Evolución: ¿cristiana? ¿científica?

Porqué no evolución

            Problemas en aceptar un evolucionismo cristiano

            El docetismo en el cristianismo: la razón teológica que levanta la barrera

¿Qué es una hipótesis científica?

Composición de ideas rivales

            El equilibrio puntuado

Introducción

            El 22-10-96 el papa Juan Pablo II, hablando en francés al plenario de la pontificia Academia de las Ciencias, tuvo algunas expresiones que llamaron mucho la atención de la prensa oral y escrita, y que han sido diversamente traducidas, ni qué decir que también diversamente interpretadas. Según el diario La Nación del 24 de octubre, el papa hizo referencia a la encíclica Humani Generis de Pío XII en 1950, la cual “consideró la doctrina del evolucionismo como una hipótesis seria, digna de una reflexión profunda, al igual que la hipótesis opuesta. Hoy, casi medio siglo después de la encíclica, nuevos conocimientos llevan a reconocer en la teoría de la evolución más que una hipótesis”.[1]

            Esto, para los periodistas especializados de La Nación, implicaba que la iglesia católica admite la teoría de la evolución. Sin embargo, esa traducción fue posteriormente corregida como sigue: “Nuevos conocimientos llevan al reconocimiento de más de una hipótesis en la teoría de la evolución”. Más adelante la misma disertación papal sostenía que conviene hablar de las teorías de la evolución, en plural, distinguiendo las teorías materialistas e incrédulas de las teorías espirituales y creyentes.

            Más allá de qué es lo que en realidad haya dicho el papa, es interesante con cuánto entusiasmo fue acogida la idea de que la teoría de la evolución es ya “más que una hipótesis”. Sería interesante repasar qué cosa es una hipótesis científica y qué títulos posee lo que el papa llama “la doctrina de la evolución” para ser considerada una hipótesis, o más que una hipótesis, o menos que una hipótesis científica.

Porqué no evolución[2]

            Como cristianos nos parece imposible una doctrina creyente de la evolución, por el efecto que tiene esa idea sobre la doctrina de la fe.[3]

No es posible un cristianismo sin Cristo, ni un Cristo que no sea el Redentor del mundo. La idea misma de redención consiste en rescatar al caído. El concepto bíblico de la problemática humana es que Dios hizo al hombre recto (Eclesiastés 7:29), pero el hombre por su propia voluntad se rebeló contra Dios y se precipitó en una caída moral de la que Cristo vino hace 2000 años a redimirlo. Cristo hoy está sentado a la diestra de Dios, dando tiempo a que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3 :9), pero llegará el día de su segundo advenimiento, en que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos (2 Timoteo 4 :1). Aquellos que sean aprobados en su juicio participarán de los tiempos de la restauración en todas las cosas como eran al principio de la creación de Dios (Hechos 3 :21). Este breve resumen cubre el pasado, presente y futuro de la humanidad tal como lo presentan las Sagradas Escrituras.

¿Cómo podría compaginarse este mensaje bíblico con la doctrina de la evolución? Si el ser humano procede de formas inferiores de vida, o para decirlo sin tapujos, si el hombre desciende de seres simiescos, ¿de qué perfección original está hablando la Biblia? Cualquier defecto moral todavía presente en el hombre sería más bien una tara de su pasado brutal, no una caída desde un nivel más elevado. El hombre en la doctrina de la evolución, lejos de constituir un ser caído, es un ser en progreso.

Por supuesto, esto desjarreta la doctrina de la redención. Sin caída no hay necesidad de redención. A lo sumo de alguna ayuda para continuar el ascenso. Nada especial, entonces, ocurrió en el pasado, y por lo tanto la obra de Jesucristo en el Calvario tampoco sería nada especial ni crucial en la existencia de la humanidad. ¿Cómo hablar de un evolucionismo cristiano, si esta doctrina se opone a la idea de un Cristo redentor?

Ni qué decir que tampoco hay que esperar nada especial en el futuro, sólo la continuidad de la historia de progreso que viene llevando el hombre desde siempre. Mucho menos que Dios restaure todas las cosas al estado en que se hallaban en tiempos remotos. Desde el punto de vista de la doctrina de la evolución, eso sería una espantosa regresión. ¿Cómo ser adventista o aún cristiano y evolucionista al mismo tiempo?

Un momento, dirá alguno, hay un evolucionismo cristiano que trata de compaginar todas esas doctrinas. Sí lo hay, pero tiene que pagar un precio inaceptable para hacer esa compaginación. La encíclica Humani Generis, recordaba en esa alocución de Juan Pablo II, hace un tal intento. Si se acepta el origen del cuerpo humano en formas inferiores de vida material, dice, lo importante es mantener que el alma espiritual es creada directamente por Dios. Todo el mensaje bíblico se salvaría, aparentemente, porque el alma humana fue creada directamente en un alto nivel, y así puede haber caído, y ser redimida, y restaurada al estado de perfección original.

El problema con todo esto es que cualquiera que se haya familiarizado con la Biblia sabe que si de algo no habla la Biblia es de almas separadas de cuerpos. La Biblia habla de la creación de los cielos, la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay (Éxodo 20 :11), pero no de espíritus desencarnados. Después de enumerar separadamente distintos actos de creación para distintos tipos de seres vivos, culmina el relato diciendo: “Entonces formó Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2 :7).

Algunos evolucionistas espiritualistas han querido ver en el polvo de la tierra un símbolo de las especies inferiores que el proceso evolutivo fue adecuando para ser morada del espíritu humano; y en el aliento de vida soplado en su nariz un símbolo de un alma espiritual que le habría infundido Dios en esa ocasión. Pero esa interpretación causa una variedad de problemas.

Problemas en aceptar un evolucionismo cristiano

(1) En primer lugar, el aliento de vida no es privativo, según el mismo autor bíblico, del hombre, y pocas páginas más adelante al hablar de la destrucción producida por el diluvio, dice “todo lo que había en la tierra, murió” (Génesis 7 :21-22), detallando específicamente a aves, ganado, fieras, reptiles y hombre, es decir, todo lo que respira el aire atmosférico. Obviamente el aliento de vida no es el “alma espiritual humana” de esta teoría.

En cuanto al polvo de la tierra como símbolo de una especie animal inferior, hay que observar que la formación del hombre a partir del polvo aparece mencionada en el relato bíblico inmediatamente después de la creación de los seres inferiores que aparecen allí con sus nombres específicos, tales como aves, reptiles, ganado, serpientes, etc. No es coherente pensar en un símbolo alegórico de aquello que el relato designa en forma clara, directa y sin alegoría de ninguna clase.

  • En segundo lugar, si se usan metáforas insospechadas en un relato sencillo y directo como el de la creación, no hay garantías de que cualquier otro relato bíblico no pueda constituir también una metáfora. ¿Porqué no pensar que la encarnación de Jesucristo en el seno de la virgen María es también un bello símbolo? ¿Porqué no creer que su resurrección, su victoria sobre la tumba, es otro símbolo? De ese modo, de símbolo en símbolo, el mensaje bíblico se disuelve en mera ficción.

            El docetismo en el cristianismo: la razón teológica que levanta la barrera

El llamado credo apostólico dice: “creo en la resurrección de la carne”[4]. Este artículo del credo no está allí porque sí. En los primeros siglos de la era había una doctrina herética, el docetismo, que era necesario combatir. Los docetistas enseñaban que Dios no se ocupaba de los cuerpos materiales, y que Él no se había hecho realmente carne, sólo había tomado la apariencia de un ser humano para enseñar verdades espirituales. Naturalmente, según ellos el ser humano tampoco resucitará en la carne. Basta con que el espíritu sea recibido en gloria. ¿Para qué molestarse en hacer resurgir la carne? El apóstol San Juan nos advierte que esta es una doctrina del Anticristo (2 Juan 7-11), y el credo le puso una barrera en el artículo: “creo en la resurrección de la carne”.

Notemos, ahora, que la doctrina de la creación directa del alma del hombre, pero separada de la creación de su cuerpo que Dios no habría creado directamente, es también una especie de docetismo. Confiesa que la creación directa del hombre por parte de Dios ha existido – después de todo, sin ella no podría subsistir el cristianismo – pero sostiene que no concierne al cuerpo material sino al alma espiritual. Todo el mensaje bíblico sobre el pasado, el presente y el futuro de la humanidad se refiere entonces a algún nivel invisible de la existencia, pero no a la realidad de la carne. Ahí está de nuevo el docetismo con ropaje nuevo.

Según esta doctrina, Dios no se ocupó de crear directamente el cuerpo del hombre, a lo sumo supervisó en forma muy indirecta el proceso de lucha por la vida, la reproducción diferencial de depredadores y depredados, el reino de la garra y el colmillo ensangrentados,[5] por unos 4500 millones de años, hasta que la supervivencia del más apto forjó a un ser (simiesco) lo bastante satisfactorio como para albergar a un alma.[6] Pero ¿qué clase de Dios es el actúa así? ¿Es esta clase de Dios el que se comprometerá después lo suficiente con la especie humana – cuya existencia ocupa apenas un instante en esa inmensidad de tiempo geológico – como para encarnarse en ese cuerpo que Él no se comprometió lo suficiente como para crear especialmente en un principio?[7] ¿De veras ese Dios se hizo carne en el seno de la bienaventurada virgen María? No ha movido un dedo para plasmar personalmente ese cuerpo, sino lo dejó todo librado a las fuerzas de la naturaleza por miles de millones de años. ¿Se convertirá después Él mismo en un bebé de esa especie de animal con ascendencia simiesca, o directamente, en un simio evolucionado, un Dios – bebé para el cual “la virgen lava pañales, y los tiende en un romero” como dice el viejo villancico español, para vivir 33 años entre nosotros y morir para redimirnos?

Y después, ¿revertirá un Dios así los progresos naturales de descomposición como para hacer resurgir vida de la muerte? Él no se inmutó cuando por 4500 millones de años, según esta doctrina, nuestros antepasados desaparecieron, generación tras generación, sin dejar apenas algún rastro individual. ¿Qué tienen de tan especiales ahora nuestros cuerpos individuales que Dios tenga que resucitar su carne, cuando sólo le merece atención especial su alma espiritual? No suscitó específicamente su carne en el principio, ¿porqué habría de “re – suscitarla” individualmente en el día final? ¿Puede un evolucionista decir sinceramente: creo en la resurrección de la carne?

Al principio mencionamos una alocución de Juan Pablo II. Por allí corren rumores de que los Adventistas estamos de algún modo enemistados con el papa, y no quisiera que nadie quede con esa idea. Por eso voy a citar ahora otra alocución de Juan Pablo II, esta vez del 14 de marzo de 1979, para Cuaresma: “Algunas personas sostienen y tratan de demostrar que el Universo es eterno y que todo el origen que vemos en el Universo, incluyendo al hombre con su inteligencia y libertad, no son más que el fruto de la casualidad. Sin embargo, estudios científicos y la dolorosa experiencia de personas honestas mantienen que esta idea, aunque es sostenida y a veces enseñada, no ha sido comprobada y deja a sus defensores confusos e inquietos…ellos comprenden muy bien que la casualidad no puede producir el orden perfecto que existe en el Universo y en el hombre. Todo está ordenado admirablemente, desde las infinitesimales partículas que componen el átomo hasta las galaxias que remolinean en el espacio. Todo apunta a un plan que incluye toda manifestación de la naturaleza, desde la materia inerte hasta el pensamiento del hombre.”

Con esta alocución sí podemos estar de acuerdo. Todo en la naturaleza y en el hombre, y no solamente aspectos espirituales, muestra la obra del dedo de Dios. Este Dios que se interesa vitalmente por todos los aspectos del Universo no nos ha dejado librados a nuestra suerte, sino que nos reveló su voluntad en la sagrada escritura, tomó nuestra carne y anduvo haciendo bienes entre nosotros, murió por nuestros pecados, resucitó y ascendió a lo alto, y de allí vendrá a juzgar a vivos y muertos.

¿Qué es una hipótesis científica?

            La doctrina de la evolución se origina en la filosofía pagana. El abuelo de Charles Darwin creía en la transformación de las especies, y el barón Juan Bautista Lamarck, antes de Darwin, había sistematizado ideas similares de acuerdo a los principios del paganismo griego de eternidad del universo y de larguísimo tiempo de existencia de la vida. Aunque Carlos Darwin tuvo una formación universitaria sólo en teología, no en biología, y a pesar de que en su juventud siguió la doctrina cristiana de la creación, cuando descubrió que algunas ideas que le habían enseñado en el seminario teológico no eran sustentables frente a observaciones de campo que hizo a bordo del “Beagle”, abandonó la doctrina cristiana en favor de las ideas transformistas ya presentes en su entorno. Hoy en día, la doctrina de la evolución impregna profundamente toda la comunidad científica e inspira muchísimos de sus trabajos. En este sentido es una doctrina científica.

            Por otro lado, la ciencia es conocimiento organizado de acuerdo a una metodología. La pieza central de su método es la verificación de hipótesis, y ha desarrollado criterios bien definidos para determinar qué ideas constituyen hipótesis científicas y cuales no son ideas científicas. Parecería que una filosofía que impregna tan profundamente toda la comunidad científica debiera ser netamente científica desde el punto de vista metodológico. Sin embargo, este es un aspecto que merece ser escudriñado cuidadosamente.

            Hay acuerdo general entre los teóricos de la ciencia acerca del procesamiento de hipótesis. Una hipótesis científica debe originar predicciones acerca de lo que debiera observarse en la naturaleza. A continuación deben diseñarse observaciones controladas, que pueden ser experimentos en un laboratorio u observaciones de campo, para someter a prueba esas predicciones. La prueba debe desembocar en uno de dos resultados posibles: un resultado positivo, que no contradice las predicciones, con lo cual la hipótesis es retenida, o un resultado negativo, si las predicciones no se verifican, con lo cual la hipótesis queda desmentida y es descartada (el término utilizado por los teóricos en la actualidad es “falsada”). Por el contrario, si la hipótesis es retenida debido a que las predicciones se verifican, eso no significa que queda confirmada definitivamente. Los mismos hechos científicos pueden responder a diversas hipótesis que los expliquen.[8] Aun cuando por el momento una explicación parezca ser la única posible, en el futuro podría descubrirse que otras predicciones de la misma hipótesis no se verifican, con lo cual quedaría desmentida o falsada. Otras hipótesis mejores tendrían que ser diseñadas entonces para corregir, modificar o reemplazar esa hipótesis por otra que explique mejor todos los hechos conocidos.

            En resumen, la falsación es definitiva, pero no la confirmación. Por lo tanto, para que una hipótesis sea considerada científica debe poderse someter a una prueba que tenga como resultados posibles la falsación o la no falsación. En consecuencia, si no se pueden derivar conclusiones de una hipótesis que la observación pueda falsar o no falsar no estamos tratando con una hipótesis científica.

            Ahora bien, las doctrinas rivales de la evolución y del creacionismo bíblico son doctrinas acerca del pasado – doctrinas históricas, si queremos decirlo así. Conciernen al origen de los organismos vivientes. Las ideas acerca del pasado presentan ciertos problemas para la metodología científica.

El pasado no es directamente observable.[9] Podemos hacer inferencias acerca del pasado en base a los hechos del presente. Pero en el caso de las doctrinas de la evolución y de la creación directa tratamos con ideas que pueden explicar casi cualquier observación del presente. No sólo las observaciones que realmente se efectúan, sino las posibles. En otras palabras, si encontráramos un planeta en el que los seres vivos fueran muy distintos de los del nuestro, un creacionista podría alegar que fue creado de esa otra manera, mientras que un evolucionista alegaría que la evolución tomó un rumbo diferente. De ese modo es muy difícil diseñar observaciones que puedan falsar cualquiera de las dos doctrinas, con lo cual ambas quedan fuera del método científico.[10]

Contraposición de ideas rivales

            Una excepción parcial es mediante el estudio de los fósiles – la paleontología. Se llama fósil a cualquier tipo de resto o vestigio material de la vida del pasado remoto. Estudiando los fósiles estamos estudiando directamente la vida del pasado. Podríamos entonces derivar de las doctrinas rivales predicciones acerca de lo que debiera encontrarse en materia de fósiles, y luego compararlas con el conjunto de fósiles conocidos – el registro fósil. El problema con este método es que el registro fósil no es tan completo como todos quisiéramos, y siempre cabe la posibilidad de que parte del pasado se haya perdido irremisiblemente. De todos modos, vale la pena intentar la comparación de ideas rivales con los hechos que tenemos a mano.

            Vamos ahora a formular predicciones contraponiendo las doctrinas rivales.

Según la Biblia, Dios creó directamente aves, ganado, fieras, reptiles y hombre. De acuerdo al creacionismo, entonces, estos seres vivos han estado desde un principio separados.

De acuerdo a las doctrinas evolucionistas (creyentes o no), todos esos tipos de seres vivos tienen un árbol genealógico en común. Hubo un tiempo cuando entre los vertebrados sólo existían peces, y fueron apareciendo en forma sucesiva anfibios, reptiles, aves y mamíferos.

            Ahora bien, existe una veintena, aproximadamente, de clases y tipos básicos de animales, como el subtipo vertebrados. De todas ellas encontramos especímenes fósiles. Los paleontólogos interpretan que los estratos fosilíferos, es decir, las capas sedimentarias que contienen fósiles, representan las faunas sucesivas del pasado – eras, períodos y épocas de millones de años atrás. Es legítimo deducir de la doctrina evolucionista, entonces, que las series de estratos fosilíferos más antiguos debieran contener sólo el tipo original de seres vivos, o a lo sumo, tomando en cuenta que el registro fósil puede ser incompleto, dos o tres tipos básicos, y luego a medida que avanzamos en el tiempo – o sea, en el orden de superposición de los estratos – debieran aparecer los fósiles correspondientes a más y más clases hasta llegar a la veintena que conocemos al presente. De acuerdo a la doctrina de la creación, en cambio, en todos los estratos fosilíferos debiéramos observar más o menos todos los tipos básicos de seres vivos que es dable esperar del ambiente preservado en la roca fosilífera.

            Otras predicciones rivales tienen que ver con la separación o no separación de los grupos. Si todos los grupos tienen antepasados en común, debieran abundar especies transicionales que conecten los distintos grupos – los famosos eslabones. Uno de ellos, el más famoso (pero de ninguna manera el único), sería el que conecte al hombre con los simios. Debiera haber una abundancia de especies que pudieran ser clasificadas tanto en un grupo zoológico como en otro – los puntos de ramificación del árbol genealógico. De acuerdo a la doctrina de al creación directa debiéramos esperar, en cambio, grupos claramente definidos. Como la extinción de especies no es nueva, podríamos encontrar algunas pocas especies del pasado que no encajan bien en ninguna de las categorías del presente, pero esencialmente las especies fósiles debieran ser claramente asignables a las clases y tipos del presente.

            Ahora veamos el registro fósil. Como se ve en el gráfico adjunto al final (Storer), las predicciones que formulamos a partir de la doctrina evolucionista – el aumento gradual en el número de clases a medida que avanzamos en el orden de superposición de estratos y la abundancia de fósiles transicionales asignables simultáneamente a distintas categorías – están desmentidos, o falsados, por los hechos observables.

            Carlos Darwin conocía este hecho desagradable. El imaginaba que la diversificación de los seres vivos se dio en épocas anteriores a las registradas en los fósiles conocidos hasta su época, y fue sincero al respecto.

“A la pregunta de porqué no encontramos ricos depósitos de fósiles que pertenezcan a esos períodos que suponemos fueron los primitivos, anteriores a los del sistema cámbrico, no puedo dar una respuesta satisfactoria…El caso, al presente, debe permanecer inexplicado, y puede con verdad presentarse como argumento válido contras las opiniones que presento” (El origen de las especies, 309-10, edición inglesa de 1859).

            Pero, lamentablemente para el evolucionismo, los fósiles faltantes no aparecieron.

            “Un siglo de intensa búsqueda de fósiles en el precámbrico ha arrojado muy poca luz sobre este problema. Las antiguas teorías de que las rocas del precámbrico eran predominantemente terrestres (formadas cuando no había vida en la tierra) o que los fósiles contenidos en ellas han sido destruidos por el calor o la presión, han sido abandonadas porque las rocas precámbricas en muchas regiones son físicamente similares a las rocas más jóvenes en todo aspecto salvo que prácticamente no contienen ningún tipo de vida del pasado.” (Newell, de Columbia University, en el centenario de Origin).

            El equilibrio puntuado. En la actualidad se puede explicar este hecho mediante la idea del equilibrio puntuado (entrecortado). Según esta idea la diversificación de las especies – la ramificación del árbol genealógico – no se produce continuamente, porque el mundo de los seres vivos se halla en equilibrio, sino a saltos, cuando determinadas condiciones en el medio ambiente lleva a una rápida diversificación, tan rápida que no deja registro fósil.[11]

            Ésta es una idea interesante, pero notemos que es una idea que excusa la falta de pruebas. Las otras teorías que Newel dice que se vienen abandonando también parecían plausibles, pero llevaban al mismo resultado. En otras palabras, no son ideas verificables ni científicas. Hasta donde la predicción es sometible a la prueba de falsación, ha sido falsada y por lo tanto la doctrina de la evolución debería descartarse. En tanto y en cuanto no sea sometible a tales pruebas, no es más que una postura especulativa y filosófica, no científica.

            Vamos ahora a la segunda predicción: la abundancia de especies transicionales. Notemos en primer lugar que todos los fósiles no son fácilmente asignables a las categorías del presente – no ha sido necesario crear grupos zoológicos especiales para las especies troncales del árbol genealógico. Notemos también que las conexiones entre los distintos grupos son casi todas líneas punteadas – especulativas y no reales.

            “Los más antiguos y primitivos miembros conocidos de cada orden ya tienen las características definidas de esa orden, y en ningún caso se conoce siquiera una secuencia aproximada de continuidad entre una y otra. En la mayoría de los casos la discontinuidad es tan abrupta y la distancia tan grande que el origen de la orden es especulativo y controvertido…Esta ausencia regular de formas transicionales no está confinada (a un grupo) sino es un fenómeno prácticamente universal, como los paleontólogos lo han hecho notar desde hace tiempo.” (G. Simpson, Tempo and Mode in Evolution 106, 107).

            Esta cita de uno de los máximos teóricos de la evolución muestra que la segunda predicción derivable de la doctrina de la evolución también está abundantemente falsada: hay una “ausencia regular de formas transicionales”. También se intenta explicarla en base al “equilibrio puntuado”. Pero esta explicación equivale a decir que, desde le punto de vista de la paleontología, la evolución ocurrió “mientras nadie estaba mirando”. Ahora bien, sólo la paleontología observa directamente el pasado de las formas vivas y concierne al contraste entre las doctrinas de la evolución y la creación bíblica. Si el registro fósil “no estaba mirando”, la doctrina de la evolución no es sometible a prueba de falsación alguna, y por lo tanto no es una idea científica.

            Por cierto que la doctrina bíblica de la creación tampoco es científica ni sometible a prueba de falsación. Nadie pretende eso: se origina claramente en información sobrenatural. Pero los hechos conocidos por la paleontología se ajustan mejor a ella que a la doctrina evolucionista. Podemos entonces afirmar que la doctrina de la evolución es menos que una hipótesis científica: es sólo un marco de referencia especulativo y filosófico, una base muy endeble para descartar el relato bíblico. En el fondo, el debate entre creacionismo y evolucionismo no es una lucha de ciencia y religión, sino un combate de religión con religión: el pensamiento pagano contra el pensamiento cristiano.

[1] Dice el Catecismo Católico: “La iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios -no es “producida” por los padres-, y que es inmortal; no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final”. Cf. PIO XII, enc. Humanis Generis, año 1950: DS, 3896; Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios. Vea también Concilio de Letrán V, año 1513: DS, 1440. Llaurens, José. Catecismo de la Iglesia Católica, p. 95 (párrafo 366, el subrayado es mío).

[2] Debe quedar claro al lector que el libro de Darwin explica y muy bien la microevolución, la cual sí es sometible a experimentación, y ha sido verificada en numerosos casos. El problema que ataca Caïrus aquí es el de la macroevolución (vea también Behe, Michael. Darwin´s Black Box). Las teorías egoístas (y esto a título personal) también explican muy bien el comportamiento de la naturaleza estigmatizada con el pecado.

[3]   Los dichos de Juan Pablo y sus implicancias sobre la iglesia remanente van aún más allá de los hechos enumerados aquí por el autor. Enumero a continuación algunos puntos interesantes que favorecen la denuncia de Caïrus. 1. Aceptar la evolución es aceptar que la muerte es anterior al pecado. La evolución necesita de millones de años de muerte. Por lo tanto, aceptarla es echar por tierra el hecho de que ella es una consecuencia del pecado, y que no le precede. 2. Aceptar la evolución es desviar el plan de salvación. Sobre este punto se extiende Caïrus a continuación, pero digamos que si como bestias venimos progresando, entonces sólo hay que esperar subir algún escalón más en la escala de la complejidad. Si el proyecto de redención pierde sentido, entonces la “re-ligión” también (ver punto 4). 3. Aceptar la evolución es olvidar que fuimos hechos por las manos de Dios a su imagen y semejanza. Es afectar la concepción de hombre que presenta la Biblia. Si el hombre es un ser en evolución, entonces las imperfecciones podrían atribuirse a un proceso incompleto y no ya a una decisión equivocada que llamamos pecado. Ya no somos una creación especial. Ahora el vínculo que nos une al resto de la creación ya no es la de soberanía, sino que pertenecemos a la familia animal, y de esa relación dependió nuestra existencia. Obviamente, al cambiar nuestra antropología, cambiarán los objetivos y métodos de la educación. 4. Al aceptar la evolución, la religión que antes se ocupaba de tareas bien diversas y que fue acotando sus alcances (pertinencias) a medida que la secularización aumentaba, ahora le compete, estrictamente, y si pretende sobrevivir, el dar el marco de referencias éticas a la gente para que supere los “rasgos bestiales” que aún nos quedan por pulir. 5. Aceptar la evolución es atacar al creacionismo, y atacar a la creación tal como lo presenta la Biblia es atacar la doctrina del descanso sabático. Génesis nos habla de una creación “acabada”, no en proceso. Esto contradice lo que . 6. Desacreditar a un Creador tal como lo presenta la Biblia, es una forma de abrazar a otro, y quizá el primer paso a su olvido total.

[4]   El lector puede encontrar esta idea en Llaurens, José. Catecismo de la Iglesia Católica, p. 264-265 (párrafo 988-991).

[5]   Dawkins dice “pienso que la naturaleza en su estado puro, ´la naturaleza roja en uñas y dientes´, resume admirablemente nuestra comprensión moderna de la selección natural”. Dawkins, R. El gen egoísta. (Barcelona: OUP, 1993), p. 2. La evolución puede expresarse en términos de la teoría del gen egoísta: cualquiera que haya evolucionado por selección natural es egoísta. Para sobrevivir, “una criatura no debería perder ninguna oportunidad de engañar, mentir, embaucar, explotar…si existe una moraleja humana que podamos extraer, es que debemos enseñar a nuestros hijos el altruismo ya que no podemos esperar que éste forme parte de su naturaleza biológica”. Dawkins, p.182.

[6]   Todos los evolucionistas obviamente coinciden con la idea de que el hombre está en el peldaño más alto en la escala de la complejidad. La conciencia podría considerarse así, como la culminación de una tendencia evolutiva hacia la emancipación de los seres vivos. Ahora tenemos al hombre, un ser libre, pero preso aún de sus instintos egoístas. Dawkins, 77.

[7]   La idea de la falta de compromiso con la naturaleza durante tanto tiempo, llamó la atención de Darwin. Veamos como lo expone Dawkins: “Las avispas cavadoras no son las conocidas avispas sociales de nuestros botes otoñales de mermelada, que son familiares obreras que trabajan para una colonia. Cada avispa cavadora hembra va a la suya y dedica su vida a proporcionar cobijo y alimento a una sucesión de larvas propias. Típicamente, una hembra empieza cavando en tierra un gran agujero, en cuya base hay una cámara vacía. A continuación se aplica a la caza de presas (en el caso de la gran avispa cavadora dorada, catídidos, o saltamontes de cuernos largos). Cuando encuentra uno lo aguijonea hasta paralizarlo, y lo arrastra a su nido. Tras haber acumulado cuatro o cinco catídidos, pone un huevo encima del montón y cierra el agujero. El huevo se convierte en larva, que se alimenta de los catídidos. La razón de que paralice a la presa en vez de matarla es evitar que se pudra y pueda comerse viva, por lo tanto fresca. Fue este macabro hábito de las afines avispas Ichneumon lo que llevó a Darwin a escribir: ´no puedo creer que un Dios benéfico y omnipotente haya creado deliberadamente a las icneumónidas con la intención expresa de que se alimenten con los cuerpos vivos de las orugas…´   También pudo haber utilizado el ejemplo de un chef francés hirviendo vivas las langostas para conservar su sabor.” Dawkins, p. 356. Así, ni Dawkins, ni Darwin, ni yo, concebimos una evolución prelapsaria compatible con un Dios amante.

[8] Lo que insinúa aquí, es que la evolución puede no ser la única respuesta ante las evidencias. Después de dejar sentado esto, Caïrus demostrará que la evolución no sólo no es la única opción, sino que no es la mejor (ni siquiera buena).

[9]   Decir que el pasado no es plenamente recuperable es una obviedad. Lo interesante es que un evento que no es verificable, es decir, que no apruebe el examen de la experiencia, no puede considerarse como estricto objeto de estudio científico. En consecuencia, en principio concluiríamos que debido a la irrepetibilidad del suceso de la creación, la ciencia no puede darnos una respuesta concluyente acerca del porqué (o del cómo) del comienzo. Es que la ciencia es, en el sentido aristotélico del término, “apodíctica” (gr. apodeixiV, “demostración”, “prueba”, es decir, demostrativa). Sostenía Aristóteles que la experiencia es la única fuente de verdad, lo único que nos da certeza. Poincaré, Henry. La ciencia y la hipótesis. (Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1943), p. 139. Justamente es gracias a los descubrimientos de los últimos años que la Astrofísica se ha superado a sí misma, ganando mayor ventaja. Dichos descubrimientos implican siempre un ensanche de fronteras y una nueva concepción de las circunstancias. Muchas teorías que pocos se atrevían a poner en duda, fueron pronto dadas de baja. Análogamente, lo que parece tan real, lógico y aparente en la actualidad, puede convertirse en la punta de ovillo que revele “novedades” diametralmente opuestas a los postulados que hoy no se discuten. Como dijo De Broglie: “No debe asombrarnos si con frecuencia el descubrimiento de un nuevo orden de fenómenos viene a echar abajo, como un castillo de naipes, nuestras más bellas teorías, porque la riqueza de la Naturaleza supera siempre a nuestras imaginaciones más aventuradas. Los científicos son muy audaces al pretender reconstruir con el pensamiento algunas porciones del plano del Universo: lo maravilloso es que a veces lo hayan logrado.” Citado por José Riaza, Azar, ley, milagro (Madrid: Católica, 1964), p. 134. La ciencia ha edificado edificios que no siempre resisten con firmeza la prueba del tiempo. Las teoría parecen ser ruinas acumuladas sobre ruinas. Un día nacen y son indiscutibles, después se tornan anticuadas, luego se las combaten, y finalmente son olvidadas. Sin embargo, al parecer cada edificación construida sobre las ruinas anteriores es más fuerte y resistente que la anterior. Mario Bunge, La ciencia: su método y su filosofía (Buenos Aires: Siglo XX, 1979), pp. 23, 30-31. Ilya Prigogine, El nacimiento del tiempo Trad. por Josep María Pons. (Barcelona: Tusquets, 1991), p. 75.

[10]   No hay, entonces, ningún hecho natural que no pueda ser explicado por un modelo o el otro. ¿Qué tendríamos que observar para decir “no existió la creación”? ¿Qué tendríamos que observar para decir “no hubo evolución”? No importa lo que veamos o dejemos de ver, lo podemos explicar de un modo o de otro. No hay ninguna evidencia discriminatoria. Por lo tanto, al elegir, escogemos qué autoridad nos rige.

[11] Dawkins dice al respecto: “la evolución progresiva podría considerarse no ya como una ascensión constante sino más bien como una serie de pasos discontinuos desde una planicie estable a otra planicie estable”. Dawkins, p. 114. Desde la termodinámica nos llega un aparente aval a esta cuestión, pero que pronto se desdice. La termodinámica supone que un sistema se mueve de un estado de equilibrio (determinado este por variables de estado como la presión, la temperatura, el volumen, las fases, la energía interna, la entalpía, la energía libre, la entropía, etc.) a otro. Si este es un proceso lineal, entonces no es posible conocer el “camino” en el que se produce dicho cambio. Sin embargo, para poder conocer el camino de dicha transformación (lo cual permitirá conocer la cantidad de energía “ordenada” a manera de trabajo que produce el desorden aportado al sistema por el calor, ya que el trabajo se calcula a través de una integración del área bajo la curva que describe dicho camino), se considera sólo a los fines prácticos, que la evolución de un sistema es cuasiestática (lo cual, insistimos, en rigor no es cierto). Una evolución cuasiestática es aquella que se produce de a diferenciales, es decir, se considera que para llegar de un estado de equilibrio al otro, el sistema pasa por infinitos estados de equilibrios diferentes. Cualquiera que se haya familiarizado con el cálculo infinitesimal, sabe que dichos “saltos”, por ser tan pequeños, están muy cerca de no ser “saltos”. Es decir, una cosa es hablar de “saltos” infinitesimales, y otra cosa es hablar de “saltos” macroscópicos que nunca se han verificado en la naturaleza.