El concepto bíblico de “alma”

En general las personas educadas no se ponen a discutir sobre cuestiones de nomenclatura. Con todo, convengamos que a veces hay cuestiones que deben aclararse, ya que un error en ciertos temas puede tener (si es que las hay[1]) consecuencias relevantes.

Pretendo aquí que quede claro cuál es la concepción bíblica de “alma”, para que podamos compararla con la que tenemos, o aún con lo que me dice la Real Academia. Si coinciden, no hay conflictos. Si no, es decir, si ambas concepciones difieren, lo primero que creo debe hacerse, es revisar un poco ambas fuentes, y decidir a quién creer: si a esa nuestra concepción (que puede estar sustentada en tradición familiar, eclesial, o intelectual); o a la revelación.

Quizá suene irrelevante hablar de presuposiciones, pero creo que es honesto poner en claro los puntos de partida que afectarán irremediablemente las conclusiones de este breve ensayo.

El tema es que suelo leer a la Biblia Hebraica, como así también a los escritos neotestamentarios como “Palabra de Dios”, y por lo tanto no la tomo meramente como si fuera el mero reflejo de la cultura de un pueblo, sino como una fuente de axiomas que ponderan toda afirmación. Eso hace que no solamente encuentre interesante el tema de la antropología bíblica, sino que también la adopte como verdadera, y por lo tanto le crea.

Esa es la principal razón por lo que los conceptos que voy a verter a continuación son, además de curiosos, verdaderos para mi.

Conviene ahora entonces, que señale algunas de las premisas que uso conmigo mismo, y por lo tanto no espero que todo el mundo piense igual que yo al respecto, pero creo que es básico que las mencione: (1) toda idea que tenga un soporte en la revelación, la tomo como “verdadera”; (2) todo lo que no entre en conflicto con la inspiración profética, pero que no pueda ser sustentado de todas formas con ella, como “materia opinable”; y (3) todo lo que abiertamente la contradiga, como “falso”.[2]

También he descubierto que siguiendo una hermenéutica adecuada, toda exégesis que provenga de textos (aún los “conflictivos”) no contradecirá al mensaje bíblico; en el cual (si bien distingo decenas de aparentes contradicciones) veo una unidad de criterio que francamente nunca ha dejado de sorprenderme, teniendo en cuenta los casi 1500 años que llevó la escritura de la Biblia, y a sus más de 40 autores, provenientes de tan diferentes estratos sociales.

Queda claro entonces que todo lo que asuma como indisputablemente verdadero tendrá un respaldo bíblico. Espero ser claro a los oídos del lector. Yo estoy de acuerdo en que no hay que matar a un semejante porque piense en forma diferente a lo que “yo pienso” que es la verdad. Es decir, creo firmemente en que existe el derecho a estar equivocado. La aceptación a la verdad no debe forzarse en sentido alguno, y toda coerción dirigida en esa dirección la desprestigia. Simplemente tomo a la Biblia como una guía personal, y aconsejo a los que me rodean a que me imiten, pero no es el plan de Dios el imponer cosa alguna al hombre[3] y mucho menos eso es algo que nos competa a nosotros.

Por ejemplo, he leído a muchos autores con ideas muy lúcidas e incluso atractivas (Dawkins, Reeves, Prigogine, Hawking, Sagan, Asimov, Massúh, Einstein, Bergson, Leibniz). Admito además que muchas de sus conclusiones aún suenan bien a mis oídos, pero es un hecho que algunas de ellas entran en conflicto con la revelación.[4] Como puede notar, ella es mi guía (a la que considero (a pesar de las aparentes contradicciones arriba mencionadas) objetiva), la que me hace descartar hipótesis, y abrazar otras. Sin ella, y aún teniendo como herramienta la tan preciada razón, personalmente me sentiría perdido (el mismo Salomón nos dice que nuestro sentido común está desacreditado. Dice él: “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte”, Proverbios 14:12; 16:25).

Es decir, puede considerárseme un conservador; pero me halagaría que se me viera como un conservador sano que continuamente se pregunta si está en lo correcto. En eso, en preguntarse si realmente está uno en lo correcto, creo que está la base de toda honestidad intelectual. Todo lo demás es ridículo capricho; infantil obstinación; (auto)imposición que a veces se disimula con el tan manoseado: “hay que aceptarlo por la fe”, o con dogmas.

Estas conclusiones, en suma, son de mi creencia, no un dato más. Ojalá que el lector, al terminar de reflexionar sobre estas líneas sienta que valió la pena al menos el tiempo que le llevó leerlas. Y mi satisfacción será doble si, en el supuesto caso que disienta en algún punto, lo crea digno de refutación, y comparta sus conclusiones conmigo.

La primer mentira

Dios, autorevelado como Creador, manda recordar al hombre su verdadero origen a través de la observancia de un día de reposo (Shabbat), memorial de la creación (Génesis 2:1-3; Éxodo 20:8-11; Apocalipsis 12:6-12). Cada siete días, la humanidad debía acudir a la adoración del Dios Creador. Así, con una periodicidad semanal, el hombre reconocería que “Jehová es Dios, él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos” (Salmo 100:3), y lo haría por toda la eternidad (Isaías 66:22-23)

El hombre cayó en pecado.[5] Ese estado pecaminoso fue causa de hechos terribles. En primer lugar, el pecado garantizó (desde Edén hasta hoy) la separación de Dios (Isaías 59:2), la enemistad entre él y nosotros (Isaías 63:10), y por consiguiente la muerte (qanatoV, Romanos 6:23). Este es el punto. El hombre es mortal. Esa es una condición que heredamos del Primer Adán. Esos son los problemas que el Cristo vino a solucionar. Y fue justamente la última de las consecuencias arriba mencionadas (la muerte), lo que el enemigo de Dios (un ser personal (un ángel caído, dice Isaías 14:12 y Ezequiel 28) conocido como Lucifer, transformado en Satanás) quiso disimular.

La primera mentira del “padre de la mentira” (oti yeustehV estin kai o pathr autou, dice Juan 8:44) fue que la desobediencia a Dios no les garantizaría (como les dijera el Creador) la muerte (Génesis 3:4). No, todo lo contrario, “no moriréis” fue el argumento de la Serpiente Antigua que el Apocalipsis identifica como Satanás (“o ofiV arcaioV, o kaloumenoV DiaboloV kai o SatanaV”, Apocalipsis 12:9; 20:2); “sino que lo que va a suceder es que serán como Dios, conociendo el bien y el mal” (vea el relato de Génesis 3:1-6). Sí, en cierta forma fue verdad que iban a ser como Dios en el sentido de que conocerían el bien y el mal (Génesis 3:22), pero también es cierto que nunca más distinguimos la diferencia. Esa es la razón por lo que arriba dije que mi sentido común está desacreditado: tenemos nociones intuitivas de lo que está bien o mal (además, cualquier persona mentalmente sana, valora el bien por sobre el mal); pero dichas nociones son siempre difusas.

Pero en realidad, lo primero que quiero puntualizar es que el padre de la mentira fue el primero en contradecir a Dios, y el punto principal de la contradicción fue que cuando Dios había dicho que el pecar traería como consecuencia la muerte (hecho que aparece claramente en Génesis 2:16-17), Satanás dice “no moriréis, sino que seréis como Dios, conociendo el bien y el mal”.

Así, es posible inferir que afirmar que el hombre es inmortal es (desde el punto de vista bíblico que, insisto, es para mi un criterio de distinción, la única herramienta fiable para distinguir objetivamente un error de la verdad) una mentira. Más bien, es un reflejo de la primer mentira de la que tengamos registro: la primer mentira del enemigo de Dios.

Ahora bien, quizá esta sencilla exégesis suene un tanto extravagante, o quizá difusa, poco contundente. Sin embargo, veremos a continuación una serie de textos que apoyarán la tesis de que si bien el hombre fue creado en una condición de inmortalidad condicional (sujeta a la obediencia); hoy, en el contexto del pecado que alcanza corporativamente a la humanidad toda, el hombre es un ser de condición mortal incondicional (no importa lo que hagamos o dejemos de hacer; seamos buenos o malos: todos morimos; la muerte nos alcanza a todos).

 Veremos también, cómo esto se vincula con el concepto de “alma” que presenta la Biblia.

Antropología bíblica

“Alma” en el AT y en el NT. El primer texto bíblico que nos da detalles sobre la vida humana, lo encontramos en Génesis 2:7, donde Moisés escribió que “Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser (hebreo, nefesh[6]) viviente”. Siglos más tarde, y citando a este versículo, San Pablo dice directamente: “Fue hecho el primer hombre Adán alma (griego, psyjé) viviente” (“Adam eis Yuchn zwsan”, I Corintios 15:45).

Evidentemente, el término yuch, es tomado por Pablo en este texto como el vocablo griego equivalente al término hebreo “nephesh”. Esto es bastante más general, ya que dicho intercambio no es un reconocimiento solamente paulino, sino que también, y en general, toda vez que algún texto veterotestamentario dice “nephesh”, la LXX (Septuaquinta o versión de los Setenta, traducción griega del Antiguo Testamento que fuera popular en el cristianismo primitivo) traduce “psyjé”.

Si la Biblia presenta entonces, una unidad de criterio, entonces es claro[7] que tanto psyjé (en el NT), como nefesh (en el AT), se refieren a la misma entidad. Los traductores lo utilizaron como vocablos intercambiables, como equivalentes, como sinónimos.

Ahora bien, bíblicamente, ¿qué es el nefesh (o psyjé)?

Este es el momento de quitarnos todo prejuicio y reajustar los preconceptos. Quizá resulte novedoso lo que veremos a continuación.

Alma y espíritu no es lo mismo. Notemos en primer lugar, que el registro sagrado no dice que Dios sopló en la nariz del hombre un “alma”. Él sopló en la nariz del primer hombre el “aliento de vida” y entonces (es decir, luego) “fue el hombre un ser (alma) viviente”. Notemos también que no dice que el hombre llegó a ser un alma (o ser) inmortal.

Como puede inferirse fácilmente, según Génesis 2:7, la vida del alma es consecuencia de la unión entre el polvo de la tierra y el aliento de vida (neshamáh); y no hay evidencia bíblica alguna que sugiera que esa vida precede a dicha unión.

Por otro lado, hay una palabra sinónima a neshamáh, que es el vocablo hebreo “ruaj”, que se traduce a veces “espíritu” en RV, y “pneuma”[8] en la LXX. Como era de esperarse, ni a uno ni a otro se le asigna en parte alguna (aparece 379 veces en la Biblia) la capacidad de existir independientemente del cuerpo humano, o identificada como una entidad inteligente.

Así, es fácil deducir que el alma, según el texto arriba mencionado, tiene un comienzo, no es eterna. Hubo un momento en el que “no era”.

Antes de ser creado, Adán no existía. Antes había polvo, pero eso no era Adán. Dios tenía vida antes de crear al hombre, pero eso no era Adán.[9] Es la combinación lo que hace que el hombre exista, y por lo tanto, el alma viviente es un ente compuesto por el cuerpo físico, y la vida de Dios (quizá debemos aclarar que tanto la palabra neshamáh como ruaj, son traducidas de diferentes maneras en la Biblia: espíritu, hálito, aliento, viento; vea el lector Job 33:4; Isaías 2:22 ; 1 Reyes 17:17)

Ahora bien, continuando en la misma línea de pensamiento: ¿qué sucede en la muerte? ¿Qué pasa cuando la vida desaparece? ¿qué sucede con el alma?. Veremos claramente que el alma, en el sentido bíblico, deja de existir en la muerte.[10]

El alma en la muerte. Eclesiastés 12:7 dice: “Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu (soplo de vida) vuelva a Dios que lo dio”. Este versículo prueba que el alma deja de existir en la muerte física, ya que sin el cuerpo el alma no existe, puesto que el alma aparecía luego de una conjunción entre el cuerpo y el “neshamah” proveniente de Dios. La muerte es, como vemos en el texto, el proceso creador a la inversa. En la creación la “chispa” de la vida fue dada de parte de Dios (que es llamado “neshamah”, aliento; no “nefesh”, alma); en la muerte, la vida retorna a Dios. La muerte es la cesación de la vida. Al morir, el hombre deja de ser un alma viviente.

Sin la carne, no hay alma. Sin el “aliento” (no “conciencia”), no hay alma. Es que el hombre “es” un alma, no “tiene” una.

Un capítulo indiscutiblemente mesiánico, Isaías 53 (en realidad 52:13-15; 53:1-12), registra que el Siervo Sufriente (a quienes muchos judíos piadosos han identificado con el Mesías; y los cristianos, en la misma dirección, con el Cristo), derramó su nefesh (su vida, en el sentido bíblico, su “alma”) hasta la muerte (53:12).

Puede parecer sorprendente, pero a esta altura ya podemos plantear, la hipótesis de que la “inmortalidad del alma” no sea después de todo una idea bíblica.[11]

Para dar más peso a esta suposición, recordemos que en las Sagradas Escrituras, al hombre se lo llama “esto mortal” (I Corintios 15:53-54; Job 4:17; Romanos 6:12 “qnhtw umwn swmati”; II Corintios 4:11, “qnhth sarki hmwn”). Sólo se llama inmortal a Dios (I Timoteo 1:17, “afqartw”; 6:15-16, “aqanasian”). Es que él es el único que no depende de otro ser para su vida: el autoexiste, tiene vida en sí mismo (San Juan 5:26, “zwhn ecein en eautw”). Por eso sólo él puede darnos vida eterna (Juan 3:16, “ina paV o pisteuwn eis auton mh apolhtai all ech zwhn aiwvion”).

El Creador NUNCA nos dotó de inmortalidad natural. Como ya subrayáramos, el hombre era inmortal, pero condicionado a la obediencia. Mientras obedeciera, viviría para siempre (recuerde Génesis 2:8-9, 16-17). Desobedecer pondría en riesgo su vida.

Es que sólo si el pecador no es indestructible, el Señor “puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). El alma es vulnerable. El hombre podía morir: desobedecer sería fatal (de hecho, Dios habla de un fuego que se encenderá en el futuro y que consumirá totalmente “alma (nefesh) y cuerpo” (Isaías 10:8; Mateo 10:28). Es decir, el cuerpo puede morir naturalmente, al término de cierta cantidad de años, pero el alma (la persona, el destino final del ser) está sujeta a un juicio futuro, cuya sentencia puede ser la vida o la muerte eterna).[12]

La coherencia bíblica (no me cansaré de decirlo) impresiona: Romanos 6:23 dice que “la paga del pecado es muerte”[13] (“ta gar oywnia thV amartiaV qanatoV”); Romanos 3:23, que “todos pecaron (“panteV gar hmarton”), y están destituidos de la gloria de Dios”; Romanos 5:12, que “la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”(“Dia touto wsper di enoC anqrwpou h amartia eiV ton kosmon eishlqen kai dia thV amartiaV o qanatoV, kai outwV wis pantaV anqrwpouV o qanatoV dihlqen, ef w panteV hmarton”); Romanos 3:10, que “no hay justo, ni siquiera uno” (“ouk estin dikaios oude eiV”).[14]

El Señor lo repitió en otros textos, como Ezequiel 18:4, 20: “El alma (nephesh) que peca, morirá”.

Después de leer este versículo, es sorprendente que existan tantos cristianos que dicen creer en el registro bíblico, y aún así sostengan que tenemos un alma que no puede morir.

La inmortalidad del alma en el cristianismo

Al comienzo, Dios creó al hombre como un “ser viviente” (Génesis 2:7), y sin pecado (Eclesiastés 7:29). Como prueba de la sumisión humana a su voluntad,[15] el plantó el árbol prohibido en Edén (Génesis 2:9).

Pero entonces, ¿es posible rastrear de dónde surge la idea de que el alma es inmortal dentro del cristianismo, si no es de la Biblia?   Porque convengamos que hoy casi todas las religiones cristianas sostienen que el alma es una sustancia inmaterial, inmortal, creada por Dios. Es obvio que si el hombre está formado por un alma y un cuerpo, y la primera es autónoma en relación al segundo, ella continúe viviendo después de la muerte física. Ahora bien, hemos visto que eso no se deduce de las Escrituras. La pregunta es, ¿en qué se basan si no es en la Biblia?

Muchos autores entran en conflicto para responder esta pregunta. Nosotros hemos visto que el primero en argumentar tal cosa fue el propio Satanás. No puedo juzgar de otra forma que no sea “lamentable” el hecho de que aparezca un dogma (Decreto Unión de Eugenio IV, 1439) dentro del cristianismo que declare que las almas que abandonan sus cuerpos “en un estado de gracia, pero con necesidad de purificación, son purificados en el Purgatorio, mientras que las almas perfectamente puras son inmediatamente admitidas en la beatífica visión (presencial) de la Deidad, y los que mueren en efectivo pecado mortal, o meramente con pecado original, al instante son consignados al castigo eterno, la calidad del cual corresponde a su pecado…”[16]

No hay texto inspirado que explícitamente sirva de “soporte” a una idea semejante.[17] No sorprende entonces, que no haya una posición contundente y determinante respecto a la pregunta que nos hiciéramos.[18] El mismo compilador dice que “hasta que la cuestión fue establecida por decisión de Benedicto XI, en 1332, hubo mucha incertidumbre en cuanto a la suerte de los muertos durante el período entre su muerte y la resurrección general.”[19]

Que esta idea esté presente en la mayoría de las religiones protestantes, la revela como una doctrinas que los reformadores conservan como “herencia” del tronco católico del cual se desprendieron. Esto es desventajoso para el protestantismo en relación al catolicismo, ya que pone en manos de este último el argumento de la inconsecuencia de la reforma vinculado con la “Sola Scriptura”; que se suma a lo relacionado con temas como el día de reposo, el bautismo de los niños, etc.

Además, bien sabemos que muchas ideas platónicas[20] (en este sentido, también pitagóricas) entran a la iglesia por Agustín, en el siglo V.[21] Es un error anacrónico pretender que cuando la Biblia habla de “alma”, se refiere a la misma entidad que en general se piensa que es. Platón hoy es un clásico, pero no necesariamente para los lectores de entonces. Además, Moisés escribió en esos términos un milenio antes de que Platón naciera (aunque la idea de que “algo” sobrevive a nuestra muerte física estaba bien presente en la mentalidad egipcia con la que se relacionó Moisés los primeros 40 años de su vida. Para probar esto basta con ver cualquier libro de historia antigua).

La inmortalidad del alma en el judaísmo

Si rastrear dónde surge la idea de la inmortalidad del alma dentro del cristianismo es una tarea ardua, hacer lo propio en el judaísmo lo es aún más.

Que la inmortalidad del alma es una cuestión aceptada en el judaísmo moderno es un hecho. He asistido a varios kabalat shabbat (recepción de sábado) aquí en Santa Fe, a las dos sinagogas que hay en la ciudad; y en todos ellos hay una sección en la liturgia llamada “kaddish de duelo” (kddsh, signfica santificar), en la cual se ora por los muertos; y cuya copia incluyo al final.

He entablado conversación con quienes dirigieran la ceremonia, para saber si podrían informarme del origen de esta práctica; pero no tuve una respuesta segura que me ayude a descartar hipótesis, o a eliminar vanas especulaciones.

En cambio, me dijeron que aceptar la inmortalidad del alma no era un dogma de fe (es decir, uno puede no creer en tal cosa, y seguir siendo un buen judío; ya que no es una doctrina que tenga el peso de, por ejemplo, el monoteísmo, la circuncisión o el reposo sabático), pero sí una creencia milenaria.

Todos los eruditos con los cuales consulté (incluyendo fuentes tanto católicas como judaicas en Internet) me dijeron que es sin duda una influencia helénica que quizá se sedimentó con Filón de Alejandría,[22] u otro pensador importante, influenciado a su vez por neoplatónicos tales como Plotino, o su prosecutor Porfirio.

El hecho de que esta concepción no sea una idea bíblica, hace que no venga “desde siempre” dentro de la teología judaica. Queda para mi como una materia pendiente el ver dónde, cuándo, cómo y porqué las influencias de ideas como éstas penetraron en el judaísmo. Realmente dudo que podamos fijar una fecha, intuyo que es el resultado de un proceso.

Lo que sí es claro, es que ya en tiempos intertestamentarios, la idea estaba presente en la mentalidad judía.

Conclusión

El hombre pecó (desobedeció, justamente I Juan 3:4 dice que el pecado consiste en el quiebre de la ley. Literalmente: “h amartia estin h anomia”[23]), y, conforme a la advertencia divina, murió. Dios mismo previó que fuera imposible que el hombre llegara a ser un pecador inmortal (Génesis 3:22-24).

Queda claro al menos lo que el alma NO es:

(1) No es una fuerza impersonal que da vida al cuerpo (concepto dinamístico[24]). No es una entidad espiritual consciente “separable” del cuerpo. En ninguna parte de la Biblia se emplea el vocablo “psyjé” para referirse a tal cosa.

 (2) No es el “hálito” vital, el cual está presente no sólo en el hombre, sino también en los animales. En la Biblia, hay otro vocablo para referirse a él (neshamah). Esa concepción se perdió de vista ya en los comienzos de la Edad Media. Es por eso que en latín, alma se dice (justamente, y note la contradicción): “animus”. Tal equivalencia semántica es inaceptable desde el punto de vista bíblico; es, entonces, un anacronismo.[25] En la misma Biblia hay otras opciones en las que veo un poco más de luz (vea por ejemplo Hechos 14:2, donde en el original reza “psyjé”, y algunas versiones castellanas (RVR, por ejemplo) traducen “ánimo”)

 (3) No es una “sombra” de la persona, como sostenían los etruscos (concepción personalística).

Queda claro además, que SÍ es el alma, según la Biblia:

“Alma” es sinónimo de persona.[26] Ser un “alma viviente”, no garantiza inmortalidad. En la Biblia, EN NINGUNA parte dice que algún ser humano haya dejado este mundo para existir después como un alma incorpórea, o espíritu, o espectro. Personalmente encuentro a ese silencio muy elocuente.

La realidad que nos presenta la Biblia es la de la esperanza en la resurrección de la carne; no de una entidad “espiritual”, inmediatamente después de la muerte.

[1]   Me refiero aquí al conocido argumento “del apostador”. Es posible que una moneda esté trucada invisiblemente para los ojos del apostador. Aún así, la falta de certeza hará que siempre le convenga tomar una decisión. Si apuesta entre cara o seca, tiene una posibilidad. Si no lo hace, nunca ganará, independientemente de si la moneda estaba trucada deliberadamente para hacerlo perder, o no.

[2]   Puede sonar taxativo, por lo que aclararé este punto. Se que pensar de la manera arriba descrita puede llevar a actitudes de las que me cuido bien de no caer. Por ejemplo, cierto fundamentalismo extremo puede inducir a alguien a negar toda conclusión que provenga de fuentes de conocimientos diferentes a la revelación y que aparentemente la contradigan (la ciencia, por ejemplo). No quisiera que se confunda esa actitud con obstinación (que es también deshonestidad). Creo que esa presuposición nos debe llevar a buscar alternativas, y no a dar portazos.

[3]   Como bien dice la inspiración: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días...” (Deuteronomio 30:19-20. La misma idea aparece en 11:26 del mismo libro). Como se ve, ni siquiera Dios se atreve a pasar por encima de nuestra voluntad, ¿cómo habríamos de hacerlo nosotros?

[4]   No me engaño. No creo poder criticar en un todo a esos pensadores con inteligencia. Sin embargo, espero que mi actitud no suene a testarudez. Es sólo que me repugna el sarcasmo con el que algunos de ellos (Dawkins, especialmente) hablan de todo lo que siquiera “se parece” a religión. Por momentos aparecen ciertos “hilos de Ariadna” dispuestos a sacarlos del laberinto evolucionista en el que a sí mismo se encierra. Lamento que no aprovecharan (como Teseo) las oportunidades.

[5]   Entiéndase por pecado a obras contrarias a la voluntad de Dios. Luego del pecado inicial, todos los seres humanos, evidentemente, fueron afectados por él de manera corporativa. Es claro que todos nacemos egoístas, sentimos cierta atracción hacia el error que (al menos en todos los casos por mi conocidos), tarde o temprano, irresistible.

[6]   De aquí en más lo señalaremos indistintamente como “nefesh”, o como “nephesh”. Este vocablo es traducido a veces directamente como “vida”, “alma” o “persona” (Éxodo 12:15; Levítico 23:39; 15:31; 11:43-44; Jeremías 11:43-44; Génesis 37:21), o “uno mismo” (Isa 1:13; 42:1). Otro ejemplo es el de Levítico 24:17: “El hombre que hiere de muerte a cualquier persona (nephesh), que sufra la muerte”. Otros versículos en los que se habla de la muerte del alma (nephesh): Números 23:10; 31:19; 35:11, 15, 30; Deuteronomio 22:26; 19:6, 11, 21; 27:25; Josué 10:28, 30, 32, 35, 37, 39; 11:11; Jueces 16:30; Job 36:14; Proverbios 6:32; Ezequiel 13:19; 22:27, 25; Salmo 40:14; Apocalipsis 6:9; 20:4. Incluso nephesh se muestra a veces en referencia directa a personas muertas (Levítico 19:28; 21:1, 11; 22:4; Números 5:2; 6:6, 11; 9:6-7, 10-11; 19:11, 13; Hageo 2:13).   Evidentemente, nephesh es un vocablo que decididamente no se refiere a algo inmortal.

[7]   No creo que sea equilibrado negar que algunos de los primeros lectores del Nuevo Testamento hubieran tenido el concepto platónico de “alma” (presente ya en los Pitagóricos, y otras escuelas egipcias). Con todo, EN NINGÚN LUGAR la Biblia habla de almas separadas de cuerpos (aunque distingue una cosa de la otra. Inmediatamente veremos cómo también distingue “alma” de “espíritu”). Esa es, insisto, una idea platónica, a lo sumo agustina, pero no rastreable en el registro bíblico.

[8]   Generalmente se designa como pneuma a todo lo inmaterial (o, para ser más exactos, lo “invisible”), cuyo efecto se ve en lo material (o, mejor, “cuyo efecto es percibible”). De esta palabra deriva “neumático”, por ejemplo.

[9]   Un ejemplo es el de la luz. La corriente no es la luz. La bombilla no es la luz. Pero cuando ambos se combinan, entonces aparece la luz. La luz (como la vida, como el “alma”) es resultado de una combinación.

[10]   De manera paralela, si desconectamos la corriente, la luz ya no existe (por más que la bombilla esté allí).

[11]   Entiendo que la conclusión puede ser apresurada, ya que estamos hablando de evidencias que no he encontrado, y el silencio nunca es concluyente. Con todo, he leído la Biblia de tapa a tapa más de un par de veces, y no he encontrado una idea tal. Puedo equivocarme, pero hasta ahora ninguno de los eruditos que consulté pudo demostrar el supuesto error.

[12]   Esto puede vincularse con la muerte primera (la que todos pasamos), y la muerte segunda (la eterna). La primera muerte tiene vinculaciones universales, salvo ciertas excepciones (Enoc, Elías); la segunda la sufrirán sólo aquellos que tomaron una decisión en favor del enemigo de Dios; cuando el pecador impenitente recibirá su castigo final. Otro detalle importante es la idea de que sólo hay dos veredictos (krima) posibles en el juicio (krisis) final de Dios: vida eterna o muerte eterna. No hay tal cosa como destinos intermedios.

[13]   Un tema interesante es que la paga (el salario, según las buenas versiones católicas) del pecado es la muerte. Notemos: no que la paga de la transgresión sea un tormento de duración eterna: la paga del pecado es un castigo de consecuencias eternas: la muerte. ¿Cómo entender un Dios de amor (I Juan 4:8) que por 70 u 80 años de pecado, castigue con una eternidad de sufrimiento?

[14]   Un versículo paralelo a éste último, es el de Eclesiastés 7:20; Salmo 14:1-3; 53:1, 3; I Reyes 8:46.

[15]   La relación con Dios que me permite conocerlo (y que según Juan 17:3, me garantiza la vida eterna), es uno de los temas teológicos que me resultan más interesante. Algún día podría comentar al lector sobre dicha relación, presentada en la Biblia (específicamente en Génesis 15:1-6) con un lenguaje que recuerda a los antiguos pactos feudales en los que se intercambiaba protección, dignidad y recompensa; por obediencia y sumisión. Implícitamente, ambas partes ejercían mutua confianza. Podría conseguir también los diferentes Midrash judíos en relación a ese pasaje mosaico.

[16]   The Catholic Encyclopedia. Tomo VIII, p. 550.

[17]   Recuerdo ciertos versículos de II Macabeos que hablan de la intercesión por los difuntos; pero sabrá el lector que II Macabeos, al igual que otros 8 libros (ahora incluidos en ciertas versiones castellanas de la Biblia) son llamados “apócrifos”, o “deuterocanónicos”, ya que no formaban parte del texto sagrado judío en los tiempos apostólicos; ni Jesús los incluyó en sus citas. Además, hay otra cuestión que es el argumento paulino. Pablo toma en Romanos diversos pasajes del libro de Sabiduría, algunos para sustentar sus (por momentos) profundos razonamientos, y otras veces, para desacreditarlo. Estamos entonces, ante libros de dudosa procedencia; que si bien pueden servirnos para ilustrar ciertas ideas judaicas de entonces, o además, como fuentes históricas testimoniales, no podemos elevarla (ya que ni los judíos de entonces, ni los de ahora, ni el mismo Cristo lo hicieron) a “palabra de Dios”.

[18] Esto nos lleva a pensar que el dogma sobre el tema tiene como base a ciertas suposiciones teológicas, o más bien filosóficas. Se leyó de allí en más con estos lentes, y se cree desde entonces que cuando la Biblia habla de “alma”, se está refiriendo a la ya mencionada entidad espiritual consciente que está en nosotros.

[19]   Ibíd, p. 551. La fecha (1332) es inexacta. La fecha es 1336, como lo declara el siguiente párrafo: “Puesto que era un teólogo erudito, estuvo como obispo, cardenal y papa, profundamente interesado en los debates académicos. El puso fin a la controversia sobre la debatida cuestión de si la Visión Beatífica era disfrutada antes o únicamente después del Juicio General. Juan XXII había defendido este último punto de vista y había provocado una vigorosa discusión. Ansioso de resolver la cuestión, Benedicto escuchó las opiniones de los que mantenían la teoría de la visión diferida, y, como una comisión de teólogos, dedicó cuatro meses a una investigación patrística. Sus labores terminaron con la proclamación (29/01/1336) de la bula ´Benedictus Deus´ que define la visión inmediata intuitiva que tienen de Dios las almas de los justos que no tienen faltas que expiar.” Encyclopedia Brittannica. Tomo III, p. 718. Este es un ejemplo notable de la falibilidad papal, tema sobre el cual nos extenderemos más adelante.

[20]   Hasta donde se, los presocráticos no tenían un verdadero concepto del alma, puesto que su “naturalismo” tomaba una sustancia física como principio universal de la vida. Según entiendo, es recién con Platón (dentro de la cultura griega) que se introduce la primera doctrina completa acerca del alma al afirmar él que era una sustancia inmaterial e incorruptible (léase, inmortal). La concepción cristiana, en general, es bastante afín a la de Platón. Recuerdo haber leído que justamente fue afán del medioevo el concordar el aristotelismo (según el cual el alma no puede subsistir a la muerte) con el principio de la inmortalidad; reconciliación que el Renacimiento probó, era imposible. Interesante también es la posición de Descartes, bien cerca de San Agustín, que la identifica con la “conciencia individual” que se vincula con el cuerpo en un lugar fisiológicamente bien definido. Tengo un par de libros al respecto (uno de ellos del brillante pensador alemán Max Scheler). También “Muerte, esoterismo y reencarnación”. Para Internet.   WWW.itaca.net/fm/default.htm#3. Cuando Justiniano (529 d.C.) cancela la Academia platónica ya en decadencia, el neoplatonismo cesa su independencia y se adentra en el cristianismo (tanto el occidental como el oriental). Ya Orígenes (padre de la iglesia muy citado, 186-254, cuyo antecesor más directo fue Clemente de Alejandría) compartía ideas hinduístas y budistas relacionadas con el tema de los ciclos cósmicos, y cuestiones como esas. Más tarde, en Constantinopla (553 d.C.), se condenó la presciencia de los intelectos, como una herejía, pero no la inmortalidad del alma en cuanto al futuro (ya la mayoría sostenía que el alma fue “creada” en algún momento del pasado, por lo que su existencia no podría extenderse indefinidamente hacia el pasado).

[21]   Es interesante chequear en la historia como influenció el paganismo en el cristianismo, en especial a partir del edicto de tolerancia del Milán (313 d.C.), decretado por Constantino. Recuerdo por ejemplo el cambio de santidad del sábado por el domingo (321 d.C.); más tarde la incorporación de imágenes a los recintos sagrados (práctica incluso condenada por el Pentateuco); las fechas consideradas hoy en día como “exclusivamente cristianas”, como la Navidad; etc. ¿Podrá ser la idea de la inmortalidad del alma, otra de las grandes influencias griegas a través de un pueblo que los superó política y militarmente, pero que se vio absorbido culturalmente por ellos, como el pueblo romano? La pregunta es sugestiva, lo reconozco, pero me siento tentado a decir “sí”. De todos modos, me gustaría contar con textos históricos más contundentes antes de afirmarlo terminantemente.

[22]   La enciclopedia católica lo admite al decir literalmente: “an important contribution to later Jewish thought was the infusion of Platonism into it by Philo of Alexandria. He taught the inmediately Divine origin of the soul, its pre-existence and transmigration; he contrasts the pneuma, or spiritual essence, with the soul proper, the source of vital phenomena, whose seat is the blood; finaly he revived the old Platonic Dualism, attributing the origin of sin and evil to the union of spirit with matter”.

[23]   El prefijo “a”, tanto en griego como en castellano significa “privativo de”, o “sin”. Nomos, es un vocablo griego muy utilizado en el NT, y que tiene algunos derivados castellanos (autonomo) y que significa “ley”

[24]   De dunamiV, “poder”, de allí quizá “dinamita”.

[25]   Algo similar sucede con la palabra “domingo”, que en latín se dice “Día del Señor”; y del cual, muchos pensadores mal informados, se basan para decir que Apocalipsis 1:7 se refiere al domingo. El error es más que evidente. Si se ha de probar tal cosa, deberán usarse evidencias de la época, no herramientas actuales, o posteriores al registro. Para entender qué significaba una palabra cualquiera en el siglo I d.C., deberíamos usar diccionarios de entonces, no los que tenemos ahora.

[26] Por eso el término “psicología” revela quizá un poco mejor la definición bíblica: “el estudio del alma”, “el estudio de la persona en sí”.