Mayordomía y Salud

El cuerpo saludable proporciona las mejores condiciones para servir a Dios

Somos más que una iglesia evangélica, somos un movimiento profético. Debido a esta característica, tenemos un abordaje peculiar en relación con la práctica de la mayordomía cristiana relativa a la salud. Todo líder debería tener la clara com- prensión de los principios que rigen esa relación, porque afecta directamente el estilo de vida de cada miembro, en forma individual y de la iglesia en general. Con la finalidad de profundizar nues- tra comprensión de este asunto, deseo presentar en este artículo el concepto actual de mayordomía cristiana en relación con la salud, y de qué manera la comunión con Dios puede contribuir a la fina- lidad de disfrutar de una mejor salud.

¿Qué es la mayordomía cristiana?

Hasta la última asamblea general de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Atlanta, en 2010, la mayordomía cristiana era un departamento. En esta categoría, el centro básico de su actuación estaba dirigido a la recaudación de fondos, el desarrollo, las finanzas y los proyectos.

Después de 2010, se modificó el estatus de la mayordomía cristiana, de departamento a Ministerio de Mayordomía Cristiana. ¿Qué implicaciones tuvo ese cambio? La orientación cambió de la búsqueda de fondos, el desarrollo de material y de proyectos, a la restauración de la persona como un ser integral (espiritualidad, salud, familia, liderazgo, lenguaje, etc.), con base sobre el discipulado y la comunión como estilo de vida.

La mayordomía cristiana pasó del concepto limitado de las “Cuatro T” (templo, talento, tesoro y tiempo), a una definición más amplia, que incluye a esta antigua pero que no se limita solamente a esta. El concepto actual es: Todo de mí en respuesta al todo de Dios. Dentro de este nuevo cuadro, surge la pregunta: ¿Qué relación hay entre esta nueva visión de mayordomía cristiana y salud?

Mayordomía cristiana y salud

Cuatro puntos se destacan para una comprensión básica de esa relación.

Primeramente, con salud es más fácil vivir dentro de esa visión del ser integral: espiritual, físico, mental, social y ambiental (de respeto para con el medio ambiente). Por esa razón, el mensaje de las Escrituras es: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).

En segundo lugar, cada mayordomo del Señor es responsable por el cuidado del cuerpo como morada del Espíritu Santo. El apóstol Pablo pre- gunta: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Cor. 6:19). También afirma: “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente” (2 Cor. 6:19).

Tercero. Los pastores y los obreros son exhorta- dos a enseñar a los miembros de modo que despier- ten a la práctica de estos principios. La señora Elena de White escribió: “Hombres y mujeres debieran ser informados respecto de la habitación huma- na, preparada por nuestro Creador como su lugar de morada, y de la cual quiere que seamos fieles mayordomos” (Nuestra elevada vocación, p. 269).

Cuarto, y por último, para mantener y recuperar la salud, el pueblo de Dios tiene una receta profética divina. ¿Cuál es y cómo usarla? Aquí está la orien- tación: “Hay muchas maneras de practicar el arte de sanar; pero hay una sola que el Cielo aprueba. […] El aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un régimen alimenticio conveniente, el agua y la confianza en el poder divino son los verdaderos remedios. Todos debieran conocer los agentes que la naturaleza provee como remedios, y saber aplicarlos. Es de suma importancia darse cuenta exacta de los principios implicados en el tratamiento de los enfermos, y recibir una instruc- ción práctica que le habilite a uno para hacer uso correcto de estos conocimientos” (Consejos sobre el régimen alimenticio, pp. 355, 356).

Además de estas enseñanzas, otras prácticas de la mayordomía cristiana pueden ser mencionadas a fin de ayudar en el mantenimiento de la salud.

Elena de White, citando el ejemplo del marido, dice que él podría haber tenido más salud si hubiese controlado la mente, alejando de sí pensamientos y asuntos tristes, y si hubiese disfrutado del sábado cuando no estuviera predicando.

Como se ve, la salud es una bendición que el Creador nos concede a sus mayordomos. Por orien- tación profética desde el origen mismo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, el cuidado del cuerpo debe ser observado como un mandamiento sagrado, tanto como el sábado, los diezmos y las ofrendas. El respeto y el esfuerzo por mantener el cuerpo en el mejor estado posible es un deber religioso, pues proporciona mejores condiciones para servir a Dios, porque “podemos servir a Dios mejor con el vigor de la salud que con la decrepitud de la enfermedad; por lo tanto, debemos colaborar con Dios en el cuidado de nuestros cuerpos” (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 121). Nota que la comunión con Dios sirve como remedio para el cuerpo y para el alma, y por eso debe ser adoptada como un estilo de vida.

Mayordomía cristiana y comunión

En la presentación del Seminario de Enriquecimiento Espiritual II, se planteó la siguien- te pregunta: “¿Para qué quieres vivir mejor y con más salud?” Respuesta: “Para escuchar la voz de Dios (clara, sin “ruidos”) en la primera hora de cada mañana. Para tener salud a fin de alabar, meditar, orar, testificar y cumplir la misión de predicar el evangelio con más alegría y mayor entusiasmo”.

Este debe ser el propósito para mantener el cuer- po en las mejores condiciones posibles. Mientras vive, cada mayordomo debe tener conciencia de que es responsable por realizar lo máximo para Dios, con los recursos disponibles que él nos brinda. El desafío profético para cada uno es: “El pueblo de Dios es llamado a una obra que requiere dinero y consagra- ción. Las obligaciones que descansan sobre nosotros nos hacen responsables de trabajar para Dios hasta el máximo de nuestra habilidad. Él pide un servicio indiviso, la completa devoción del corazón, el alma, la mente y las fuerzas” (ibíd., p. 39). Ese amor por la causa, sin duda alguna resultará en buena salud.

“El amor a Dios es esencial para la vida y la salud. A fin de gozar de salud perfecta, nuestros corazo- nes deben estar llenos de esperanza, amor y gozo” (Consejos sobre la salud, p. 589).

La voz profética todavía anuncia: “El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivi- ficante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio, las energías más potentes de nuestro ser despier- tan y entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida” (ibíd., p. 29).

Ya que la práctica de la mayordomía cristiana –en el contexto del respeto y la consideración al cuerpo como un templo sagrado– produce salud, fidelidad y gratitud (diezmos y ofrendas), concluyo este artí- culo con las siguientes palabras: “Nada tiende más a fomentar la salud del cuerpo y del alma que un espíritu de agradecimiento y alabanza. Resistir a la melancolía, a los pensamientos y los sentimientos de descontento es un deber tan positivo como el de orar. Si somos destinados para el cielo, ¿cómo podemos portarnos como un séquito de plañide- ras, gimiendo y lamentándonos a lo largo de todo el camino que conduce a la casa de nuestro Padre?” (El ministerio de curación, p. 194).