1. La ley: En Galacia había falsos maestros que querían que los creyentes se circuncidaran para ser parte del pueblo de Dios. Según Pablo, esa enseñanza se oponía al concepto de salvación por medio de Cristo (Gál. 1:6-9). El apóstol interpreta esta imposición como un intento de usar la ley para buscar la aceptación divina. Para Pablo, la aceptación divina es exclusivamente por medio de Cristo, no sobre la base de las obras de la ley (Gál. 2:16). El punto central parece ser muy claro: La ley no puede darnos lo que necesitamos con desesperación, a saber, la vida (Gál. 3:20), que solo puede obtenerse mediante Cristo. Si la ley puede dar vida, entonces la muerte de Cristo fue innecesaria.
El apóstol llega a afirmar que lejos de dar vida, la ley nos sentencia a la muerte. Escribe: «Por la ley morí para la ley» (Gál. 2:19). La ley solo puede condenarnos, porque los seres humanos pecaminosos no tienen la capacidad de obedecerla (Gál. 3:10; Rom. 8:6-8). Cristo da vida porque tomó sobre sí la maldición de la ley, muriendo en nuestro lugar, y nos redimió de maldición mortal (Gál. 3:13). «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gál. 2:20). Respecto de nuestra justificación, la ley no tiene nada que contribuir. En Cristo, se ejecutó la sentencia de muerte de la ley contra cada uno de nosotros, y ahora disfrutamos la vida por medio de él.
2. La ley y la prisión del pecado: Mediante la ilustración de una prisión, Pablo pregunta: «¿Para qué sirve la ley?» (Gál. 3:19). Entonces declara que la ley fue dada a Israel «a causa de las transgresiones». Aunque la frase puede interpretarse de varias maneras, la mejor interpretación en este contexto es que la ley revela el pecado; nos hace conscientes de nuestra pecaminosidad, nuestro estado de ruptura (Rom. 3:20), pero no puede resolver el problema.
Para clarificar esto, Pablo indica que, según las Escrituras, todo el mundo es prisionero «bajo pecado» (Gál. 3:22), y que la ley guardaba esa prisión (vers. 23; Rom. 11:32). El apóstol repite la idea de que estábamos bajo la maldición de la ley hasta que llegó Cristo. La raza humana estaba prisionera, esperando la ejecución de la sentencia. El único escape de esta prisión era la fe en Cristo. Llegó, «nació bajo la ley» (Gál. 4:4), ingresó a la prisión del pecado para redimir a los que estaban «bajo la ley», y los hizo hijos de Dios (vers. 5). La maldición de la ley torna indispensable la salvación por medio de Cristo.
3. La ley como guía: La palabra griega que se traduce como «guía», «tutor» (Gál. 3:24; paidagōgos) no tiene equivalente en español. Era un término usado comúnmente para designar a un esclavo u hombre libre contratado para proteger de todo daño al hijo del amo, para instruirlo en cuestiones morales y en el uso del lenguaje, y para aplicarle la disciplina toda vez que fuera necesario. Cuando el niño alcanzaba la adultez el control del paidagōgos llegaba a su fin. El término combina las ideas de disciplina estricta, sumisión e instrucción.
Pablo usa esta ilustración para indicar que antes de la venida de Cristo carecíamos de libertad y estábamos, al igual que los esclavos, bajo la sumisión a un poder del cual no teníamos control. La ley nos instruía y disciplinaba, pero no tenía poder redentor alguno. Aunque el énfasis no está puesto en la idea de que la ley señala o nos guía hacia Cristo, la idea no está totalmente ausente. El niño esperaba la adultez para gozar de libertad. Para Pablo, nuestra niñez llegó a su fin con la llegada de Cristo. Ahora, la obediencia a la ley es una expresión de amor y gratitud (véase Gál. 5:6, 13, 14, 19-24; Rom. 8:3, 4). Para los que están en Cristo, la función condenatoria de la ley ha llegado a su fin.