¿Por qué nuestros hijos abandonan la Iglesia? (Primera parte)

¿Por qué nuestros hijos abandonan la Iglesia? (Primera parte)

¿De qué le servirá al pastor si salva toda una ciudad para Cristo pero pierde a sus propios hijos? Mientras que muchos niños crecen saludables y felices en la iglesia, otros muchos están dando el portazo en la puerta de atrás de la iglesia y salen al mundo.

¿Por qué? Mi investigación académica reveló 40 factores para el abandono entre los hijos adultos de los pastores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Los exploraré con usted en estas páginas, ya que muchos de esos factores afectan a todas las familias adventistas. Este mes, en vez de centrarnos en datos, me gustaría compartir algo de consuelo con padres y abuelos que se sienten heridos.

Los adventistas hacemos mucho para ayudar a que nuestros hijos encuentren a Dios y se conviertan en miembros de iglesia comprometidos, y aún así, perdemos a muchos de ellos. A menudo nos culpamos a nosotros mismos, y es cierto que todos hemos cometido errores. Pero también los cometen los padres cuyos hijos permanecen en la iglesia. Aunque los factores domésticos influyen profundamente en la espiritualidad de nuestros hijos, en última instancia es su propia elección la que les hace permanecer en la iglesia.

Muchos de los miembros de iglesia no se creen esto, y no les avergüenza compartir un consejo no solicitado: “Oren más, aporreen la puerta de los cielos”. A veces su consejo parece contradictorio: “Déjale que marche y permite que Dios lo traiga de vuelta a la iglesia.”

Inevitablemente, Prov. 22:6 es traído a colación: “Instruye al niño en su camino, y cuando fuere viejo, no se apartará de él”. ¡Garantizado!

La confianza en el poder salvador de Dios es algo encomiable, pero la fe simplista viola los principios de la Escritura y el carácter de Dios. Por otro lado, lo que ese proverbio parece garantizar ya ha fallado. Los pródigos, por definición, se han apartado de la formación religiosa de su infancia, de lo contrario, no estaríamos orando por su regreso.

¿Acaso Dios no ha mantenido su palabra? No, porque un proverbio no es una promesa. Es más, un proverbio propone un principio generalmente verdadero, pero no es una garantía universal absoluta. Consideremos otro proverbio: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová,
Aun a sus enemigos hace estar en paz con él.” (Prov. 16:7). ¿De vedad? Cuéntenle eso a Esteban mientras sus enemigos lo lapidaban hasta la muerte a causa de su fidelidad.

Jesús oró por Pedro para que su fe no fallase (Lucas 22:31). Y aún así, falló, de forma espectacular. ¿Acaso no oyó el Padre la intercesión de su Hijo? No, Dios preserva la libertad de elección respecto los asuntos del alma, no importa lo mucho que uno ore y ayune.

Entonces, ¿por qué orar? Porque Cristo abrirá los ojos de aquellos cegados por el dios de este mundo de modo que puedan ver su situación (2 Cor. 4:4). Nuestro Padre permite a sus hijos pródigos que sufran hambre en las pocilgas. Siempre fue su elección. Al final del día, incluso los hijos por los que se ora tienen que decidir por sí mismos respecto su propia salvación.

Hace tiempo, el profeta Samuel fue el padre de dos hijos adultos en atricción radical (1 Sam. 8:3). Sería justo asumir que este intercesor extraordinario (Jer. 15:1) oró por sus hijos pródigos, no solo en su adultez sino también durante sus años de juventud. Después de todo, había visto de primera mano la carnicería de otro padre sacerdote, Eli. Aún así, Dios no llegó a través de las oraciones de los padres de Samuel, no desde un punto de vista simplista de la fe que perdura en muchas reuniones de oración.

No hay que culpar a Dios si nuestros hijos se pierden. Y en última instancia, los padres fieles no deben ser culpados. Los hijos adultos responderán ante Dios por sus propias elecciones, como está escrito: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.” — así que, “ ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano [nuestros hijos]” (Rom. 14:12, 13).

¿Que clase de piedras de tropiezo ponemos de forma inocente enfrente de nuestros hijos? Hablaremos de eso en el próximo artículo. Mientras tanto, un adelant0:

  • El conservadurismo paternal respecto el estilo de vida no es estadísticamente significativo para el abandono. Lo que hace daño es la rigidez y el legalismo, llegando a ser coercitivo con las convicciones de uno.
  • La falta de relaciones en la familia es una causa seriamente importante de abandono.
    Muy de cerca sigue la falta de libertad para los adolescentes a la hora de desarrollar sus propias experiencias de fe en el contexto del crecimiento y la “no-crítica”, sin la expectativa de ser súper santos.
  • No hay mayor causa de abandono que intentar proteger los adolescentes del conocimiento, de evitar la discusión sobre la iglesia o el conflicto denominacional.

Resumiendo los datos de abanono: Lo que es importante es una actitud amante, tolerante, respetuosa hacia nuestros hijos, modelando la fe y siendo sus mentoes, pero no de forma coercitiva. No es extraño que Jesús dijera: “En esto conocerán todos [incluidos nuestros hijos] que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).