En medio de las tormentas de la vida, el consejo cristiano proporciona fe y esperanza.
Dar consejos es una de las responsabilidades que acompañan al trabajo del líder, en la iglesia local. El desarrollo de un ministerio de consejería cristiana es una clave poderosa para influir en las personas que necesitan orientación para su día a día y apoyar a las que buscan asistencia espiritual. Eso ayuda a construir un puente de contacto entre la iglesia y las personas.
Fundamentos importantes
El ministerio de la consejería en la iglesia necesita ser ejercido con una base sólida. La Biblia proporciona consejos y orientaciones inspirados para impartir a quienes buscan orientación en medio de los dilemas de la vida. El patriarca Job afirmó: “Con Dios está la sabiduría y el poder; suyo es el consejo y la inteligencia” (Job 12:13). La Palabra de Dios contiene mensajes de instrucción y consejo que auxilian a las personas en el momento de una decisión importante en la vida.
Textos bíblicos que demuestran su superioridad en sabiduría y conocimiento, y que establecen directrices en el acto de aconsejar: Dios es soberano en su sabiduría (ver 1 Cor. 3:19), la Palabra de Dios es viva y eficaz (ver Heb. 4:12), el Espíritu de Dios es el único agente eficaz de recuperación y regeneración (ver Efe. 5:18, 19), todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento se encuentran en la persona de Cristo (Col. 2:3).
La Biblia llama a los consejeros humanos a ser francos, amorosos y humildes en relación a sus propias fallas. Ellos deben ser instrumentos, es decir, personas que estén constantemente bajo la coordinación del Espíritu Santo. La consejería bíblica es la confrontación que lleva al aconsejado a tener conciencia de que Dios tiene un alto y santo propósito para su vida, y que eso involucra actitudes, creencias, comportamientos, motivaciones, decisiones y otros aspectos.
La consejería cristiana forma parte del ministerio de discipulado.
Implícitamente, el acto de aconsejar es parte integrante de los dones espirituales de la iglesia (ver 1 Cor. 12:4-7; Efe. 4:12, 13). Salomón escribió: “Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; mas en la multitud de consejeros se afirman” (Prov. 15:22).
En el lugar de trabajo o de estudios, la buena amistad puede ser desarrollada por medio del acto de aconsejar. Eso no implica ningún tipo de invasión de privacidad, sino la conducción ofrecida a alguien para visualizar otros aspectos de su problema y, finalmente, encontrar una salida para la situación. Hay estudios que comprueban que muchas personas buscaron una iglesia, a partir de consejos que recibieron de amigos y personas espirituales.
La iglesia local debe apoyar a su liderazgo para que cuide a sus miembros por medio del consejo eficaz. Lo cotidiano de la iglesia, principalmente en los grandes centros urbanos, da testimonio de la necesidad de orientación y asistencia espiritual a las personas. Elena G. de White escribió: “Enseñad a la gente a acudir a Dios individualmente en busca de dirección, a estudiar las Escrituras y a aconsejarse unos a otros con humildad, con oración y con fe viva” (Mensajes selectos, t. 112, p. 1). El apóstol Pablo hizo una inspiradora recomendación: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16).
En el acto de aconsejar, la persona debe ser vista como un todo y no, apenas, como una fragmentación de un problema. El consejero necesita concentrar sus actividades en la persona, no solo en los problemas. Las personas necesitan saber que son objeto de respeto y consideración en todo el proceso desarrollado durante la consejería cristiana.
La dinámica de la consejería cris tiana
El acto de aconsejar a alguien requiere una postura que muestre el criterio de quien ejerce ese ministerio en la iglesia local. Recuerde el consejero que él está trabajando con seres humanos marcados por necesidades físicas y espirituales. Elena G. de White escribió: “En la obra de ganar almas, se necesita mucho tacto y sabiduría. El Salvador no suprimió nunca la verdad, sino que la declaró siempre con amor. En su trato con los demás, él manifestaba el mayor tacto, y era siempre bondadoso y reflexivo. Nunca fue rudo, nunca dijo sin necesidad una palabra severa, nunca causó pena innecesaria a un alma sensible. No censuró la debilidad humana. Denunció sin reparos la hipocresía, incredulidad e iniquidad, pero había lágrimas en su voz cuando pronunciaba sus penetrantes reprensiones. Nunca hizo cruel la verdad, sino que manifestó siempre profunda ternura hacia la humanidad. Cada alma era preciosa a su vista. Se portaba con divina dignidad y se inclinaba con la más tierna compasión y consideración sobre cada miembro de la familia de Dios. En todos veía almas que era su misión salvar” (Obreros evangélicos, p. 123).
Saber oír
Aconsejar es, ante todo, oír. El silencio también comunica muchas cosas. Actúa con cuidado y oye más de lo que hablas. Cuando la persona habla, ella organiza sus pensamientos y comienza a ver las cosas de otra forma.
Tú necesitas saber escuchar para que el aconsejado consiga también escucharse.
Cómo oír
Observa el lenguaje corporal, porque el cuerpo también habla. Los especialistas separan el lenguaje verbal del no verbal, en los porcentajes de la comunicación. Según ellos, el 93% del lenguaje es no verbal y el 7% es verbal. La postura física dice mucho en relación a la situación que la envuelve. Descubriendo lo que la persona siente, podrás ayudarla de manera más eficaz.
La voz es otro factor importante que tiene que ser percibido en el proceso de aconsejar. Los especialistas separan en tonalidades las voces y sus significados emocionales.
Analiza el tono de la voz del aconsejado. Las emociones también son exteriorizadas a través de la voz. Por ejemplo: voz alta en golpes (rabia), voz suave y dubitativa (resentimiento), voz áspera y monótona (amargura), voz vacilante (la persona se siente confusa).
Oye atentamente el mensaje escondido en las palabras: cuando tú estés aconsejando, no te permitas desviar tu atención. Mira a la persona y concéntrate en el asunto. A veces, lo que la persona dice no es necesariamente lo que le gustaría decir. Por ejemplo, cuando un adolescente dice que odia las matemáticas, podrá estar diciendo: yo estoy con miedo de fracasar en la prueba de matemáticas. Cuando el marido o la esposa dice: “Creo que voy a dejar mi empleo”, podría querer escuchar referencias a su competencia para el trabajo.
Permite que el aconsejado hable y se exprese. Debes contener tus propias emociones. No te asustes ni quedes escandalizado frente a lo que estás escuchando, aunque sea algo grave. Intenta ser natural, demostrando calma y tranquilidad.
Saber qué decir
No pronuncies un sermón moralista para el aconsejado, referido a algún error que él o ella haya cometido. Quien te buscó, lo hizo porque necesitaba de ayuda y tu función, en este momento, es ayudarlo. Un principio importante es que debemos darles a las personas aquello que están buscando de nosotros. Apoya a quien necesita apoyo, ayuda a quien necesita ayuda. Ama a la persona incondicionalmente. El joven rico fue hasta Jesús, y la Biblia nos dice que Jesús lo amó y le dijo que solamente le faltaba una cosa (ver Mar. 10:17-22).
Incentiva el diálogo interior. Haz que la persona siempre busque la ayuda y el apoyo, primeramente, en Dios. Confirma el valor personal del aconsejado. Habla de las cualidades de la persona, pues así vas a estar ayudándola a reconstruir su autoestima. Conserva la confidencialidad. Una forma de demostrar respeto por el aconsejado es proteger su reputación, tanto como sea posible. La confidencia es un factor esencial en la construcción de una relación de confianza entre el aconsejado y el consejero.
Recuerda que el acto de aconsejar debe proporcionar esperanza a la vida de las personas. Si deseamos ayudarlas, es fundamental que la esperanza sea el elemento operante. Las personas necesitan entender que hay esperanza para ellas en medio a las tormentas de la vida. La esperanza no puede ser subestimada.
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva…” (1 Ped. 1:3).