13 de marzo de 2017

¿Quién es mi prójimo?

¿Quién es mi prójimo?

¿Quién es mi prójimo?

Texto bíblico: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él” (1 Juan 3:17-19).

INTRODUCCIÓN

Datos sobre el hambre en el mundo:

  • Según la ONU, cerca de 900 millones de personas en el mundo pasan hambre diariamente.
  • Cerca de 24 mil personas mueren de hambre todos los días en el mundo. Este número asusta, porque son casi 9 millones de personas por año. Eso representa 17 personas por minuto, en su mayoría niños de 0 a 5 años.
  • Al mismo tiempo, el equivalente a 750 mil millones de dólares en comida van a parar a la basura todos los años, más que suficiente para alimentar a esos 900 millones de personas. Eso significa que más de 1/3 de la comida producida en el mundo va a la basura.

Tengo un problema con las estadísticas, porque reducen las personas a números. En esta mañana yo quiero invitarle a mirar mucho más allá de los números. ¿Qué ve? Yo veo personas, personas como usted y yo, personas por las cuales el Señor Jesús dio su vida; personas muy preciosas a los ojos de Dios. Si las personas son especiales para Dios, ellas deberían ser especiales para nosotros también.

Estoy aquí dando apenas un ejemplo, que es el del hambre. Podríamos dar muchos otros ejemplos que ilustran que vivimos en un mundo repleto de necesidades físicas, emocionales y espirituales.

Mahatma Gandhi escribió lo siguiente: “El planeta tiene lo suficiente para saciar las necesidades de los seres humanos, pero no para sus ambiciones”.

PARTE I – Y ahí, ¿cuál debe ser nuestra reacción?

¿Cuál es su reacción cuando escucha sobre esos números terroríficos? Sugiero al menos tres reacciones probables:

  • Indignación por no estar de acuerdo y por no aceptar tamaña desigualdad e injusticia.
  • Impotencia por no poder resolver el problema. El problema es mucho mayor que mis posibilidades. El Pr. Paulo Lopes, director de ADRA DSA, trabajó en Angola, África, durante la guerra civil, al principio de la década de 1990. Él cuenta de su frustración al ver tanta miseria, muerte y dolor a su alrededor y no tener la capacidad de hacer más para ayudar a las personas. Él dice que esa incapacidad lo hacía sentirse culpable hasta por tener comida suficiente en la mesa todos los días mientras tantos estaban pasando hambre y sufriendo por causa de la guerra en aquel país.
  • Omisión e indiferencia: Ignorar que el problema existe, creer que no es su problema, que es un problema del gobierno, de las organizaciones humanitarias o hasta de los mismos pobres. En otras palabras, excusas, excusas y más excusas. Para mí, esa es la peor de las reacciones.

Les invito a leer Santiago 4:17: “y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”. ¿De qué pecado habla Santiago? Del pecado de la omisión, de la indiferencia. El pecado de saber lo que debe ser hecho y no se hace.

¿Será que ese no es un problema nuestro, suyo, mío, de la iglesia? Si usted estudia atentamente la Biblia, va a encontrar más de 2 mil versículos donde Dios trata el asunto de la pobreza y de la injusticia social, siempre invitando a su pueblo a ser parte de la solución para esos problemas. Si ese es un tema tan exhaustivo en la Biblia, es porque es muy importante para Dios. Por lo tanto, debería ser muy importante para la iglesia, para usted y para mí, porque nosotros somos la iglesia.

Ya oí muchas veces decir que la iglesia tiene responsabilidad social, pero no estoy de acuerdo con este término. Las empresas tienen responsabilidad social pero no la iglesia. Estimados, la responsabilidad de cuidar de nuestro prójimo sufriente, de nuestro hermano que pasa necesidad es una responsabilidad espiritual. Nunca se olviden de eso. Nuestra religión se resume en dos cosas: amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

En línea con el texto de Santiago 4:17, noten lo que la escritora Ellen White escribió: “Aquellos que sean indiferentes a la necesidad de los pobres (sufrientes) serán considerados como administradores infieles y clasificados como enemigos de Dios y del hombre”. (El ministerio de la bondad, p. 21). Es fuerte, a mí no me gustaría ser enemigo de Dios y tengo la certeza de que a usted tampoco. Por lo tanto, cuidemos de nuestro prójimo sufriente.

PARTE II – Indiferencia y omisión versus compasión. ¿De qué lado está usted?

¿Qué dice Santiago 4:17? Este, estimados, es el pecado de la omisión, de la indiferencia. El pecado de saber lo que se debe hacer pero no hacerlo.

Ahora vamos a abrir la Biblia en Lucas 10:1-37 y analizar esta historia para ilustrar todo lo que dijimos hasta aquí. Es una historia muy conocida de todos nosotros.

Esta historia habla de cuatro personajes principales: el sacerdote, el levita, el hombre que fue atacado por bandidos y el Buen Samaritano.

La pregunta que hacemos sobre esta historia es la siguiente: ¿Cuál fue el pecado cometido por el sacerdote y por el levita? ¿Fueron ellos los que atacaron a aquel hombre, los que le robaron y lo abandonaron para que muriera en aquel camino? ¿Ellos sabían o no sabían lo que debería ser hecho cuando vieron al hombre caído en el camino?

Muchas veces nos concentramos en la idea del pecado como siendo algo malo que hacemos, como hacerle mal a otra persona, por ejemplo. Sin embargo, tan pecado como hacer el mal es dejar de hacer el bien que sabemos que debemos hacer. Es de eso que habla Santiago 4:17. Dejar de hacer el bien que sabemos que debemos hacer. Y eso tiene nombre: indiferencia y omisión.

Ese fue el pecado cometido por el sacerdote y por el levita, y ese es el pecado que cometemos todas las veces que ignoramos las necesidades de nuestro prójimo.

Vamos a sacar otras lecciones importantes de esa historia:

  • La historia comienza con una pregunta, la pregunta más importante que el ser humano puede hacer a Dios: “Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús responde con otra pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley? ‘Ama a Dios y ama a tu prójimo’”.
  • Después el joven hace una segunda pregunta que, para mí, es la segunda pregunta más importante que debemos hacer a Dios: “¿Quién es mi prójimo?”.
  • El Pr. Paulo Lopes habla de su trabajo en India, donde vivió con su familia por cinco años. Él cuenta de las dificultades de a veces entender qué estaba haciendo en aquel país, ayudando a hindúes y musulmanes, personas que no compartían nuestra fe. En el caso de los hindúes, un pueblo idólatra y que no cree en el Dios que nosotros creemos. Hasta que él se encontró con la siguiente cita de Ellen White: “Mostró que nuestro prójimo no significa una persona de la misma iglesia o la misma fe a la cual pertenecemos. No tiene que ver con la raza, el color o la distinción de clase. Nuestro prójimo es toda persona que necesita nuestra ayuda” (El ministerio de la bondad, p. 47).

¿Quién es mi prójimo? ¿Quién es su prójimo? Esta es la gran pregunta del sermón de esta mañana.

Una cita más de Ellen White nos ayuda a responder esta pregunta: “Cualquier ser humano que necesita nuestra simpatía y nuestros buenos servicios, es nuestro prójimo. Los dolientes e indigentes de todas clases son nuestros prójimos; y cuando llegamos a conocer sus necesidades, es nuestro deber aliviarlas en cuanto sea posible” (El ministerio de la bondad, p. 49).

Otra lección muy importante es sobre la actitud del Buen Samaritano.

Veamos lo que dice Lucas 10:33 – “Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él” (NVI). La clave de la actitud del samaritano está en la palabra COMPAIXÃO.

En latín, compasión está formada por dos palabras: CUM (con) PATIRE (sufrir). O sea, compasión significa “sufrir con la otra persona”. ¿Cómo es que sufrimos con la otra persona? Para sufrir con la otra persona, usted debe ponerse “en los zapatos de ella”.

Existe una diferencia entre compasión y empatía. Empatía es reconocer el sufrimiento de la otra persona. Compasión, por su parte, tiene un significado mucho más profundo, porque más que reconocer es sentir el sufrimiento de la otra persona. Es colocarse literalmente en los zapatos de la otra persona.

Muchas veces reconocemos el sufrimiento de las personas y hasta sentimos pena de ellas. Pero muchas veces lo máximo que hacemos es decir: “Voy a orar por usted”. Estimados, orar es muy bueno e importante, pero las personas necesitan más que nuestras oraciones.

La empatía es pasiva; la compasión es activa. La empatía siente pena; la compasión nos lleva a hacer alguna cosa al respecto del sufrimiento del otro de una forma concreta.

Ejemplos de compasión: Marcos 6:34 y Lucas 7:13. En los dos casos Jesús reconoce el sufrimiento y la necesidad de las personas y siente compasión por ellas. En los dos casos, la compasión lo lleva a hacer algo concreto para solucionar el problema: curar y alimentar la multitud y resucitar el hijo de la viuda. Nunca lo olviden: la compasión es siempre activa. Ella siempre nos lleva a hacer algo al respecto.

Lo que hace la compasión –actitudes del samaritano (analizar el texto):

  • Paró: indica que tuvo que reconsiderar y reordenar sus prioridades. Él renunció a sus prioridades. Para ayudar al próximo tenemos que renunciar a nuestras prioridades, sean cuales sean. Renunciar a nuestras prioridades significa colocar al otro en el centro de las atenciones (altruismo). Significa quitar el foco de nosotros (egoísmo y egocentrismo).
  • Se inclinó: considerando que el hombre caído en el camino estaba herido, el texto nos da a entender que el samaritano tuvo que inclinarse para poder ayudarlo. Para ayudar a nuestro próximo, tenemos que inclinarnos, o sea, estar en el mismo nivel del otro. El ayudar no nos hace mejores ni más importantes que el otro. Para inclinarnos, tenemos que renunciar a nuestros prejuicios, a nuestro sentido de superioridad en relación al otro.
  • Cuidó: él mismo cuidó las heridas del otro. Él no llamó al servicio de emergencia. Madre Teresa de Calcuta es un gran ejemplo de servicio. Ella personalmente limpiaba las heridas de los leprosos que eran traídos a sus cuidados. Un día, un hombre importante estaba visitando su institución de caridad en la ciudad de Calcuta, India, y al ver a la madre limpiando las heridas de los leprosos preguntó a ella: “¿Cómo es capaz de tocar a un leproso?” Y agregó: “Yo no haría eso ni por mucho dinero”. Ella le sonrió y dijo: “Yo tampoco lo haría por dinero, pero todas las veces que lo hago es como si estuviese haciéndolo para el Señor Jesús”.
  • Lo llevó con él: lo llevó a un hospedaje en su propio animal y cuidó de él, o sea, pasó tiempo con él. Para cuidar de nuestro prójimo tenemos que renunciar a nuestro tiempo y dar tiempo y atención a los otros. ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a hacerlo?
  • Dio de su dinero: al día siguiente dejó dos denarios al hospedero y prometió pagar la diferencia en caso necesario. O sea, para ayudar a nuestro prójimo tenemos que renunciar a nuestros recursos, nuestro dinero. ¿Cuánto dinero separa usted para ayudar a las personas?

Estimados, las personas no están tan interesadas en aquello que tenemos que decir o predicar a ellas. No me comprendan mal. No estoy diciendo que predicar no es importante. Lo que estoy diciendo es que muchas veces las personas necesitan de cosas mucho más concretas que simplemente nuestras palabras u oraciones. Ellas están más interesadas en cuánto nos preocupamos por ellas, por sus necesidades físicas, emocionales y espirituales. Solamente después ellas abrirán el corazón para oír lo que tenemos que decir. Este fue el método de Jesús. Él se mezclaba con las personas como alguien que quería su bien, les ayudaba en sus necesidades, ganaba su simpatía y después les invitaba a seguirlo.

Ahora, eso exige de nosotros renunciar a nuestras prioridades, a nuestro tiempo, a nuestros prejuicios y a nuestros recursos. ¿Estamos dispuestos a hacerlo?

CONCLUSIÓN

  • Es muy fácil criticar la actitud del sacerdote y del levita de la parábola, pero, ¿será que no hacemos exactamente lo mismo todos los días cuando ignoramos las necesidades de nuestro prójimo?
  • Para ayudar a nuestro prójimo tenemos que renunciar a nuestras prioridades, nuestro tiempo, nuestros prejuicios y nuestros recursos.
  • La compasión es activa y siempre nos lleva a buscar la solución para el problema. No basta reconocer la necesidad del prójimo. Tenemos que hacer algo al respecto.
  • Mi prójimo es todo aquel que necesita de mí y no importa su color, raza, religión o preferencia política.

 

Por último,

Por favor, no piensen que estoy predicando salvación por las obras en esta mañana. La salvación siempre fue y siempre será por la fe y por la gracia del Señor Jesús. Entretanto, no nos olvidemos de que aunque la salvación sea por la fe, seremos juzgados por nuestras obras, porque la fe que no obra es una fe muerta. Si tiene dudas de eso, lea Mateo 25:31-46.

La respuesta a las dos preguntas hechas al principio de la historia contada por Jesús (¿Qué debo hacer para tener la vida eterna? y ¿quién es mi prójimo?) encontraron su respuesta en Mateo 25:31-46 – “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero (refugiado), y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”.

En Mateo 25 vemos dos clases de personas: las que hicieron y las que no hicieron aquello que sabían que deberían haber hecho. Vemos también dos resultados diferentes: salvación y perdición eterna.

¿Quién es su prójimo? ¿A cuál de esos dos grupos de Mateo 25 usted quiere pertenecer?

¡Que Dios le bendiga!

Pr. Paulo Lopes

Director de ADRA División Sudamericana

 

 

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