El matrimonio y la familia pastoral: una aproximación bíblico-cultural a la santidad

El matrimonio y la familia pastoral: una aproximación  bíblico-cultural a la santidad


El matrimonio y la familia pastoral: una aproximación bíblico-cultural a la santidad

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Mag. Walter Lehoux – Facultad de Teología – Universidad Adventista del Plata

La familia siempre ha cumplido un rol fundamental en la sociedad y en la historia. Sin embargo, se debe ser consciente de que esta institución social actualmente atraviesa un momento crítico. Un claro ejemplo es la interpretación variada que tiene el término “familia”. Familias monoparentales, reconstituidas, en relación libre, homoparentales, interculturales y otras son tendencias posmodernistas que van ganando espacio en la sociedad y que “están marcadas por su relatividad de conceptos de vida, por una libertad, y al mismo tiempo, por su inseguridad”. En los debates actuales, los conceptos de familia tradicional, valores y orientaciones primarias pierden cada vez más su importancia.

Por otro lado, existen diferentes obstáculos que acrecientan las dificultades en el entorno familiar: la falta de tiempo, la diferencia de objetivos, la brecha cultural entre sus miembros, la escasez financiera, la falta de vínculos y otros aspectos. Los matrimonios y las familias cristianas, en especial las pastorales, no son una excepción. Lamentablemente, la sociedad posmoderna impone costumbres y los cristianos deben afrontar la opción de dejarse llevar por los estilos de pensamiento de moda (pseudoprogresistas) o la de sujetarse a los principios bíblicos. 

El presente artículo tiene como objetivo presentar enseñanzas prácticas para que los matrimonios y las familias pastorales se fortalezcan y se renueven ante las tendencias nocivas actuales. Con tal motivo, se considerarán aspectos culturales de algunos pasajes paulinos, así como determinadas particularidades de las costumbres hebreas que dejan claras instrucciones para lograr la felicidad y la santidad en el vínculo del hogar.

 

Principios paulinos y santidad en el matrimonio ministerial

El factor crisis ha estado presente en cada época entre las familias de todo el mundo. La lucha por sostener la familia y sus principios no le pertenece únicamente al siglo xxi. En algunos pasajes paulinos, se encuentran principios prácticos para mantener firme el matrimonio ministerial. Uno de los aspectos fundamentales para tener una familia sólida y funcional es contar con un matrimonio que conserve la santidad como principio de vida. 

El apóstol Pablo, en Romanos 12,2, aunque en este caso no se refiere específicamente al hogar, afirma: “No os conforméis a este mundo”. Una traducción más cercana al sentido del escrito original diría: “No se adapten a la forma de estos tiempos”. El término αἰῶνι, traducido como “mundo”, debe interpretase como una era, un período de tiempo. El consejo paulino indica la no adaptación a las costumbres que se imponen como modas y que contradicen los principios bíblicos. La recomendación sirve para todas las empresas que emprenda un cristiano. Por lo tanto, el consejo se puede aplicar al ámbito familiar o matrimonial. Nunca el mundo con sus costumbres debiera ingresar a los hogares pastorales.

Continuando con esta línea de pensamiento, para Pablo era importante que los matrimonios cristianos no fueran influenciados por las costumbres paganas. El consejo que se encuentra en Efesios 5,21-25 está plenamente relacionado con la santidad del matrimonio. Para entender este pasaje, se necesita conocer el contexto de la época. El matrimonio, según la época y la cultura, ha sido entendido de diferentes maneras. La cultura predominante de la época de Pablo era la griega. Los griegos consideraban el matrimonio como un título honorífico. 

En estas culturas, las personas, generalmente, no se casaban por amor, sino para conseguir cierto estatus social. A los hombres, la ley griega les permitía tener sus cortesanas para el placer; la esposa estaba solo para cuidar a los hijos legítimos. Cabe recordar que en aquellos días la prostitución era una parte esencial de la vida. Por su parte, “la mujer griega respetable estaba educada de tal manera que resultaban imposibles la compañía y la conversación en el matrimonio con ella”. La mujer casada no participaba en conversaciones cotidianas con su esposo; para eso existían las guardianas de los asuntos del hogar. 

El hombre, en aquel entorno, estaba autorizado por la ley y las costumbres sociales griegas a tener varias mujeres. En este mismo contexto debe entenderse el consejo que Pablo le da a Timoteo cuando menciona que el obispo debe tener una sola mujer. Pablo buscaba que el hombre cristiano fuera respetuoso con su esposa y la considerara su única mujer. Las costumbres paganas, por más que estuvieran avaladas por la ley del lugar, no debían ser consideradas por los matrimonios cristianos. En 1 Corintios 7,2 (RVA), el apóstol remarca: “Pero a causa de la inmoralidad sexual, cada hombre tenga su esposa, y cada mujer tenga su esposo. El esposo cumpla con su esposa el deber conyugal; asimismo la esposa con su esposo”. Pablo remarca que por causa de la inmoralidad, los hijos de Dios tenían que evitar las tendencias y costumbres de aquellos tiempos y lugares.

En este contexto es que Pablo aconseja que en el matrimonio cristiano, tanto los hombres como las mujeres estén sujetos unos a otros. La palabra que se traduce como “sujeto” en griego es ὑποτασσόμενοι y significa ‘someteos’, ‘juntos’, ‘unidos’, ‘sujetados’. Pablo considera que ambos cónyuges deben someterse en amor. Este concepto puede notarse con claridad al leer Efesios 5,2: “Someteos unos a otros…”. En este pasaje, no había intención de remarcar ―como muchas veces se entiende― que la mujer debía estar subordinada al esposo. La base de este pasaje, lejos de ser el dominio masculino, es el amor y la santidad. 

El pensamiento paulino sobre la santidad del matrimonio encuentra sus argumentos en la misma cultura hebrea. En ella, la vida matrimonial es escenario para la santidad. En la visión judía, los esposos se unen para ser una sola carne. Esto implica que la trama de la unión matrimonial es permanecer juntos en el amor mutuo, el honor, el respeto y la responsabilidad conyugal. Sobre todo, dicho vínculo debe reflejar una unión santa, así como Dios está unido a su pueblo. Es por eso que, para el judaísmo, la palabra que se utiliza para matrimonio es kiddushin, que significa santificación. Pablo invita a los matrimonios a mantenerse unidos, juntos, sujetados en amor santificado; y que no permitan ser influenciados por las costumbres y prácticas de la época. 

En la actualidad, el posmodernismo presenta diferentes alternativas para el matrimonio, la familia, la sexualidad, la pareja, que no necesariamente coinciden con los principios bíblicos. Los problemas más comunes en una pareja tienen que ver con el sexo, la falta de comunicación, los celos, la falta de tiempo juntos, la falta de proyectos en común, el reparto de las responsabilidades, etc. Las situaciones disfuncionales deben ser evaluadas y corregidas, si fuera necesario, con la ayuda de profesionales.

En el matrimonio cristiano, tanto el hombre como la mujer han sido llamados a mantener su vida íntima en santidad y en armonía con los principios bíblicos. Elena de White escribió: “Hizo Satanás [en la época antediluviana] un premeditado esfuerzo para corromper la institución del matrimonio, debilitar sus obligaciones, y disminuir su santidad; pues no hay forma más segura de borrar la imagen de Dios en el hombre, y abrir la puerta a la desgracia y al vicio”. Nótese el énfasis que la cita pone en el interés del enemigo de Dios en destruir el matrimonio al debilitar sus obligaciones y, sobre todo, disminuir su santidad. En los tiempos actuales, Satanás intenta con la misma intensidad influir en los matrimonios ministeriales. El apóstol Pedro remarca: “Así que ustedes, queridos hermanos, puesto que ya saben esto de antemano, manténganse alerta, no sea que, arrastrados por el error de esos libertinos, pierdan la estabilidad y caigan. Más bien, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo…” (2 Pe 3,17-18 NVI).

Cada pareja pastoral debería, más que nunca, velar con el fin de que su matrimonio sea coronado con la santidad y alejar de sus vidas toda influencia malsana que pueda abrir una puerta a la desgracia. 

Principios hebreos y santidad de la familia ministerial

Al igual que en otras comunidades, el clan familiar era de suma importancia para la sociedad hebrea. Sin embargo, la familia judía contaba con algunas distinciones especiales que le permitía posicionarse como pieza fundamental dentro de su comunidad. En primer lugar, lo que hacía especial a la familia para el judaísmo era que esta había sido originada por Dios (Gn 2,24). En segundo término, era el espacio por excelencia para la educación y la transmisión de los valores del judaísmo. (Zolpidem) Tercero, el clan familiar era, ante todo, un lugar de santificación de la vida. 

Los mencionados principios demuestran con claridad el rol fundamental de la familia en la sociedad judía. Muchos autores sostienen que la familia fue, con su rol protagónico, la entidad que mantuvo vivo al pueblo judío y sus creencias después de tantos años de persecución a través de la historia. La idoneidad y las competencias con las que contaba la familia en dicha comunidad le otorgaban un lugar de privilegio en su sociedad. Hernández Batista explica: “Esta centralidad va mucho más allá de un asunto meramente biológico: es en el espacio familiar donde primariamente el nuevo miembro aprenderá las costumbres, prácticas y creencias que configurarán su identidad”. Es así como en el judaísmo la familia cumple con ese rol significativo de educación integral y de santidad.

La familia pastoral cuenta con los mismos principios que la familia hebrea. Los hogares cristianos, en especial los ministeriales, son espacios esenciales para transmitir a los hijos la educación y los valores, además de fundamentar la identidad del genuino creyente. La familia cristiana es el lugar primario y esencial para que cada miembro encuentre su espacio de santificación de la vida. Elena de White aconsejó: 

“La verdadera educación ha sido bien definida como el desarrollo armonioso de todas las facultades. La preparación que se recibe durante los primeros años en el hogar y durante los años subsiguientes en la escuela, es fundamental para el éxito en la vida. En tal educación es esencial el desarrollo de la mente y la formación del carácter”. 

En esta cita se remarca la importancia que tiene la educación familiar en los primeros años de vida de un niño cristiano. Indirectamente, se destaca que esta educación familiar debe ser bien aprovechada por los padres cristianos para enseñar valores y principios cristianos a sus hijos.

Por otro lado, White señala: “La educación que tenía por centro la familia fue la que prevaleció en los días de los patriarcas […] en su vida libre e independiente, llena de oportunidades para trabajar, estudiar y meditar, aprendían de Dios y enseñaban a sus hijos sus obras y caminos”. Así como en los días de los patriarcas, las familias ministeriales deben aprovechar las oportunidades para enseñar en el hogar la importancia de la oración, del estudio de la Biblia y de los caminos de Dios. 

En el judaísmo, existían dos lugares centrales para el desarrollo de la vida espiritual: el templo y la familia. Rivera comenta: “El Templo era el centro de la vida litúrgica del pueblo de Israel. Solo allí se ofrecían sacrificios, allí se oraba, allí estaba la presencia divina (sekinah)”. Sin embargo, el mismo autor asegura que los líderes judíos prefirieron “confiar en sus familias y dar a ellas la responsabilidad de garantizar la continuidad de la tradición y el crecimiento de la comunidad”. Es así como la familia cumplía con el rol de lugar de culto para los judíos. Las festividades judías giraban en torno a la familia. La centralidad de estas festividades estaba en la mesa familiar. Este espacio familiar sigue siendo para el judío un símbolo del templo. No por nada los judíos utilizan, entre otras, la palabra hebrea mikdashma’at , que significa pequeño santuario, para referirse a la familia o al hogar. Para la mentalidad hebrea, la familia fue constituida por Dios con el sentido de ser una agencia celestial en la que sus integrantes encuentren su espacio para la santidad de la vida. ¡Cuán importante entonces es considerar a la familia ministerial como un pequeño santuario, un lugar donde sus integrantes encuentren, entre otras cosas importantes, un refugio espiritual!

Esto coincide plenamente con lo que Elena de White escribió sobre la familia: “El hogar debe ser hecho todo lo que la palabra implica. Debe ser un pequeño cielo en la tierra, un lugar donde los afectos son cultivados en vez de ser estudiosamente reprimidos. Nuestra felicidad depende de que se cultive así el amor, la simpatía y la verdadera cortesía mutua”. La autora, al señalar el hogar como un pequeño cielo en la tierra, entiende la imperiosa necesidad de cultivar los afectos, el amor, la simpatía y la verdadera cortesía. Las ideas de ver a la familia como un segundo santuario o un pequeño cielo en la tierra dejan claras enseñanzas para las familias de hoy. 

Para las familias judías la educación espiritual se centra en la mesa y las festividades; para los cristianos, el culto familiar y los momentos de devoción personal son fundamentales. El culto familiar profundiza y fortalece las relaciones familiares. Provee una oportunidad para que los padres ejerzan el sacerdocio y enseñen a sus hijos los principios bíblicos, los cuales marcarán sus vidas por siempre. Elena de White escribió: 

En cada hogar debería haber una hora fija para los cultos matutinos y vespertinos. Conviene a los padres reunir en derredor suyo a sus hijos antes del desayuno para agradecer al Padre celestial por su protección durante la noche, y para pedirle su ayuda y cuidado durante el día. También conviene, cuando llega el anochecer, que los padres y los hijos se reúnan una vez más delante de Dios para agradecerle las bendiciones recibidas durante el día que termina…”.

Las familias que realizan cultos en sus hogares tienden a llevar ese mismo espíritu de alabanza a su iglesia local. El Señor dijo sobre Abraham: “Yo lo he elegido para que instruya a sus hijos y a su familia, a fin de que se mantengan en el camino del Señor y pongan en práctica lo que es justo y recto. Así el Señor cumplirá lo que le ha prometido” (Gn 18,19 NVI). Los padres de hoy también han sido llamados con el mismo propósito a instruir a sus hijos para que se mantengan en el camino del Señor, sobre todas las cosas, para que se cumplan sus promesas en la vida de cada familia.   

Todo esto influye en la santidad del hogar. La santidad tiene una alta connotación moral, lo cual implica estar separados del pecado. El apóstol Pedro escribió: “Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pe 1,14-16 RV 1960). Pedro remarca que esa santidad debe estar presente en toda nuestra manera de vivir. Significa tener una vida de obediencia en Cristo. Una vida de obediencia en Cristo implica separarse del pecado.

La familia se convierte en un espacio de santidad cuando cumple con la función de instruir a sus miembros en los caminos del Señor, cuando realza los valores más excelsos y cuando sabe acuñar en los corazones de sus integrantes la identidad del verdadero cristianismo. Solo de esta manera los hogares ministeriales se convertirán en un pequeño santuario o un pedazo de cielo en la tierra.

Consejos prácticos para lograr la santidad en la familia y el matrimonio                                          desde una postura bíblica

En la palabra de Dios, se pueden encontrar consejos prácticos para lograr la tan anhelada santidad en los matrimonios y en la familia ministerial. En 1 Timoteo 4,11-16 (RV actualizada 2015), Pablo presenta varias recomendaciones que pueden ser aplicadas a la vida espiritual matrimonial y familiar.

 

Ser ejemplo 

Lo primero que Pablo le pide a Timoteo es esto: “… sé ejemplo para los creyentes” (v. 12). La palabra utilizada en este texto, traducida como ejemplo, es túpos, que puede significar ‘ser un modelo’, ‘un patrón’, ‘alguien digno de imitar’. En el hogar, los primeros en dar el ejemplo son los padres. “La Importancia del ejemplo de los padres hará que los hijos puedan corregir conductas inapropiadas, puesto que para ellos lo que más que vale es el ejemplo y no las palabras que no van respaldadas de coherencia. Los hijos aprenden a comer viendo sus padres, aprenden a hablar oyendo sus padres, etc”. Los hijos tienden a imitar permanentemente a sus progenitores. Pablo indica en qué cosas se debe ser ejemplo: “… en palabra, conducta, amor, fe y pureza (v. 12).

Lo primero que señala es la palabra. Significa ser cuidadosos en nuestra conversación. El discurso debe ser edificante; la conversación, santa. Elena de White escribió: “Que la mente se llene de pensamientos puros y santos, y que las palabras sean bien elegidas. No obstaculicen el éxito de vuestra obra por pronunciar palabras livianas y descuidadas”. Las palabras influirán directamente sobre los más jóvenes de la familia. El uso del lenguaje positivo es fundamental para el desarrollo de los hijos. Según estudios científicos, una mala palabra disminuye la capacidad cognitiva del sujeto. 

En segundo lugar, se le pide a Timoteo que sea ejemplo en conducta. Esto implica la forma de vida. “Los padres sirven como modelos a seguir para los hijos, y no sólo a través de la interacción directa con ellos. La interacción indirecta o los ejemplos de actitud y comportamiento con los demás y el mundo exterior también influyen enormemente en el desarrollo de la personalidad y de las habilidades sociales de los hijos”. No solo lo que se habla es importante, sino lo que se hace. 

En tercer lugar, menciona el amor basado en un principio. Es un amor sublime y desinteresado. “El amor de los padres ayuda a los niños a aceptar los valores y las reglas de su hogar”. La crianza con amor abre puertas en los corazones de los niños para recibir los consejos, la corrección, los valores y las instrucciones fundamentales para su desarrollo personal. 

En cuarto lugar, se refiere a la fe. Implica mantener en alto la bandera de la confianza en Dios. Se necesita ser un Abraham moderno que deje altares por donde pase. “Dios quiere que las familias de la tierra sean un símbolo de la familia celestial. Los hogares cristianos, establecidos y dirigidos de acuerdo con el plan de Dios, se cuentan entre sus agentes más eficaces para formar el carácter cristiano y para adelantar su obra”. Los padres piadosos dejarán huellas indelebles en la vida de sus hijos. 

Por último, se hace referencia a la pureza. Aquí se habla de la moral del cristiano, sin mancha, una vida semejante a la de Cristo. “Los padres y guardianes deben mantener pureza en el corazón y en la vida, si desean que sus hijos sean puros”. La importancia de una vida pura de parte de un padre asegurará una educación plena a sus hijos.

 

Ocuparse de la palabra 

Pablo comparte con Timoteo un segundo consejo: “… ocúpate en la lectura, en la exhortación y en la enseñanza” (v. 13). Se refiere a la lectura, la enseñanza y la predicación de la Biblia. Este consejo alcanza tanto el ámbito personal como el familiar. En el culto personal, la entrega personal diaria es el bálsamo más delicado para el espíritu y el corazón humano. Dedicar unos momentos cada día para conversar con Dios permite tener la mente clara y el espíritu listo para enfrentar las actividades cotidianas. El culto familiar, como ya se mencionó, proporciona el espacio de santidad para la familia. Existen variadas formas de celebrarlo y diferentes materiales que ayudarán para que este momento sea atractivo. 

 

No descuidar el don 

Por último, Pablo menciona una de las recomendaciones más atractivas de este pasaje: “No descuides el don que hay en ti” (v. 14). Para Pablo cada don es otorgado por el Señor y es una negligencia descuidarlo o no cultivarlo. Los padres deben ayudar a sus hijos, en oración, para que ellos conozcan y cultiven diferentes dones. El culto familiar puede ser uno de los espacios más especiales para que los niños o jóvenes logren este objetivo. “Estos dones nos son concedidos de acuerdo a nuestra habilidad para usarlos, y el sabio desarrollo de los mismos resultará en bendición y traerá gloria a Dios. Cada don recibido con gratitud, es un eslabón en la cadena que nos une con el cielo”.

Pablo termina su serie de consejos con un estímulo muy importante. En el versículo 16, asegura: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. 

 

Conclusión

  Como se ha mostrado en este artículo, tanto en algunos pasajes paulinos como en determinadas costumbres hebreas se pueden encontrar enseñanzas prácticas que ayudarán a fortalecer el matrimonio la familia ministerial.

Hoy más que nunca, los hogares pastorales deben mantenerse fuera del alcance de las costumbres nocivas que proponen los tiempos contemporáneos. Como se mostró en el presente trabajo, el matrimonio pastoral tiene la alta obligación de mantenerse santo, apartado del pecado, tal como lo señala el apóstol Pablo en los textos analizados. La pareja de esposos que conserve esta cualidad como principio de vida será sin duda la base firme para una familia sólida. Para lograr tal objetivo, Pablo aconseja no conformarse con el mundo, es decir, no abrir puertas a las prácticas mundanales. 

Por otro lado, la familia pastoral debe ser considerada, como lo hace el judaísmo, como un pequeño templo. El hogar ministerial es el espacio por excelencia para la educación y la transmisión de los valores religiosos. Sobre todo, es un lugar de santificación para la vida. La práctica del culto familiar es la base principal para tal cometido, por lo tanto, no debiera ser descuidado bajo ningún concepto.

En los escritos paulinos se encuentra la exhortación pertinente para que los hogares pastorales se conviertan en pequeñas agencias celestiales. Pablo deja claros consejos para que tal fin sea una realidad en cada familia pastoral. Ser un ejemplo en todo, dedicarse a enseñar la palabra de Dios y ayudar a cultivar los dones espirituales en cada integrante de la familia plantará los fundamentos esenciales para la santificación, y la ayuda pertinente para la salvación.