La Ira de Dios

La Ira de Dios

La ira de Dios

Frank Hasel

 

¿Cómo se puede reconciliar la ira de Dios con su amor?

¿Puede recordar la última vez que predicó sobre la ira de Dios? Probablemente no. Pero seguramente no tendrá dificultad en recordar su último sermón sobre el amor de Dios. ¿Cómo puede ser? ¿Es la ira de Dios algo incompatible con la doctrina cristiana de Dios? ¿Es esta idea inutilizable en la teología moderna, como dice Helmer Ringgren?[i] ¿Será que “la noción del afecto de la ira en Dios” no tiene ningún “valor religioso para los cristianos”?[ii] ¿No es la idea de un Dios airado y colérico un concepto bastante precristiano o incluso pagano que no encaja con la visión de Dios que Jesucristo mismo nos ha dado? ¿Es la ira de Dios representativa de la forma de pensar del Antiguo Testamento? ¿No tiene relevancia para un cristiano y por lo tanto debería ser evitado en la predicación, enseñanza y evangelismo?[iii] ¿Deberíamos abandonar el concepto de la ira en favor de la gracia y el amor de Dios? ¿Son el amor de Dios y su ira una contradicción que no puede ser reconciliada?

De hecho, ¿qué enseña la Biblia acerca de la ira de Dios?

El Antiguo Testamento con frecuencia habla de la ira de Dios. Según J. Fichtner, de las 455 referencias del Antiguo Testamento para la ira en forma de sustantivo, 375 hablan de la ira de Dios, y el resto, de la ira del ser humano.[iv] El Nuevo Testamento ni discontinua ni abandona el concepto de la ira divina.[v] La ira de Dios sigue siendo un elemento fundamental en la proclamación del Nuevo Testamento de las buenas nuevas de Dios, ya sea por Juan el Bautista (Mat. 3:7), o por el Señor mismo,[vi] o por Pablo (Rom. 1:18; 5:8-11), o como parte de las escenas triunfantes de Apocalipsis (Apoc. 6:16, 17).[vii]

¿Antropomorfismo?

Entonces, ¿por qué este descuido de la doctrina de la ira de Dios? Se pueden considerar dos posibles razones. Primero, la sugerencia que la refleja frase, y el antropomorfismo, una figura del lenguaje que atribuye a Dios características humanas. Se afirma que tal atribución reduce a Dios a nuestra forma finita y pecaminosa de comprensión, y de este modo deshonra a Dios al adaptarlo para encuadrarlo en nuestros conceptos humanos. Aunque esta línea de objeción se hizo prominente particularmente en el curso y repercusión de la Ilustración, es un viejo argumento.[viii] Desde el comienzo de los tiempos, se sentía que Dios no podía tener sentimientos. La dignidad de Dios requería la ausencia de emociones. La ira no solo era una emoción, sino también un signo de debilidad. Considere, por ejemplo, al dios de la filosofía griega. Él es nous, la mente; la esencia de su ser es el pensamiento.[ix] Él está por sobre la alegría y la tristeza.[x] Aristóteles identifica tal deidad como la causa primera, la que tiene la capacidad de mover todas las cosas pero que él mismo permanece inamovible. Su única actividad es el pensamiento.[xi] No tiene pathos.[xii] Estas ideas griegas influenciaron a los primeros padres de la iglesia y tuvieron un impacto duradero sobre la teología cristiana.[xiii]

En contraste con esta visión, el Dios de la Biblia está lleno de sentimientos. Él se preocupa por su pueblo. Él participa en la historia humana y le afectan las acciones humanas. Paul Althaus ha señalado que ¡la ira de Dios no es más antropomórfica que el amor de Dios![xiv] Si uno rechaza la ira de Dios, también debería rechazar su amor, porque el negar cualquiera de ellos, en efecto, destruye el carácter personal de Dios. El Antiguo Testamento, que habla tanto acerca del “ocultamiento”, la distancia, y la inaccesibilidad de Dios, también habla en términos tangibles acerca del actuar y ser de Dios.

La ontología bíblica no separa el ser del hacer. Lo que es actúa. El Dios de la Biblia es un Dios poderoso, activo en su amor para salvar a los pecadores, y activo en su ira para oponer todo lo que amenace su dominio y propósito salvador. Privar a Dios de su forma de ser deliberada, activa y viva, como la Biblia testifica en cada página, es destruir su carácter personal. Así como el amor de Dios es mayor que nuestro amor imperfecto, su ira está libre de cualquier imperfección pecaminosa que con frecuencia acompaña a la ira humana.

Además, la idea de ira divina muestra que la humanidad es relevante para Dios. Dios se preocupa por la raza humana. Por lo tanto, él manda y prohíbe, amonesta y felicita, busca y rechaza. Él es un Dios enojado, “celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:5, 6). Como la humanidad fue creada a imagen de Dios, hay una cierta antropología teomórfica. Así, tal vez es más correcto describir la ira de Dios como teomórfica en lugar de antropomórfica.

¿Solo un concepto del Antiguo Testamento?

La segunda razón para descuidar la ira de Dios en la predicación cristiana es la idea de que solo es un concepto del Antiguo Testamento. Sin embargo, la evidencia textual en el Nuevo Testamento argumenta fuertemente contra tal visión. Jesús,[xv] Juan el Bautista,[xvi] Pablo,[xvii] y Juan en su evangelio[xviii] y en Apocalipsis[xix] predican un evangelio que incluye la proclamación de la ira de Dios. En ningún lugar el Nuevo Testamento reemplaza la ira de Dios por su amor;[xx] en cambio, ve a la ira como un rasgo esencial e indispensable de Dios; no solo presenta a Dios como Señor y Salvador, sino también como el Juez que trae con él la sentencia de su ira. Las buenas noticias de la Biblia no es que no hay ira de Dios, sino que la humanidad es salva de la ira a través de la fe en Jesucristo: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Rom. 5:8, 9). Por lo tanto, nosotros esperamos “de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tes. 1:10).

En el Nuevo Testamento, entonces, la ira de Dios nunca es vista como una reliquia inconsistente de la religión del Antiguo Testamento. Los hechos bíblicos no permiten compartimentar la ira de Dios como perteneciente al Antiguo Testamento y el amor de Dios como perteneciente al Nuevo Testamento. Ambos Testamentos hablan poderosamente acerca del amor y de la ira de Dios.[xxi] De hecho, como concluye Tasker, la idea de la ira de Dios es uno de los muchos factores que señalan la unidad interna de la teología tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.[xxii]

Otro punto significativo en la comprensión bíblica de la ira de Dios se encuentra en las palabras usadas. El Nuevo Testamento y la Septuaginta nunca utilizan los términos de la poesía griega para la implacable ira de los dioses (menis y xolos), sino orge (ira) y thumos (enojo, ira). Esto parece indicar que los autores bíblicos no asociaban la ira de Dios con una eterna hostilidad entre Dios y la humanidad porque sabían del amor de Dios, que quiere salvar a la humanidad.[xxiii] La misma comprensión de la ira de Dios puede verse en el Antiguo Testamento.[xxiv]

 

La ira no es furiosa

Sin embargo, las ideas equivocadas de la ira de Dios han llevado a una falsa imagen de Dios. Una lectura tal es leer en la frase “ira de Dios” la idea de un Dios “furioso” o “enojado”. La imagen cambia muchísimo: aquí, Dios es visto como severo y cruel, un juez malo que ama vengarse y castigar a la humanidad cada vez que tiene la oportunidad de hacerlo, a veces, incluso arbitrariamente.[xxv] Una imagen tal de Dios, sin embargo, es una grave distorsión de su carácter y a menudo lleva al miedo o a una obediencia motivada por la recompensa, desconectada del amor.

La Biblia, por supuesto, deja muy en claro que la ira de Dios no es el último horizonte. Dios es amor (1 Juan 4:16).[xxvi] No se complace en la muerte del impío, sino que se complace cuando se vuelven de sus malos caminos y viven (Eze. 18:23). Dios quiere que todos sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad salvadora (1 Tim. 2:4-6). ¡La reconciliación comienza en Dios! Quiere que todo el mundo sea reconciliado con él en Cristo (2 Cor. 5:18-21; Rom. 5:8-11). No desea un castigo vengativo. De hecho, el juicio es la “extraña obra” de Dios (Isa. 28:21). Dentro del contexto del juicio bíblico, la ira divina no es una expresión de una deidad déspota, sino una reacción justa y legítima contra la pecaminosidad del pecado. La ira de Dios no es ni caprichosa ni arbitraria.[xxvii] Se levanta contra el pecado, porque el pecado es rebelión contra la naturaleza y el carácter de Dios. Pero incluso en su ira, Dios recuerda la misericordia (Isa. 54:7, 8); su ira solo dura un momento (Sal. 30:5); y por amor de su nombre no la ejecuta al máximo (Isa. 48:9). A través de una manifestación de su ira, Dios quiere que hombres y mujeres entren en razón y se aparten de su mala conducta (Jer. 36:7; Isa. 42:25; 12:1). Por lo tanto, es incorrecto e irresponsable tomar la ira de Dios y formar una imagen de temor en la mente de las personas.

Tomemos, por ejemplo, el juicio venidero. Es un asunto serio y no debe ser pasado por alto. Sin embargo, si la predicación del juicio solo produce un sentido de temor, no estamos apuntando a Quién viene, sino a las cosas venideras. El énfasis es diferente. Me parece que nuestra tarea no debería ser tanto la descripción del terrible juicio de Dios, sino la necesidad de que las personas se vuelvan a Jesucristo, quien no solo es nuestro Juez, sino también nuestro Salvador.

Implicaciones

Una comprensión bíblica de la ira de Dios lleva a varias consecuencias e implicaciones importantes. Primero, como ya hemos notado, todas las predicaciones de las buenas nuevas, desde los profetas en el Antiguo Testamento hasta Jesús y los apóstoles en el Nuevo, comienzan con la proclamación de la ira de Dios. Este enfoque destruye toda la justicia propia y las ideologías religiosas auto fabricadas, y el pecador se encuentra enfrentando la realidad del Dios vivo y santo.

Segundo, la ira de Dios comunica que Dios toma en serio al pecado. La ira de Dios revela la naturaleza detestable del pecado, por un lado, y la aversión de Dios por el pecado, por el otro. El pecado es incompatible con la santidad de Dios.[xxviii] La santidad (en hebreo, qadosh, separar) distingue a Dios de toda otra forma de existencia y es un factor fundamental en el plan de salvación. La ira de Dios nos enseña que él está profunda y personalmente involucrado en la lucha contra el mal y que es capaz de reaccionar de la forma más fuerte posible.

Tercero, ser conscientes de que la ira de Dios crea una nueva apreciación por el amor de Dios. El pecado nos ha colocado en oposición a Dios. Por naturaleza somos objeto de su ira (Efe. 2:3). La justicia demanda que recibamos nuestro castigo, la muerte. Y, aun así, Dios nos ha amado cuando todavía éramos sus enemigos (Rom. 5:8-10). Nos ha amado tanto que hizo posible nuestra redención por la muerte de su Hijo. Su amor y misericordia obtienen una nueva profundidad y significado cuando son colocados en contraste de lo que merecemos.

Cuarto, negar la ira de Dios es paralizar el gobierno divino: una rendición de Dios a los poderes del mal que tienen como objetivo la destrucción de la creación de Dios. ¿Sería Dios moralmente justo si no pudiera reaccionar contra el mal en este mundo? ¿Sería Dios santo y amante si no pudiera detestar el pecado y reaccionar contra él? ¿Sería Dios un redentor si fuera forzado a transigir con el mal?

Quinto, la ira de Dios muestra que Dios considera mis decisiones individuales seriamente. Si elijo vivir sin Dios, él no anula mi decisión, pero me deja experimentar las consecuencias de mi elección (cf. Rom. 1:18 ff) .

Finalmente, la ira de Dios muestra que la culpa es más que simplemente un sentimiento subjetivo. El pecado requiere expiación. Entre la ira de Dios y la muerte sustitutiva de Cristo en la cruz existe una estrecha relación. El Nuevo Testamento resalta esto muy claramente en su uso de diferentes palabras de reconciliación, como señala Heppenstall. “Ellas [las palabras de reconciliación] dan una clara expresión de la inevitable oposición de Dios al pecado, al hecho de que existe un problema real para Dios que debe ser resuelto, que hay en la administración divina del mundo y del universo una necesidad de que cuando el pecado sea perdonado, sea perdonado de tal forma que aclare la necesidad de que Dios ejecute una sentencia sobre el pecado”.[xxix]

La ira de Dios, entonces, no es algo vergonzoso que hay que evitar en nuestras predicaciones. Es la forma bíblica de proclamar la completa oposición de Dios al pecado. Me dice que Dios toma en serio al pecado y quiere ponerle un punto final. Crea en mí un nuevo aprecio de la cruz. Me ayuda a comprender mejor la naturaleza del ministerio intercesor de Cristo en el cielo y la naturaleza de su juicio final. Construye mi confianza en Dios y me da gracia y certeza para esperar el resultado final de sus pro

[i] Helmer Ringgren, «Einige Schilderungen des göttlichen Zorns,» en Tradición y Situación. Schilderungen zur alttestamentlichen Prophetie. Festschrift für Arthur Weiser (Göttingen: Vanden-hoeck and Ruprecht, 1963), p. 107.

[ii] Albrecht Ritschl, Die Christliche Lehre von der Rechtfertigung und Versöhnung (Bonn: 1882), p. 154; cf. La traducción al inglés La doctrina cristiana de justificación y reconciliación: El desarrollo positivo de la doctrina, trad. y ed. H.R. Mackintosh and A.B. Macaulay (Clifton, N.Y.: Reference Book Pub., 1966); Nicolas Berdyaev va más allá, diciendo que «la ira en cualquier forma es extraña a Dios» (Nicolas Berdyaev, Freedom and the Spirit, trans. O.F. Clarke [New York: Scribner’s and Sons, 1936], p. 175).

[iii] Esta era la convicción de Friedrich Schleiermacher, quien expresó sus ideas en un sermón titulado: «Dass wir nichts vom Zorne Gottes zu lehren haben,» en Hayo Gerdes and Emanuel Hirsch, eds., Dogmatische Predigten der Reifezeit, Kleine Schriften und Predigten (Berlin: Walter de Gruyter, 1969), pp. 123-135.

[iv] J. Fichtner, «The Wrath of God,» in G. Friedrich, ed., Theological Dictionary of the New Testament, trans. G.W. Bromiley (Grand Rapids: Eerdmans, 1967), vol. 5, p. 395, note 92. (Hereafter cited as TDNT.)

[v] Para una discusión más profunda sobre el concepto de la ira de Dios en el Nuevo Testamento, ver G. Bornkamnn, Early Christian Experience (New York: Harper and Row, 1969); H. Conzelmann, «Zorn Gottes, III. In Judentum und NT», en K. Galling, ed., RGG, 3rd rev. ed. (Tubingen: J.C.B. Mohr, 1962), vol. 6, pp. 1931, 1932; A. Diekmann, «Die Christliche Lehre vom Zorne Gottes nebst Kritik der betreffenden Lehre A. Ritschl’s,» Zeitschrift für Wissenschaftliche Theologie 36, No. 2 (1893): 321-377; G.H.C. MacGregor, «The concept of the Wrath of God in the New Testament,» New Testament Studies 7 (1960/1961): 101-109; D. G. Schrenk, Unser Glaube and den Zorn Gottes nach dem Römerbrief (Basel: Verlag von H. Majer, 1947); G. Stahlin, «The Wrath of Man and the Wrath of God in the New Testament,» TDNT, vol. 5, pp. 419-447; R.V.G. Tasker, The Biblical Doctrine of the Wrath of God (London: Tyndale Press, 1951).

[vi] «Cuando consideramos cuidadosamente la evidencia de los evangelios, es claro que la revelación de la ira de Dios en Jesucristo, de hecho se encuentra tanto en su ministerio profético como en su ministerio sacerdotal» (Tasker, p. 28).

[vii] Cf. X. Leon-Dufour, Wörterbuch zur Biblischen Botschaft (Freiburg: Herder, 1964), p. 805; Walter Künneth, Fundamente des Glaubens’ (Wuppertal: Brockhaus Verlag, 1980), p. 71.

[viii] Cf. the through study by Max Pohlenz, Vom Zorne Gottes. Eine Studie über den Einfluss der Griechischen Philosophie au das alte Christentum, FRLANT (Gottingen: Vandenhoeck and Ruprecht, 1909), vol. 12, pp. 3-9.

[ix] Plato, Philebus 22c, 28c; Phaedrus 247d.

[x] Plato, Philebus 33b; Republic 2. 377e.

[xi] Aristotle, Nicomachean Ethics 1178b.

[xii] Para una excelente descripción de la filosofía griega de pathos y sus implicaciones, ver Abraham J. Heschel, The Prophets (New York: Jewish Publication Society of America, 1962), pp. 247-306.

[xiii] Pohlenz, pp. 16-156.

[xiv] Paul Althaus, Die Christliche Wahrheit. Lehrbuch der Dogmatick (Gutersloh: Verlagshaus Gerd Mohn, 1969), p. 397.

[xv] Aunque la referencia expresa a Jesús y la ira sea rara, “la ira es una característica del Jesús de los evangelios”. (G. Stahlin, «The Wrath of Man and the Wrath of God in the New Testament,» in TDNT, vol. 5, p. 427. Cf. Mar. 3:5; 1:41, 43; Mat.9:30; Juan 11:33, 38).

[xvi] Cf. Mat. 3:7.

[xvii] Cf. Rom. 1:18; 2:5, 8; 5:9; 12:19; 13:4, 5; Efe. 2:3; 5:6; Col. 3:6; 1 Tes. 1:10; 2:16; 5:9; Heb. 2:2-3; 10:26-31.

[xviii] Cf. Juan 3:36.

[xix] Cf. Apoc. 6:16, 17; 11:18; 14:10, 19; 15:1; 16:1; 19:15.

[xx] Cf. Conzelmann, p. 1931.

[xxi] » De hecho, sin embargo, las Escrituras hebreas (en parte porque constituyen las tres cuartas partes de la Biblia) contienen muchos más versículos sobre la misericordia y la bondad amorosa de Dios que el Nuevo Testamento» (Gleason L. Archer, Encyclopedia of Bible Difficulties [Grand Rapids: Zondervan, 1982], p. 309).

[xxii] Tasker, p. 45.

[xxiii] Cf. H. Kleinknecht, «Wrath in Classical Antiquity,» TDNT, vol. 5, pp. 383-392.

[xxiv] Cf. J. Bergmann and E. Johnson, «‘anaph, ‘aph,» in G.J. Botterweck and H. Ringgren, eds. Theological Dictionary of the Old Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1974), vol. 1, pp. 348-360.

[xxv] Algunos, como Demócrito, han visto el temor de Dios como el origen de la religion. H.F. Fuhs, «jare’,» in G.J. Botterweck and H. Ringgren, eds. Theologisches Wörterbuch zum Altgen Testament (Stuttgart: W. Kohlhammer, 1982), vol. 3, p. 876.

[xxvi] Es interesante que, en ningún lugar de la Biblia encontramos la expresión “Dios es ira”. ¿Sugiere esto que la naturaleza de Dios es amor y que la ira es provocada solo cuando su propósito salvífico está en peligro?

[xxvii] Cf. Bergmann and Johnson, pp. 348-360.

[xxviii] Sobre la relación de la ira de Dios y la santidad de Dios, cf. Emil Brunner. The Christian Doctrine of God (Philadelphia: Westminster Press, 1949), pp. 157-174.

[xxix] ].  E. Heppenstall, «Subjective and Objective Aspects of the Atonement,» in The Sanctuary and the Atonement. Biblical, Historical, and Theological Studies (Washington, D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1981), p. 686.

 

 

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