¿Podría usted referirse al tema de la unidad en la iglesia? Me pone triste ver las múltiples tensiones que existen en ella.
Entiendo su preocupación, pero recuerde que en la iglesia está presente el trigo y también la cizaña, y que es importante buscar la unidad a pesar de las tensiones. La unidad de la iglesia está profundamente arraigada en la unidad de Dios mismo, cuya creación es una en función y estructura. Como Creador, él fue el centro alrededor del cual todo halla su razón de existir. Por lo tanto, toda la creación reflejó hasta cierto punto la unidad de Dios. El pecado dañó la creación al quitarle su centro. Al quedar sin él, los seres humanos se centraron en sí mismos, y los resultados fueron devastadores.
Analicemos este fenómeno, y la obra de Cristo de restaurar la plenitud a la raza humana y al universo.
1. La solidaridad humana en el pecado: El rechazo que la humanidad hizo de Dios significó una expresión masiva de la unidad del pecado en la rebelión contra Dios (Rom. 1:18-3:18), en el pecado (5:12) y la muerte (5:17a, 21). Los humanos compartimos experiencias y actitudes comunes, y un destino también común. Es obvio que esta no es la verdadera unidad. En efecto, alienados entre sí, existen en una frenética búsqueda de realización y preservación personales. Cada persona ha llegado a ser su centro, en tensión y conflicto con los demás (Gál. 5:19-21). Se unen con propósitos definidos, esperando ganancias personales, pero el conflicto abierto aparece cuando fracasan las expectativas. Esta fragmentación es la condición natural del corazón humano. El ego no alcanza para mantenernos unidos. En nosotros encontramos tensiones, cuestiones sin resolver y un deseo frustrado de hacer el bien (Gál. 5:16, 17; Rom. 8:6-8). El ego existe en conflicto con sí mismo, tornándonos incapaces de unificar nuestra propia existencia.
2. Unidad en Cristo: La unidad de Dios fue manifestada en la persona de su Hijo: «El Padre y yo uno somos» (Juan 10:30). Mediante su encarnación, Jesús unió nuevamente a los humanos con Dios, creando un centro alrededor del cual los pecadores arrepentidos llegan a ser uno en él, en el Padre (17:21), en el Espíritu (Efe. 4:4) y entre sí (1 Ped. 3:8, 9). Cristo proveyó un centro unificador en su propia obra y persona. Es su plan restaurar la plenitud del universo al reconciliar todo en sí mismo (Col. 1:20). En la iglesia ya está uniendo consigo a los pecadores arrepentidos. La iglesia es su cuerpo, una entidad sin división (Efe. 2:12-16). Los pecadores también se unen, mediante el bautismo, a una nueva humanidad no fragmentada pero que existe en unidad con él, su verdadero centro. La iglesia es la expresión visible de la efectividad de la obra de reconciliación de Cristo en la tierra. Su unidad revela que el Hijo nos reconcilia con el Padre (Juan 17:21, 23). Sin la unidad de la iglesia, la obra de reconciliación de Cristo carecería de credibilidad ante el mundo. Solo en él y por su medio podemos estar y permanecer unidos.
3. Visibilidad de la unidad en Cristo: La unidad de la iglesia es, al mismo tiempo, una realidad presente y una tarea que debe lograrse en el poder del Espíritu. En la iglesia, nuestra unión en Cristo se expresa y alimenta mediante nuestro mensaje común, misión común, estilo de vida común y nuestra comunidad mundial organizada de creyentes. Tenemos «una fe» que encarna el mensaje de salvación en Cristo en el final del conflicto cósmico, y esta tiene que ser protegida (Efe. 4:5; Apoc. 14:6-8; 2 Tim. 1:13, 14). Este mensaje se encuadra dentro de la obra de Cristo en el conflicto cósmico, brindándonos una cosmovisión sólida y bíblica (Apoc. 12). Tenemos una misión común que preparará al mundo para la venida del Señor (10:11; 14:6-12). Nuestra unidad en Cristo se manifiesta en nuestra manera de vivir la vida cristiana (Efe. 4:1-3). Dado que Cristo es el centro de nuestra vida, nos alineamos con el estilo de vida celestial. La unidad es visible en la estructura organizada de la iglesia, que facilita la misión de la iglesia mundial (1 Cor. 12:12-25).
Estos elementos no solo hacen visible nuestra unidad en Cristo, sino que contribuyen de manera directa para mantenernos juntos como un pueblo, como el pueblo de Dios.