¡Querida, necesito viajar!

“Lejos de los padres y de los hijos, con un esposo que viaja mucho, puedo afirmarle: En algunos momentos puedo estar sola, pero no solitaria”.

¿Cuál ha sido tu reacción cuando tu esposo avisa: “Querida, necesito viajar”? Posiblemente pasas por diversos sentimientos, y muchas situaciones te vienen a la mente. Si estabas acostumbrada a oír esta frase cuando eras niña, tal vez recuerdes la tristeza que sentías por la ausencia del padre, y del miedo atormentando tu corazón, sólo de pensar en la posibilidad de que no volviera. Tal vez, el conteo regresivo para el día del retorno era iniciado aún antes de la partida; con la expectativa del reencuentro, la esperanza de un nuevo abrazo, quien sabe con un regalito.

En el caso de que la hayas oído en los tiempos de la adolescencia, probablemente se intercalaban tristeza y alegría. La ausencia paterna podía traer inseguridad, y al mismo tiempo más libertad. Después de todo, habría al menos alguien para controlar tus acciones. Si oída en los tiempos de enamorada o novia, recuerdas el corazón acongojado, aquella sonrisa triste que brotaba juntamente con el deseo de pedir: “Llévame contigo…”

Entonces llegaron al matrimonio y al llamado pastoral. Preparar las valijas para una nueva experiencia y un nuevo lugar llega a ser una aventura bienvenida. El frío en la columna por la expectativa que lo desconocido suele promover es calentado por la seguridad de la constante compañía del amado. ¿Compañía constante?… ¡No! Esto parece ilusión; pues la realidad no la comprueba.

“¡Querida, necesito viajar!” Dependiendo de la situación, este aviso puede significar: “Querida vamos a viajar” o “querida, puedes quedarte y necesitas ayudarme”. Entonces, camisas son planchadas, ternos y corbatas escogidos y preparados, sin olvidarse de aquella notita cariñosa (por lo menos en los primeros años). Sucede la despedida; entonces te pregunto: ¿Cómo lidias con la situación? ¿Lloras? ¿Te desesperas porque te quedas sola con los compromisos de la casa, hijos, trabajo, iglesia? ¿Te sientes dominada por la ansiedad, miedo, y soledad? ¿Te quedas feliz con la posibilidad de tener momentos sólo tuyos?

¿Cómo te las arreglas con la situación cuando hay algún desentendimiento, días u horas antes, y la despedida pasa a ser una tortura, debido a la fusión del dolor, resentimiento y culpa? ¿Cómo reacciones ante la desobediencia y las reclamaciones de los niños, o de la enfermedad que aparece casi siempre cuando el padre no está presente?

¿Qué se debe permitir pensar o sentir? Existen algunos hábitos que ayudan a quedar o estar bien en tales situaciones.

Encarar la realidad. No tiene caso camuflar la aceptación. Aceptar también significa entender las razones, y para entender razones es necesario conocer. En este caso debes conocer la voluntad de Dios, las necesidades de la iglesia y del trabajo pastoral, los anhelos del esposo, los sentimientos y necesidades de los hijos, y principalmente los tuyos. El conocimiento de estas cosas explica muchos “por qués”, ayudándote a entender y mirar la realidad con más optimismo.

Educar los pensamientos. El consejo de Pablo a los filipenses viene a ser muy importante y debe ser un blanco a ser conquistado: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” (Fp 4:8)

Dios quiere ayudarte a cambiar, pero la decisión de hacerlo y el primer paso en esta dirección son de tu entera responsabilidad. Entonces busca buenas razones y piensa en los aspectos positivos de los viajes y ausencias de tu esposo. Por ejemplo, puedes pensar en estos aspectos:

  • La distancia podrá aumentar la nostalgia, permitirá que ambos piensen cuánto son importantes uno para el otro. En consecuencia, el reencuentro será más romántico.
  • Los niños podrán dormir algunos días a tu lado, en tu cama. A ellos les gustará mucho esta oportunidad de mayor acercamiento a ti.
  • El menú podrá contemplar más tu gusto.
  • Es posible salir a pasear con una amiga.
  • Podrás aprovechar para hacer compras (dentro del presupuesto).
  • Este es un tiempo oportuno para arreglar gavetas y armarios.
  • ¿Qué tal aprovechar para hacer una cambio en tu figura y sorprenderlo cuando él regrese?

Desarrollar actitudes positivas. Las actitudes positivas provienen de pensamientos que están siendo moldeados. Empiezan cuando buscas soluciones o alternativas para resolver y amenizar lo que te desagrada. Por ejemplo:

  • Si no te gusta hacer y deshacer valijas, pídele ayuda a tu esposo, explícale cómo hacer y cuando menos lo esperes, él será expert en el asunto.
  • Si él tiene dificultad para combinar ropas, ¿qué tal dejar separados los ítems que combinan bien?
  • Si los hijos reclaman por la ausencia del padre, programa diferentes actividades para estos días y prepara la comida que más les gusta.
  • Si tienes por costumbre sentirte deprimida con su ausencia, trata de interactuar con otras personas.
  • No reclames de los viajes delante de los hijos. Su bienestar en este período está muy relacionado con tu sentimiento y postura. Diles que el padre fue a hablar de Cristo a otros niños y a otros adultos. Haz esto con una sonrisa y alegría en la voz. Esto les dará seguridad y motivará respeto y admiración por el trabajo del padre. Si fueren concienciados de esta manera durante la infancia, difícilmente causarán problemas cuando lleguen a ser adolescentes.

Ser proactiva. Tener una actitud positiva ante la realidad también involucra prevenida para eventualidades. En este caso, la primera cosa es estar consciente del itinerario de tu esposo, a fin de que puedas organizarte. Puedes anticipar algunas cosas, como por ejemplo:

  • Dejar limpias las ropas que él usa normalmente en los viajes.
  • Dejar preparado el material de bautismo en una valija pequeña, y en el mismo lugar.
  • No marcar compromisos que dependan de la presencia del esposo.
  • Delegar responsabilidades en la iglesia, a fin de poder dar más atención a los hijos que sienten la ausencia del padre.
  • Tener al alcance de la mano los remedios de rutina, número de teléfonos públicos, o de alguna persona de la iglesia para ser accionados en caso de emergencia.
  • Programar con los hijos cosas interesantes que ustedes puedan hacer juntos, mientras el padre está fuera, y también cuando él regrese.
  • Planificar entregar un “regalo” para ti misma.
  • Involucrar a los hijos en las actividades domésticas y las de la iglesia. Así no serás recargada y ellos se sentirán importantes y capaces.

Siente verdaderamente la presencia de Dios. Anda, habla, conversa siempre con él. Aprecia tu propia compañía. Para esto es necesario aceptarte. Después de 24 años de ministerio, con los hijos lejos de casa, viviendo lejos de los padres, con un esposo que viaja mucho, puedo afirmarte que en muchos momentos puedo estar sola, pero no solitaria.

Al escribir este artículo estoy “en las alturas”; en un avión, regresando de un viaje. Estoy sola, pero feliz cumpliendo la misión que el Señor me dio. Estoy lista para oír: “Querida, necesito viajar”. Y créeme: ellos también siente nuestra ausencia.

Haz tu parte y Dios será tu amparo.