Del valle a la cima

Del valle a la cima

En los altibajos de la vida, los fieles siervos de Dios descubriendo que continúan “si por la noche hay llanto, por la mañana habrá gritos de alegría”.

Charles Spurgeon, conocido como “el príncipe de los predicadores”, acostumbraba hacer exposiciones leídas a sus alumnos. Entre esas exposiciones, me encontré con una que se presentó como particularmente reconfortante para mí. Y no solo eso, sino también fui llevado a pensar que algunos compañeros de pastorado pueden experimentar crisis, en medio de las cuales son tentados a desanimarse.

Refiriéndose al peso de sus propias cargas, Spurgeon escribió: “Sabiendo, por la más penosa experiencia, lo que significa una profunda depresión de espíritu, siendo visitado por ella frecuentemente y a cortos intervalos, creí que podría ser consolador que algunos de mis hermanos compartieran mis pensamientos acerca de esto, con el fin de que los más jóvenes no imaginaran que algo extraño les sucede cuando sean tomados en alguna ocasión por la melancolía y para que los más deprimidos sepan que la persona sobre la que el sol está brillando jubilosamente, no siempre anduvo en la luz”.

Un problema antiguo

Al examinar la historia bíblica, podemos verificar que todos los siervos de Dios enfrentaron crisis en las que vieron su fe probada, y no siempre se revelaron inmunes contra el desánimo. Elías, por ejemplo, después de enfrentar y vencer al perverso rey Acab y a los profetas de Baal en el monte Carmelo, fue acometido por una crisis depresiva y llegó a desear la muerte. Al comentar la experiencia de ese profeta, Elena de White escribió: “A todos nos tocan a veces momentos de intensa desilusión y profundo desaliento, días en que nos embarga la tristeza y es difícil creer que Dios sigue siendo el bondadoso benefactor de sus hijos terrenales; días en que las dificultades acosan al alma, en que la muerte parece preferible a la vida. Entonces es cuando muchos pierden su confianza en Dios, y caen en la esclavitud de la duda y la servidumbre de la incredulidad”.

David sobresale probablemente como aquel que se mostró más valiente para expresar la profundidad del abatimiento y la agitación de su alma. Jeremías, el profeta de las lágrimas, muchas veces necesitó superar el desánimo que se apoderaba de él en el ejercicio de su ministerio, al contemplar la rebelión del pueblo de Dios. Aun Pablo, el abanderado de la fe cristiana, no fue diferente. Se nos dice que “las depresiones anímicas de las cuales sufría el apóstol eran atribuibles, en gran medida, a debilidades corporales que lo desasosegaban”.

En las palabras de Spurgeon, “no es necesario probar con referencias biográficas de ministros eminentes que la mayoría de ellos, sino todos, atravesaron períodos de terrible postración. La vida de Lutero podría ser suficiente para dar mil ejemplos, y él no era, de ningún modo, de la clase más débil. Su espíritu grandioso estuvo muchas veces en el séptimo cielo de la exultación y, con igual frecuencia, al borde de la desesperación. Ni siquiera en su lecho de muerte se libró de los temporales, y sollozó en sus últimos momentos como un fatigado niño grande. […] ¿Por qué será que los hijos de la luz andan a veces en tinieblas espesas? ¿Por qué será que los heraldos del alba se hallan en una noche que vale por diez?”

A su vez, Elena de White no se preocupó por esconder su lucha contra el desánimo. Manifestó ella: “La enfermedad me ha oprimido mucho. Por años me he visto afligida por la hidropesía y las enfermedades del corazón, que han tenido la tendencia de deprimir mi espíritu y destruir mi fe y mi ánimo”.

Promesas divinas

En cierta ocasión, arrodillado dentro de un templo, suplicaba a Dios que me concediese la victoria sobre una situación casi desesperante que enfrentaba en el trabajo. Los esfuerzos parecían infructíferos y, en medio de las lágrimas que se deslizaban sobre mi rostro, fui impresionado a leer el capítulo 31 del libro de Jeremías. Allí, Dios promete transformar en júbilo todo lamento. Los versículos 16 y 17 fueron especialmente reconfortantes y motivadores para mí en aquel momento: “Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán a su propia tierra. Esperanza hay también para tu porvenir, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra”.

En nuestra trayectoria pastoral, encontraremos algunos pasajes terriblemente áridos; necesitaremos sobrepasar muchos obstáculos, enfrentar violentas tempestades.

En nuestra trayectoria pastoral, encontraremos algunos pasajes terriblemente áridos; necesitaremos sobrepasar muchos obstáculos, enfrentar violentas tempestades. En esas ocasiones o circunstancias, necesitaremos tener en mente la bendita realidad de que Dios nunca nos faltará. Como sus ministros, no estaremos exentos de la prueba de la fe o de las amenazadoras crisis del desánimo, originadas por varias causas. Y Dios, que nunca está en crisis, estará siempre en nuestras crisis, listo para fortalecernos, restaurar nuestro ánimo, ponernos de pie y ayudarnos a seguir.

“Si en tales momentos pudiésemos discernir con percepción espiritual el significado de las providencias de Dios, veríamos ángeles que procuran salvarnos de nosotros mismos y luchan para asentar nuestros pies en un fundamento más firme que las colinas eternas; y nuestro ser se compenetraría de una nueva fe y una nueva vida”.

En el caso de que esté atravesando por un período de desánimo en su pastorado, ya sea por enfermedad suya o de un ser querido, injusticias reales o supuestas que imagine estar sufriendo, esfuerzos   aparentemente vanos e infructíferos, o cualquier otro motivo, sepa que hay otros que transitan el mismo doloroso camino. No está solo en este caminar. Mejor todavía, muchos ya descubrieron y están descubriendo que “si por la noche hay llanto, por la mañana habrá gritos de alegría” (Sal. 30:5). Elías, David, Jeremías, Pablo, Martín Lutero, Spurgeon, Elena de White, y muchos otros hombres y mujeres de Dios no eran más que seres humanos frágiles, necesitados de su gracia. Pero también descubrieron que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad.

El propio Salvador Jesús enfrentó momentos de tristeza. Como “varón de dolores”, sabe lo que es padecer, y por eso es capaz de socorrernos en todas las situaciones difíciles. “En todas nuestras pruebas, tenemos un Ayudador que nunca nos falta. Él no nos deja solos para que luchemos con la tentación, batallemos contra el mal, y seamos finalmente aplastados por las cargas y las tristezas. Aunque ahora esté oculto para los ojos mortales, el oído de la fe puede oír su voz que dice: No temas; yo estoy contigo. Yo soy ‘el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos’. He soportado vuestras tristezas, experimentado vuestras luchas y hecho frente a vuestras tentaciones. Conozco vuestras lágrimas; yo también he llorado. Conozco los pesares demasiado hondos para ser susurrados a ningún oído humano. No penséis que estáis solitarios y desamparados. Aunque en la tierra vuestro dolor no toque cuerda sensible alguna en ningún corazón, miradme a mí, y vivid”.

Ante tan reconfortantes promesas, podemos estar seguros de una cosa: “Cuando la depresión se apodera del alma, eso no es evidencia de que Dios haya cambiado. Él es ‘el mismo ayer, y hoy y por los siglos’. Es posible estar seguro del favor de Dios cuando se es capaz de sentir los rayos del Sol de justicia; pero si las nubes envuelven el alma, no debemos creer que hemos sido abandonados. La fe debe atravesar las tinieblas. El ojo debe estar fijo en Dios, y todo nuestro ser se llenará de luz. Hay que tener siempre ante la mente las riquezas de la gracia de Cristo. Atesoremos las lecciones que proporciona su amor”.

“Conmigo sé”

Hay un poema, transformado en himno cristiano, de H. F. Lyte, que me gusta mucho. En verdad, es una oración que deseo compartir con usted:

Señor Jesús, el día ya se fue; la noche cierra, oh, conmigo sé; al desvalido, por tu compasión, dale tu amparo y consolación.

Veloz, el día nuestro, huyendo va, su gloria, sus ensueños, pasan ya; mudanza y muerte veo en redor. No mudas tú: conmigo sé, Señor.

Tu gracia, en todo el día he menester.

¿Quién otro puede al tentador vencer?

¿Qué otro amante guía encontraré? En sombra o sol, Señor, conmigo sé.

Que vea al fin, en mi postrer visión, de luz la senda que me lleve a Sion, do alegre cantaré al triunfar la fe: “Jesús conmigo en vida y muerte fue”.

Himnario Adventista, Nº 48