Cambios constantes están sucediendo en nuestra sociedad en las últimas décadas, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Áreas como la filosofía, las artes, la cultura, y la tecnología han sufrido transformaciones acentuadas. Obviamente, la iglesia, sobre todo en su razón de existir, no escapa a tales cambios. Los teólogos discuten cómo enfrentar el tsunami de desafíos que trae el escenario actual embriagado por el posmodernismo. ¿Cómo discipular a las personas de una sociedad que rechaza los absolutos? ¿Qué hacer para deshacer el confort ilusorio que el relativismo trae en su bagaje? ¿Cómo discipular a los “discipulados”, es decir, los que ya son cristianos?
La mirada de preocupación de la iglesia a los desafíos impuestos a ella no es sin razón. Al posmodernismo se lo ve como un gran desafío para el avance del cristianismo, especialmente por lo expuesto en el párrafo anterior: el relativismo epistemológico y la pluralización religiosa.[i] Ante esa realidad, proponemos en este texto una breve mirada al pasado, en el que constataremos que los desafíos “insuperables” siempre acompañaron la misión de la iglesia; verificaremos si el escenario propuesto por el posmodernismo también ofrece oportunidades y veremos los medios que pueden ser usados para el discipulado con el objetivo de superar el paradigma corriente.
Una mirada por el retrovisor
Los primeros cristianos encontraron grandes desafíos para cumplir la Gran Comisión. Podemos destacar como barrera en el contexto político-socio-cultural “el mal prestigio recíproco entre judíos y romanos”[ii] y los “tumultos y desórdenes”[iii] que acompañaban a los predicadores cristianos (ver, por ejemplo, Hech. 16:16-23; 17:1-5; 19:23-41). En el ámbito religioso notamos varias opciones ofrecidas por las naciones a sus pueblos, lo que ciertamente podría ser un estorbo al nacimiento y avance del cristianismo, finalmente, de alguna manera, muchos ya eran religiosos.
La persecución fue otro factor limitador en aquel período. Tan pronto se notaron los primeros conversos, tanto los fariseos como los saduceos comenzaron a actuar. Ellos notaron que si permanecían como meros espectadores de los apóstoles, la influencia de los fariseos y saduceos, peligraría aún más que cuando Jesús estaba en la tierra”.[iv] Por eso, Elena de White definió a Jerusalén como “el campo más duro y menos promisorio”.[v]
Esos y otros ejemplos ratifican que el evangelio, desde los comienzos de la era cristiana, encontró obstáculos tanto en la esfera política, como en la social, la religiosa o la cultural. A pesar de esas y de las dificultades agregadas en la actualidad, la Gran Comisión del Maestro continúa en modo imperativo en la posmodernidad: ¡hagan discípulos!