Relaciones del Pastor: Una Perspectiva Bíblica

Relaciones del Pastor: Una Perspectiva Bíblica

Relaciones del Pastor: Una Perspectiva Bíblica

Roy E. Graf, Ph.D.

 

Introducción

 

La función pastoral es por definición una función que implica relaciones con otras personas. Estas relaciones son importantes para el éxito de la tarea pastoral. Sin embargo, pocas veces reflexionamos sobre el marco bíblico-teológico a la luz del cual debe entender ese conjunto de relaciones personales del pastor. En este breve artículo nos proponemos tratar esa cuestión. Explicaremos brevemente el marco bíblico en el cual deben entenderse las relaciones pastorales para luego describir algunas de las dimensiones relacionales más importantes del pastor: con su familia, con los miembros de iglesia y sus líderes, y con los miembros de la comunidad en la que sirve en general.

 

El marco bíblico para comprender las relaciones pastorales:
El Antiguo Testamento

 

¿Cuál es el marco bíblico en el cual deben comprenderse las relaciones del pastor? En primer lugar, la tarea pastoral debe comprenderse en el marco de la misión salvadora de Dios lo que implica entender, al menos en rasgos generales, la forma en la que Dios se relaciona con el mundo. En las Escrituras, Dios es un ser que se relaciona con sus criaturas en tiempo y espacio, y que demuestra un interés personal por habitar con ellas en armonía. Desde el inicio, antes es la caída, Dios se relacionaba con Adán y Eva cara a cara en el huerto del Edén (Gn 2-3). Es el pecado el que introdujo una separación entre Dios y las criaturas humanas (Is 59:2). Aún en ese contexto, Dios siempre expresó su deseo de habitar con sus criaturas, promoviendo una vía de reconciliación que se plasmó en el sistema de sacrificios, el tabernáculo del desierto y el templo de Jerusalén. En este sistema, había personas con funciones mediadoras protagónicas: los patriarcas y los levitas, así como los sacerdotes, que representaban a la familia/pueblo de Dios ante Dios. También se destacaron los profetas bíblicos cuya función primordial era representar a Dios ante el pueblo, transmitiéndoles los mensajes divinos para ellos. Eso mensajes podían transmitirse por vía oral o escrita. Estos últimos constituyeron lo que hoy conocemos como la Biblia.

El marco bíblico para comprender las relaciones pastorales:
El Nuevo Testamento

En el contexto del Nuevo Testamento (NT), el sumo sacerdote celestial es Cristo mismo. Sin embargo, el NT también reconoce un sacerdocio de todos los creyentes. Este sacerdocio, en consonancia con la función sacerdotal de Israel (Éx 19:6), es un sacerdocio misionero que vive en relación pactual con Dios y que coopera con el sacerdocio de Cristo anunciando al mundo “las virtudes de aquel que” lo “llamó de las tinieblas a” la “luz admirable” de la verdad divina (1 P 2:9; cf. v. 10). De esta forma, los creyentes-sacerdotes son instrumentos para atraer a otros a Cristo. Además, y aunque todos los miembros son en un sentido sacerdotes, también existen quienes se dedican de manera especial a una función de supervisión de la comunidad de creyentes-sacerdotes, función a la que el Nuevo Testamento se refiere como “obispo” (griego epíscopos, “supervisor”, “veedor”; 1 Ti 3:2), o “presbítero” (griego presbíteros, “anciano”; Tit 1:5). Esta función implica múltiples relaciones y es considerada en la lista de dones de Ef 4:11 con el término “pastor” (poimēn) al que se lo conecta con la función de “maestro” y que en 1 P 2:25 es equivalente a “obispo”. Como parte esencial del liderazgo de la iglesia, la tarea del pastor es “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (v. 12). A su vez, como miembro “especializado” del sacerdocio misionero universal, el pastor es alguien que busca atraer hacia su Salvador y Señor a aquellos que no le conocen –lo que implica una función evangelística–, y media en favor de aquellos que, habiéndole conocido, necesitan seguir creciendo en la “la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Ef 4:13). Además, aunque los pastores no son profetas pues no poseen el don profético (ambos dones están diferenciados en la lista de dones de Ef 4:11), sí tienen un papel profético –en línea con la tarea de hijos de los profetas del Antiguo Testamento–, enseñando la palabra revelada de Dios a su pueblo (véase Ap 2:1, 8, 12, 18, 3:1, 7, 14, donde los ángeles parecen representar a los ministros de las iglesias; cf. HAp, 468).

 

Dimensiones relacionales del pastor

En este contexto bíblico, es más fácil comprender la forma en la que el Nuevo Testamento retrata las relaciones mediadoras-redentoras del pastor en sus múltiples dimensiones. La primera de las dimensiones relacionales del pastor es la de su propio hogar, en el que se entiende que debe demostrar adecuadas cualidades de liderazgo como esposo y padre si es que ha de liderar exitosamente la iglesia, sobre la que debe ejercer cuidado (1 Ti 3:4-5). Las relaciones del hogar son indudablemente cruciales pues Pablo destaca que los ancianos/obispos no solo deben ser maridos “de una sola mujer” sino también que deben tener “hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía” (Tit 1:6). Esto significa que el pastor debe ser el sacerdote que levanta el altar del culto familiar cada día y contribuye junto a su esposa a mantener la disciplina.

Una segunda y vital dimensión del relacionamiento del pastor es la de cuidar de sus “ovejas”. Los pastores deben “apacentar la grey de Dios”, y esto debe hacerse “no como teniendo señorío” sobre los miembros “sino siendo ejemplos de la grey” (1 P 5:2, 3). Deben velar por las necesidades de sus miembros, incluso físicas y sociales (1 Ti 5; cf. Tit 2:1-10). Los pastores deben tener “cuidado… de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo” los “ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios” (Hch 20:28, LBA). En esta tarea, en última instancia, los pastores tienen como ejemplo a Cristo mismo, “el buen pastor”, que dio su vida “por las ovejas” (Jn 10:11). Cristo es de forma suprema “el gran pastor de las ovejas” (Heb 13:20). En armonía con su ejemplo, el obispo/pastor debe poseer cualidades relaciones tales como el ser hospedador, amable, apacible y generoso (1 Ti 3:2-3). Debe ser un verdadero “ejemplo de buenas obras; en la enseñanza, mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable” (Tit 2:7).

En conexión con lo anterior, el pastor se relaciona también con los miembros de su iglesia en el marco de la enseñanza y la predicación. El Nuevo Testamento considera una tarea fundamental del pastor la enseñanza/predicación de las doctrinas y la conducta cristiana. Pablo se refiere a la necesidad de que el obispo sea “apto para enseñar” (1 Ti 3:2). En las epístolas pastorales el papel del pastor como maestro destaca ampliamente. Pablo se veía a sí mismo como un “predicador” y “maestro de los gentiles en fe y verdad” (1 Ti 2:7). Para él, el obispo debe ser “capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen” (Tit 1:9, LBLA; cf. 2:1). Pablo le encarece a Timoteo que predique la Palabra, usándola para redargüir, reprender, exhortar “con toda paciencia y doctrina” (2 Ti 4:2; cf. 2:15). Timoteo debía ocuparse de “la lectura [pública de la Palabra], la exhortación y la enseñanza” (1 Ti 4:13).

El pastor se relaciona también con los líderes de las iglesias a las que pastorea. Aquellos líderes a los cuáles a su vez lidera, particularmente los ancianos que son sus colaboradores inmediatos, deben verlo no como un superior que impone su voluntad sino como alguien que es “anciano también con ellos” (1 P 5:1). Por lo tanto, “los ancianos [y por extensión los líderes de la iglesia en general] que gobiernan bien” deben ser “tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1 Ti 5:17). Por supuesto, se espera también de los líderes y miembros de iglesia que obedezcan a sus pastores y estén sujetos a ellos, imitando su fe (Hb 13:17, 7).

Por otro lado, el pastor debe relacionarse con sus propios líderes y administradores de manera sabia, demostrando una actitud de cooperación (Gá 2:9) y disposición a atender sus sugerencias (1 Ti 1:3-5). Se espera que procure “con diligencia hacer” lo que se le pide (Gá 2:10) para el avance armónico de la obra. Las diferencias que pudiese tener con sus líderes/administradores deben resolverse en armonía con los principios bíblicos (Gá 2:14-16), con la presencia apropiada de testigos de ser necesario (1 Ti 5:19). Por supuesto, a su vez el pastor que desarrolla eficazmente su función debe ser reconocido por sus administradores debidamente pues “digno es el obrero de su salario” (1 Ti 5:18).

El pastor también se relaciona con sus miembros en el marco de la administración de la iglesia, incluyendo aquí el aspecto financiero. Esta ha sido siempre un área muy sensible. Pablo advirtió que el obispo debe ser “irreprensible, como administrador de Dios…, no codicioso de ganancias deshonestas” (Tit 1:7), para poder así desempeñar un ministerio eficaz con respecto a quienes sí buscan esas ganancias indebidas (v. 11; 1 Ti 6:5). El ministro debe “pastorear el rebaño… no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo” (1 P 5:2, LBLA).

Finalmente, también se espera del pastor que tenga buenas relaciones con la comunidad en general (1 Ti 3:7). Esto es crucial si la iglesia ha de cumplir su función sacerdotal-misionera en el mundo. Los pastores deben contribuir a establecer puentes con la comunidad en la que trabajan a fin de lograr evangelizarla. No parece que Pablo haga una separación tajante entre la tarea de enseñar y evangelizar. Timoteo no solo debía enseñar a aquellos que no soportan “la sana doctrina” (2 Ti 4:3), también debía efectuar con ellos una “obra de evangelista” (2 Ti 4:5). Ambas cosas eran una parte integral de su ministerio, que seguía el ejemplo del propio Pablo.

 

 

A modo de conclusión

Podríamos preguntarnos, ¿cómo es posible alcanzar el éxito en todas estas esferas de relación del pastor? Los pastores somos conscientes de que tenemos habilidades diferentes (1 Co 12:29-30) y de que luchamos con nuestras imperfecciones humanas pecaminosas. Sin embargo, podemos emular el ejemplo de Pablo quien se propuso imitar cada día el ejemplo de Cristo (1 Co 11:1), el “Pastor principal” (1 P 5:4, DHH). Este es sin duda el modelo de supremo de cada ministro hacia el cual debemos mirar cada día para crecer en nuestra experiencia ministerial.