Cuestión de obediencia

¿No lleva acaso al legalismo el énfasis bíblico en la obediencia (por ej., Deut. 4:1)?

El énfasis bíblico en la obediencia contradice nuestra naturaleza humana caída. A menudo se percibe la obediencia como una restricción a la libertad humana. Tendemos a asociarla con la sujeción a alguien o a una ley. Pero en la Biblia, la obediencia es algo positivo.

1. La obediencia y el acto de escuchar: La religión bíblica es una religión del oído. Se basa en el hecho de que Dios se comunicó con los seres humanos mediante sus palabras, revelándoles su persona y voluntad. Las palabras divinas son la base misma de la obediencia humana. Esto explica el hecho de que en la Biblia, el verbo «oír/escuchar» a menudo significa «obedecer» (por ej., el hebreo shama‘, «oír, obedecer» [Éxo. 24:7; Isa. 42:24]; ’azan, «oír» [Éxo. 15:26]; el griegoakouō, «oír, obedecer» [Mar. 9:7]). No podemos hablar adecuadamente de obediencia sin pensar primero en las palabras divinas. Por lo tanto, la obediencia es dialógica, es decir, cuando escuchamos a Dios se espera que respondamos. Respondemos no solo emitiendo palabras sino que, lo que es más importante, mediante la obediencia. La obediencia es una forma de hablar con Dios, el otro interviniente en el diálogo.

2. ¿A quién deberíamos escuchar? ¿Por qué tenemos que obedecer a Dios? Es una pregunta importante. Pero la más fundamental es: ¿A quién deberíamos obedecer? Por naturaleza, existimos bajo sujeción a algún poder (Rom. 8:6-8). Solo mediante la acción del Espíritu somos libres de elegir (Rom. 8:12-14). Cuando el Espíritu nos capacita, escuchamos la voz divina y respondemos con obediencia; somos realmente libres.

Si persiste la pregunta de ¿por qué?, entonces debemos reconocer dos cosas. En primer lugar, en la teología bíblica,  hay solo una autoridad última y legítima, a saber, la del Creador y Redentor. Él, que es la fuente de la vida, nos llama para que lo escuchemos. En segundo lugar, nos sometemos a él porque su voluntad para nosotros, que se basa en su conocimiento como Creador y Redentor, es siempre buena. Por lo tanto, es absurdo oponerse a sus palabras divinas. Al obedecerlo, llegamos a ser lo que él quiere que seamos, y lo que en lo profundo queremos ser.

3. La obediencia y el plan cósmico de Dios: En términos bíblicos, existe un plan divino unificado para el cosmos (Efe. 1:9, 10; Col. 1:19, 20). Todo fue creado por Dios para que funcione según sus palabras: «Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos» (Sal. 33:6). Al escucharlo, el cosmos es reconstituido en una unidad. Por lo tanto, nuestra obediencia es indispensable para que el cosmos sea integrado plenamente según la unidad de las palabras divinas. La verdadera obediencia presupone inteligencia y libertad.

La naturaleza está gobernada por la voluntad divina mediante la ley natural. Esta ley funciona dentro de los sistemas de la naturaleza; en consecuencia, Dios no habla directamente con la naturaleza. En ocasiones, Dios sí habla con la naturaleza, porque el mal ha dañado su función y parece reinar el caos. Esto técnicamente no es obediencia. Pero sus criaturas inteligentes, dotadas de libertad, necesitan escuchar que el Señor les hable, y él espera una respuesta de sus socios en el diálogo.

La respuesta humana y la sumisión de la naturaleza a la voluntad de Dios buscan en esencia el mismo objetivo: el servicio. Cada elemento del cosmos se brinda en servicio. Solo las criaturas inteligentes pudieron romper el círculo de servicio, y así lo hicieron. El resultado ha sido la desintegración del cosmos y una preocupación ridícula por la  autopreservación. La obediencia solo es posible cuando por medio de Cristo nos reintegramos a la intención original del Señor para nosotros. La obediencia es servicio.

Esta comprensión de la obediencia se basa, en gran medida, en una visión integral de la naturaleza humana. Somos una unidad indivisible de vida en la forma de un cuerpo. Lo que sucede en nuestro corazón cuando nos habla el Espíritu sucede en toda la persona. El «sí» de nuestros labios debería ser el «sí» de nuestros ojos, oídos, boca, manos y pies. Es una respuesta impulsada por la acción que da la persona a las palabras divinas. La obediencia es un privilegio; no es legalismo.