Venid, adoremos

El cuadro que pinta Elena de White es impactante! Ella escribió: “Allí estaba el Hijo de Dios, llevando el manto de burla y la corona de espinas. Desnudo hasta la cintura, su espalda revelaba los largos y crueles azotes, de los cuales la sangre fluía copiosamente. Su rostro manchado de sangre llevaba las marcas del agotamiento y el dolor; pero nunca había parecido más hermoso que en ese momento […]. Cada rasgo expresaba bondad y resignación, y la más tierna compasión por sus crueles verdugos. Su porte no expresaba debilidad cobarde, sino la fuerza y dignidad de la longanimidad” (El Deseado de todas las gentes, p. 684).

¿Cómo responderemos a tan grande amor? El salmista contesta, haciendo una invitación: “Vengan, cantemos con júbilo al Señor; aclamemos a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante él con acción de gracias, aclamémoslo con cánticos […]. Vengan, postrémonos reverentes, doblemos la rodilla ante el Señor nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios y nosotros somos el pueblo de su prado; ¡somos un rebaño bajo su cuidado!” (Sal. 95:1, 2, 6, 7).

Tiempo atrás, leí lo que escribió A. W. Tozer: “La adoración es la joya perdida de la iglesia evangélica”. Un poco más adelante, agregaba que “Dios prefiere adoradores antes que trabajadores; de hecho, los únicos trabajadores aceptables son aquellos que aprenden el arte de la adoración”.

A esta altura, surge otra pregunta: ¿Qué es la adoración? Existen muchas y buenas definiciones. La que más me gusta es aquella que expresa que la adoración “es una respuesta”. El Dr. Daniel Plenc dice que “la adoración es la respuesta positiva, sumisa, obediente e integral del hombre redimido a la iniciativa de Dios” (El culto que agrada a Dios, p. 30). La adoración no es un entretenimiento; aunque debe ser intensamente interesante.

La adoración no es compañerismo, aunque las relaciones deben alimentarse mientras adoramos. La adoración no consiste en escuchar a un orador que expone las Escrituras, aunque las Escrituras deben explicarse. La adoración no es liturgia, aunque debe haber orden y forma en el culto.

La adoración consiste, simplemente, en que seres humanos pecadores e indignos agradecen y alaban a Dios porque “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8), porque “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1); y “cantan con todas sus fuerzas: Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!” (Apoc. 5:12).

Querido colega pastor, en este espacio “De corazón a corazón” quizá sea oportuno que nos preguntemos si la adoración que promovemos en nuestra iglesia es TEOCÉNTRICA. La adoración bíblica considera a Dios, no al adorador, como su centro. Decir, de la adoración, que ¡no llena “mis” necesidades!, o que ¡no “obtengo” nada de ella!, sugiere que el adorador es el centro, y no Dios.

Nuestros cultos deben ofrecer lo mejor que seamos capaces de entregar a nuestro Dios.

Quizá convenga recordar que los elementos esenciales del culto son:

Aclamación, expresada en alabanzas, cantos y testimonios. “Cuando los seres humanos cantan con el Espíritu y el entendimiento, los músicos celestiales toman las melodías y se unen al canto de agradecimiento” (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 143).

Oración. “Venid, adoremos y postré- monos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor” (Sal. 95:6).

Ofrendas. “Dad a Jehová la honra debida a su nombre; Traed ofrendas, y venid a sus atrios. Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad” (Sal. 96:8, 9).

Proclamación de la Palabra de Dios, como parte central del culto. Esto implica una gran responsabilidad para el predicador, pues: “Sepa cada hombre que se presenta en el púlpito que tiene ángeles del cielo en su auditorio” (Testimonios para los ministros, p. 387).

Al apóstol Juan, en la isla de Patmos, uno de los ancianos le preguntó: “Estos que están vestidos de blanco, ¿quiénes son, y de dónde vienen? Eso usted lo sabe, mi señor, respondí. Él me dijo: Aquellos son los que están saliendo de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero. Por eso, están delante del trono de Dios, y día y noche lo sirven en su templo; y el que está sentado en el trono les dará refugio en su santuario […] y Dios les enjugará toda lágrima de sus ojos” (Apoc. 7:13-17).

Pastores, esforcémonos al programar los servicios de adoración, y preparemos a la iglesia para aquel momento registrado por el apostol Juan, cuando dice que: “con ramas de palmas en la mano, gritaban a gran voz: ¡la salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero! Todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes. Se postraron rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios diciendo: ‘¡Amén! La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, la honra, el poder y la fortaleza son de nuestro Dios por los siglos de los siglos ¡Amén!’ ” (Apoc. 7:9-12).