Matrimonio: ¿Una institución defectuosa?

Podemos ser testigos que dentro y fuera de la Iglesia el número de casos de divorcio va aumentando día a día. Son muchas las justificativas que los cónyuges dan para terminar el compromiso matrimonial. Algunas de las historias que escuchamos son terribles y no podemos creer que pertenecen a parejas adventistas.

Cierta vez, conversando con mi esposo le dije que entiendo fácilmente a un sicólogo profesional que cree que el matrimonio es una institución con defectos. Sí, es comprensible que alguien que lidia todos los días con el lado negro de las relaciones sociales pueda dejar de creer en algo que es tan lindo cuando es guiado por Dios. En el consultorio recibimos víctimas de agresión física y verbal por parte del cónyuge, personas que tuvieron la dignidad violada por años, que fueron obligadas a callarse en función a una apariencia que necesitaba ser mantenida delante de los hermanos de iglesia y que cayeron en la depresión en función de tanto dolor, personas que no ven más el sentido de vivir debido a una relación desastrosa. También encontramos  que se quejan de tan poco que son insatisfechas a cualquier costo, que en los primeros malentendidos ya piensan en separarse y que con pocos meses de casados están convencidos de que “no da más”.

¿Sería realmente el matrimonio una institución defectuosa?

El matrimonio no. Quien lo creyó es muy sabio para crear algo que fuese destinado al fracaso. Los errados son los hombres y mujeres que se aventuran en relacionarse sin estar preparados para eso. Errado es el sentimiento que hay en el corazón de esas personas. Un amor tan superficial y líquido que fácilmente se destruye que ni debería llamarse amor. Erradas son las mentes insaciables que siempre quieren más y que nunca satisfacen con lo que tienen. Esas son las personas que se aventuran en entrar al sagrado matrimonio, y debido a la situación personal, lamentable e irresponsable, ensucian el nombre de esta sagrada institución.

Infelizmente esa alteración del matrimonio no sucede sólo en el mundo, sucede también en la iglesia. Y no sólo entre los hermanos, sino también entre las familias pastorales. Somos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, pero cuando las familias de los “impíos” observan nuestras familias adventistas, ¿Será que ellos habrían encontrado la luz? ¿Será que habrían encontrado la alegría del matrimonio en nuestros hogares? ¿O concluyen que somos como ellos?

No hay mucho que podamos hacer por nuestro pasado. Lo que pasó en el pasado ya pasó e infelizmente muchos de los problemas del relacionamiento que tenemos hoy tienen su origen en nuestra historia, en nuestro pasado, donde construimos hábitos no tan saludables y de maneras no tan sabias para tratar con las personas. A pesar de todo, podemos trabajar en el presente. Las familias pastorales también entran en crisis pero no es necesario vivir en ella. Las parejas pastorales también tienen malentendidos, es verdad, son humanos, pero no necesitan vivir en malentendidos. Si en el pasado fuimos mimados, aprendemos a ser celosos, fuimos traicionados y aprendemos a ser desconfiados, si desarrollamos la intolerancia a frustraciones o no sabemos respetar la individualidad del otro y ser cooperador en las actividades diarias, si no aprendemos a expresas nuestras emociones y decir “Te amo” de distintas maneras, incluso con palabras, esto no es el fin.

Hay mucho que se puede hacer para restaurar un matrimonio que anda en desmerecimiento. La primera cosa que necesitamos entender es que nadie necesita llegar a tener un PHD en matrimonio. “alcanzar la debida comprensión de la relación matrimonial es la obra de la vida entera. Los que se casan ingresan a una escuela donde nunca en esta vida, se graduarán”. (Testimonios Selectos, v.3, p. 95). Todos los días tenemos cosas que aprender sobre el matrimonio, y si algo anda mal no significa que el matrimonio debe acabar. Significa que existen lecciones nuevas a ser aprendidas. A pesar de que hayamos leído bastante sobre relacionamientos, matrimonio y familia; no somos perfectos y necesitamos considerar que el perfeccionamiento de la relación puede llevar algún tiempo, y la tolerancia es fundamental en este tiempo de perfeccionamiento, juntamente con los esfuerzos personales en seguir las orientaciones divinas. “Por mucho cuidado y prudencia con que se haya contraído el matrimonio, pocas son las parejas que hayan llegado a la perfecta unidad al realizarse la ceremonia del casamiento. La unión verdadera de ambos cónyuges es obra de los años subsiguientes.” (El Ministerio de Curación, p. 359 y 360).

Un segundo punto importante es que necesitamos perfeccionar el mirar que lanzamos sobre nuestro relacionamiento y sobre nuestro cónyuge. A veces perdemos mucho tiempo concentrándonos en los defectos, valorizamos mucho las fallas y nos olvidamos de reconocer las cualidades e incluso expresar este reconocimiento por medio de elogios sinceros. Es muy difícil hacer a alguien feliz cuando todo lo que hacemos es reclamar y quejarnos. También es muy difícil ser feliz al lado de alguien cuando nos concentramos tanto en sus defectos. “Procuren todos descubrir las virtudes más bien que los defectos. Muchas veces, nuestra propia actitud y la atmosfera que nos rodea determinan lo que se nos revelará en otra persona. ” (El Ministerio de Curación, p. 360).

Habrían muchas más cosas para destacar aquí pero destaco un tercer y último punto. Es necesario aprender a vivir para el otro. Ustedes pastores, están habituados a realizar matrimonios o cursos de noviazgo y decir a sus ovejas que debemos casarnos para hacer feliz al otro. ¿Cuán cierto ha sido esto en su matrimonio? ¿Vive usted para hacer feliz a su esposa? ¿Su vida es una vida de servicio a Dios y a aquella usted eligió para unirse en matrimonio? La vida de Cristo debe ser una vida de servicio, especialmente la vida del pastor y no sólo de servicio a Dios y a la comunidad, pero de servicio a aquellos más cercanos, los del hogar y especialmente, la esposa. ¡Un matrimonio no puede ser feliz sin que aprendamos eso! Jesús vino al mundo para servir y porque Él nos amó Él tomó la forma de siervo y dio su vida por la humanidad. Él es nuestro ejemplo en todo, hasta en nuestros relacionamientos. Pablo obtuvo, en pocas palabras, dejar una instrucción sobre el matrimonio, relacionando este al que Cristo hizo por nosotros. “Maridos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” Ef. 5:25. Servir, darse, hacer feliz al otro, los matrimonios necesitan de esto y esta es una decisión que necesitas tomar. No espere que el cónyuge la tome, eres tú que necesita aprender a servir aunque el otro no pueda servir. A pesar de que el otro reclame, necesitas hacer tu parte.

Creer en el matrimonio entendiendo que vivimos aprendiendo en el diariamente; concentrarnos en las buenas cosas de nuestro cónyuge; servir y hacer feliz al otro. Estos son los tres ingredientes que pueden cambiar nuestro matrimonio en un pedacito de cielo. “Aunque se susciten dificultades, congojas y desalientos, no abriguen jamás ni el marido ni la mujer el pensamiento de que su unión es un error o una decepción. Resuélvase cada uno de ellos a ser para el otro cuanto le sea posible. Sigan teniendo uno para con otro los miramientos que se tenían al principio. Aliéntense uno a otro en las luchas de la vida. Procure cada uno favorecer la felicidad del otro. Haya entre ellos amor mutuo y sopórtense uno a otro. Entonces el casamiento, en vez de ser la terminación del amor, será más bien su verdadero comienzo. El calor de la verdadera amistad, el amor que une un corazón al otro, es sabor anticipado de goces del cielo.” (El Ministerio de Curación, p. 360).

Teniendo comunión con Dios y haciendo nuestra parte, podemos confiar que estamos en el camino para descubrir las alegrías que Dios reserva para aquellos que hacen un compromiso matrimonial.