Primero las primeras cosas. La responsabilidad del desarrollo personal

Primero las primeras cosas. La responsabilidad del desarrollo personal

Primero las primeras cosas:

La responsabilidad del desarrollo personal

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La pregunta acerca de las prioridades para la persona y el ministerio del pastor me ha acompañado siempre. Cuestión nada fácil de responder, por cierto, ante las muchas y variadas demandas o propuestas que el misionero debe valorar casi a diario. En el presente artículo ofrezco sólo algunas sugerencias relativas al crecimiento personal del ministro y a su capacitación para el servicio.

 

La propuesta consiste, antes que nada, en captar la importancia que el Señor le concede al desarrollo personal de sus siervos. Pablo no lo podía entender de otra manera, “[…] sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:15). Lo mismo podría decirse de Elena G. de White, quien entendió el desarrollo propio como un deber: “El autodesarrollo es nuestra primera responsabilidad para con Dios y nuestros semejantes. Toda facultad que el Creador nos ha concedido debe ser desarrollada hasta alcanzar la plenitud de su capacidad, de tal manera que podamos realizar el mayor bien posible” (Elena de White, Consejos sobre la salud, p. 106).

 

Han de evitarse las falsas alternativas

 

Decisiva es la necesidad de obviar ciertas alternativas falsas. Un par de ilustraciones bastarán para entender el punto. Una de ellas es creer, por ejemplo, que existe una dicotomía entre la devoción y el servicio. En verdad, dicha partición artificial carece de todo sentido, como al parecer lo expresó alguna vez el notable evangelizador adventista Walter Schubert: “Trabajar sin orar, es orgullo; y orar sin trabajar, es hipocresía”. Otro dilema imaginario contrasta al pastor quietista y místico, con el precipitado e hiperquinético. Cierto que el ministro debe ser una persona espiritual, pues su tarea fundamental es la de inspirar, y para ello necesitará cultivar su vida interior mediante la devoción personal. Sin embargo, su tarea no termina hasta haberse abocado a desafiar y capacitar a los creyentes respecto de su propio ministerio.

 

Vivir entre el valle y la montaña

 

La perícopa de Marcos 9:2-29 registra que, en un atardecer veraniego del año 30, Jesús subió a un monte apartado de Galilea en compañía de Pedro, Jacobo y Juan. Era un sitio adecuado para orar (Lucas 9:28), de modo que Jesús pasó la noche en comunión con su Padre. De pronto, la divinidad fulguró a través de la humanidad y en ese marco glorioso Jesús, Moisés y Elías conversaron animadamente. Los tres seguidores de Jesús no podían dar crédito a lo que estaban presenciando. En realidad, participan de la narrativa dos grupos de discípulos: el de los tres de la montaña y el de los nueve que habían permanecido en el valle. ¿Tiene el relato alguna relevancia para los discípulos actuales? Sí, porque muestra a los discípulos de la montaña (Pedro, Jacobo y Juan) satisfechos con permanecer en la cima. Pedro estaba espantado, pero quería quedarse allí y disfrutar de ese encuentro extraordinario; por eso propuso construir enramadas para protegerse del rocío y del sol. La nube y la voz de Dios hicieron de ese momento algo todavía más impactante, de modo que los discípulos se postraron. No había en ellos ninguna preocupación por los habitantes del valle. Todo aquello era demasiado hermoso como para desear abandonarlo. Allí en la altura, cerca de Cristo, disfrutaron de un anticipo del reino de Dios, sin pensar ni por un momento en las necesidades de quienes quedaron al pie de aquel monte. Ese primer grupo representa a quienes buscan a Dios, alejándose del mundo y de sus necesidades. El grupo que prefiere orar sin trabajar, cantar sin servir, estudiar sin enseñar, y disfrutar sin compartir.

 

Por su parte, los discípulos del valle (el grupo de los nueve) estaban en contacto con la gente, con sus problemas y con la obra destructora del enemigo. Además, debieron enfrentarse con la hostilidad de los escribas. Se encontraron con un padre desesperado y su muchacho poseído. Trabajaron sin orar y fracasaron en medio de la perplejidad, la turbación, el chasco y la humillación. El demonio se burló de ellos, acarreándoles el desprecio y la burla de los espectadores. Es decir, trabajaron sin unción y poder. Elena G. de White enumera aquello que ocupaba las mentes de los discípulos del valle: experimentaban tristeza y duda por el anuncio de la muerte de Cristo, sentían celos por los tres de la montaña, se espaciaban en sus desalientos y agravios personales (El Deseado de todas las gentes, p. 397). Así, en la hora del conflicto, perdieron toda autoridad espiritual.

 

Sin embargo, ninguno de los dos grupos está llamado a representar a los ministros del evangelio, pues estos han de situarse, precisamente, entre el valle y la montaña. Hay lugar para la contemplación y para un cierto grado misticismo saludable, pero debemos orar y trabajar, adorar y servir. “Esta era una lección objetiva de la redención: el Ser Divino procedente de la gloria del Padre, se detenía para salvar a los perdidos. Representaba también la misión de los discípulos. La vida de los siervos de Cristo no ha de pasarse sólo en le cumbre de la montaña con Jesús, en horas de iluminación espiritual. Tienen trabajo que hacer en la llanura. Las almas que Satanás ha esclavizado están esperando la palabra de fe y oración que las liberte” (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, ps. 396, 397). Jesús fue el modelo, al vivir siempre entre el valle y la montaña. Ese fue el secreto de su éxito. Miró a la gente con la luz de la montaña y ministró en el valle con el poder de la montaña. Cristo unió a los discípulos de la montaña con los discípulos del valle, por lo que su consejo es válido para nosotros: orar y servir. El ministro del evangelio tendrá éxito si vive como Jesús, entre la cima y el llano. Subirá al monte para estar con Dios y tomar fuerzas, para luego bajar al valle a fin de servir a quienes necesitan de su ministerio.

 

Seguir el ejemplo de Cristo y la enseñanza de la Escritura

 

Tan claramente lo enfatiza Elena G. de White: “La oración secreta, la oración elevada mientras las manos están ocupadas en alguna labor, la oración musitada mientras andamos por el camino, la oración nocturna, la continua elevación de los anhelos del corazón hacia Dios: en esto estriba nuestra única seguridad. De esa manera caminó Enoc con Dios. De esa manera nuestro gran Ejemplo divino obtuvo fuerza para recorrer el espinoso sendero desde Nazaret hasta el Calvario.

 

“Cristo, el Ser sin pecado, sobre quien el Espíritu Santo fue derramado sin medida, reconocía constantemente su dependencia de Dios y buscaba provisiones frescas de la fuente de fortaleza y sabiduría…

 

“Debemos mirar a Cristo, debemos resistir como él resistió, debemos orar como él oró, debemos agonizar como él agonizó, si queremos vencer como él venció” (Elena G. de White, Review and Herald, 8 de noviembre de 1887).

 

“Hallaba sus horas de felicidad cuando estaba a solas con la naturaleza y con Dios. Siempre que podía, se apartaba del escenario de su trabajo, para ir a los campos a meditar en los verdes valles, para estar en comunión con Dios en la ladera de la montaña, o entre los árboles del bosque. La madrugada le encontraba con frecuencia en algún lugar aislado, meditando, escudriñando las Escrituras, u orando” (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 69).

 

“En el gran conflicto que vamos a tener que afrontar, el que quiera mantenerse fiel a Cristo deberá penetrar más hondo que las opiniones y doctrinas de los hombres. Mi mensaje a los predicadores jóvenes y ancianos es éste: Observad celosamente vuestras horas de oración, estudio de la Biblia y examen de conciencia. Poned aparte una porción de cada día para estudiar las Escrituras y comulgar con Dios” (Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 105). “El ministro de Cristo debe ser un hombre de oración, un hombre de piedad; debe ser alegre, pero nunca grosero ni tosco, burlón ni frívolo” (Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 122).

 

Las Escrituras muestran la vida devocional de Jesús y de otros siervos de Dios (textos tomados de la Nueva Biblia Viva). Decía el salmista: “Cada mañana, Señor escucha mi clamor; por la mañana te presento mis súplicas y atento espero tu presencia” (Salmo 5:3). “Oraré de mañana, al medio día y de noche, suplicándole a Dios; él escuchará” (Salmo 55:17). “¡Oh Dios, mi Dios! ¡Cómo te busco! ¡Qué sed tengo de ti en esta tierra reseca y triste en donde no hay agua! ¡Cómo anhelo encontrarte!” (Salmo 63:1). “Muy de mañana, antes de salir el sol, clamo a ti pidiendo ayuda; en tus palabras he puesto mi esperanza” (Salmo 119:147). “En la mañana, muéstrame tu bondad para conmigo, pues en ti confío. Muéstrame a dónde ir, porque a ti elevo mi oración” (Salmo 143:8). Del mismo modo lo hizo Jesús: “A la mañana siguiente, todavía de madrugada, Jesús se levantó y se fue a un lugar solitario a orar” (Marcos 1:35). Porque así lo había anticipado el profeta mesiánico: “El Señor Dios me ha dado sus palabras de sabiduría para que yo sepa qué debo decirles a todos estos fatigados. Cada mañana me despierta y abre mi entendimiento a su voluntad” (Isaías 50:4).

 

Orientaciones para un ministerio integral

 

Queda clara la necesidad de una formación permanente por parte de los siervos del Señor. Habrán de transcurrir sus vidas de servicio dedicados al crecimiento ministerial por medio de la lectura, del estudio, de la preparación de sermones, mensajes y seminarios, buscando la mejor capacitación para el servicio. Me permito anotar al respecto unas pocas orientaciones personales para el logro de un ministerio que apueste intencionalmente a la capacitación y el adiestramiento.

 

(1) Ten una práctica devocional sistemática que incluya la lectura reflexiva de la Biblia, la lectura de los libros de Elena G. de White y de otros materiales edificantes. Disfruta de momentos significativos y cotidianos de oración.

(2) Capacítate en cuestiones teológicos y en otras disciplinas relacionadas con el ministerio pastoral y/o educativo. Vuélvete un especialista en ciertos temas, de tal modo que puedas hacer una contribución clara y oportuna.

(3) Se una persona informada sobre temas importantes para la sociedad y para la comprensión de su problemática. Vuélvete un conocedor de los conceptos básicos de las disciplinas relativas al ser humano en su complejidad actual. Conviértete en una persona cada vez más culta y educada, que pueda ser consultada por personas de la iglesia y de la comunidad.

(4) Busca ideas y materiales para tus mensajes, de modo que los mismos sean interesantes, bíblicamente fundamentados, refrescantes e inspiradores.

(5) Prepara contenidos apropiados para el desarrollo de jornadas y cursos de capacitación para el ministerio de los miembros de la iglesia, con una generosa disposición al diálogo abierto y a la sinceridad en el abordaje de temas complejos. Busca maneras de estimular el pensamiento y la participación activa de cada integrante de tu comunidad.

(6) No te limites al enunciado de teorías o estrategias; más bien muestra cómo pueden alcanzarse los objetivos y no dejes de lanzar desafíos concretos y personales.

(7) Investiga, escribe y publica contenidos de valor permanente. Que sean estos positivos y en lo posible no polémicos, ni excesivamente apologéticos.

(8) No malgastes tu tiempo de lectura con materiales superficiales, humanistas, sincréticos, ni te circunscribas a textos devocionales (que tienen su lugar) o pseudo espirituales. Recurre a menudo a los autores más profundos, complejos y desafiantes.

(9) Evita agotar tus energías intelectuales con temas que simplemente no son bíblicos (como las especulaciones sobre la naturaleza humana de Jesús, el tiempo exacto de su venida e incluso las controversias respecto de la ordenación pastoral), o en problemáticas llamativas y especulativas (como el accionar de la masonería, de los infiltrados en la iglesia y las teorías conspirativas). Concéntrate más bien en el Evangelio, en Jesucristo y los grandes temas de la Biblia.

(10) Entiende que es una trampa caer en la agenda de los críticos, separatistas e independentistas, con sus cambiantes énfasis doctrinales y teológicos, normalmente desequilibrados y extremistas. Ocuparse excesivamente de ellos es darles una entidad que no tienen y una importancia de la que carecen. Es un engaño también dejarse absorber por la cultura contemporánea, tan alejada de los valores cristianos.

(11) Apuesta por la sencillez de la verdad revelada y del mensaje de salvación, sin caer en la seducción de lo novedoso, provocativo, sensacional, intrigante, o de aquello que escapa a la sana doctrina. No juegues con la heterodoxia sensacionalista y presuntamente progresista. Evita convertirte en un predicador autocéntrico, autorreferencial y personalista. Nunca adoptes el papel de víctima, ni desarrolles un complejo de persecución.

(12) Mantente en la humildad de quien está siempre aprendiendo, recibiendo consejos, dispuesto a ampliar tu manera de pensar y deseoso de estimular el potencial de los demás. No busques destacarte ni perpetuarte, sino aprende a confiar, delegar, apoyar y preparar a la gente para cuando ya no te encuentres entre ellos. Deja un buen recuerdo y un ejemplo digno que otros quieran seguir.

 

En suma, las prioridades verdaderas debieran ser pocas y claras. A ellas han de dedicarse los mayores esfuerzos, para cuyo logro habrá de buscarse la gracia habilitante del Pastor de todos los pastores. No hay cosa más importante para un ministro que pedir al Señor poder entender qué es lo más significativo para su persona y para su ministerio.

 

Dr. Daniel Oscar Plenc

Facultad de Teología

Centro de Investigación White

Universidad Adventista del Plata

Entre Ríos, Argentina