Conducidos por el Señor

Conducidos por el Señor

El mejor lugar para nosotros es aquel en el que el Señor desea que estemos.

Estoy yendo para mis clases de idioma, uno de los tres que más se hablan en este país. Las personas me miran, y no se incomodan con mi silencio; saben que soy extranjero. La temperatura está en 2° C, y me estoy congelando. Preguntas que vienen a mi mente en este momento: ¿Qué hago aquí? ¿Quién me envió? ¿Cómo sucedió todo esto?

Llegamos, mi familia y yo, para servir al Señor en Asia Central, y pasamos un año trabajando en una ciudad de mediano porte. El paisaje es lindo, la región está rodeada por montañas y tiene un clima muy variado. En verano, la temperatura llega a los 40° C, y en invierno puede llegar a los 20 grados bajo cero.

Las personas son muy buenas; retraídas, no se expresan mucho públicamente, pues es poco elegante hablar en voz alta. Sin embargo, en el diálogo personal y en los hogares, son muy alegres y expresivas. En una misma ciudad hay, básicamente, tres culturas diferentes que conviven entre sí, lo que di culta un poco el aprendizaje de las costumbres locales.

La ciudad tiene un grupo de quince ad- ventistas. La realidad vivida aquí es un gran desafío, pues en este lugar la iglesia merma cada año. Los extranjeros conforman la tota- lidad de la iglesia, y con el pasar del tiempo ellos regresan a sus países de origen o mueren.

Durante este año, estamos conociendo un nuevo lugar. Nuestros sentimientos y nuestras emociones han variado a lo largo de los meses. En algunos momentos, es fácil vivir aquí; en otros, se hace difícil. Vivimos situaciones felices, y otras tristes. Pasamos por circunstancias diferentes de aquellas a las que estábamos acostumbrados. Por ejemplo, en los últimos meses, vivimos en siete lugares diferentes (sin contar los días que pasamos en cuartos pequeños, en hoteles o en aeropuertos), y he concedido “grandes entrevistas” tanto a policías de investiga- ción como a militares, además de haber participado de interrogatorios con la policía secreta. Existe, también, la di cultad para hacer compras, pues no entendemos nada de lo que se dice. Lo peor es que después de algunos meses, cuando comenzamos a entender alguna cosa, descubrimos que tenemos que aprender dos idiomas más, a n de mantener una buena comunicación.

Sin embargo, más allá de estos “deta- lles”, la adaptación ha sido gradual y po- sitiva. Estamos contentos de estar aquí. Hace pocos días, cuando visitábamos a algunos familiares en América del Sur, me sorprendí con un gran deseo de regresar, a n de continuar con nuestras actividades en este país asiático.

Es claro que en mi mente varias veces surgió la pregunta: “¿Qué hago aquí?”, espe- cialmente cuando sentimos di cultades para comunicarnos con las personas. No estoy hablando de una conversación casual, sino de un diálogo profundo, que nos permita una comunicación verdaderamente personal, sin traductores. Es absolutamente cierto que estos ayudan, pero también limitan la conversación.

Gracias a Dios, esa pregunta nunca me trajo angustia ni preocupación, porque una de las razones por las que estoy aquí es la certeza de que el Señor desea que yo esté en este lugar. Y el mejor lugar para que no- sotros estemos es aquel en el que el Señor desea que estemos.

Nuestro desafío es muy grande; nuestra amplia función es coordinar el trabajo en todo el sur del país. Durante 2015, abrimos una escuela de idiomas y de deportes. De esta manera, podemos dedicar algún tiempo a los niños, los jóvenes y los adultos.

Una pareja de amigos, únicos jóvenes de la iglesia, compartió con nosotros, tal vez sin saberlo, una de las frases más lindas que escuché: “Hace años que estábamos orando por ustedes, aunque no los conocíamos. Ustedes son las respuestas a nuestras ora- ciones”. No puedo dejar de pensar en esa frase: “Ustedes son la respuesta a nuestras oraciones”. ¿Estaremos a la altura de estas? ¿Acaso estamos a la altura de lo que el Señor desea hacer por medio de nosotros?

Dejo contigo, querido colega, los mismos interrogantes. Sin duda, tu ministerio es la respuesta a diversas oraciones. ¿Estarás tú a la altura de esas oraciones? ¿Estarás a la altura de lo que el Señor desea hacer por tu intermedio?