En marzo, nuestra familia completará un año sirviendo a Dios en el campo misionero. Cambiamos las dunas de las playas del nordeste brasileño por las arenas del desierto de Arabia, en Jordania. Aunque hace poco tiempo estamos en este país, me gustaría compartir algunas im- presiones que están siendo valiosas para mi ministerio y que, tal vez, sirvan para tu re exión. Con eso que en este corto período aquí, aprendí tanto como en los nueve años en que trabajé como pastor en los Estados brasileños de San Pablo, Goiás y Alagoas.
El primer choque cultural fue ya den- tro del avión, en París. Estaba realizando la conexión para Beirut cuando, al entrar en la aeronave, percibí que mujeres que utilizaban burca y hombres vestidos con túnicas eran la mayoría de los pasajeros. Desde San Pablo hasta París, la imagen todavía era muy familiar para nosotros; pero al entrar en un avión donde la mayoría aparentaba el perfil de “terroristas”, que es erróneamente divulgado en Occidente, fue algo totalmente diferente. Yo todavía no había vivido, mucho menos elaborado, esa situación en mi mente. Mientras yo abrochaba mi cinturón de seguridad y el avión se preparaba para despegar, me descubrí a mí mismo cuestionando a Dios sobre el lugar hacia el que estaba llevando a mi familia.
Fue en ese momento cuando comencé a repensar mi ministerio. Tenía la plena seguridad de que el Señor había dirigido todos nuestros traslados. Estaba convencido de que no sería en aquel momento, cuando más íbamos a necesitar de Dios, que él nos iba a abandonar. De esa manera, una vez más, entregué a mi familia en sus manos y dejamos el mundo occidental.
Desde el principio supe que debería pastorear dos congregaciones: la comunidad árabe adventista y la comunidad internacio- nal, conformada por miembros de diferentes partes del mundo que viven en la capital del país, Amán. Imaginaba que enfrentaría muchos desafíos, principalmente, con los musulmanes. Jordania es un país en que el 97% de la población profesa el islamismo, y el proselitismo religioso está prohibido por ley. La excepción ocurre solamente cuando un cristiano desea convertirse en seguidor de Mahoma.
Sin embargo, para mi sorpresa, cada sábado yo distinguía a alguien diferente en los horarios del culto. Los visitantes entraban discretamente y se sentaban, para acompañar la programación. En un primer momento quedé preocupado: ¿Quiénes serían? ¿Es- pías, terroristas, la policía secreta? Cosa de principiante… Preconceptos. Descubrí que eran musulmanes curiosos por saber más sobre nuestra fe y nuestra identidad. Poco a poco fui perdiendo el miedo, y me fue gustando la idea de recibir a esas visitas. Con el tiempo, comencé a interactuar y a dialogar con cada uno de ellos.
En cierta ocasión, percibí que tres jó- venes musulmanas, con sus características burcas, estaban intentando entrar por la puerta a la nave de la iglesia. Rápidamente me aproximé, abrí la puerta, y cordialmente las invité a que entraran. Al terminar el culto, pedí a una hermana que fuese a conversar con ellas. El diálogo entre un hombre y una mujer no es visto con buenos ojos en estas tierras. “¿Hablar con ellas, pastor? ¡Son musulmanas!” El cuestionamiento de aquella joven señora (era realmente muy joven) reveló cuál sería mi mayor desafío en Oriente Medio: los cristianos.
De manera general, los cristianos ven a los musulmanes como un grupo sin salvación; más de una vez vi actitudes semejan- tes que ocurrían en el contexto de nuestra comunidad. Aquel día regresé a casa muy triste. Además de los desafíos relacionados con la cultura, la lengua, las costumbres y la comida, me encontré con miembros que tienen dificultades para entender cuál es la misión real de la iglesia.
Cuando dejé mi país de origen, la Rep. del Brasil, sabía que la tarea sería difícil; pero no podía prever que tendría tantas di cul- tades relacionadas con la visión misionera de los miembros de la iglesia. Hace casi un año que estoy intentando enseñar a los de “adentro” que nuestra única razón de ser como iglesia es alcanzar a los de “afuera”. Me di cuenta de que ese problema es más común de lo que yo imaginaba. Por favor, ora para que esta barrera sea vencida, y el evangelio eterno sea predicado con poder aquí, en Jordania.