El pastor debe estar consciente de que su derecho de preservar su crecimiento personal, así como de su familia es intocable.
El trabajo en equipo requiere cooperación, ayuda mutua, personas comprometidas, lo que no quita la necesidad de un buen líder. En cualquier lugar y situación en que los equipos se superen y vayan más allá de la excelencia, hay un buen líder. El líder es un facilitador, alguien que nos ayuda a percibir nuestro valor y usar nuestros talentos.
Cuando pensamos en liderazgo encontramos en el mundo natural lecciones preciosas sobre tema. Por ejemplo en una colmena, cuando la abeja reina siente que se acerca la vejez empieza a preparar a una nueva reina, lo que caracteriza el proceso de sustitución, continuidad y preservación de la especie. Las abejas tienen una extraordinaria función de defensa. Estando vieja y con la misión cumplida, la abeja no sale para buscar el néctar ni el polen, limitándose a proteger a la colmena sacrificando su propia vida en defensa de la “organización”.
También está el ejemplo de los búfalos americanos, tan fuertes que hacen retumbar el suelo cuando la manada sale corriendo. Los búfalos tienen un líder que es seguido ciega e incondicionalmente. Siempre que la manada necesita pasar un río, los búfalos esperan al líder y le siguen sólo después de que él elige el lugar por donde deben pasar. El líder de los búfalos es el que elige el mejor pastizal.
Considerando la influencia del líder búfalo sobre los demás búfalos, los cazadores concluyeron que el secreto para dominarlos sería eliminar al líder. Sin líder es fácil volverlos presa porque la manada no sabría qué hacer. Sólo por causa de una campaña emprendida a favor de su preservación no fueron extinguidos.
Conocer para cambiar
Si la abeja nos enseña la necesidad de preparar substitutos que den continuidad al trabajo, la experiencia de los búfalos nos dice que hay peligros alrededor del liderazgo. En el caso de que no esté atento a esos peligros, el líder puede pasar por muchas frustraciones. Considerando que existen varios factores que nos pueden llevar a esa experiencia, porque todos somos esencialmente diferentes en el temperamento, en la personalidad, historia individual y herencia genética; el paso fundamental para evitarla es la búsqueda del autoconocimiento. Como escribió Elena G. De White, “grande conocimiento es el conocerse a sí mismo” (Mente, Carácter y Personalidad, v.1, p. 4). El desarrollo de nuestro observador interno facilitará el auto-entendimiento, así también nos permitirá entender y atender adecuadamente las diferencias de cada miembro de la familia y de las congregaciones.
Hay necesidad de que nos conozcamos en una dimensión integral del ser, o sea, física, mental, emocional y filosófica, así como de nuestros límites y posibilidades. Nuestro equilibrio reside en nuestra habilidad de administrar nuestros desequilibrios. Para eso necesitamos conocer nuestras singularidades individuales y de allí, estratégicamente, privilegiarnos al perfeccionar la mejor manera de tratarnos como seres únicos. Nadie es la referencia para nadie. Cada uno debe analizar la legitimidad de sus necesidades únicas. El maquillaje en algunos comportamientos es la fuga que impide la cura. La verdadera ciencia que trata la salud mental, emocional y física está aliada a los recursos de la ciencia espiritual para levantar el ser humano. Todo eso compone la obra redentora de Cristo.
Si alguien recibió el título de pastor, no fue por haber alcanzado el mayor grado de santidad, ni por ser inmune a las fallas. Sin embargo, dado al peso de la función muchos evitan el tratamiento clínico cristiano cuando es necesario, llevando a la quiebra un buen pastorado. Jamás la gravedad de un mal instalado en la vida de un individuo a base de disfunciones hormonales o nerviosas lo descalifica como hijo de Dios. El ser humano tiene el sello del Altísimo como piedra preciosa a ser trabajada. El Señor Jesús entiende épocas, circunstancias, culturas, costumbres y situaciones. Él no se sorprende con nada, sabe que el pecado nos asusta con su hedor pero nada sorprende su gracia maravillosa y superabundante.
En mi experiencia hubo un tiempo en el que ignoré la importancia del autoconocimiento. Me formé en Teología en 1975 y ejercí el pastorado durante casi diez años liderando iglesias y coordinando departamentos de una Asociación. Como estudiante, en mi comportamiento resaltaba la disposición de salir, predicar, evangelizar, darme como mártir si fuera necesario, realizar sueños de grandes conquistas para el Maestro. Fui un graduado privilegiado en términos de llamado, opté por un campo misionero y desafié solicitar el distrito pastoral más difícil que hubiese. Viví aventuras inéditas, experiencias que me traen nostalgia. Todo eso fue posible y maravilloso mientras duró. Con todo, en mi ingenua y más sincera simplicidad establecí un ritmo exagerado de trabajo que acabó disipando mis sueños pastorales. Entonces aprendí que ningún grado elevado de éxito compensa el acto de preferir la familia.
Hoy sé que el responsable para ver sus necesidades y dar cuenta de sus posibilidades es el propio individuo; no el otro ni la Institución. Cada pastor debe tener conciencia de que la conservación de su espacio físico y existencial es sagrada. Su derecho de preservar el crecimiento personal tanto como el de la familia es intocable. Él es el único responsable por conocer las necesidades de su ambiente familiar. Por tanto, satisfacerlas debe ser su iniciativa.
Más allá de la frialdad numérica
El pastor debe estar atento al clamor innovador del mundo globalizado en el cual la “producción” es la palabra clave. En ese contexto los pastores corren el riesgo de ser obreros limitados, conformándose con informes de objetivos cumplidos. Dicho de otra manera, permitiendo imponer la cantidad sobre la calidad de los que son llevados a la iglesia. Con esa mentalidad, no hay vínculo ni solidez que sustente la conquista de personas, ni necesita existir, porque los siguientes bautismos justifican el abandono de los que no tenían raíces. Así, nuestro hermano necesita sentir nuestro calor, nuestra disposición de tiempo, nuestra amistad, nuestra empatía y nuestro amor. Las congregaciones necesitan crecer espiritualmente. Nuestra familia necesita sentirse priorizada. La afectividad no debe faltar en ninguna de nuestras actividades. Las metas son necesarias y forman parte del trabajo. Sin embargo, si no fueran espiritualizadas serán tan frías como letras muertas de una ley escrita en piedra.
Si no entendemos que la salvación se resume en una relación de amor, nos perderemos a lo largo o al final del camino. Si tuviéramos pastores líderes que no se dejen vencer, hombres consagrados, de oración, que tengan una visión, tenacidad y que sean vigilantes; conocedores de sí mismos y del tiempo en el que vivimos, en el nombre del Señor y del Espíritu Santo que ahora preside, ilumina e inspira la iglesia, seríamos parte del remanente vencedor.