“El verdadero liderazgo significa que dejo de caminar delante de él y paso a caminar a su lado, hombro a hombro”.
Actualmente, el liderazgo es un asunto tan atractivo que legiones de libros, seminarios, y cursos de gradución y posgraduación acerca del liderazgo cristiano y el secular están disponibles para el que los quiera. Investigando en Internet acerca del término “liderazgo”, encontré que la palabra aparece en 154.199 títulos de libros, entre ellos: Liderazgo sin respuestas fáciles, Estrategias para liderazgo competitivo, Liderazgo fácil, Claves del liderazgo espiritual y Liderando en la iglesia. Me gustaría sugerir un título más y, así, habremos alcanzado los 154.200 títulos: “Liderazgo del vaciamiento”. ¿Qué clase de liderazgo es este? Es la clase que es resumida en una palabra de un versículo, acerca de una persona, en Filipenses 2:7. También podría ser llamado liderazgo del autovaciamiento, o liderazgo de movilidad descendente. La palabra griega del versículo 7 traducida como “se despojó” es kenosis. Algunas versiones la traducen utilizando la expresión “Se hizo nada”.
¿De qué se despojó Cristo? Se despojó de sí mismo. Note que Pablo dice que Jesús se hizo nada: una elección intencional y voluntaria. Que alguien se convierta en un líder que se despoja significa no buscar ninguna ambición egoísta, practicar la humildad en relación con otros y cultivar la misma actitud demostrada por Jesús: vaciarse de sí mismo, y convertirse en siervo humilde y obediente hasta la muerte. Para comprender mejor ese desafío, vamos a examinar todo el contexto de Filipenses 2:3 al 8.
La condición posmoderna
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:3-8).
Durante los últimos cincuenta años, muchas culturas han transitado en lo que los eruditos llaman Posmodernidad; es decir, la aventura cultural que se mueve más allá de la Modernidad. En su esencia, la visión modernista focalizó la razón; y la visión posmoderna, la relación. La autenticidad ha sido una palabra clave común a los posmodernos. Len Hjalmarson escribe: “Los posmodernos rechazan la autoridad en términos de posición, en favor de la autoridad en las relaciones. No absorben la jerarquía, tienden a reconocer la autoridad solo cuando es conquistada. No respetan a los líderes que están ‘sobre’, sino a los que están ‘entre’. Eso se alinea con la enseñanza del Nuevo Testamento acerca del sacerdocio de todos los creyentes y la enseñanza de Jesús en el sentido de que ‘el mayor entre vosotros será vuestro servidor’ ”.
Acerca de este asunto, entrevisté a Leslie, consejera de seminaristas de Teología, directiva inteligente, abierta y profundamente espiritual. Le pregunté cuáles eran las cualidades clave que le gustaría ver en un líder en el contexto posmoderno. Su respuesta: “El verdadero liderazgo significa que dejo de caminar delante de él y paso a caminar a su lado, hombro a hombro. Cuando intento ser ‘el líder’, los estudiantes no me siguen. Mi liderazgo tiene que estar basado en las relaciones, que llevan al respeto y a la confianza. No debo tener miedo de permitirles luchar con cuestiones de fe y explorar profundas cuestiones teológicas. La narrativa es importante; compartir la vida juntos es importante. El liderazgo espiritual es informal”.
También entrevisté a Steven, joven de mentalidad posmoderna, universitario, de 21 años. Cuando le pregunté cuáles eran las características que esperaba encontrar en un buen líder, a quien le gustaría seguir, su respuesta fue esta: “Honestidad: la presuposición posmoderna es que podemos ser engañados. La autenticidad y la integridad son esenciales. Alguien que sea iconoclasta, expresivo, que sea antiinstitucional, que haga lo que cree que es correcto […] que desafíe el statu quo. Alguien que no tenga miedo, que hable en el mismo nivel en el que estoy, que no hable conmigo de arriba hacia abajo. Que me trate como a un igual, un amigo; que se relacione conmigo”.
Liderazgo servicial
En 1977, Robert Greenleaf publicó un libro titulado Servant Leadership [Liderazgo servicial], con un notable subtítulo: “Una jornada por la naturaleza del poder y la grandeza legítimos”. En él, entendí que los líderes que se vacían también se convierten en siervos. Son líderes humildes, que se despojan de sí mismos: no reivindican sus propias ambiciones o sus intereses; se convierten en siervos, en sus actitudes hacia los demás.
El Evangelio de Marcos acentúa la idea del liderazgo que se vacía, expresándose en el servicio. Note lo que Jesús considera importante: “Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:42-45).
La palabra griega utilizada en este texto como “siervo”, se origina en las palabras diácono y ministro. El término está asociado con los mozos que sirven a las mesas y los subalternos que sirven a los reyes. “El que de vosotros quiera ser el primero, debe ser el siervo de todos”, enseñó Jesús. Aquí, la palabra traducida como siervo, algunas veces también traducida como “esclavo”, es la misma utilizada en Filipenses 2:7, pues los esclavos son siervos. Una cosa es practicar el liderazgo servicial y otra es ser un líder siervo. El ser traerá como resultado la práctica.
Liderazgo amoroso
¿Cuál es la cualidad que necesito poseer para ser caracterizado como líder servidor? Henri Nouwen responde con maestría: “Aquí, abordamos la cualidad más importante del liderazgo cristiano del futuro. No es el liderazgo ejercido sobre la base del poder y del control, sino un liderazgo de humildad, en el que el Siervo sufriente de Dios, Jesucristo, es manifestado […]. Estoy hablando de un liderazgo en el que el poder es constantemente omitido en favor del amor. Ese es el verdadero liderazgo espiritual”.
La característica suprema del liderazgo servicial gira en torno del amor. Puedo servir a las personas, pero no amarlas; por otro lado, no puedo amarlas y no servirlas. El punto máximo de la encarnación fue el amor demostrado por Dios. Él, “de tal manera amó al mundo, que dio a su Hijo” (Juan 3:16). Dios es amor. Recuerdo todavía cuando estaba en la Facultad y leí The Mark of the Christian [La marca del cristiano], de Francis A. Schaeffer. En aquella ocasión, esperaba encontrar alguna vislumbre especial o un profundo enunciado teológico acerca de la marca o el secreto de lo que realmente significa ser cristiano. Me sorprendí al descubrir que la marca del cristiano es el amor.
Creo plenamente en que el buen liderazgo servicial, fundamentado en el vaciamiento personal, estará marcado por el amor; pues el liderazgo es relación. El amor caracteriza las buenas relaciones. En verdad, las Escrituras dicen que la espiritualidad es relacional. Creo que somos espirituales en la medida en que amamos. Note estos textos: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gál. (thewellarmedwoman.com) 5:6). “Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gál. 5:22-25). El liderazgo espiritual, marcado por el Espíritu, será un liderazgo que ama. Cierto día, mi esposa, Gail, y yo estábamos en el jardín trabajando en sus canteros de flores. Yo estaba marcando el terreno, para instalar un nuevo cantero. Como sabrá, esa es una tarea en la que necesitamos cavar el suelo, cortar la madera y fijar clavos. Normalmente, no me gusta mucho este trabajo. Mientras trabajaba, ella preguntó:
–¿Por qué estás haciendo esto? Normalmente, tengo que insistir para que me ayudes en este trabajo.
Le respondí:
–Bien, estoy haciendo esto por ti. En lugar de hacer solo lo que quiero, necesito hacer también lo que quieres. ¡Eso forma parte del amor!
Cualquier cosa que elija hacer, que sea con mi esposa, mis hijos o liderando la iglesia, necesito escogerlo por amor.
Creo plenamente en que el buen liderazgo servicial, fundamentado en el vaciamiento personal, estará marcado por el amor; pues el liderazgo es relación.
El factor integridad
Kevin Mannoia escribe que el desempeño del liderazgo fluye del fundamento invisible del ser. Utilizando a Moisés y a Jesús como modelos de liderazgo espiritual, Mannoia presenta su tesis de que el proceso de reconstrucción de la integridad entre lo que alguien es y lo que esa persona hace induce al crecimiento como líder espiritual. A eso lo llama “formación de liderazgo”, centralizado en el “factor de la integridad”: el equilibrio entre la identidad y el desempeño.
Para Mannoia, el fundamento in- visible del liderazgo puede ser comparado con la parte invisible (cerca del 80%) de un iceberg bajo las aguas, que da estabilidad al 20% visible. Si me concentro en mi fundamento invisible del carácter, eso ejercerá una influencia dramática en mi conducta como líder o si no actuaré fuera de mi identidad. Según Mannoia, el fundamento y la identidad del liderazgo cristiano son formados por el autovaciamiento, la humildad y la disposición a servir, según es descrito en Filipenses 2:5 al 11.
Hay ocasiones en que me siento como si estuviese participando del juego pastoral: me coloco una más- cara personal de felicidad en el rostro, intento ser agradable con todos, transpirar pasión por la causa de Dios, captar la visión para la formación de discípulos y exhibir señales e indicadores clave, de manera que las personas sean llevadas a notar que “estoy haciendo mi trabajo de líder”. Pero, en verdad, estoy ocultando el hecho de que mi vida personal, familiar y espiritual es como la caverna llena de serpientes en la que cayó Indiana Jones en la película “En busca del arca perdida”. Entonces, leo libros acerca del liderazgo y luego comprendo que mis luchas son una copia de las que Pablo enfrentó (Rom. 7:15-19).
Por otro lado, me siento seguro de que, cuando mi identidad y mi des- empeño están alineados, disfruto los sentimientos que la libertad y la plenitud pueden ofrecer. Pero, también hay ocasiones en que tengo que predicar, enseñar, aconsejar o dirigir reuniones con grupos de dirigentes, solo para ser sorprendido por el deseo de estar en casa y olvidar las dificultades, sabiendo que mi vida y mi doctrina no se casan (1 Tim. 4:16). Recibo algún alivio, percibiendo que Pablo enfrentaba semejantes conflictos, cuando leo: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Rom. 7:15- 19).
Recientemente, estuve reflexionando acerca de lo que significa ser un líder que se vacía: cómo puedo experimentar Filipenses 2 en la práctica y cómo puedo descubrir formas a través de las cuales pueda renunciar a mis ambiciones y redireccionar mi agenda. Estoy reflexionando acerca de lo que significa ser un esclavo y siervo para mi familia, mis amigos y mi rebaño. Eso no significa solo practicar liderazgo servicial, sino ser, ante todo, un líder servidor. Jesucristo fue el mayor líder que haya existido, y Dios lo recompensó por el hecho de ser un Siervo que se vació a sí mismo; que lo entregó todo en el camino hacia la Cruz. Note las palabras de estos versículos: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11). ¡Fantástica recompensa para alguien que se anonadó (Fil. 2:7)!
Reflexione por un momento acerca de todo lo que incluye el hecho de que Jesús haya dejado su lugar de gloria eterna: convertirse en un cigoto en el vientre de una joven de Israel, desarrollarse como feto en ese vientre durante nueve silenciosos meses. Luego nacer, mamar del seno materno, mientras ensuciaba algún tipo de tejido que pudiese servir de pañal en esos días, crecer como niño y como adolescente (¡imagine a Jesús con 16 años de edad!). Finalmente, se convirtió en adulto, ejerció el ministerio que le fuera confiado y fue crucificado en una burda cruz romana. ¿Cuánta fe se requiere para transitar ese camino de autovaciamiento, servicio y entrega? Arturo Toscanini fue un famoso músico italiano director de orquesta, especializado en las obras de Beethoven. Cierta noche en Filadelfia, Pensylvania, Toscanini dirigió la Orquesta Sinfónica de Filadelfia, en un programa que incluyó la Novena Sinfonía; una de las piezas musicales más difíciles de ser dirigida. La música era tan majestuosa y envolvente que, cuando terminó, la audiencia aplaudió largamente. Toscanini tomó su batuta, se inclinó tantas veces como fueron necesarias ante los aplausos, señaló a la orquesta, y sus componentes también se inclinaron. La audiencia continuó batiendo sus palmas y ovacionando. Los miembros de la orquesta se miraban, sonreían y respondían con palmas. Finalmente, Toscanini dio sus espaldas al público y habló a los miembros de la orquesta: “Señoras y señores, no soy nada. Ustedes no son nada. ¡Beethoven es todo”!