Por precepto y ejemplo

Tres enfoques del discipulado en la vida y las enseñanzas de Elena de White

El escritor y poeta argentino Jorge Luis Borges declaró que “todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas”. Para el psicólogo alemán Kurt Lewin, “nada es tan práctico como una buena teoría”. Aparentemente, estos dos abordajes difieren entre sí, pero ambos retratan la verdad. Una buena teoría es la que, al ser implementada, genera resultados incuestionables. En la carrera pastoral, es muy probable que el sentido crítico cultivado con el pasar de los años nos ponga a la defensiva ante los lemas propuestos por el liderazgo de la iglesia.

Como ejemplo de esto, la frase Comunión, Relaciones y Misión puede fácilmente ser colocada junto a los lemas que vienen y que van, dejando pocas marcas y transformaciones prácticas. La cuestión es qué hacer para que este trío de palabras tenga significado práctico. ¿Qué impacto ejercerán en mi ministerio y, consecuentemente, sobre la iglesia?

El pastor adventista casi siempre cae en la buena tentación de incluir consejos de Elena de White en las argumentaciones a favor de una idea. A fin de cuentas, en los escritos de ella se encuentran mensajes sobre cada aspecto de la vida y su relación con la mayor de todas las ciencias: la salvación.

Sin embargo, en este artículo, no deseo citar consejos, sino algunos ejemplos prácticos de la manera en que Elena de White desarrolló su experiencia de comunión, relaciones y misión.

Comunión

Desde la infancia, Elena presentó una inaudita sensibilidad espiritual. La dolorosa experiencia del accidente sufrido a los nueve años despertó en ella el interés por temas cruciales como la salvación, la preparación para la muerte y la vida eterna. El estudio de la Biblia y la oración alimentaron la fe de aquella frágil niña. Al relatar esta etapa, ella escribió: “Por este tiempo, comencé a orar a Dios y a pedirle que me preparase para la muerte. Cuando nuestros amigos cristianos venían de visita, le preguntaban a mi madre si me había hablado acerca de la muerte. Yo escuchaba estas conversaciones y me sentía estimulada. Deseaba llegar a ser cristiana y oraba fervientemente pidiendo perdón por mis pecados. Como resultado, experimenté gran paz mental […]”[1] Ella encontró consuelo en la comunión con Dios. Por medio de la oración, se sentía segura de que Jesús la amaba.[2]

En los años siguientes, Elena de White quedó muy impactada por la predicación de Miller acerca de lo que, según creían, era la inminencia de la venida de Jesús. Ella enfrentó días de incertidumbre y dudas que la motivaron a orar con determinación en busca de paz y alegría en la salvación en Jesús. “Mientras me encontraba arrodillada y en oración, repentinamente desapareció mi angustia y sentí el corazón aligerado. […] Experimenté la seguridad, en mi corazón, de que él comprendía mis pruebas peculiares y simpatizaba conmigo. Nunca olvidaré la admirable seguridad de la tierna compasión de Jesús por alguien tan indigna de ser tomada en cuenta por él”.[3]

Herbert Douglass sugiere que, si no hubiera sido por esa relación con el Señor, ella no habría podido soportar el gran chasco del 22 de octubre de 1844.[4] A medida que ella maduraba, crecía también su amistad con Jesús y se sometía totalmente a los planes de Dios. En sus escritos, hay centenas de consejos y testimonios acerca del valor de la oración y del estudio de la Biblia para el crecimiento espiritual. En el hogar del matrimonio White, a los hijos se les enseñaba a desarrollar el hábito de orar y estudiar la Biblia. Cuando ella y el esposo se ausentaban, debido a los compromisos con la predicación, Elena acostumbraba escribirles a sus hijos, incentivándolos a dedicar tiempo a la comunión con Dios.

En una carta, ella aconsejó: “No les ordeno que lean la Biblia; jamás lo haré. Deseo que lean la Biblia porque la aman […]. Pero, si descuidan la lectura de la Biblia, perderán el amor hacia ella. Los que aman la Palabra de Dios son los que leen mucho […]. Permanezcan alertas y oren, hijos, para que no sean vencidos por el enemigo. Vivan una vida cristiana, y siempre tengan en mente la gloria de Dios”.[5]

Es imposible hablar de la comunión sin citar el libro El camino a Cristo, preciosa joya literaria acerca del arrepentimiento, la conversión, la oración y la comunión diaria con Dios. Es sorprendente la forma sencilla y natural con que esos temas son abordados.

Relaciones

Elena de White siempre valoró las relaciones con los hermanos de la fe y con los que no pertenecían a la iglesia. Los relatos sobre su adolescencia mencionan actividades realizadas en grupos pequeños de oración y reuniones en casas de amigos. El crecimiento del adventismo se solidificó en reuniones en los hogares, donde los fieles dedicaban tiempo a testificar, a estudiar la Biblia y a orar. Fue en una de estas reuniones donde ella tuvo su primera visión, en diciembre de 1844.

La mayor parte de sus escritos fueron cartas en las que ella revela amor, preocupación e interés por la salvación de personas cercanas, como familiares o compañeros de trabajo. Ella también les escribió a personas no tan conocidas, siempre con la preocupación de enviar un mensaje especial que las condujera a Cristo.

Así, para Elena de White, vivir en comunidad y relacionarse bien con el prójimo era un deber y un privilegio. En el funeral de ella, el Pr. C. B. Starr comentó: “Deseo hablar de su carácter como un amigo […]. Recordaba los nombres de todas las personas de manera impresionante. Parecía que nunca se olvidaba de alguien que había conocido en cualquier parte del mundo. Los llevaba en su corazón y en sus oraciones. Su constancia en la amistad era notable […]”[6]

Misión

El matrimonio White tenía pasión por la misión. De todo corazón, Elena de White se entregó al trabajo, privándose de muchas cosas, incluso de la compañía de sus hijos. Viajes, predicaciones y reuniones de estudios formaban parte de su agenda. Pero, consideremos lo que ella hacía personalmente:

En la literatura adventista, hay varias historias del trabajo evangelizador personal de Elena de White. Si bien era reconocida como una gran predicadora, ella no dejaba de aprovechar cada oportunidad para testificar.

Arturo White, su nieto, mencionó el profundo interés de su abuela por la conversión de sus familiares. En 1872, ella y su esposo invitaron a la sobrina Mary y a su madre, una de las hermanas mayores de Elena de White, no adventistas, para un período de descanso en las montañas de Colorado. En su diario, ella relató que, a la sombra de un gran árbol, leyeron cerca de sesenta páginas de los libros El gran conflicto y Dones espirituales. María quedó profundamente interesada, y “nosotros quedamos felices de ver la manera atenta en que ella escuchaba”.[7] De acuerdo con el Pr. Arturo White, la lectura fue cuidadosamente seleccionada para despertar el interés de Mary. Otras publicaciones como Review and Herald, The Youth ́s Instructor, Signs of the Times y The Southern Watchman fueron enviadas a las hermanas que no eran adventistas.

Las publicaciones ocuparon un papel importante en el trabajo misionero personal de Elena de White. En viajes, ella siempre llevaba libros para distribuir. Dios no solo le reveló la importancia de la distribución de la página impresa, sino también le concedió la alegría de ver resultados de su trabajo. En el verano de 1853, en un viaje del matrimonio White a lo largo del Estado de Michigan, el conductor del carruaje se perdió misteriosamente en un bosque. Después de varias horas de intentar encontrar el camino, llegaron a una cabaña, donde fueron recibidos por una simpática familia. Allí pudieron saciar su sed y descansar, disfrutando de la hospitalidad de esas personas. Al dejar la cabaña, Elena le entregó a la ama de casa una copia de su primer libro: A Sketch of the Christian Life Experiencie and Views, y ejemplares de la Review and Herald y de The Youth ́s Instructor.

Veinte años después, en una reunión campestre, Elena fue abordada por una agradecida señora que relató haber leído las publicaciones recibidas en aquella cabaña y las había prestado a algunos vecinos. El resultado fue una cosecha de personas para la iglesia.[8]

Para concluir, comunión, relaciones y misión son palabras que definen muy bien la vida y el ministerio de Elena de White. El énfasis en el cristianismo práctico es lo que encontramos en su vida. ¿Tenemos el deseo de reavivar la experiencia del discipulado en nuestra vida? ¿Estamos dispuestos a invertir más tiempo en la comunión con Dios, en las relaciones personales y en la misión? ¿Cómo podemos motivar a la iglesia para que experimente las bendiciones del discipulado? Nuestra respuesta a esas preguntas determinará los resultados de nuestro ministerio.

Referencias

1 Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 17.

2 Ibíd., p. 18.

3 Ibíd., p. 22.

4 Herbert Douglass, Mensajera del Señor, p. 50.

5 Perguntas que eu Faria à Irmã White, p. 138.

6 Elena de White, The Retirement Years, p. 218.

7 Arthur White, Ministry (julio de 1948), p. 33.

8 Elena de White, El evangelismo, pp. 328, 329.