Introducción
El estudio de la administración ha sido ampliamante aplicado en la esfera secular por muchos años, pero, ¿qué en cuanto a la iglesia local? ¿Tienen algunos de estos enfoques no cristianos aplicación en el contexto de una organización eclesiástica? Anthony y Estep (2008) son enfáticos al decir “La comunidad de fe provee un contexto distinto en donde ocurre la administración” (p. 39). Quiere decir que en la iglesia los individuos mismos son el enfoque de administración y no son vistos como los medios para lograr un fin. Por lo tanto, se requiere un paradigma teológico basado en una comprensión exhaustiva de la Biblia, para entender la administración en la iglesia cristiana.
Dios está obrando maravillas en nuestros días; nuestras iglesias están creciendo; el desafío es muy grande, pero también lo es la responsabilidad de organizarlas en forma tal que todo se haga decentemente y con orden. Cada día hay más personas, más recursos, más obras qué hacer, más necesidad de administrarlas bajo la dirección del Espíritu Santo.
La iglesia no es una empresa secular
Los conceptos sobre administración secular aumentan cada vez más (Miles, 2014, p. xiii), esto hace necesario proponer conceptos de administración distintivamente cristianos que sirvan para orientar a los pastores y lideres de iglesia y asi desarrollar en ellos convicciones cristianas que logren integrar la teología bíblica con la teoría administrativa.
Frank (2006) afirma: “las circunstancias contemporáneas demandan una teología crítica, constructiva y práctica de liderazgo y las gerencias” (p. 123). Anthony y Estep (2008) comentan “es trágico que muchas organizaciones cristianas han aceptado la filosofía de administración del mundo” (p.40). Por deducción podemos afirmar que muchos líderes de iglesias cristianas tratan de llevar a cabo la obra de Dios usando una filosofía administrativa diametralmente opuesta a los principios bíblicos.
Por su parte, Rush (2002) sugiere que “el líder cristiano debe servir bajo la autoridad de Dios” (p. 4), y Alfaro (2010) comenta que nuestro modelo en la administración eclesiástica es Jesús, ya que Él es “la autoridad que norma el crecimiento de la iglesia y le da dirección” (p. 71).
Siendo así, un líder que administra una iglesia, según Raúl Yoccou, debe “crecer en la dependencia de Dios y ser un retenedor fiel de la Palabra” (p. 21). En tal sentido se requiere ciertos elementos espirituales, ya que la administración, desde una perspectiva cristiana, no es secular, pero tampoco neutral, sino una expresión práctica de nuestros puntos de vista teológicos (Nathan, 2004, pp. 1-18). Frank (2006) manifiesta que “el término administración por definición es una forma de ministerio” (p. 48), desde luego, orientado al servicio de la comunidad de fe.
Por otro lado, Engen Van (2004), hablando de administración, comenta que “[a]unque los métodos y las formas de administración varíen, la necesidad de una cuidadosa administración y una precisa organización es vital” (p. 199).
No cabe duda que este concepto es importante, sin embargo, desde la perspectiva cristiana la administración de iglesia difiere mucho de la administración secular. Para la administración secular, como menciona Bahamondes (2010), el objetivo principal “es lograr eficacia y eficiencia en una gestión” (p. 90). Pero la administración desde la perspectiva cristiana tiene otros objetivos, su misión final es ayudar en la transformación de los individuos dentro de la iglesia y la comunidad, ayudándolos en su crecimiento integral; es decir, en el contexto de una iglesia cristiana, los individuos mismos son la razón y el enfoque de la administración, “gente que cuida de gente” y no los medios para lograr un fin.
Tipos de gobierno eclesiástico contemporáneos
Cuando hablamos de gobierno eclesiástico, estamos haciendo referencia a cómo se administran, organizan y dirigen las iglesias cristianas. Creemos que en toda administración eclesiástica es vital contar con un estilo de gobierno que le dé una dirección correcta a la iglesia, de acuerdo con sus objetivos. Welch (2011) comenta que “la administración es descrita como el proceso de utilización del personal y los recursos, para responsabilizarse por los objetivos de la organización y las metas” (p. 13). La estructura organizacional eclesiástica puede rastrearse hasta la época de la iglesia primitiva. Al respecto, Ryrie (2003, p. 466) dice: “Solamente porque ha habido y continúa habiendo debate sobre los detalles específicos de la organización de la iglesia, existen diferentes clases básicas de iglesia. Pero es incuestionable que la iglesia primitiva tenía organización”.
Es importante notar que algunos escritores como Bilezikian (2007) afirman que “las multitudes de congregaciones están encasilladas con estructuras de liderazgo contrarias a las recetas del Nuevo Testamento” (p. 5). Por ello sería conveniente plantearnos las siguientes preguntas: ¿nuestro liderazgo pastoral facilita el desarrollo de la misión de la iglesia? ¿nuestra estructura es dinámica, sencilla y flexible? ¿tenemos un sistema de gobierno fiel a los principios bíblicos? ¿está orientado a la capacitación, integración y madurez de los creyentes?
Núñez (2001) comenta que los líderes de los primeros tiempos del pentecostalismo del siglo XX tenían el concepto de un liderazgo sin líderes. Le daban énfasis no a una doctrina en particular, sino a tener la experiencia de Dios, por medio del Espíritu Santo. Él menciona que “la tendencia moderna a magnificar posiciones personales y estructuras de gobierno eclesiástico son como una desviación de la naturaleza misma del pentecostalismo histórico” (p. 85).
En este sentido, al revisar el comentario de diversos autores sobre este tema, podemos mencionar que no existe unanimidad a la hora de enumerar los modelos de gobierno eclesial. Morris (2006) sugiere que, básicamente, “existen tres tipos de gobierno eclesiástico, el episcopal, el presbiteriano y el congregacionalista. Probablemente ninguno de estos existe en una forma totalmente pura sin mezcla con los otros” (p. 280).
Para W. Conner (2003) “en general, hay cuatro formas diferentes de gobierno eclesiástico” (p. 313). La monárquica, en la cual la autoridad final está en las manos de un hombre, como en el caso de la Iglesia Católica Romana, con el papa de Roma a la cabeza; la episcopal, en la cual la iglesia es gobernada por un colegio o un cuerpo de obispos; la presbiteriana, en la cual la iglesia local es gobernada por ancianos, con cortes superiores de apelación; y la democrática, en la cual la congregación local es autónoma, y en la cual no hay ningún cuerpo exterior ante el que la congregación local sea responsable con referencia a sus propios asuntos internos.
Desde luego, cada confesión religiosa tiene un tipo de administración de acuerdo al estilo de gobierno eclesiástico (Link, 1999, pp. 530-531; Frost, 1999, pp. 531-532), siendo el más común en el mundo evangélico, el tipo de administración congregacional.
Zaldívar (2006), hablando del sistema congregacional afirma: “este sistema también se llama independiente, cada congregación es una iglesia completa e independiente de cualquier otra” (p. 412). Por su lado, Anderson (1990) comenta que en este tipo de administración “se insiste en la autonomía de cada congregación” (p. 553).
Erickson (2008) sostiene que “los grupos que tienden al congregacionalismo y tienen una orientación más independiente, muestran menos tendencia a fusionarse” (p. 1139).
Ryrie (1996) comenta que “la forma congregacional de gobierno significa básicamente que la autoridad definitiva para gobernar la iglesia descansa en los miembros mismos” (p. 468), independientemente de las otras congregaciones de la misma fe.
El Manual de Iglesia (2015) menciona que “la forma de gobierno de la iglesia Adventista del Séptimo Día es representativa” (p. 27) la cual reconoce que la autoridad de la Iglesia descansa en sus miembros, y es expresada a través de representantes debidamente escogidos en cada nivel de la organización, con responsabilidad ejecutiva delegada en los cuerpos representativos y en los oficiales para el gobierno de la Iglesia en cada diferente nivel.
La administración eclesiástica en el ministerio pastoral
Por observación, he notado que algunos líderes de iglesia restan importancia a la tarea de la administración; evitan asistir a las juntas de sus iglesias locales; hacen caso omiso a las convocatorias, y generalmente, presentan excusas para discutir asuntos relacionados a la organización. Si bien, es cierto que administración no es sinónimo de misión, una buena administración facilita y fortalece la misión. Por lo tanto, hay una necesidad de abordar la teología bíblica de administración en el ministerio pastoral y es necesario que todos los líderes comprendan y estén capacitados para transmitirla a los miembros de sus iglesias.
El pastor y sus funciones en la iglesia local
El pastor es la persona de mayor influencia sobre la congregación, por lo tanto, tarde o temprano, la iglesia adoptará la personalidad del pastor, y de algún modo, terminará siguiendo también las tendencias del dinamismo de su liderazgo. De hecho, el liderazgo es el factor fundamental, tanto en las empresas como en la iglesia .
En el ámbito eclesiástico, si el pastor tiene visión, la iglesia avanzará junto con él (Vanhoozer y Strachan, 2016, pp. 1-2); si el pastor es un hombre de oración, la iglesia será una iglesia de oración; si el pastor tiene visión misionera, definitivamente la iglesia tendrá pasión por alcanzar a los no alcanzados con el mensaje del evangelio de Jesucristo (Wagner, 1990).
MacArthur (2009) afirma que “la imagen de un pastor demuestra la autoridad y fidelidad de Dios, así como la necesidad e implicaciones del obedecerle” (p. 62). Macchia (2002) comenta: “en el Salmo 23 se encuentran ciertas funciones pastorales que son aplicables al pastor de una iglesia hispanoamericana” (p. 275).
Considerando que la Iglesia es una institución establecida por Dios para cumplir una misión y desarrollar en el mundo un programa integral (Wagner, 2005); es necesario que el pastor enfoque su liderazgo en una misión cuádruple: predicar, enseñar, pastorear y administrar.
Sin embargo, una de las grandes tentaciones que acosan al pastor de los grandes centros urbanos es la de guiarse por la mentalidad secular en lo referente al éxito profesional. Núñez (1998) comenta que “una vez que el pastor se deja atrapar por el espíritu de este siglo, fácilmente cambia sus motivos, sus metas, su mensaje y sus métodos” (p. 83).
Por lo tanto, el pastor debe tener mucho cuidado, para no adaptar su liderazgo al gusto de la época y convertirse en un simple profesional eclesiástico, practicando servilmente los métodos empresariales del mundo. Ya que el pastor que deja de lado sus funciones pastorales, según el modelo bíblico, tarde o temprano se convierte en un ejecutivo, y su iglesia en una empresa muy semejante a las muchas que existen en el mundo.
Rice (2000), hablando de las funciones pastorales, aplica la imagen central del pastor como guía espiritual “a las varias funciones del ministerio: adoración, liderazgo, cuidado pastoral, enseñanza, cambio social y administración” (p. 16).
Descripción de funciones
La primera función tiene que ver con la predicación o proclamación del evangelio. Powers (2006) menciona que “la tarea de predicar del pastor abarca los mensajes que son tanto evangelizadores como de edificación para la iglesia. En ambas dimensiones de la predicación, el pastor tiene la oportunidad de apoyar la función educativa de la iglesia” (p. 362).
El segundo ángulo del ministerio pastoral tiene que ver con la enseñanza. Calderón (1982) menciona que “en la predicación se siembra; en cambio, en la enseñanza se cultiva” (p.16). Para Powers (2006), “el pastor es el maestro principal de la iglesia y tiene que ser inquebrantable en su lealtad a la palabra segura que está siendo enseñada” (p. 362).
La tercera función de un pastor en la iglesia, tiene que ver con pastorear. Eso significa guiar, alimentar, proteger y nutrir. Pastorear requiere atención al ministerio educativo de la iglesia a través de la enseñanza bíblica. De esta manera, el rebaño puede recibir una dieta bien balanceada, estar protegido en contra de la falsa enseñanza, ser dirigido a caminar rectamente y recibir fortaleza para la jornada diaria (Powers, 2006).
La cuarta función pastoral tiene que ver con la administración. García (2011) comenta que una de las funciones más importantes del Pastor, es saber recibir la ayuda y dirección del Espíritu Santo y encontrar los dones y talentos en los miembros, para “capacitarlos, entrenarlos, y supervisar su desarrollo” (p. 261).
El don de la administración en el ministerio pastoral
En nuestro afán de querer administrar con éxito nuestras iglesias podemos correr los peligros de ser tan organizados que no demos lugar a la obra del Espíritu Santo, o que seamos tan místicos que dejemos todo a la dirección de Dios y procedamos sin planes. Por ello, creo que es importante analizar la administración eclesiástica como un don.
En la Biblia (1 Co.12:28; Ro.12:8) se identifica el don espiritual de la administración. La palabra griega para administración es kubernesis, refiriéndose a un capitán de un navío o un timonel. En las antiguas versiones también es llamado don de gobierno.
Anthony y Estep (2008) afirman que “la importancia del timonel aumenta en tiempos de tempestad. El cargo de dirigir a la congregación bien puede haberse desarrollado especialmente en emergencias” (p. 12).
Considerando estos conceptos, podemos definir que la administración es un don de Dios, dado a individuos para prepararlos para servir en un papel de liderazgo. Por lo tanto, los pastores que tienen el don de administración pueden hacer que la organización de una iglesia vaya en la dirección correcta. En síntesis, Tidwell (1985, p. 27) define la administración eclesiástica de esta manera:
Es la guía provista por los líderes de iglesia a medida que la conducen a usar sus recursos espirituales, humanos, físicos y financieros para que la iglesia alcance sus objetivos y cumpla su propósito reconocido. Es capacitar a los hijos de Dios que forman la iglesia para que lleguen a ser y hagan lo que pueden llegar a ser y hacer, por la gracia de Dios.
¿Pero qué pasa si los pastores de hoy, no tienen el don de la administración? Siguiendo el modelo bíblico, deberían buscar a otros líderes de iglesia que les alivien sus cargas, personas que tengan mejor discernimiento en asuntos de administración. Macchia (2002) menciona que “hay mucho más talento disponible en la iglesia de lo que la mayoría supone” (p. 190).
Tomando la figura del timonel, es necesario mencionar que, para que el capitán de un barco pueda hacer su trabajo a bordo tiene que contar con la colaboración completa de toda la tripulación. ¿No hay en esto una lección fundamental que debemos aprender? Esto implica un desafío para los pastores especialmente para aquellos que pastorean distritos con múltiples iglesias.
Lo que estamos queriendo decir es que el don de la administración se puede desarrollar en la iglesia; para ello, el pastor tiene que trabajar con la gente y llevarse bien con las personas (De Vile, 1998, p. 8). Puede hacer esto de mejor manera, si ayuda a desarrollar las capacidades de sus liderados, preocupándose de manera personal por los asuntos de ellos; a fin de cuentas, ésta es la administración bíblica en su mejor expresión. Esta declaración es respaldada también por Comiskey (2011) quien sostiene: “la administración eficaz comienza cuidando y capacitando a los santos” (p. 69).
El don de la administración lleva consigo la capacidad administrativa que se adquiere mediante el desarrollo del liderazgo. Cualquier líder cristiano que sea colocado en responsabilidades de dirección y no trate de desarrollar su capacidad administrativa sería tan insensato como el pastor que tiene el don de predicar, pero no abre un libro para preparar el sermón.
El don en la iglesia apostólica
En la iglesia apostólica era esencial que los predicadores y pastores escogieran a las personas que habían de llevar adelante la obra de Dios en las congregaciones locales (Roloff, 1999, pp. 525-527). Por ejemplo, se escogieron diáconos para llevar la ofrenda de amor a la iglesia de Jerusalén .
Por consiguiente, sugiero a los pastores que tienen que administrar muchas iglesias, estudiar con oración estos principios administrativos, para administrar conforme al corazón de Dios. MacArthur (2011) menciona “gran parte del Nuevo Testamento se escribió con el fin explícito de instruir a iglesias y pastores sobre estas cuestiones” (p. 28).
En 1 Corintios 12, Pablo enfatiza tres veces que Dios es el dador de los dones, y que el propósito de los dones no fue el de un beneficio o superación personal, sino para la edificación de su iglesia. Hablando del don de la administración, Wagner (1980) manifiesta que “es la capacidad especial que Dios da a algunos miembros del Cuerpo de Cristo” (p. 152), que les permite entender claramente los objetivos inmediatos y a largo plazo de una unidad particular del Cuerpo de Cristo, y diseñar y ejecutar planes efectivos para la consecución de estos objetivos.
Cualidades espirituales
Debemos mencionar que para administrar la iglesia del Señor se requieren ciertas cualidades espirituales (Patte, 2010, pp. 926). Fasold (2000) sostiene que “el liderazgo llevado por personas no regeneradas fácilmente cae en la crueldad, la tiranía y un afán por dominar y controlar a los demás” (p. 32).
Graham (1992) afirma que el líder “no debe ser dictatorial, ególatra o dogmático” y que, en cambio, necesita ser “cualquier cosa menos eso”. En realidad, “debe ser humilde, afable, cortés, amable y lleno de amor; pero a veces tiene que actuar con suma firmeza” (p. 173).
El NT subraya la actitud de siervo como la característica principal del verdadero líder cristiano. En este sentido, Bahamondes (2010) comenta: “creo que los pastores, en su calidad de líderes, deben detenerse y pensar en el estado actual de sus congregaciones. ¿Qué podrían hacer para mejorar lo que no está funcionando?” (p. 190).
Teología de la administración integrada al trabajo pastoral
El enfoque teológico de la administración sugiere que la administración integrada al trabajo pastoral es un ministerio en y por sí mismo; es más que un método o un medio para lograr un fin, y es usado para el servicio y estímulo de otros.
Powers (2006) sostiene que “la administración es una parte integral de la relación del pastor con el ministerio educativo de la iglesia. Algunos pastores ven esto como puramente secular y dudan en dedicarle tiempo a la administración” (p. 364).
La falta de un enfoque teológico en la administración pastoral trae como resultado una dicotomía caracterizada por una falta de integración entre la cultura teológica de la congregación y la cultura administrativa. No podemos sostener nuestra teología en una mano y la administración en la otra. Las dos deben estar unidas, integradas en un enfoque consistente para dirigir el ministerio (Frank, 2007, pp. 32-53).
Sucede muchas veces, en el trabajo pastoral, que se tiene que lidiar con algunos asuntos seculares que se introducen en la iglesia. Por ejemplo, cuando se recaudan fondos para construir iglesias o para alguna actividad de los jóvenes. ¿Será que podemos utilizar métodos seculares para motivar a la feligresía a dar? ¿Cómo se integran estos métodos a la exhortación de Pablo a ofrendar con gozo?
En estas situaciones cotidianas, es vital que el pastor integre la administración desde el punto de vista teológico. Según Criswell (1999), “esto significa que el buen pastor ha de ser un buen administrador” (p. 332).
Por lo tanto, la integración de la administración en el trabajo pastoral debe dar gloria a Dios. Atkinson y Field (2004) afirman que “a pesar de que ahora la humanidad está caída, Dios sigue exigiendo que la administración se lleve a cabo con justicia, diligencia, rectitud y fidelidad” (p. 202).
Responsabilidades del trabajo pastoral
En toda empresa secular se elabora un documento que sirve como su declaración fundamental para establecer su misión, su visión y sus valores centrales. Estos valores guían a la institución a través de los cambios del tiempo y de la cultura.
Para el pastor de iglesia, la Biblia es el documento esencial en su trabajo ministerial; ésta sirve como plomada para las decisiones y funciones administrativas; es el principal lente por el cual deriva las prácticas y los principios administrativos para las actividades de la iglesia. Briner y Pritchard (1997) sostienen que “no hay mejor ejemplo de esto, que los resultados sorprendentes que lograron los discípulos después que Jesús los dejara” (p. 64).
Tener un enfoque teológico de la administración nos ayuda a cumplir las responsabilidades pastorales con éxito. A continuación, enumeraré algunas de ellas:
- Supervisar la iglesia local.
- Supervisar la administración de disciplina.
- Conciliar las disputas entre cristianos.
- Predicar y enseñar la Palabra .
- Establecer una estructura y un proceso de discipulado.
- Velar por el buen nombre de la iglesia local.
- Cuidar los bienes y equipos asignados.
- Acudir a las reuniones y capacitaciones ministeriales acordadas.
- Enviar informes mensualmente.
- Mantener la identidad doctrinal de la iglesia.
- Mantenerse actualizado teológica y académicamente.
- Implementar un plan de visitación integral, etc.
El trabajo pastoral, independientemente del área en la que sirve, tiene una profunda responsabilidad ante Dios. Administrar las organizaciones eclesiásticas dentro de los límites presentados claramente en su Palabra es una solemne responsabilidad.
Sin embargo, se requiere cierto grado de aptitud hermenéutica para interpretar correctamente los principios bíblicos sobre la administración. Sin una interpretación fiel de ella no existe esperanza de una aplicación correcta.
Macchia (2002) sostiene que “pensar y planear estratégicamente nos ayudará a lograr una iglesia cristocéntrica, buscar la integración de la voluntad de Dios, la singularidad de nuestra propia iglesia, y las responsabilidades como líderes” (p. 197).
Finalmente, el pastor de la iglesia local tiene un papel fundamental en la ejecución del plan de Dios de esparcir su gloria a todas las naciones. Si el pastor tiene visión, conocimiento y herramientas adecuadas, la iglesia se movilizará activamente y como resultado tendremos más obreros, más oración y más sustento financiero para llevar adelante la obra de Dios.