En cierta ocasión, escuché a alguien decir que un gran pastor jamás puede ser buen esposo y padre. El argumento presentado como apoyo de esa conclusión fue la siguiente: Hay muchas actividades que componen el día a día pastoral. Prédica, visitas a los miembros de la iglesia, estudios bíblicos a los interesados, evangelismo, programas de capacitación, reuniones de comisiones, viajes, concilios, construcciones, atención a la escuela; todo eso y mucho más, no limitado solamente a una iglesia pero a un distrito compuesto por varias congregaciones. Entonces, ¿cómo el pastor puede atender todas las expectativas alimentadas respecto a él y todavía disponer de tiempo para ser el esposo y padre al que la familia tiene derecho y espera? Esa era la pregunta que flotaba en el aire.
No estaba de acuerdo con lo que escuché porque tenía en mente el comentario presentado por el apóstol Pablo al enumerar las capacidades de los obispos: “porque el que no sabe gobernar su propia familia, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?”(1 Tim 3:5). Desde el inicio necesitamos admitir que el buen gobierno de la “propia casa” no es siempre garantía de que los hijos nunca tomarán decisiones contrarias a las que les enseñó el padre. Ellos tienen el derecho de libre albedrío que puede ser usado erróneamente. Es el mismo riesgo que, por amor, Dios también corre en relación a nosotros.
Sin embargo, se espera que el pastor se dedique a la esposa y a los hijos, motivado por un amor reflejado en Cristo que amó a la iglesia y se entregó por ella. (Ef 5:25). De esta manera el pastorado nunca puede ser usado para justificar descuido y descanso con la esposa e hijos. Basta que vivamos y trabajemos de acuerdo con prioridades sabiamente establecidas y fielmente respetadas, o sea: comunión con Dios, atención a la familia y luego el trabajo fiel y diligente. Si fallamos en las dos primeras prioridades, no importa lo que hagamos ni a donde lleguemos, estaremos lejos de cumplir los propósitos divinos para nuestra vocación, así como exponiéndonos a nosotros y a la familia a peligros de consecuencias inimaginables. (Diazepam Online)
“En el hogar es donde se mide nuestro verdadero éxito o fracaso. El hogar es el arena principal en la cual tenemos que ser exitosos si queremos tener éxito en cualquier otra”, escribió Steve Diggs, citado por H. B. Londo Jr. Y Neil B. Wieseman en el libro Despertando para un Gran Ministério, p. 241. En esa misma página, una paráfrasis nos recuerda un consejo dado por el apóstol Pedro, y que debemos tener siempre en mente: “Sean buenos esposos de sus esposas. Hónrenlas, alégrense en ellas. Por ser mujeres, ellas no se gozan de las mismas ventajas que tienen ustedes. Pero en la nueva vida de la gracia de Dios, son iguales. Por lo tanto, traten a sus esposas como a iguales para que las oraciones de ustedes no lleguen solo hasta el techo” (1Ped 3:7).