Una lectura rápida de textos bíblicos como 1 Pedro 1:16 puede generar dificultades de comprensión. En el versículo se afirma de parte de Dios que debemos ser santos como él es santo. Eso lleva a reflexiones en relación a conceptos como salvación, perfección y santidad. La Agencia Adventista Sudamericana de Noticias (ASN) resolvió conversar con el teólogo rector del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología (SALT), Adolfo Suárez. Él también es presentador de un programa que saldrá al aire en abril sobre discusiones teológicas. En esta conversación él desmitifica algunos conceptos sobre perfección e impecabilidad.
¿Qué quiere decir realmente la Biblia en textos donde Dios pide perfección al ser humano o da a entender que la perfección puede ser posible? ¿Está hablando de la imposibilidad de que las personas pequen en determinado momento de su experiencia espiritual?
Hay por lo menos nueve palabras hebreas diferentes y seis palabras griegas traducidas como perfección. De Noé, por ejemplo, se dice que era “perfecto en sus generaciones”. Santiago afirma que “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto” (3:2). Pablo, a su vez afirma: “hablamos sabiduría de Dios entre perfectos” (1 Corintios 2:6 RVA).
En esos y en otros textos no dice que los seres humanos son sin pecado, pero los versículos se refieren a la madurez espiritual, al pleno crecimiento espiritual. Así, un cristiano perfecto es aquel cuyo corazón y mente están permanentemente comprometidos con Cristo. Si observamos la historia de sus vidas, veremos que ellos estaban lejos de ser “sin pecado”. De modo que, cuando Dios pide “perfección” a sus hijos, nunca significa “una vida sin pecado”.
Parece haber una constante tensión en los escritos del Nuevo Testamento, especialmente entre la gracia maravillosa de Cristo que salva al pecador y la necesidad de obediencia a la ley y un comportamiento religioso aceptable. ¿Cómo comprender esa aparente tensión?
No hay tensión, sino conexión. La naturaleza de la ley de Dios es amor. La ley fue ofrecida para orientar a la humanidad a vivir de manera correcta y promueve buenas relaciones con Dios y unos con otros. Así es posible una vida armoniosa. La ley de Dios es la que mantiene a los seres humanos libres de la esclavitud demoníaca. Los cristianos la guardan porque aman a Dios, y la guardan porque fueron salvos por la gracia. Y porque fueron salvos por la gracia, se sienten impelidos a vivir según la voluntad del Padre, expresada en sus Mandamientos.
¿Habrá objetivamente un momento en el que el ser humano, que según la cosmovisión bíblica se describe esencialmente pecador, dejará de pecar y llegará a ser, de cierta manera, como Cristo quien nunca pecó?
Los mayores hombres y mujeres de la Biblia nunca reivindicaron perfección sin pecado. Ellos tenían plena consciencia del hecho de que eran pecadores, y permanecieron así, a lo largo de sus vidas. De modo que el cristiano siempre se reconoce como un pecador que necesita de la gracia divina. La pretensión de poseer una vida perfecta “sin pecado”, mientras estemos en este mundo, es la raíz del orgullo espiritual y de la justicia propia. El cristiano no niega que la vida nueva en Cristo sea capaz de una nueva justicia, de victoria gradual sobre el pecado. Él solo insiste que no es su justicia, no es su victoria, sino la justicia y la victoria de Cristo.
¿Por qué creer en un concepto de perfección cristiana, como impecabilidad, es perjudicial para la visión de las enseñanzas bíblicas de salvación?
Es fatal y equivocado pensar que si nos entregamos totalmente a Cristo entonces nuestra naturaleza pecaminosa será erradicada. En efecto, el texto bíblico afirma claramente: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:8-10).
Esto significa que la ley del pecado y de la muerte todavía opera dentro de nosotros. Es algo que permanece en nosotros mientras vivimos. Claro, cada día vamos madurando en nuestra experiencia cristiana y luchamos por desarrollar un carácter más puro. Solo que esta es una experiencia que debemos mantener día a día por medio de la comunión con Cristo y la entrega a él. Pensar diferente, defendiendo la “impecabilidad”, es una manifestación de justicia propia y orgullo espiritual. Llevada al extremo, esa actitud puede resultar en una persona autosuficiente, crítica, juzgadora del prójimo, un verdadero “patrullero de pecadores”. Y ese papel solo le cabe al Espíritu Santo, porque es él quien nos convence de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). [Equipo ASN, Felipe Lemos]
No se ouvides de leer el capítulo 55 de el Libro Actos dos Apóstolos (Transformados pela graça)