¿Por qué nuestros hijos abandonan la Iglesia? (Segunda parte)

¿Por qué nuestros hijos abandonan la Iglesia? (Segunda parte)

¿Por qué los hijos crecen como Adventistas del Séptimo Día y luego abandonan la iglesia? El artículo anterior hablamos sobre cómo los padres no deberían autoculparse automáticamente si pierden a sus hijos en el mundo, básicamente porque cada uno tiene que tomar su propia decisión de escoger seguir a Dios por sí mismo (lo que básicamente es el motivo por el que la Biblia no enseña el bautismo de niños). En esta ocasión nos centraremos en las razones de abandono, el centro de mis estudios académicos.

A pesar de que los hijos toman sus propias decisiones, lo que experimentan en nuestro hogar e iglesia es extremadamente significativo en sus decisiones. El mes pasado notamos un factor intrigante y preocupante que surgió de los datos que hallé: No hay mayor causa de abandono que intentar proteger a los hijos de conocer, o evitar que discutan sobre la iglesia o conflictos denominacionales.

“¿Por qué? se habrá preguntado alguno. “¿No deberíamos presentar la iglesia a nuestros hijos bajo un enfoque positivo? ¿Por qué sacar los trapos sucios?” (Quizá sea el momento de lavar los trapos sucios).

Bien, ¿acaso endulza la Biblia los pecados de los santos? Los errores de líderes respetables como Abraham, Gedeón, o profetas fieles como Moisés y Elías, son francamente reconocidos en la Biblia — y cómodamente discutidos en nuestras escuelas sabáticas. Pero cuando los jóvenes adultos señalan que los dirigentes de hoy cometen errores, a menudo se encuentran a sí mismos sufriendo reprimendas respecto albergar un espíritu de crítica, deslealtad o incluso de incredulidad.

¿Por qué no tenemos inconvenientes sobre los pecados del pasado y sí con los del presente? Barrer el polvo debajo de la alfombra sólo consigue que tengamos una alfombra abultada que puede hacer que nuestros hijos se tropiecen. Y entonces nos preguntamos por qué los que crecieron en la denominación luego no se hacen querer por nuestra denominación.

No estoy sugiriendo que nos centremos en los fallos de la iglesia y de nuestros dirigentes. Pero cuando nuestros adolescentes estén perturbados por algo que han visto o experimentado, no servimos a la causa de la verdad justificándola con mentiras – o suavizando preguntas incómodas con píos clichés: “No importa lo que hagamos, la iglesia saldrá adelante. Así que mantén tus ojos en Jesús, no en las personas.”

Lo que los jóvenes adultos están oyéndonos decir es: “no te preocupes por esa rueda pinchada. Confía en Dios y lo arreglará.”

Las familias cuyos hijos tienden a permanecer en la iglesia reconocen los problemas denominacionales, mientras que señalan también “todas las familias tienen problemas, incluyendo las familias de la iglesia. Incluso las abuelas se salvan sólo por Gracia.”

Ciertamente, tenemos que estar orientados hacia las soluciones – recordando que la necesidad de soluciones presupone problemas. Y el primer paso en la resolución está en la búsqueda y el inventario sin temor. Dios mismo no desecha las preguntas y preocupaciones del universo celestial; Él se dirije a ellos en el juicio previo a la Segunda Venida de Jesús.

Mientras tanto, aquí en la Tierra, incluso mientras Dios defiende a su pueblo, Él nos avisa y nos alienta. Los pastores a menudo olvidan que el mensaje a Laodicea (ver Ap. 3:17–20) es la carta abierta de Cristo a la iglesia corporativa, prefiriendo a los miembros fríos (¿quién no está de acuerdo con ellos?) respecto sus errores individuales. Por ejemplo, el egoísmo personal. Seguro, deberíamos gastar menos en nosotros mismos y dar más a la iglesia. Pero la forma en que los dirigentes locales y globales están empleando los fondos es algo también digno de ser examinado.

Me siento feliz de que cada dólar en las cestas de recogida de ofrendas adventistas son profesionalmente auditados para asegurarse de que no son robados o desviados. Pero ¿cómo comprobamos el éxito de la inversión? Cualquier negocio que no analiza lo que funciona y lo que no funciona, entra en bancarrota. Del mismo modo ocurre con las instituciones de la iglesia.

No es cuestión de lealtad, sino de letargo por lo que no nos preocupamos lo suficiente a la hora de hacer las preguntas adecuadas. Mientras tanto, nuestros adolescentes y jóvenes adultos no se avergüenzan de pedir transparencia: “Papá, ¿por qué estamos haciendo otra serie de reuniones de evangelización cuando nadie que fuese bautizado en las últimas dos ocasiones ya ni siquiera viene a la iglesia?”

A menudo evitamos discusiones con frases hechas: “Nuestro trabajo es predicar la verdad, dejando los resultados a Dios.” Pero, ¿qué ocurriría si le preguntamos humildemente a nuestros jóvenes: “qué sugerencias tenéis”? No esperéis que participen si vamos a ignorar su respuesta.

¿Funciona aún la evangelización? Es un hecho, cuando la iglesia se preocupa lo suficiente para conectar de forma creativa con el vecindario. Podemos ser fieles a nuestro mensaje adventista a la vez que hablamos la lengua de nuestra cultura. Jesús utilizó ejempos del mundo agrícola con granjeros, y a los pescadores les habló de echar las redes. Ahora tenemos Internet. ¿Podemos hablar el lenguaje actual de Seattle? Geográficamente, así como verbalmente, debemos encontrarnos con la gente donde está.  En vez de enclaustrar nuestros grupos pequeños detrás de ventanas opacadas, ¿qué sucedería si nos aventuramos a ir a un Starbucks y compartir las Escrituras en nuestros smartphones?

Espera a los fariseos locales, más celosos de sus tradiciones que de la pérdida de las almas, que condenen la estrategia, así como lo hicieron con Jesús mismo (véase Lucas 15:2). Pero las iglesias que invitan a hacer preguntas difíciles e implementan soluciones estratégicas crecerán – bautizando nuevos miembros y dedicando los bebés de sus nuevos jóvenes adultos.