En el Apocalipsis el fuego es un símbolo importante. Esta figura en general representa el juicio de Dios contra los pecadores (véase 8:5; 14:10), acción que a veces está destinada a preservar a los siervos del Altísimo (11:5). Curiosamente, a menudo está asociado con la Divinidad, específicamente con el Espíritu Santo en Cristo. (Ultram) Por ejemplo, Juan en el santuario celestial vio «siete lámparas de fuego», identificadas por él como símbolo del Espíritu (4:5). A Cristo también se lo relaciona con el fuego: «sus ojos, como llama de fuego» (1:14; 2:18; 19:12), «y sus pies como columnas de fuego» (10:1).
En la Biblia el fuego también es una figura teofánica (teofanía quiere decir manifestación divina), es decir, representa la presencia divina. Esto quiere decir que cuando Dios se manifiesta a los seres humanos, su presencia es comparada o se la asocia con el fuego. Aunque en el Antiguo Testamento hay muchos ejemplos que prueban esto, el más conocido es aquel que recuerda cuando el pueblo de Israel compareció ante Dios en el Sinaí: «Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en medio del fuego» (Éxo. 19:18). Aunque la flamígera manifestación indicaba la presencia de Dios en ese lugar específico, él permaneció inalcanzable, distanciado del pueblo, sugiriendo con esto la necesidad que ellos tenían de un mediador.
La expresión «de Dios descendió fuego del cielo», también se la utiliza en Apocalipsis 20:9. En este caso, el contexto sugiere que el fuego es un instrumento de la justicia divina. Las huestes malignas están intentando tomar la santa ciudad por la fuerza, ocasión cuando Dios lanza fuego del cielo y las destruye. El uso que aquí se hace es diferente de que aparece en el capítulo 13, ya citado, para anticipar que el falso profeta hace descender fuego del cielo con el propósito de engañar a los habitantes de la tierra. Lo que ocurrió sobre el monte Carmelo con el profeta Elías proporciona la base bíblica para utilizar este símbolo.
Como los israelitas habían estado adorando a su dios Baal, el profeta los enfrentó para que optaran ya sea por el Omnipotente o por Baal. Para que la decisión les resultara más fácil, Elías les dijo que el verdadero Dios se manifestaría haciendo descender fuego del cielo (1 Rey. 18:20-39). Baal no pudo cumplir con el desafío. Elías oró y, como consecuencia, al descender fuego del cielo la gente exclamó: «Jehová es Dios». La realización del milagro fue una clara evidencia de la presencia del Señor, situación que sirvió al pueblo para que pudiera identificar con claridad cuál era el verdadero Dios.
Apocalipsis 13 describe el esfuerzo por falsificar la presencia de Dios mediante realizaciones milagrosas destinadas a persuadir a los seres humanos de que, en el conflicto cósmico, los poderes del mal representan al verdadero Dios. Se va a producir una falsa manifestación —teofanía—, cuyo efecto hará que mucha gente adore a la bestia y al dragón (13:4, 12). Sabemos que la mayor teofanía jamás vista por hombre alguno está por producirse. Pablo lo expresa de este modo: «la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tito 2:13). Un hecho sin precedente se realizará en ocasión de la segunda venida de Cristo.
Respondiendo la pregunta formulada, podría afirmar que el simbolismo de hacer descender fuego del cielo es utilizado para indicar que el falso profeta intentará por todos los medios darle validez a su pretendida misión divina realizando milagros en el mundo. Sin embargo, sobre la base de lo que dijimos en los párrafos precedentes, aventuraré una interpretación más específica. En la descripción que hace el Nuevo Testamento acerca del regreso del Salvador, el fuego desempeña una función teofánica. El que vendrá es «nuestro Dios y Salvador». Pablo nos da un buen argumento: «…Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego…» (2 Tes. 1:7).
Me parece que para los apóstoles el símbolo del fuego que cae del cielo señala el glorioso acontecimiento de la segunda venida de Cristo. Entonces, para la raza humana y para las fuerzas del mal resultará meridianamente claro que Cristo es nuestro verdadero Dios y Salvador. Si aceptamos este planteamiento, podemos concluir que la declaración de Apocalipsis 13 que estamos comentando, describe el intento por parte de los poderes malignos de imitar la segunda venida de Cristo con el propósito de engañar a los seres humanos. El apóstol ya lo anticipó: «Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz» (2 Cor. 11:14).
Permítanme recordarles que las fuerzas del mal no tienen potestad con relación a los que pertenecen al Señor. Ellas fueron derrotadas por Cristo, y su victoria es la nuestra. Jamás podrán imitar en forma adecuada la venida de Jesús. «Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados, elegidos y fieles» (Apoc. 17:14).