¿Qué hace que un ser humano, ante las más crueles torturas, mantenga su confesión o las ideas por las que es torturado?
Mártir (del griego mártus, “testimonio”) es alguien que es muerto por causa de su fe. Al principio, el término era aplicado a los cristianos que por sustentar la fe cristiana. Pero, con tiempo, la palabra adquirió otros conceptos, como morir por la patria, la libertad, la independencia, un ideal social o político, o incluso en una guerra. Pero, el foco de este artículo son los mártires cristianos.
Torturas y tormentos
Al pensar en los mártires del cristianismo, vemos en nuestra mente imágenes del Coliseo y a cristianos lanzados a las fieras, o en la hoguera, siendo quemados vivos. Sin embargo, esas no eran las únicas formas de martirio. A fin de tener una pálida idea de lo que implicaba ser un mártir, vamos a presentar algunas formas de tortura.
Cruces, estacas y suspensión. A semejanza de Cristo, la persona era clavada o amarrada a una cruz o una estaca. Para intensificar el sufrimiento, las posiciones variaban (colgaban de los pies o los brazos; las mujeres, de los cabellos). A veces, el mártir era cubierto con miel y dejado para que fuera atormentado por moscas o abejas, o atacado por hormigas.
Ruedas. Eran variadas; y el mártir era amarrado a una rueda que era soltada a cierta altura sobre terreno pedregoso, o que giraba sobre una plataforma con puntas de acero, y mutilaba al mártir mientras giraba.
Estiramiento y aplastamiento. Se le ataban los brazos a una estaca y los pies a una polea que, al ser accionada, estiraba el cuerpo hasta dislocar los huesos.
Uso del fuego. El mártir era lanzado de cabeza a una caldera llena de plomo fundido o aceite hirviendo; o era, literalmente, freído en ollas o chapas ardientes. También se los asaba en el “toro de bronce”, una escultura hueca que hacía de horno.
Desolladura. Una de las más crueles formas de tortura: el mártir era desollado vivo (se le quitaba la piel).
Otros tipos de tortura. Faltaría espacio para describir cada clase métodos o instrumentos de tortura de la antigüedad y de la Edad Media. Es horrendo observar la inteligencia y la creatividad humanas para el mal, aun en una época de atraso intelectual. Otras formas de martirio eran: ahogamiento (el mártir era preso en una caja de plomo y lanzado a aguas profundas), perforaciones (se ataba a la persona y se la perforaba con espadas, estacas puntiagudas, etc.), amputación (los miembros eran amputados uno a uno, con la ayuda de machetes o sierras), golpes, apedreamiento, uso de espinas bajo las uñas…
Hecho curioso
Los relatos de martirio de cristianos revelan algo intrigante. Buena parte de los que eran torturados y asesinados por su fe pasaban sus últimos momentos cantando, alabando a Dios y orando. En algunos casos, animaban a quienes contemplaban la escena a ser fieles a Dios, convirtiendo el martirio en una especie de sermón.
La psicología de los mártires
¿Cómo entender la mente de un mártir? ¿Qué es lo que hace que un ser humano, ante las más crueles torturas, mantenga su profesión de fe o sus ideas? ¿Cuál es el secreto por el que personas frágiles –mujeres, ancianos, pobres– fueran capaces de enfrentar a emperadores, jueces y magistrados con osadía envidiable? ¿Qué fuerza los hacía capaces de entonar alabanzas mientras eran carbonizados? ¿Cuál es la psicología de un mártir? Si pudiéramos entrar en su mente y examinar las profundidades de su corazón, ¿qué encontraríamos?
Retroceder ante el sufrimiento es un mecanismo natural de defensa. Huir de situaciones que son riesgosas para la integridad física no es un acto de cobardía: es parte del instinto de supervivencia. Dios nos dotó con este instinto para sobrevivir en el mundo hostil y peligroso del pecado.
Entonces, el caso de los mártires contradice el mandato biológico. En vez de retroceder ante el sufrimiento, se sometían aun si se les ofrecía evitar el martirio. ¿Cómo entenderlo?
La historia de los mártires cristianos, los relatos de testigos oculares y las declaraciones de algunos de ellos antes de morir muestran que tenían ideas claras respecto de ciertas cuestiones existenciales.
Su identidad. Los que morían por su fe tenían la convicción de que eran hijos de Dios (Juan 1:12) y de que su patria estaba en los cielos (Fil. 3:20).
Su origen. Saber que eran fruto de la creación de Dios les daba un sentido de pertenencia. Al morir por la fe, estaban devolviendo a Dios, en alabanza, la vida que de él recibieron. Los verdugos no eran los dueños de su vida.
Su propósito. Los cristianos saben, o deberían saber, que tienen una misión en este mundo: ser testigos de Dios y trabajar por la salvación de otros. Los mártires estaban dispuestos a dar su vida por esto.
Su destino. Los cristianos saben muy bien a qué puerto se dirigen. En la visión judeocristiana, al contrario de los griegos, la historia es lineal y llegará a un punto culminante. De acuerdo con la Biblia, este punto es el regreso de Cristo a la Tierra para poner fin al reinado del mal y establecer su Reino eterno. Esta visión del futuro daba a los mártires el consuelo necesario para abandonar el presente.
Otro punto que nos ayuda a entender la mente de los mártires es conocer los temas en los que se concentraban.
La eternidad. Reiteradas veces, la Biblia contrasta esta vida fugaz y pasajera con la vida eterna, prometida a los fieles. La vida eterna va más allá de lo cuantitativo (un tiempo infinito): es primordial lo cualitativo (un tiempo de felicidad perfecta y duradera en la presencia de Dios, que es lo más importante). Al morir por su fe, el mártir sabía que estaba cambiando lo finito por lo infinito, lo incalculable.
La recompensa. Los siervos sinceros de Dios no lo sirven por interés. El elemento motivador de un cristiano es el amor, que deriva del sentimiento de gratitud por haber sido creado y redimido. Sin embargo, no podemos ignorar la retribución de Dios a los que dedican su vida a él. En la Biblia, Dios se revela como alguien que promete recompensas como incentivo a la fidelidad y a una vida íntegra. La mayor de las promesas, que sin duda es la vida eterna, ayudaba a los mártires a quitar su mirada de las torturas y centrarse en el mundo venidero. (teamdermatologymd.com)
Dios. Con absoluta certeza, este era el secreto fundamental detrás de la resistencia y la perseverancia de los mártires. La comunión que mantenían con Dios era lo que daba sustento a sus más osadas acciones frente a la muerte. No lo conocían solo de manera teórica, formal. Tenían una relación viva, nutrida diariamente; un constante espíritu de oración, una constante fe. Las Escrituras estaban en su mente; y las leyes de Dios, en su corazón. Tenían una total confianza en Dios y el deseo de verlo; vivir o morir para la gloria de Dios era su aspiración.
La resurrección. Este elemento esencial ayuda a entender la razón por la que los mártires “menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apoc. 12:11). La cuestión es: ¿Por qué sufrieron, voluntariamente, ejecuciones horribles, cuando podrían haberlas evitado con solo renunciar a su fe? La única respuesta plausible es que tenían la absoluta convicción de que Jesús había muerto y resucitado, y demostrado así que es el Hijo de Dios.
Lo sobrenatural. Al analizar la psicología de los mártires, se debe considerar, sobre todo, el elemento sobrenatural. En este caso, el Espíritu Santo en su mente. Sin él, ninguna convicción los hubiera hecho capaces de soportar tal sufrimiento ante la posibilidad de renuncia. Es Dios, por medio de su Espíritu, quien fortalece al mártir, quien pone las palabras ciertas en los labios de los que deben exponer su fe ante las autoridades (Mat. 10:19, 20). El mismo Dios los reviste de la fuerza necesaria para enfrentar el juicio, la tortura y, finalmente, la muerte (2 Tim. 4:17). Así, la fuerza y el coraje de los mártires venían del Cielo.
¿Por qué Dios lo permitió?
Una respuesta satisfactoria implicaría tener que abordar los temas del origen del mal, del Gran Conflicto y del porqué del sufrimiento, pero ese no es el foco de este artículo. No obstante, podemos decir que la muerte de esos héroes de la fe forma parte de una trama muy amplia, donde aspectos como la soberanía de Dios, y el carácter y la fidelidad de los propios mártires estaban en juego. Además, su testimonio de fe contribuyó decisivamente a la salvación de otros y al ánimo de miles de cristianos.
Y ¿cuál es la diferencia?
Como vimos, la definición de mártir, actualmente, también se aplica a los que mueren por sus ideales patrióticos, políticos o sociales. Y, entre lo que murieron por su fe, se incluyen los extremistas religiosos (cuyas tácticas de combate incluyen el suicidio), que pelean las llamadas “guerras santas”.
Pero ¿cuál es la diferencia entre los mártires cristianos y los hombres-bomba? Básicamente, en mi opinión, es su cosmovisión.
La visión del mundo que tiene un mártir cristiano difiere significativamente de la que tienen los otros “mártires”. Como vimos, el cristiano tiene bien en claro las cuestiones básicas de la vida –¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Por qué estoy en este mundo? ¿Hacia dónde estoy yendo?–, y eso les daba una visión amplia de la vida y del mundo. Además, los focos mencionados –la eternidad, la recompensa y Dios (sobre todo este último)– les permitían tener una motivación mucho más profunda.
Que los mártires cristianos renunciaran a su vida en vez de a su fe no era fanatismo (como en el caso de los terroristas suicidas), sino algo racional. En lugar de mantener una religiosidad enferma y extremista, tenían plena agudeza mental para sopesar las consecuencias de su decisión.
Mientras que los mártires del fanatismo religioso defienden la lucha y la guerra, los mártires cristianos son partidarios de la paz y están en contra de la represalia. Además, otra diferencia reside en la motivación: los extremistas dan un énfasis exagerado a la recompensa (un paraíso con vírgenes a su disposición, etc.); los mártires cristianos tienen, en su corazón, amor a Dios y a su Palabra.
En el caso de los mártires que perseguían buenos ideales –políticos, patrióticos o sociales–, su propósito y su intención fueron nobles, pero su cosmovisión era estrecha: luchaban por aspectos terrenales. Sus esfuerzos son loables y les debemos mucho, pero el resultado solamente se ve solo en esta vida. Sus ojos no alcanzaban el horizonte de la eternidad. Los cristianos, por otro lado, saben que su lucha traspasa las fronteras del tiempo y del espacio. Hombres, ángeles, demonios y todo el universo son testigos del martirio; y las decisiones tomadas son eternas.
El legado de los mártires
De todo lo que podían dejar como herencia, sin duda, el mayor legado de los mártires es su ejemplo de fe, coraje, amor y fidelidad a Dios. Fueron espectáculo al mundo, mantuvieron firme su confesión, derramaron su sangre por la Causa: son héroes. Conquistaron el miedo, se conquistaron a sí mismos, conquistaron al mundo y, sobre todo, la eternidad. Sus nombres, en su gran mayoría, permanecen en el anonimato entre los hombres; pero en el cielo, con certeza, están en la galería de los grandes vencedores de todos los tiempos.
Nuestra parte
Finalmente, la pregunta más importante: ¿Y nosotros? ¿Tendríamos su misma valentía? Si nos confrontáramos con el dilema de permanecer fieles a Cristo y morir, o negarlo y vivir, ¿cuál sería nuestra decisión? Si titubeó en su respuesta, es hora de rever su vida cristiana. ¿Cuál ha sido su real motivación para servir a Cristo? ¿Qué grado de intimidad afirma tener con él? ¿Dónde está su foco? ¿Están claras en su mente las cuatro preguntas existenciales? ¿Es su sincero deseo honrar a Dios, ya sea por la vida o por la muerte? Piense en esto, ¡y que Dios lo ayude en su decisión!