Tres pasos sencillos y efi caces para experimentar un ministerio saludable y productivo.
La mayoría de los pastores no se considera mediocre, ni mucho menos creen que el pastorado puede ser cumplido de manera mediocre. Por otro lado, con un poco de introspección y honestidad, la mayoría admitirá que, de tanto en tanto, todo pastor sufre de mediocridad. Es cuando desarrollan los mismos viejos programas, predican los mismos viejos sermones, cantan los mismos viejos himnos para las mismas personas.
Por más extraño que parezca, la verdad es que a Dios le interesa el pastorado con la misma intensidad con que él mismo ministra. Esencialmente, Dios está presente en los emprendimientos y los asuntos de sus hijos. Está preocupado, sobre todo, por su pueblo; todo lo que este dice acerca de los pastores le interesa más todavía.
La fidelidad y el interés de Dios en relación con sus hijos llegan al punto de permitir que un pastor experimente reveses. Algunas veces, cuando un pastor enfrenta dificultades, nuestra tendencia es analizarlas como fracaso, y no como oportunidades para el crecimiento. Cuando un pastor se convierte en mediocre, se enfrenta entonces con oportunidades para reflexionar, remover las lentes color de rosa y abrirse al conocimiento propio, que es fruto de ese arduo proceso.
Para superar la mediocridad en el ministerio, los horizontes pastorales necesitan sufrir cambios. Eso implica alteración del comportamiento. Por ejemplo, algunas veces, un atleta debe cambiar el comportamiento y la dirección con el fin de obtener éxito. De manera semejante, los pastores también deben cambiar, para salir de la decadencia pastoral en que, quizás, se encuentren.
De hecho, en la teología pastoral hay muy buenas ideas, que parecen muy lindas en el papel. Pero ¿cuánto de todo eso es realmente aplicable al pastor que está experimentando mediocridad pastoral? Teniendo esto en mente, ofrezco seguir tres sugerencias prácticas que, creo, ayudarán mucho a los colegas que se encuentran en tal situación.
Relájese
Sencillamente decirle a alguien que se libre del estrés hasta parece algo simplista. Pero, con el pasar de los años, trabajando con jóvenes en colegios y como pastor asociado, descubrí que un cambio periódico en la rutina de actividades hasta puede ser “desestresante”. Cuanto menos estresada sea la vida, más productivo podrá ser el ministerio.
Por lo tanto, procure esparcirse realizando alguna actividad agradable, un entrenamiento o una recreación apropiada. Puede ser la práctica de algún deporte, la visita a los museos, un concierto musical o un almuerzo en algún lugar fuera de casa y con una persona especial. Cualquiera que sea su elección, disfrútela plenamente.
Al aliviarse de las tensiones, se estará preparando para desarrollar un ministerio más relevante y eficaz.
Mantenga la forma
Como un antiguo atleta colegial y todavía entusiasta de la actividad física, me quedo inquietantemente sorprendido por la manera en que la mayoría de las personas de nuestra sociedad no dedica tiempo para ejercitarse regularmente, aparentando no reconocer los tremendos beneficios del ejercicio físico para la salud. Creo firmemente en el desarrollo íntegro de la persona: mente, cuerpo y espíritu.
Por otro lado, mi percepción es que muchos pastores no se ejercitan como debieran; en verdad, conozco muchos colegas, con los que he trabajado, que no lo hacen.
No estoy sugiriendo que nos dediquemos a un intenso programa de ejercicios, como si fuéramos competidores profesionales, maratonistas, sino algo que garantice el bienestar general del organismo. Muchos fisiólogos aseguran que el levantamiento de pesas, al menos de tres a cinco veces por semana, durante media hora o cuarenta minutos, es un gran recurso para aliviar el estrés. Ninguna otra cosa me conserva más despierto y atento que el ejercicio físico. Todos necesitamos mantener un buen desempeño cardiovascular. Y, para alcanzarlo, podemos practicar el trote, el ciclismo, caminatas al aire libre o en la cinta, natación, entre otras actividades. Esos ejercicios, llamados aeróbicos, necesitan ser realizados al menos entre tres y cinco veces por semana, durante treinta o cuarenta minutos.
Cuando se mira al espejo y se ve más rollizo de lo que le gustaría, hará muy bien en poner en práctica un programa de bienestar integral. ¡Y se quedará sorprendido ante la efectividad que logrará en su trabajo!
Medite
Esa práctica parece bastante obvia; a fin de cuentas, somos ministros cristianos. En verdad, a menos que viva en un monasterio, la meditación y la contemplación generalmente no forman parte de su vida diaria. Como cualquier persona en esta época de tanta prisa, los pastores también parecen tener poco tiempo para la calmada reflexión. Pero, sin focalizar nuestra mente en Dios y en su Palabra, ¿cómo podremos estar atentos a lo que él espera de nosotros?
En mi experiencia, la meditación se ha desarrollado siempre en diferentes etapas:
(1) Permanecer calmo y en silencio;
(2) orar silenciosamente;
(3) discernir la voluntad de Dios, escuchando su voz a través de la contemplación de pasajes bíblicos bien escogidos; y
(4) agradecer a Dios por la experiencia de estar con él.
Mi gran problema es que no medito tan frecuentemente como necesito. La práctica regular de la meditación clarifica la mente, nos da tiempo suficiente para reflexionar en nuestras cuestiones y nos ayuda a escudriñarnos, a hacer una introspección personal. Este tipo de meditación exige que el pastor establezca un tiempo diario, específicamente para ese propósito. No podemos salir a trabajar, según “el andar del carruaje”, con la cabeza llena de preocupaciones, dudas e inquietudes. La contemplación adecuada de la soberanía de Dios en nuestra vida nos llevará a la completa sumisión a su voluntad.
Mi propuesta es sencilla: supere la mediocridad ministerial desarrollándose a usted mismo. Para comenzar, intente poner en práctica una de estas sugerencias, en este mes. Al siguiente, agregue otra; al tercero, la que resta. Saldrá de un ministerio mediocre hacia una experiencia creciente en rejuvenecimiento y capacitación pastoral.