¿Los cristianos tenemos que ser vegetarianos?

Esta pregunta es un tanto compleja. La Biblia se refiere a este tema desde el punto de vista de la creación y de la recreación. Al mismo tiempo autoriza que los humanos coman algunos tipos de carne. Por ello, no podemos exigir el vegetarianismo como parte de un estilo de vida cristiano. Analicemos, sin embargo, algunas de las evidencias bíblicas que se ocupan de su pregunta.

1. El vegetarianismo en la Biblia: Es bien sabido que la dieta original que Dios dio a los seres humanos era vegetariana (Gén. 1:29), y que esta continuó después de la entrada del pecado (3:18). Esta dieta fue dada en el contexto de la orden divina de ejercer potestad sobre los animales (1:28), lo que limita entonces el poder humano sobre el reino animal. En el contexto de la creación, la dieta vegetariana señalaba la ausencia de la violencia y la muerte en el orden creado y la intención divina de preservar ese orden. También revelaba la sabiduría y el amor de Dios, al brindar a los humanos el tipo de alimento que les permitiría trabajar con el Creador preservando sus vidas en condiciones óptimas. La carne no era necesaria para conservar la vida.

Es interesante que la Biblia señala que después de que el pecado sea  erradicado de este mundo, los seres humanos serán nuevamente vegetarianos. Esto está implícito en la descripción profética de la transformación del mundo animal y la ausencia de violencia: «No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor, como rebosa el mar con las aguas» (Isa. 11:9, NVI; véase desde el vers. 6; Isa. 65:25). La ausencia de violencia en el mundo animal presupone su ausencia entre los humanos.

2. Consumo restringido de carne: Después del diluvio universal, y en el contexto de la ausencia de flora, Dios permitió que los humanos comieran carne animal (Gén. 9:3), siguiendo la distinción divina entre animales limpios e impuros (Gén. 7:2; Lev. 11). Este uso restringido de la carne animal tenía dos propósitos principales.

En primer lugar, como ley alimentaria, identificaba la carne de los animales que mejor podían contribuir a la preservación de la vida humana en un mundo de pecado y muerte. En segundo lugar, servía para establecer los límites de la violencia humana contra la vida animal, al restringir el consumo de la carne de muchos de ellos. Los animales temerían al ser humano y correrían por sus vidas cuando lo vieran (Gén. 9:2).

En la Biblia, el ideal divino de una dieta libre de carne no quedó relegado. Cuando Israel se hallaba en el desierto y necesitó de alimento, Dios proveyó el maná. Cuando insistieron en comer carne, el Señor les dio codornices, pero terminaron enfermos (Núm. 11:4-23, 31-33). Según la Biblia, el Señor rara vez dio carne a su pueblo (1 Rey. 17:6). La dieta de los israelitas era básicamente vegetariana. Solo en circunstancias especiales consumían carne (por ej., en los sacrificios, Lev. 3:1-9). Sus animales domésticos constituían sus «cuentas bancarias» y eran fuente de leche, mantequilla y queso (Deut. 32:14; Jue. 5:25; 2 Sam. 17:29).

3. El ideal de Dios para su pueblo: Los adventistas prestamos atención a la ley de los animales limpios e inmundos; creemos que representan el mínimo que el Señor requiere de nosotros en el ámbito alimentario. La obedecemos con gratitud porque su voluntad expresa el interés que tiene el Señor en nuestro bienestar físico y espiritual. Al cuidar nuestro cuerpo, que es templo del Espíritu Santo, damos gloria a Dios. Las evidencias bíblicas han hecho que creamos que el vegetarianismo es el ideal de Dios para su pueblo. Este ideal es sumamente relevante en un mundo que descubre cada vez más los tremendos beneficios de esa dieta.

En la actualidad, cada vez hay más vegetarianos por diversas razones: éticas, ecológicas, religiosas y aun narcisistas. Este puede ser el momento apropiado de reafirmar ese ideal y evitar el uso de carne en las reuniones oficiales de la iglesia (almuerzos de camaradería, reuniones de obreros, etc.) y siempre que sea posible, excluirla de nuestra mesa.

Escribo esto para «que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente» (3 Juan 2, NVI).