SALMO 46 – DIOS ES NUESTRO REFUGIO

SALMO 46 – DIOS ES NUESTRO REFUGIO

SALMO 46 – DIOS ES NUESTRO REFUGIO

Pr. Roberto Biagini

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Introducción:

Los días 5 y 9 de agosto de 1945, respectivamente, dos desventuradas ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, recibieron dos diabólicos regalos, dos poderosas bombas, dos bombas atómicas; y como resultado, 180.000 personas se transformaron en cenizas.

Y el mundo se aterrorizó ante una bomba que liberaba una energía tan espantosa y espeluznante. Y los hombres comenzaron a temer por su seguridad.

Más tarde, en 1948, los rusos también detonaron su primera bomba atómica atrás de los montes Urales. Y los historiadores registraron ese como otro hecho histórico.

Entonces, en América del Norte fundaron un club, el “Club de los Asustados”, con 20.000 hombres. No eran hombres con debilidades mentales: eran sociólogos, profesores universitarios, científicos atómicos, militares, hombres asustados. 

Tres años después, Estados Unidos explotó la primera bomba de hidrógeno, liberando una energía aterrorizadoramente más espantosa. Y ellos dijeron: “Nunca una bomba de hidrógeno debería ser lanzada sobre una ciudad que tenga menos de 2 millones de habitantes, porque sería mucha pólvora para poca destrucción”. Y el temor se instaló en todos los corazones, y vivimos bajo la constante amenaza del miedo.

Los periodistas y los militares que siguieron kilómetros, millas y más millas de distancia aquella nube radioactiva, aquella inmensa bola de fuego, no pudieron controlar toda su angustia, todo su temor ante tanta fuerza liberada por la ciencia.

Y uno de los periodistas que vio esta prueba en el laboratorio de la naturaleza, escribió un libro, y el título del libro es: “NO HAY MÁS REFUGIO”. Su tesis es esta: No hay más refugio para el hombre. No hay más escape de la destrucción final que pronto tendrá lugar. “No hay más refugio”.

 

  • DIOS ES NUESTRO REFUGIO

 

Pero hoy nos proponemos defender otra tesis, la tesis de que hay un Refugio, hay una Fortaleza, y ya los invito a abrir sus Biblias en el Salmo 46. El Salmo 46:1 dice “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.

Cuando los hombres de nuestro mundo contemporáneo, intimidados por la crisis de seguridad, desde los inicios de la era atómica, la era termonuclear, proclaman que “no hay más refugio”, nosotros proclamamos aún más elocuentemente: “Dios es nuestro amparo y fortaleza”.

Cuando los hombres viven amenazados por la violencia, por el asalto a mano armada, por los robos y hurtos, asustados ante un tercer conflicto mundial, apoyada en un detonar de máquinas infernales de destrucción masiva, se levantan los cristianos proclamando: “Dios es nuestro amparo y fortaleza”.

Hay inseguridad en la calle, en el trabajo, en el hogar. Hay inseguridad política, inseguridad económica, inseguridad social. Sin embargo, en estos días agitados, hoy como siempre, “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.

Y SI TENEMOS UN REFUGIO, ¿cuál es la CONCLUSIÓN más evidente que podemos sacar ahora? Versículo 2 y 3. “Por tanto”, dicen los hijos de Coré, de modo conclusivo, “no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza”.

Alguna especie de temor persigue al ser humano. El hombre moderno teme perder el trabajo, teme el colapso cardíaco, teme una tercera guerra mundial, teme a su compañero. El hombre contemporáneo teme a la vida, teme a la muerte, teme el más allá de la muerte, teme al propio miedo.

Pero, “no temeremos, aunque la tierra sea removida”.

El 1° de noviembre de 1755 ocurrió el gran terremoto de Lisboa, Portugal, cuyos efectos fueron sentidos en un área de 8 millones de km2. La ciudad de Lisboa, que contaba con 150.000 habitantes fue casi enteramente destruida. Cayeron todas las iglesias y conventos y casi todos los edificios públicos, y la cuarta parte de las casas.

Cerca de dos horas después, el fuego irrumpió en diferentes lugares, y se propagó con tal violencia por el periodo de tres días que la ciudad fue completamente desolada.

El terror del pueblo no podía ser descripto. Nadie lloraba: estaban más allá de las lágrimas. Corrían de aquí para allá, delirando de horror y asombro, golpeándose la cara y el pecho, y gritando en angustia indecible: “¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Es el fin del mundo!”.

Las madres se olvidaban de sus hijos, y corrían cargando crucifijos. Desafortunadamente, muchos corrían a las iglesias en busca de refugio y protección; pero en vano fue ministrado el sacramento; en vano las pobres criaturas abrazaban los altares y besaban a los ídolos; las imágenes, los sacerdotes, el pueblo y las iglesias fueron enterrados en la ruina catastrófica: 90.000 personas perecieron, sucumbieron en forma dramática. “¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Es el fin del mundo!”.

El Salmo 46 es un Salmo apocalíptico. Este es un Salmo no solo poético, sino también profético. No fue escrito solo para las generaciones pasadas, sino que también de un modo muy especial está dirigido a la última generación, a la generación del tiempo del fin, a la iglesia que precede el regreso de Jesucristo.

El contenido apocalíptico, las figuras, las imágenes, el simbolismo y los acontecimientos aquí descriptos testifican que este es un mensaje especial de Dios para la Iglesia de Laodicea, que presenciará los momentos más dramáticos de la historia terrestre.

Sino veamos: somos informados en Apocalipsis (6:14) que todos los montes e islas serán movidos de sus lugares. De acuerdo con Apoc. 16:20, eso ocurrirá bajo la séptima plaga, cuando las islas huyen y los montes no son encontrados.

¿Podemos imaginarnos este cuadro apocalíptico? ¿Podemos percibir la solemnidad del tiempo en el que vivimos? ¿Está preparado para enfrentar eso? ¿Puede decir: “Dios es nuestro amparo y fortaleza”? ¿Está listo para el mayor terremoto que jamás ha ocurrido?

Poco antes del regreso de Jesucristo, los montes serán sacudidos “en el seno de los mares”, las montañas serán removidas de la Tierra y transportadas al mar; y los mares a su vez avanzarán dentro de las grandes ciudades marítimas, destruyendo completamente esas selvas de piedra que se volvieron símbolos de corrupción.

Muchas islas desaparecerán, islas repletas de habitantes impíos que no se sensibilizarán con el mensaje que anuncia el juicio divino.

Y para completar el cuadro, habrá un gran terremoto, seguido de maremotos, un sacudón sísmico jamás igualado en cualquier tiempo de la historia, un temblor de tierra jamás registrado por los sismógrafos [Apoc. 16:18].

¿Está listo? ¿Qué ocurrirá con usted? ¿Dónde se encontrará? ¿Cuál será su seguridad, su refugio?

En el norte de Italia, al sur de los Alpes, cierta vez hubo un gran terremoto. Una pequeña villa fue sacudida y agitada por la furia de ese temblor. Todos los habitantes de la pequeña ciudad corrían asustados. Y una niña también corría con su madre. Pero su madre ya era anciana y cansada. Y la niña de pasos rápidos, ligeros, avanzaba, pero tenía que parar de vez en cuando para ver dónde estaba su madre. Y la madre iba a un paso más lento y cansado. Al final, la mamá decidió no correr más, y la niña, nerviosa, preguntó: “Mamá, ¿qué estás pensando que no corres?”. La madre le respondió: “Hija mía, estaba pensando que un Dios capaz de sacudir estas montañas también es capaz de protegerme”. De hecho, “Dios es nuestro amparo y fortaleza”. Él es capaz de protegernos de los terremotos de la naturaleza, bajo su control.

Vivimos en un mundo de inseguridad, por causa de los elementos destructores de la naturaleza. Hay terremotos: temblor en la tierra. Hay maremotos: temblor en las aguas. Hay tsunamis: revoluciones altaneras en las aguas, ocasionando inmensa destrucción.

 

  • AGUAS DE LA CIUDAD DE DIOS

 

Pero, si las aguas aquí, las aguas del mar, son revoltosas, si las aguas son tormentosas, ¿cómo son las AGUAS DE LA CIUDAD DE DIOS? Versículos 4, 5: “Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana”.

Las aguas de la ciudad de Dios son aguas que alegran. Existen aguas que contaminan, aguas que destruyen, aguas que matan. En la ciudad de Dios hay aguas que alegran. Sí, alegran porque refrigeran, alegran porque purifican, alegran porque mitigan.

Dice Gonçalves Dias en su Canción del exilio:

“Mi tierra tiene palmeras

Donde canta el zorzal.

Las aves que aquí gorjean,

no gorjean como allá”.

Parafraseando, nosotros diríamos:

“Mi tierra tiene palmeras

donde canta el zorzal.

Las aguas que aquí sacian,

no sacian como allá”.

Pero hay otra cualidad en las aguas, otra virtud extraordinaria, porque de acuerdo con la visión del apóstol Juan en Apocalipsis, las aguas de la Ciudad de Dios son aguas que vivifican, dan la vida eterna, la eterna juventud, bajo el poder de Dios. Juan dice que Dios le “mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero” (Apoc. 22:1). Cuando los justos beban de esas aguas jamás morirán.

La reverencia al Cordero es a Jesucristo que es presentado en Apocalipsis como “El Cordero de Dios que saca el pecado del mundo” (Juan 1:29). Él murió en la cruz del Calvario a fin de garantizarnos la vida eterna. Todos los que creen en Cristo como su Salvador personal podrán beber de esas aguas cristalinas y vivir mientras Dios exista.

Pero si Dios es nuestro refugio, amparo y protección, auxilio y fortaleza, ¿QUÉ POSEE DIOS, ADEMÁS DE LAS AGUAS para ofrecernos? ¿Dónde habitaremos con seguridad? ¿Con quién habitaremos? Los versículos 4 y 5 ya leídos, destacan además de las aguas 2 elementos más: la ciudad, las moradas del Altísimo, y la presencia de Dios mismo.

El Señor Jesucristo prometió preparar un lugar para todos los que confíen en él: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:1-3).

Podremos habitar con Jesucristo, porque él es nuestro amparo, porque él es nuestro Salvador. Él habita en el santuario de las moradas del Altísimo. Fue él quien dijo: “vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Por la fe contemplamos la Ciudad Celestial, la Nueva Jerusalén, cuyo río de Agua de la Vida que procede del trono de Dios alegra la Ciudad de oro, cristal y piedras preciosas.

En un mundo de aguas contaminadas, Dios nos promete que habremos de beber de las aguas cristalinas del río, cuyas corrientes jamás secan, sino que alegran la ciudad de Dios.

Es más: no solo habitaremos con Dios, sino que nuestras moradas serán eternamente seguras, porque Dios es un refugio seguro y eterno, y él estará en la Ciudad de la Nueva Jerusalén; por lo tanto, ella jamás será sacudida.

PERO MUCHOS INTENTARÁN SACUDIR LA CIUDAD, muchos intentarán derrumbar los muros de la Nueva Jerusalén.

Nos cuenta la revelación en Apoc. 20 que los impíos cercarán la Ciudad amada y, liderados por Satanás, tratarán de invadir la Ciudad Santa, en un intento de vencer a Dios y a los santos, en una última embestida desesperada contra el Altísimo (Apoc. 21:2; 20:9).

Entonces se cumplirá el versículo 6 del Salmo: “Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra”.

Las naciones y los reinos estarán alrededor de la ciudad celestial que abriga a los justos refugiados. Los impíos intentan sacudir la ciudad, pero, ¿qué ocurre? Se levanta la figura incomparable de Cristo de su alto y sublime trono y su fulgurante gloria envuelve la ciudad y sale por los muros, alcanzando toda la Tierra.

El Hijo de Dios habla con solemne y tronante voz: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Y su voz, como de muchas aguas, es escuchada en toda la Tierra, y las naciones y reinos se sacuden, y su voz hace temblar toda la Tierra.

¿QUÉ HARÁN LOS JUSTOS? Ellos comenzarán a cantar. ¿Qué dicen en su cántico? Versículo 7: “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”. Ellos le están diciendo a los impíos: “No sirve de nada que intenten luchar contra Cristo, él es el Señor de los ejércitos, él tiene poder omnipotente, él no puede ser vencido, y él está con nosotros; el Dios de Jacob es nuestro refugio. Será, entonces, vano el intento de guerrear contra él. Su voz sacude los mismos fundamentos donde ustedes ponen sus pies”.

ENTONCES, los justos le hacen una INVITACIÓN A LOS IMPÍOS. Este será su ÚLTIMO LLAMADO. Versículo 8: “Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la Tierra”. “¿Quieren una prueba del gran poder de Dios y de su Hijo? Contemplen las obras a su alrededor, qué destrucción, qué asolación fue efectuada. Los montes cayeron, las islas desaparecieron y los mares invadieron las ciudades. ¿Aún quieren luchar contra el Señor del Universo?”.

Durante el Milenio, la Tierra parecerá un caos, por causa de las asolaciones que Dios efectuará durante las 7 últimas plagas (Apoc. 16) antes de la segunda venida de Jesús. “Vean las obras de Dios. Ellas testifican de su increíble poder”.

Cristo centra su mirada sobre los impíos y estos se vuelven conscientes de su vida de rebelión contra el cielo. La ley de Dios se levanta en lo alto, y todos reconocen sus culpas y pecados. Ven que estuvieron luchando contra su propio Creador, y se convencen de la justicia divina, y de su eterna perdición.

Satanás intenta convencerlos de enfrentar la lucha, y avanzar, pero ellos se vuelven contra el príncipe de las tinieblas en ira y venganza. 

¿QUÉ MÁS CANTAN LOS JUSTOS? ¿Es ese un momento para cantar? Sí, los justos enaltecen y alaban a Dios. ¿Qué están cantando? Versículo 9: “Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego”.

Cuando terminó la 1a Guerra Mundial, en 1918, los periódicos de Francia anunciaron en letras mayúsculas la noticia: “Cesó la Guerra Mundial y nunca más los hombres se valdrán de las armas para luchar unos contra otros”. La experiencia había sido amarga. Y un periódico ilustró lo siguiente: “Toquen las campanas de las iglesias, repiquen las campanas de las catedrales porque los hombres nunca más lucharán los unos contra los otros”.

Solamente en Francia, las madres recibieron 2 millones de hijos mutilados, ciegos, sordos, paralíticos, cojos, con psicosis de guerra, locos. Era un cuadro dramático: las madres recibieron 2 millones de muchachos que salieron de sus casas fuertes y sanos, fueron a las fuerzas de batalla, y volvieron mutilados; eran andrajos humanos. Pero las madres, con lágrimas recibieron a sus hijos con la esperanza de que aquella hubiera sido la última guerra; nunca más los hombres verían el terrible fantasma de la guerra.

¡Que esperanza vana! Poco después vino la Segunda Guerra Mundial, con 48 millones de vidas sesgadas. Y, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, otra vez surgió la esperanza: nunca más los hombres verían la guerra. Sin embargo, la historia ya ha registrado más de 100 guerras, varios conflictos armados; porque solo Dios puede poner fin a la guerra. Y eso él lo cumplirá, esta esperanza pronto se concretará, cuando el Señor se levante para juzgar la Tierra.

El punto focal del versículo 9, no trata tanto de la destrucción de los enemigos, sino sobre la destrucción de las armas. Dios destruyó sus instrumentos de guerra. Los enemigos confiaban en sus carros, en sus caballos, en sus armas, en sus bombas. Pero Dios los desarma, destruyendo todo eso. Y desarmados, ellos son impotentes y débiles. Y entonces, los propios enemigos serán destruidos porque en lugar de confiar en Dios, ellos confiaron en las armas, en la tecnología contra el pueblo escogido.

Dios destruye las cosas en las que los impíos tanto confiaban para tener seguridad. La única seguridad está en Dios. La eterna seguridad no está en las armas, sino en nuestra relación con Dios y con Jesucristo. “Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria” (Sal. 20:7).

Él “quiebra el arco, corta la lanza”, para usar un lenguaje bélico antiguo. Él desarma a sus enemigos, deshace el poder de los cañones y de las máquinas de destrucción. Él quema todo eso en el fuego.

Y, en efecto, el fuego con azufre quemará todos los aparatos de guerra que harán los impíos. Y el fuego que quemará las armas bélicas, también destruirá al pecado y a los pecadores. Todos los impíos serán aniquilados, y la angustia no se levantará dos veces. Entonces, de las cenizas de este mundo, Dios hará nuevos cielos y nueva tierra en los que habita la justicia (Mal. 4:3; 2 Ped. 3:13).

 ¡Entonces vendrá la paz! El propósito de Dios para este mundo es la paz. Jesucristo es el Príncipe de Paz. Después del milenio, jamás se levantará nuevamente un movimiento para la guerra. La guerra de Gog y Magog, la última guerra, acabará con todas las guerras, por toda la eternidad.

PERO, ANTES de ser destruidos, LOS IMPÍOS VERÁN A CRISTO EXALTADO. Sobre eso, leemos en el versículo 10: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”. En presencia de los habitantes de la Tierra y el cielo, reunidos en una multitud innumerable, es efectuada la coronación final de Jesucristo.

Entonces, él levanta su poderosa voz y dice: “Estad quietos”, y todos en solemne y respetuoso silencio se quedan quietos. “conoced que yo soy Dios”. Millares e incluso miles de millones de impíos no quisieron antes rendirse a las claras evidencias de la divinidad de Cristo; y, sin embargo, ahora allí están para reconocer al Dios a quien tanto afrontaron.

Y Cristo continúa: “Seré exaltado entre las naciones”. Y los impíos, extasiados, contemplan a Cristo siendo coronado como “Rey de reyes y Señor de señores”, e investido de poder y majestad supremos (Apoc. 17:14; 19:16).

El propio Satanás se paraliza al contemplar la gloria y majestad de Cristo. Él ve cuando un ángel de elevada estatura y fulgor, coloca la corona gloriosa sobre la cabeza de Cristo, siendo exaltado el Hijo de Dios sobre todo el universo.

En ese momento, todos los ÁNGELES, todos los JUSTOS, todos los IMPÍOS de todos los tiempos doblan sus rodillas ante Aquel que fue exaltado, y allí también Satanás con todos los demonios están inclinados, y reconocen la justicia y la soberanía de Cristo (Fil. 2:9-11).

Y los justos cantarán sus alabanzas a Dios. ¿Qué estarán cantando? Versículo 11: “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”.

Mientras los impíos reciben su justo castigo, mientras fuego desciende del cielo con estrepitoso estruendo, cuando los elementos serán abrasados y los impíos destruidos, los santos estarán cantando: “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”.

Llamado: ¿Tiene usted ese refugio? ¿Cuál es su seguridad hoy? Muchos están viviendo en una seguridad carnal, en una seguridad mundana e ilusoria, apoyados en una falsa seguridad.

¿Cuál es su refugio espiritual? ¿Se siente en paz con Dios o vive en las prácticas del pecado? ¿Está salvo en Cristo o se agrada en los encantos del mundo?

Apéguese a Jesucristo como su Salvador, hoy y siempre, y en ese día usted podrá cantar: “Dios es nuestro amparo y fortaleza”.