Habilidades que la iglesia necesita desarrollar en el trato con los introvertidos, para que se sientan parte de la familia de Dios.
La timidez tiene diversos grados y manifestaciones diferentes. Algunos sienten timidez casi permanentemente; otros, solo en circunstancias particulares, como hablar en público. Incluso, existe la categoría de tímidos extrovertidos, que se desenvuelven bien ante una multitud, pero que son apocados en privado. Lo cierto es que se trata de un trastorno común, que afecta a hombres y mujeres por igual en las distintas etapas de la vida. Las personas que concurren a la iglesia no son una excepción, aunque pocas veces se ha reflexionado sobre este tema, que probablemente afecte a más del 40% de los miembros.1
De modo general, los tímidos presentan las siguientes características: 2
- Sienten temor, nerviosismo o incomodidad al hablar con otros, en particular con desconocidos.
- Son personas calladas, que rara vez miran a los ojos, pero se sienten observadas por todos.
- En una reunión pública, suelen sentarse en la última fila y permanecer en silencio.
- Rehuyen los contactos sociales, en especial si en ellos deben hablar o expresar su opinión.
- Evitan confrontar; más bien, procuran concordar y complacer.
- Suelen ser personas solitarias, a quienes les cuesta trabajo iniciar una conversación o interactuar.
- Su retraimiento muchas veces es interpretado erróneamente como vanidad, indiferencia, desprecio o miedo.
* Envían señales corporales involuntarias y suelen padecer síntomas físicos como sudoración, temblor en la voz, palpitaciones y sonrojo.
* Se muestran particularmente cohibidos en grupos pequeños.
* Se sienten inseguros, temerosos del ridículo, desconfiados de sí mismos y de los demás.
En su libro Triunfa contra la timidez, John Walker describe la timidez como un “temor excesivo a la vergüenza y la tendencia a reprimirse en situaciones sociales”.3
Proyección de la personalidad
La timidez se relaciona con una autovaloración negativa, proveniente del entorno social en que creció la persona, pero también existen factores genéticos. Los padres de personas retraídas suelen ser también retraídos y tímidos.
A pesar del cuadro que genera, la timidez no es necesariamente una enfermedad ni un desorden psicológico, sino un rasgo de la personalidad. En situaciones extremas, puede ser el resultado de un desorden debido a la ansiedad o a una fobia social. En esos casos, las personas necesitarán terapia psicológica y posiblemente medicación. Un tratamiento adecuado puede ayudar a los tales a superar o dominar su timidez, aunque deban luchar contra ella siempre. Es evidente que los tímidos necesitan aceptación y estímulo positivo, antes que presiones y críticas.
Una iglesia cristiana es seguramente un buen lugar para los tímidos.
Las lecciones que allí se enseñan acerca de la confianza en Cristo, de la paternidad, la presencia y el amor de Dios contribuyen sin duda a un concepto propio más saludable. Sin embargo, la realidad muestra que a veces se adoptan ciertas actitudes para con los tímidos que tienen un efecto negativo o letal sobre las personas tímidas y retraídas.
Peter Wagner, especialista en crecimiento de iglesia y prolífico escritor evangélico, habla del peligro de la “proyección de dones”. En su libro Sus dones espirituales pueden ayudar a crecer a su iglesia, menciona que ciertas personas que han recibido dones especiales proyectan esos dones sobre los demás, generando frustración y culpabilidad en otros, tan sinceros y consagrados como ellos, pero que poseen dones diferentes. Parece claro, entonces, que existe tal cosa como proyección de personalidad”; es decir, personalidades extrovertidas y expansivas, que suelen ocupar responsabilidades de liderazgo en la iglesia, y que parecen no percibir ni respetar las diferencias temperamentales y caracterológicas de los demás miembros de la comunidad.
El trato para con los tímidos
¿De qué manera nos relacionamos con las personas retraídas a fin de que estas se sientan parte de la familia espiritual? ¿Estamos, de alguna manera, tal vez sin darnos cuenta, contribuyendo a que los tímidos se sientan incómodos en nuestras iglesias, o incluso decidan no volver a ellas? A continuación reflexionaré acerca de algunas situaciones comunes en las iglesias.
Intimidad forzada. Se ve muy a menudo, por parte de directivos de iglesia y conductores de adoración, una inclinación a la compulsión respecto de manifestaciones de saludo y cariño entre los asistentes. El hermano tímido ha tomado ubicación silenciosamente en su asiento, después de haber saludado con un apretón de manos a la entrada, o lo ha hecho con una inclinación de cabeza, o ha brindado una sonrisa a quienes estaban a su lado. Pero, de pronto, viene la orden de pararse y comenzar a repartir besos y abrazos a diestra y siniestra. Todo esto puede ser muy agradable para algunos, pero otros más retraídos lo verán como una imposición innecesaria y hasta irreverente. Además, es bueno recordar que en una iglesia suelen coexistir diferencias culturales, y algunos se verán forzados a violarlas al pedírseles manifestaciones que colisionan con su manera habitual de conducirse en el lugar de adoración.
Hay personas que asisten a la iglesia y que todavía no han aprendido a orar en voz alta. Otros simplemente se perturban ante un grupo tan cercano, sobre todo si deben manifestar algún motivo de oración.
Hay personas que asisten a la iglesia y que todavía no han aprendido a orar en voz alta. Otros simplemente se perturban ante un grupo tan cercano, sobre todo si deben manifestar algún motivo de oración. Peter Wagner afirma que las iglesias que “oran en grupos de dos o tres” están apagando al Espíritu Santo en las reuniones de oración. Dice: “Pedir a los que se encuentran en la reunión de oración corporativa que se vuelvan y formen grupos de dos o tres para orar juntos, definitivamente satisface las necesidades de los presentes que se sienten a gusto con ello y tienen necesidades personales por las que quisieran que otros oraran por ellas. Pero, definitivamente también, desagrada a otros que se sienten incómodos con la intimidad forzada sobre ellos en el momento. Estos casi nunca dicen nada, pero no regresarán la semana próxima […]. Un compromiso es dividirse en grupos de cuatro o seis en lugar de dos o tres. Esto es mucho menos amenazador para los solitarios, aunque algunos todavía se sentirán incómodos con eso”. Los conductores de estas reuniones han de pensar en maneras creativas de orar que no resulten intimidatorias para las personas tímidas, que desean sentirse a gusto en las reuniones de oración.
Supongamos que, por alguna razón, las clases de Escuela Sabática no funcionan un determinado sábado o el maestro decide utilizar un método diferente. Entonces, viene el momento que muchos temen (y que en ocasiones los obliga a retirarse, sin más, del lugar): “Vamos a dividirnos en grupos para contestar estas preguntas, y luego un representante expondrá las conclusiones a las que arribaron”. La situación se vuelve tensa, porque no hay un líder designado para la discusión, o porque las preguntas no resultan claras y fáciles de contestar o simplemente porque ninguno se siente preparado para hablar ante toda la iglesia y exponer el pensamiento del grupo. Para algunos, esta es una tarea demasiado ardua.
Las apelaciones y los llamados son necesarios como conclusión a cualquier sermón o cualquier conferencia de evangelización, pero la respuesta a algunos de estos llamados de pasar al frente está fuera del alcance de muchas personas introvertidas y solitarias.
Declaraciones forzadas. Es común forzar la expresión de testimonios.
“Ahora -indica el pastor o el anciano de turno-, dile a tu compañero de asiento por qué estás contento de estar en la iglesia esta mañana”. O “Cuenta al que está delante de ti qué significa Jesús para tu vida”. Otra vez, habrá muchos bendecidos y satisfechos por participar de momentos como estos, pero otros hubieran deseado llegar tarde al culto ese día.
Ahora es el pastor quien desea romper el hielo al inicio de su predicación. “¡Por favor, todas las visitas, pónganse de pie! ¡Digan su nombre y de dónde vienen! ¡Todos los que están a su alrededor, salúdenlos con un fuerte abrazo!” ¡Qué felices se sentirán muchos! ¡Qué avergonzados, otros! Existen maneras más discretas y corteses de hacer que las visitas se sientan bienvenidas, sin pedir a quienes no están acostumbrados a ello que hablen en público o se saluden tan entrañablemente con extraños, aunque sean hermanos en la fe.
Las apelaciones y los llamados son necesarios como conclusión a cualquier sermón o cualquier conferencia de evangelización, pero la respuesta a algunos de estos llamados de pasar al frente está fuera del alcance de muchas personas introvertidas y solitarias. A veces, las personas tienen que recorrer una
importante distancia, subir a una plataforma y permanecer parados delante de todos, incluso con una iluminación especial, mientras cámaras fotográficas y filmadoras registran el momento.
En ocasiones, los predicadores se arrogan el derecho de decidir quiénes se salvarán o se perderán, por la respuesta externa a su llamado. Algunos responderán a su apelación; otros tomarán decisiones permanentes, aun sin animarse jamás a responder a un llamado de altar. Hay momentos de invitación que se prolongan indefinidamente. Es verdad que la apelación requiere tiempo, y algunos necesitan que la convocatoria se reitere. Pero todo tiene su límite. El predicador honesto no puede decir que cinco, diez o quince personas todavía pasarán al frente (…a menos que sea un profeta), simplemente porque esa fue la cifra que se le vino a la mente cuando extendió el llamado.
Tratamiento imprudente.
Todas las iglesias reciben personas que llegan por primera vez. Mucho dependerá de su propia necesidad, pero también del trato recibido, que regresen o que decidan que ese no es un buen lugar para volver.
A menudo, la misma denominación de “visitas” parece inadecuada. Quien es tratado como “visita”, sabe que no es “de la casa”. Sabe también que las visitas no se quedan, sino que están por un tiempo limitado; de paso. Clasificar a los presentes en “miembros” y “visitas” es poco acogedor, clasista y negativo desde el punto de vista evangelizador. ¿Por qué no llamar a todos “hermanos” o simplemente “personas” o “adoradores”? La inclusión y la fraternidad son siempre más amables que todo intento de identificación y clasificación; de paso, allanan el camino para los tímidos, a quienes les cuesta integrarse en un nuevo grupo humano, por más piadoso que se muestre.
Demasiado indiferentes o demasiado complacientes (cargosos), son dos extremos indeseables. La mayoría de las personas que se acercan a nuestras iglesias se encuentran con una recepción fría o inexistente; este es un error fatal para una iglesia que pretende ser abierta y amorosa. Pero está el extremo opuesto, que se convierte en obstáculo para las personas retraídas. Es cuando estas personas tímidas se ven demasiado acosadas con preguntas, con regalitos inesperados o con algún tipo de identificación que debe colocarse en su ropa. Muchos desean solamente escuchar en quietud, tal vez en la última fila, sin ser molestados, para decidir luego, en la tranquilidad de su conciencia, si ese es el lugar donde se encuentra la verdad y la presencia de Dios.
Algunos visitantes son miembros de otras iglesias y están de paso, o buscando una congregación más acogedora. Entonces se presentan los “pescadores eclesiásticos profesionales”, para invitarlos a enseñar en una clase, a presentar un sermón, a ofrecer una parte musical, a realizar una oración en la plataforma o a “salvar” a la sociedad de jóvenes; todo, sin ningún tiempo para la reflexión y la preparación previas. Para personas tímidas y vergonzosas, esto resulta demasiado gravoso como para que se sientan animados a regresar una próxima vez.
Actitudes precipitadas. He aquí algunas maneras en que los “nuevos” pueden perder rápidamente su “primer amor” o engrosar las filas de la apostasía.
- Introducirlos prematuramente en funciones de liderazgo. Muchos son capaces y preparados, pero carecen de la vivencia cristiana y denominaciones suficiente como para que se sientan cómodos en cargos eclesiásticos. Otros no están aún preparados para afrontar las exigencias y las críticas que seguramente llegarán por su nueva responsabilidad. O, simplemente, son demasiado tímidos para ser introducidos abruptamente en una tarea de conducción. También aconsejó Pablo a Timoteo: “[…] no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (1 Tim. 3:6).
- Llevarlos rápidamente al frente y colocarlos en la necesidad de participar en público, a veces el mismo día de su bautismo. Pedirles que presenten el misionero, que brinden un detallado testimonio, que prediquen, que enseñen en la Escuela Sabática, es más de lo que algunos podrán asumir, simplemente por limitaciones de experiencia o de personalidad.
- Mantener grupos cerrados de amistad. A los tímidos les cuesta hacer amigos, pero los necesitan. Les cuesta introducirse en una conversación, pero se sentirán extraños si nadie se acerca para dialogar con ellos y ofrecerles afecto fraternal. Los grupos cerrados de conversación y de amistad son fatales para los nuevos creyentes retraídos, que luchan por sentirse parte de la familia de Dios.
- Enfatizar demasiado en el tema de la apariencia personal, los horarios y el lugar en que la gente se sienta. Este es un punto delicado, pero que necesita ser tratado con prudencia.
En definitiva, solo Dios conoce los motivos. No sabemos por qué vino esa persona ese día a la iglesia, por qué eligió esa ropa, por qué llegó en el horario en que lo hizo o por qué prefirió la última fila. Seamos prudentes, respetuosos. Lo más importante es que esa persona está en la iglesia. Solo Dios sabe las luchas que tuvo que vencer o la voz que la llamó a acercarse en ese momento y
en esa condición. El amor acogerá a los tímidos y a los débiles; la indiferencia o la recriminación tal vez los aleje definitivamente.
No es necesario renunciar a la vestimenta adecuada, a la puntualidad y a la reverencia en la casa de Dios. Hay un lugar para la docencia, especialmente la que se vuelve personalizada antes que pública. Pero necesitamos mirar mucho más
allá de la superficie. Las personas tímidas se sienten naturalmente observadas
y tienen una sensibilidad especial hacia todo tipo de desconsideración o falta de tacto cristiano.
No son pocos los tímidos que concurren a nuestras iglesias; individuos
retraídos que necesitan encontrar un lugar de comprensión y de apoyo. No son pocas las personas que se acercan y desean integrarse en la familia espiritual sin pasar por pruebas innecesarias, quizá demasiado pesadas para poder sobrellevarlas.
Es verdad que la Palabra del Señor invita a los tímidos a dejar de temer y a confiar en Dios, pero debemos asumir que somos parte del proceso. Como exhortó el profeta a su pueblo: “Fortalezcan a los débiles, den valor a los cansados, digan a los
tímidos: ‘¡Ánimo, no tengan miedo! ¡Aquí está su Dios para salvarlos, y a sus enemigos los castigará como merecen!’ ” (Isa. 35:3, 4, DHH). Si “hay un lugar para todos en la familia de Dios”, como decía una antigua canción espiritual, ¡que haya
también un lugar para los tímidos! De ellos también es el Reino de los cielos.