ellas. Muchas preguntan: “¿Qué debo hacer? ¿Cómo tengo que actuar? ¿Qué expectativas tiene la iglesia acerca de mí?”
Después de casi veinte años de trabajo, sé que todavía tengo mucho que aprender; pero, a lo largo de esta trayectoria, he podido llegar a algunas conclusiones que deseo compartir con ustedes en las líneas que siguen.
La iglesia observa a la familia del pastor como un modelo que se debe imitar. Tenemos que estar atentas a esas responsabilidades, y armonizar nuestra conducta de acuerdo con los principios y las normas de la Palabra de Dios.
De la misma manera en que un soldado no puede partir al frente de batalla sin las armas apropiadas, no podemos llevar a cabo la tarea pastoral sin alimentar nuestra relación con Cristo por medio del estudio de la Biblia y la oración. La devoción personal y el culto familiar son dos elementos indispensables en el hogar. En el libro El hogar adventista, página 30, leemos: “Un hogar piadoso, bien dirigido, constituye un argumento poderoso en favor de la religión cristiana; un argumento que el incrédulo no puede negar”. Por eso, debemos procurar mantener la casa en orden, tener un ambiente acogedor, organizado y disciplinado. Seamos hospitalarias y hagamos de nuestros hogares verdaderos nidos de amor, en los que los esposos encuentren valor, ánimo y motivación; un lugar donde puedan restaurar sus fuerzas para la lucha diaria.
El amor es la mayor necesidad humana. Muchos hermanos viven solitarios como consecuencia de relaciones carentes de afecto, compañerismo y cariño. Necesitan un hombro amigo. Un apretón de manos, un abrazo, una llamada telefónica, una visita, la dádiva de un pan casero, un poco de nuestro tiempo. Algunas de estas cosas, entre otras, pueden marcar la diferencia en sus vidas.
¿A quién no le gusta que se reconozca lo que hace? La gente necesita oír palabras cariñosas como “Te eché de menos”, “Me hiciste falta”, “Me gusta lo que haces”.
Los hermanos necesitan saber que pueden contar con su apoyo cuando lo necesiten; que se pueden acercar a usted para conversar.
La sensibilidad es otro requisito indispensable. Trate de ser sensible a las necesidades de la gente. Escuche con atención. Algunos sólo quieren explayarse y descargarse con alguien que les manifieste empatía.
Sepa guardar secretos. No haga comentarios que manchen la imagen de nadie. No se mezcle con chismosos ni criticones. No discrimine a nadie; preste a todos la misma atención. No asuma tareas que sólo le corresponden al pastor. No se ponga a dirigir un departamento, por ejemplo, pasando por encima del director elegido. Sea discreta y sencilla. Sea defensora de la iglesia. Se espera que la esposa del pastor sea una persona digna de confianza.
No necesitamos aceptar cargos, pero debemos estar dispuestas a servir en la iglesia en lo que se nos solicite. Podemos orientar a los hermanos y entrenarlos, enseñándoles a hacer las cosas. Podemos ayudar a formar dirigentes en áreas que estén de acuerdo con nuestras habilidades. No se martirice pensando en los dones que no posee; trate, en cambio, de descubrir y desarrollar los que el Señor le ha dado, y úselos para su gloria y la expansión de su Reino.
La iglesia espera que la esposa del pastor sea una consejera para los jóvenes, los niños, los matrimonios y para todos los que necesitan orientación. A fin de lograrlo, debemos leer y ampliar nuestros conocimientos por medio del estudio. Siempre que sea posible, debemos acompañar a nuestros esposos en sus visitas pastorales, especialmente cuando se trata de damas o matrimonios.
Todos necesitamos amigos; alguien que comparta nuestras alegrías o que llore con nosotros. Debemos ser amigas de los niños, los adolescentes, los jóvenes y los ancianos. Tome la iniciativa de acercarse a ellos. Ofrézcales su amistad y, sin duda, conseguirá la de ellos. Pero sea discreta; no hable de sus problemas personales ni se refiera a las autoridades de la iglesia.
¡Sea bienvenida a la familia pastoral, y disfrute de la alegría de servir al Señor!