Mi nombre es Keila P. Marques, y estoy casada con el pastor Gerson B. Marques. Tenemos una hija y una nieta. Actualmente, trabajo en el departamento del Ministerio de la Mujer de la Asociación del Sur de Paraná, en la Rep. del Brasil, y mi esposo se desempeña como pastor en el distrito de Tatuquara, también en Paraná, Brasil. Este año cumplimos 22 años de casados. A lo largo de este tiempo, nos dedicamos a la obra misionera como capellanes, pastores de distrito y directores de departamento.
Soy muy feliz, y agradezco a Dios por la oportunidad de trabajar para él. Sin embargo, como ustedes bien saben, el ministerio no está constituido solamente de alegrías. Cuando decidimos hacer la voluntad de Dios, y más especí camente, trabajar para él, nos enfrentamos con muchos desafíos y pasamos por diversas di cultades. ¡Cómo no podría ser de otro modo! La seguridad que tenemos es que en este mundo tendremos a icciones, pero esto no debe desanimarnos, porque él, el Autor y Consumador de nuestra fe, ¡vence al mundo! Y es acerca de una de las más grandes di cultades que enfrenté durante mi ministerio que hoy quiero conversar contigo.
El 17 de abril de 2012, al regresar de una reunión de un Grupo pequeño de esposas de pastores, donde ya no me estaba sintiendo muy bien, sentí un fuerte dolor en el pecho y en la cabeza. Llamé a mi hija, pues ya tenía di cultades para respirar. Inmediatamente ella observó que yo había perdido la movilidad del lado izquierdo del cuerpo. Me llevaron a toda prisa hacia el hospital, donde me atendieron rápidamente y me llevaron a la sala de observación. Allí, escuché que la médica decía a los enfermeros que necesitaba con urgencia una cama en la Unidad de Cuidados Intensivos, pues una paciente había tenido un ACV. Al intentar ver quién era el paciente, ¡descubrí que era yo!
Entonces, me llevaron a la Unidad de Cuidados Intensivos. La médica conversó con mi hermano y con mi hija, quienes estaban conmigo, pidiéndoles autorización para un procedimiento. Mi marido estaba de viaje, y todavía no había llegado. Este procedimiento implicaba riesgos. Tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de revertir la parálisis, por otro lado, existía un setenta por ciento de probabilidades de que se me formara un coágulo en el cerebro, que me llevaría a la muerte. Mi hermano y mi hija rmaron la autorización. El momento más difícil para mí fue el de ver a mi hija abandonar la Unidad de Cuidados Intensivos llorando. Quedé pensando en si le habría enseñado todo lo que ella necesitaría a n de ser una persona de valor y, principalmente, una ciudadana del Reino de los cielos.
Después de tres días en la Unidad de Cuidados Intensivos, Dios operó un milagro en mi vida, al revertir la parálisis sin dejar secuelas, cosa que nunca antes había visto. Este fue el primer milagro por medio del cual pude testi car a los médicos del hospital. Sin embargo, el problema no terminó ahí. Al investigar la causa que me había provocado el ACV, pudieron constatar que tenía Lupus Coagulante, enfermedad autoinmune que provoca que las defensas inmunológicas destruyan los tejidos del propio organismo. A partir de allí, siguieron tres años durante los cuales viví momentos de mucha angustia. De vez en cuando, volvía al hospital con los mismos síntomas y con la sensación de que mi vida terminaría allí.
Entonces, comencé a orar a Dios, pidiéndole un milagro, pues aquella enfermedad no solamente estaba destruyendo mi cuerpo, sino también me estaba destruyendo íntegramente. Durante esos tres años, en medio de las luchas Dios nos dio muchas alegrías; entre estas, el nacimiento de mi nieta, lo que provocó que clamara, aun con más fervor, pidiendo una plena recuperación.
En el mes de julio de 2015, la clínica adventista local convocó a los obreros para hacerse un chequeo general. Pasamos toda la mañana haciéndonos exámenes, y en horas de la tarde obtuvimos los resultados; solamente faltó el resultado del examen referido al Lupus (FAN), que demoraría veinte días en estar listo. Después de todos esos días, recibí un correo electrónico que informaba que mi examen tendría que ser hecho nuevamente. Estaba participando del encuentro de AFAM, cuando recibí otro comunicado de la clínica. Sin coraje para abrirlo, se lo mostré a una amiga que estaba a mi lado, y ella me insistió en que lo abriera. Y entonces, para honra y gloria de nuestro Dios, ¡el resultado fue negativo! ¡Estaba curada!
Cuando cuidamos de “las cosas de Dios”, ¡él cuida de lo que es nuestro! Nuestros intereses son importantes para él. Ora con fe y espera en Dios. Si no te diera la victoria, ¡ciertamente te dará las fuerzas para enfrentar las di cultades!
Concluyo, diciendo que Dios es bueno todo el tiempo, ¡y todo el tiempo de Dios es bueno!