¿Por qué es importante el Santuario celestial?
La discusión sobre la significación del Templo celestial necesita examinar la naturaleza de Dios, su interacción con la creación, y lo genuino de esta rela¬ción. La interacción divina y su presencia en la creación son temas teológicos profundamente significativos, y el Templo celestial juega un papel clave para comprenderlas.
1 . La naturaleza de Dios: Dios es único. Todo lo que está en el universo pertenece a la esfera de lo que ha sido creado, pero no es así con él. Los teólogos se refieren a esta dimensión de Dios como su trascendencia; en otras palabras, se encuentra por encima y en forma independiente del cosmos. La creación no puede contenerlo (1 Reyes 8:27). Respecto de la creación, por naturaleza, Dios es el distante. La creación no emanó de él, sino que Rego a la existencia por medio de su palabra; se encuentra fuera de él. Dado que Dios es vida en sí mismo, nada de la naturaleza puede contribuir a su existencia. Tampoco necesita nada de ella para preservarse. La naturaleza es el hábitat exclusivo de las criaturas finitas.
Aunque Dios es por naturaleza trascendente, por elección es el siempre presente. Los teólogos se refieren a esto como la inmanencia divina; Dios está presente en su creación. Es un rechazo del deísmo, según el cual Dios creó el universo para abandonarlo a su antojo. En ese caso, Dios sería un creador absolutamente ausente. El Dios inmanente aparece descrito claramente en Génesis 2, donde se lo describe como un Dios activo al momento de crear a Los seres humanos. El Dios bíblico condescendió a vivir cerca de sus criaturas, dentro del espacio que creó para ellas. La creación es una expresión de su amor.
2. La cercanía de Dios: Ahora necesitamos pregun¬tarnos: ¿De qué manera está presente Dios en su creación? Se han dado respuestas diversas, y a veces complejas, a esta pregunta. Una de las más comunes habla de la omnipresencia (Dios está en codas partes). Esta respuesta se aproxima a la herejía del panteísmo, que afirma que Dios es un ser impersonal que penetra en todo y que, por lo tanto, todo es en esencia divino.
El Dios de la Biblia, sin embargo, es una persona. La Biblia habla de la omnipresencia de Dios en el sentido de que nada dentro del cosmos se lleva a cabo fuera de su presencia y en total independencia de sus acciones. Esta comprensión de la omnipresencia asume que él está en todos lados porque él está en un lugar en particular. Se ubicó a sí mismo en el espacio de sus criaturas, en un lugar específico. El Dios trans¬cendental llegó a ser el Dios inmanente al ingresar a nuestro espacio en un lugar en particular. Al describir lo que se pro¬dujo en el comienzo, el salmista declara sin ambages: «Firme es to trono desde siempre; tú eres eternamente» (Sal. 93:2). «Jehová estableció en los cielos su trono y su reino domina sobre todos» (Sal. 103:19). Para el salmista, el trono de Dios se encuentra en el Templo celestial (Sal. 11:4). El único frag¬mento del espacio donde lo infinito y lo finito se entrecruzan, y donde la cercanía de Dios puede ser vista y experimentada por sus criaturas inteligentes, es lo que llamamos el Templo celestial. Su majestad y grandeza siguen siendo misteriosas e inimaginables para nosotros. El Templo celestial es tan antiguo como la misma creación.
3. Un templo real: El Templo celestial no es un detalle incidental de la teología bíblica, o una especulación innece¬saria. Es un lugar real que revela el carácter personal de Dios y el intenso amor que siente por sus criaturas. No fue hecho por manos humanas, sino por un acto único de la creación divina. Su realidad es afirmada por el hecho de que es un centro cósmico de adoración para innumerables seres inteli¬gentes (Sal. 89:5, 6; Dan. 7:9, 10; Apoc. 4:2-7), y el centro del reino cósmico de Dios (Sal. 103:19). Desde allí, el Señor revela su voluntad a sus criaturas (Sal. 103:20, 21). Desde ese lugar majestuoso, Dios obra para resolver el conflicto cósmico por medio del juicio (Sal. 11:4-6; 33:13-15). Desde allí, desciende y libera a su pueblo de la opresión del enemigo (Sal. 18:6-9, 16, 17), otorga el perdón de los pecados (1 Rey. 8:30, 38, 39), y bendice y justifica a su pueblo (Deut. 26:15; 1 Rey. 8:32). En ese espacio único, Cristo ministra por nosotros ante el Padre (Heb. 7:25). Por medio de Cristo, Dios vino a nuestro mundo pecaminoso, y hemos experimentado su cercanía salvífica (Juan 1:14).