La Biblia está llena de consejos que nos ayudan a vivir tranquilos y confiados.
Siempre que comienza una nueva semana, muchas personas se preguntan: “¿Cómo será esta nueva semana? ¿Qué desafíos enfrentaré? ¿Qué sucederá en casa? Mis familiares ¿estarán bien? ¿Podré hacer todo lo que tengo planificado?” Esos interrogantes revelan nuestra tendencia a anticipar las cosas o querer adivinar lo que sucederá. En una palabra: ansiedad.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua Española define “ansiedad” como “Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo; angustia que suele acompañar a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis, y que no permite sosiego a los enfermos”.
En la antigüedad
Algunos personajes de la Biblia vivieron tal experiencia en determinados momentos. Por ejemplo, durante la peregrinación de los israelitas por el desierto, rumbo a Canaán. En varias oportunidades, dudaron de la conducción divina e intentaron por sus propios medios anticipar la llegada o cambiar el rumbo de las cosas. Por ese motivo, en reiteradas ocasiones terminaron haciendo lo que no era correcto. En uno de los momentos en que su ansiedad se hizo muy evidente, el Registro Sagrado consigna: “Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido” (Éxo. 32:1). Observe la reacción de Dios: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido.
Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éxo. 32:7, 8).
La Biblia dice que Moisés permaneció cuarenta días y cuarenta noches en el monte Sinaí (Éxo. 24:18). Para los israelitas, fue demasiado tiempo. La ansiedad de ellos no les permitía esperar tanto.
Pero, analicemos la expresión “Anda, desciende”, utilizada por Dios al dirigirse a Moisés. El tiempo del Señor es diferente del tiempo de los hombres. A los ojos humanos, cuarenta días y cuarenta noches fueron mucho tiempo; con todo, para Dios, hay un tiempo adecuado para todas las cosas.
Es en este punto que nos enfrentamos con el hecho de que nosotros, los que vivimos en pleno siglo XXI, adoptamos un estilo de vida agitado y veloz. Quizá se haya dado cuenta de que no se necesita mucho para que nos pongamos ansiosos y estresados. Pruebe esperar unos pocos segundos de más ante la computadora; o esperar durante más de diez minutos en una fila; que su hijo se demore en terminar de comer lo que está en el plato; que el automóvil que está adelante no avance inmediatamente luego de que el semáforo se pone en verde; la señora anciana que cruza con lentitud por la línea peatonal.
Solucionando el problema
Es necesario aprender a afrontar los factores que provocan ansiedad. De hecho, necesitamos aprender a confiar en la conducción y en el tiempo de Dios. La Biblia está llena de consejos en este sentido, y podemos concentrarnos en cinco de ellos.
No se preocupe. De todas las reacciones humanas, preocuparse por situaciones insolubles es la menos productiva. El salmista aconseja: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará” (Sal. 37:5).
No tema. La mayor parte de las cosas que tememos nunca suceden. En ese caso, la Biblia nos aconseja: “[…] echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Ped. 5:7).
No lleve sus problemas a la cama. Los problemas son pésimos compañeros para el sueño. Por eso, confiado, el salmista podía decir: “Yo me acosté y dormí, y desperté, porque Jehová me sustentaba” (Sal. 3:5).
No reviva el pasado. Concéntrese en lo que pasa por su vida hoy. Asuma la actitud del apóstol Pablo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13, 14).
No se deje atrapar por el consumismo. El consejo de Cristo es: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mat. 6:31-33).
Elena de White presenta una verdadera joya del pensamiento acerca del asunto que estamos tratando: “No hemos de consentir en que lo futuro, con sus dificultosos problemas, sus perspectivas nada halagüeñas, nos debilite el corazón, haga flaquear nuestras rodillas y nos corte los brazos. ‘Echen mano […] de mi fortaleza -dice el Poderoso-, y hagan paz conmigo. ¡Sí, que hagan paz conmigo!’ (Isa. 27:5, V.M.). Los que dedican su vida a ser dirigidos por Dios y a servirlo, no se verán jamás en situación para la cual él no haya provisto el remedio” (El ministerio de curación, p. 192).
Apropiémonos de esas promesas divinas, y la ansiedad ya no regirá nuestras actitudes.