¿Misión Urbana o abandono de las ciudades?

¿Misión Urbana o abandono de las ciudades?

¿Qué debemos hacer con las ciudades? Existen, apro- ximadamente, 535 ciuda- des con más de un millón de habitantes en el mundo. En varias de ellas, la población supera los 10 millones, y algunas tienen más de 25 millones. En 2001, en ocasión del ata- que terrorista del 11 de septiembre a las torres gemelas, en Nueva York, centenas de personas murieron casi de forma instantánea.

Millones de personas estupefactas observaron aquellas escenas de horror, mientras lloraban con los desesperados habitantes de la ciudad estadouniden- se la pérdida de sus seres queridos. Hasta entonces, teníamos una visión ambivalente respecto de las ciuda- des. Finalmente, ¿qué debíamos hacer con ellas? ¿Amarlas? ¿Interceder por ellas? ¿Ministrar a sus necesidades? ¿Evangelizarlas o condenarlas, abando- nándolas a su propia suerte?

En octubre de 2013, en la sede de la Asociación General de la iglesia, los delegados presentes votaron un audaz plan evangelizador de implantar igle- sias en cada ciudad grande alrededor del mundo.

En la Biblia, encontramos una ten- sión entre la vida urbana y la rural. Después de la maldición proferida por Dios sobre la Tierra, Caín, que se dedica- ba a la agricultura, fundó una ciudad y en ella se refugió (ver Gén. 4:17). La ciu- dad más famosa del período inicial de la historia de la humanidad fue Babel, localizada en la planicie de la tierra de Sinar. Temiendo un nuevo diluvio, sus 24 constructores edificaron una gran torre para su residencia, pero Dios confundió las lenguas y los dispersó por sobre toda la Tierra (11:1-9).

Algunas ciudades de los tiempos bíblicos como, por ejemplo, Nínive, Babilonia, Tiro, Roma y otras, se transformaron en símbolos del mal. Abraham renunció a la vida ciudadana en la imponente Ur de los caldeos, a fin de vivir como un nómade en Palestina (ver Gén. 11:31; 12:1-5). Mientras que Lot armaba sus tiendas cada vez más cerca de Sodoma, hasta que entró en la ciudad (ver 23:16, 17), su venerable tío recorría la Tierra Prometida levantando altares al Señor, hasta llegar a las tierras de Mamre, junto a Hebrón (ver 12:8; 13:4, 18). Aunque era rico, él tuvo solamen- te una sepultura como propiedad (ver 23:16-20). Él esperaba la ciudad celestial (ver Heb. 11:10).

En su misericordia, Dios dio una señal a su pueblo para salir de Jerusalén antes de su destrucción (ver Luc. 21:20, 21). Él también nos orientó y nos dio instrucciones en relación con el tiempo en que deberemos abandonar las gran- des ciudades. Elena de White escribió: “Así como el sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos fue la señal para que huyesen los cristianos de Judea, así la asunción de poder por parte de nues- tra nación [los Estados Unidos], con el decreto que imponga el día de descanso papal, será para nosotros una amonesta- ción. Entonces será tiempo de abando- nar las grandes ciudades y prepararnos para abandonar las menores en busca de hogares retraídos en lugares apartados entre las montañas” (Joyas de los testimonios, t. 2, pp. 165, 166).

Como iglesia y como individuos, nece- sitamos estar alertas en relación con el tiempo de Dios. Nuestra misión no es condenar a las ciudades; todavía tene- mos una gran obra que realizar en ellas. Millones de personas necesitan escuchar las buenas nuevas de la salvación.

A propósito, ¿qué has hecho perso- nalmente en favor de la salvación de la gente de tu ciudad? ¿Has intercedido por ella y te has involucrado en su evange- lización? Justamente cuando la iglesia avanza instituyendo monumentos en las grandes ciudades del mundo, ¿debe- ríamos abandonar la misión urbana, a fin de escondernos en las montañas? Dios no se escondía de las personas, pues él las amaba: “¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano dere- cha y su mano izquierda?” (Jon. 4:11). En su ministerio terrenal, Cristo también se compadecía de los habitantes de las ciudades (ver Mat. 9:36).

Sabemos que llegará la hora en que ya nada más podremos hacer por las grandes ciudades. Por lo tanto, salir de ellas ahora no debe ser tomado como un consejo general.