Le doy una mirada retrospectiva a mi pasado, y traigo a mi memoria los primeros años de estudios teológicos realizados por mi esposo en la Universidad Adventista de Bolivia. Y, de una manera muy especial, me acuerdo de verlo salir de casa de mañana, dispuesto a aprovechar cada oportunidad de aprender y crecer; sin embargo, poco a poco, comencé a sentir que me estaba quedando atrasada. No era la adquisición de conocimientos teológicos lo que me preocupaba, sino el hecho de encontrar mi propio ministerio.
Yo seguía con la inquietud de saber qué haría cuando nos enviaran a una iglesia. Ese sentimiento se debía al hecho de que, en reiteradas ocasiones, yo había oído con respecto al estereotipo de la esposa de pastor. Una lista de requisitos o de cualidades que la esposa “ideal” de un pastor debería poseer. El “modelo” clásico (ya viví esto) es oír la pregunta: “¿Tocas el piano?” “¡No! No toco el piano”. Ya que existe una tremenda rivalidad entre un pentagrama, con todas sus blancas, negras, corcheas… y yo.
En cierta ocasión, la esposa del entonces presidente de la Unión Boliviana nos visitó en una de las reuniones de la AFAM, y presentó el tema que me llevó a reflexionar y aclarar mis ideas. Ese tema me hizo recobrar el valor de SER YO MISMA. Dios me había llamado para servir al lado de mi marido, con mis virtudes y defectos. A mí, con diez, cinco, o con un talento. Es verdad que yo no sabía tocar el piano; no sé si tal vez alguna vez, o nunca, aprenda. Sin embargo, Dios me había dotado con otros intereses, otras habilidades, otros dones, y estaba dispuesta a entregarlos en sus manos para que fueran perfeccionados por él, multiplicados y usados de acuerdo con su voluntad. Dios nunca me decepcionó.
A los 19 años, ingresé en el Club de Conquistadores y no me alejé de ese ministerio. Encontré mi lugar para servir y, a través de él, aprendí muchas otras cosas que me han ayudado a desarrollarme todavía más en esta y también en otras áreas.
Me casé a los 21 años y, junto con mi esposo, brillábamos de orgullo con nuestro uniforme el día de nuestro casamiento civil. Mi casamiento, la educación de nuestros hijos (ya a partir del momento en el que estaban en el vientre), nuestras actividades familiares y pasatiempos, y nuestro estilo de vida, habían sido in uenciados y bene ciados por el Club de Conquistadores.
Hace 28 años que encontré mi ministerio, y soy feliz por servir y crecer como una hija de Dios. (Durante este año, si Dios lo permite, obtendré mi Máster Avanzado. ¡¡¡Sí!!!). Actualmente, servimos en la República Oriental del Uruguay. Soy directora del Club Cimarrones de la Iglesia Central de Maldonado. El Club se ha formado hace un año, y tenemos la gran alegría de haber llevado a ocho Conquistadores al bautismo. ¡Dios sea alabado! En este año, iniciamos las clases bíblicas en las unidades que están funcionando como Grupos pequeños, en el horario de las reuniones del Club.
“Todo lo que me vino a la mano para realizar, lo hice de acuerdo con mis fuerzas”, y con amor, “como para el Señor y no para los hombres”. En este país, en esta sociedad rotulada como atea, sueño con ver más vidas transformadas y líderes preparados para servir al Señor hasta que él venga.
¡Muchas gracias, amado Padre, por haber podido encontrar mi ministerio!