UN LUGARCITO PARA BENEFICIO DE LOS NIÑOS: LECCIONES HOMILÉTICAS DEL SIGLO XIX
Vanessa Meira*
Isaac Malheiros*
RESUMEN:
Este artículo hace una reflexión sobre una de las formas de participación de los niños en el culto cristiano, como oyentes del sermón regular. Es un desafío dirigir reuniones congregacionales de modo que los niños no sean ignoraos ni queden ocultos. Algunas comunidades cristianas han optado por dividir la congregación en el momento del sermón, retirando a los niños del espacio común y enviándolos a un espacio y culto paralelo. En este artículo, a través de la investigación bibliográfica, se analizará los conceptos homiléticos de Elena de White, escritora adventista del siglo XIX que insistía en la inclusión y valoración de los niños en el momento del culto congregacional, especialmente en el momento del sermón. El artículo revelará como las observaciones que Elena de White hizo a los predicadores en el siglo XIX pueden considerarse contemporáneas, haciendo algunas intercesiones con conceptos actuales como la “teología narrativa” y la teología del niño”.
PALABRAS CLAVE: Homilética. Teología del niño. Teología narrativa. Elena de White.
ABSTRACT:
This article will reflect on one of the forms of child participation in Christian worship – as a listener of the sermon. To lead congregational meetings without ignoring children it is a challenge. Some Christian communities have chosen to fragmenting the congregation at the time of the sermon, taking children out of the common area and directing them to a parallel worship service. In this paper, through bibliographic review, the homiletic concepts of Ellen White will be analyzed. She was a nineteenth-century writer who insisted on the inclusion and appreciation of children in the congregational worship, especially on the sermon. This article will reveal how the comments of Ellen White to the preachers in the nineteenth century can be considered contemporary, doing some intersections with current theological concepts as «narrative theology» and the «child theology movement».
KEYWORDS: Homiletics. Child theology. Narrative theology. Ellen White.
Consideraciones iniciales
Los predicadores que tienen el compromiso de hablar a personas de todas las edades enfrentan un desafío difícil. En estos días de “especialización”, es mucho más fácil crear un “culto infantil” en un lugar separado, creando subcomunidades de individuos en la misma fase de vida que tratar con una comunidad de diversas edades.
Si un predicador intenta justificarse diciendo “Yo nunca hablé para niños”, lo más probable es que nunca haya reparado en los niños de su iglesia, que están ahí semanalmente para escucharlo. Para muchos predicadores es como si a la hora del sermón los niños se volvieran invisibles o fueran una parte separada del cuerpo eclesiástico.
Es un desafío dirigir reuniones congregacionales de manera que el niño no quede oculto. Este artículo hará una reflexión sobre una de las formas de participación del niño en el culto cristiano, como oyente del sermón regular. El artículo revelará como las observaciones de Elena de White hechas a los predicadores en el siglo XIX, analizadas aquí como conceptos homiléticos, pueden considerarse contemporáneas.
Elena de White vivió la mayor parte de su vida durante el siglo XIX (1827-1915), fue cofundadora de la Iglesia Adventista del Séptimo Día (IASD), sus escritos son considerados divinamente inspirados, y continúan despertando el interés y dividiendo opiniones de miles de personas alrededor del mundo.
Además de prolífera escritora, Elena de White fue una oradora extremamente requerida, llegando a ser una comunicadora bastante conocida en los Estados Unidos, Europa y Australia. Ella predicaba, daba clases y conferencias en reuniones adventistas y también para el público en general. Hablaba sobre temas bíblicos, educación y temperancia. En 1876 habló por más de una hora para su mayor auditorio, estimado en 20 mil personas, en Groveland, Massachusetts, sin micrófono.
En sus textos pueden encontrarse diversas orientaciones dirigidas a los predicadores adventistas. Entre esas orientaciones hay una que llama especialmente la atención: la valoración de los niños como destinatarios de los sermones. Elena de White advierte a los predicadores adventistas a seguir el ejemplo de Jesús y a no despreciar a los pequeños. Según ella, la historia del amor de Jesús debería repetirse a los niños en cada oportunidad conveniente, y cada sermón debiera reservar «algo que sea de beneficio para ellos»:
“Cuando Jesús amonestó a sus discípulos a no despreciar a los pequeñitos, les habló a todos sus discípulos de todas las edades. Su propio amor y cuidado por los niños es un precioso ejemplo para sus seguidores. […] En cada oportunidad conveniente, cuéntese a los niños la historia del amor de Jesús. En cada sermón dígase algo que sea de beneficio para ellos”.
La expresión «en cada oportunidad conveniente» ciertamente incluye el momento de la predicación en las reuniones de cultos de la iglesia. Eso queda claro en la sugerencia de que en cada sermón haya “algo que sea de beneficio para ellos”. El predicador no necesita dedicar todo el sermón a los niños, sino al tener algunos temas, a través de ilustraciones o de historias, puede dejar una impresión duradera en las mentes infantiles.
Para White, el predicador no puede perder “ninguna oportunidad de ayudarlos a ser más entendidos en el conocimiento de las Escrituras” y a “familiarizarse temprano con las verdades de la Palabra de Dios”, al punto de poder “hacer frente al enemigo con las palabras: ‘Escrito está’”.
La predicación excluyente
Los niños han sido tratados como una molestia en el culto en muchas comunidades. Hacen ruido, lloran, se mueven, provocan risas, distraen la atención de otras personas, quieren salir a tomar agua o ir al baño. En el momento del sermón, el “problema” parece agravarse, pues se considera que pueden interrumpir hasta incluso al predicador, interrumpiendo la concentración y provocando distracción.
Ante ese cuadro, los predicadores tienden simplemente a ignorar a los niños, excluyéndolos de los objetivos de su predicación. La predicación de la iglesia del siglo XXI no puede ser excluyente, impidiendo a los pequeñitos a acercarse a Cristo. Hablar del cuidado y del amor de Dios y excluir al niño del culto son cosas incompatibles.
Además de esa exclusión por “invisibilidad”, está la exclusión física, cuando se retira a los niños de la congregación al momento del sermón y se los lleva a otro ambiente para que tengan su “cultito”. Así, durante el sermón, la congregación no se congrega más, se forman subgrupos bajo la responsabilidad de especialistas para tratar con cada franja etaria. Se forman varias congregaciones paralelas, cada una con su predicador especialista. En ese modelo, es posible que los estacionamientos de las iglesias sean el único lugar donde en realidad hay una “congregación” de los que van a las reuniones de la iglesia. Las familias forzosamente quedan separadas durante la semana por las actividades cotidianas, el momento de la celebración congregacional no debería rendirse a esa cultura actual. El culto cristiano, en ese punto, debería ser contracultural.
Dejar “en cada sermón un espacio para beneficio de ellos” contribuye a la celebración de un culto cristiano congregacional donde los niños están incluidos. El culto cristiano es celebración de la fe de la comunidad, donde también hay instrucción para los niños (Deut. 6:7).
¿Por qué retirar a los niños del templo en el momento de la predicación? Si el orador fuera Jesucristo o uno de los apóstoles, ¿será que algún padre autorizaría que sus hijos se retiraran del lugar en el momento de la predicación? ¿Y alguien se atrevería a reprender a los que trajeran niños al auditorio en ese momento? ¿Esa exclusión causaría alguna reacción en Jesús (Mar. 10:13, 14)?
En algunas denominaciones, a los niños ya se los considera miembros oficiales de la iglesia, participantes o no de la cena. Pensar en un niño como un sujeto integrante de la comunidad de la fe podrá exigir alguna reestructuración en la liturgia, además de la adecuación del sermón. Hacer del culto una expresión de fe significativa para el niño es reconocerlo como parte de la Iglesia y ciudadano del Reino de Dios. Ese es un concepto que encontramos en los textos de Elena de White.
Los niños también son personas
Elena de White denunció en su tiempo la negligencia en la educación religiosa de niños y adolescentes. Según ella, a pesar de los esfuerzos en ese sentido, todavía había un gran vacío que dejaron tanto los ministros como los miembros de la iglesia en general.
Los niños necesitan ser educados, disciplinados e instruidos pacientemente, no es una preparación casual o una palabra ocasional de ánimo. En la instrucción religiosa “es necesario trabajar por ellos esforzada y cuidadosamente, y con oración«.
Para White, los niños no deberían postergar el inicio de su vida religiosa hasta una edad futura supuestamente ideal. Ella creía que cuando los niños fueran instruidos de manera apropiada, serían capaces de comprender su estado de pecadores, como también el camino de la salvación por medio de Cristo.
En la comprensión de White, los niños ya tienen la capacidad de entender la relación entre el sufrimiento, las pruebas y la futura recompensa de su fidelidad. Se debe imprimir “en la mente de los niños la verdad de que el Señor los está probando en esta vida, para ver si lo obedecerán con amor y reverencia«. “La inteligencia creciente aun de los niños pequeños puede comprender mucho con respecto a las enseñanzas de Cristo, y puede ser enseñada a amarlo con todo su ardiente afecto”.
Los niños son sujetos activos, protagonistas en la misión de la iglesia. Pueden aprender el contenido de las doctrinas de la Biblia, y estar armados “de la revelación de la Palabra de Dios”. Al punto de ser capaces de “relatar lo que está escrito en las Escrituras de verdad”. Y esa responsabilidad de educar religiosamente a los niños pasa obligatoriamente por el pastor/predicador: “Enséñese la verdad a nuestros hijos […] con labios tocados con una ascua del altar del cielo, hable las palabras de vida que, como si fuesen de fuego, se abrirán camino hasta el corazón y el alma […]«.
En un artículo publicado en 1896, los pastores recibieron el desafío de interesarse más por los niños. Utilizando como texto básico el llamado de Jesús en Mateo 19:14 (“Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”), los ministros tienen la orientación de tomar a los niños en los brazos, bendecirlos y hablarles “palabras del más tierno amor”.
Además, White recomienda que el predicador se interese personalmente por los niños, al punto de “tener amigos duraderos entre estos pequeñitos”. En la visión de White, los que no aman a los niños o que no tienen paciencia con ellos “hay que tenerles lástima […] porque no tienen el sentir de Cristo”.
Por detrás de esas orientaciones hay un concepto que no subestima a los niños, que evoca algunos principios de la contemporánea “teologia das crianças” [teología de los niños]. Dios ve en los niños “al hombre o la mujer no desarrollados aún, dotados de capacidades y poderes que, guiados y desarrollados correctamente, con sabiduría celestial, llegarán a ser los medios humanos por los cuales obrarán las influencias divinas, para que colaboren con Dios”.
La infancia no es un tiempo solo de aprendizaje pasivo, sino que puede ser un período de protagonismo dedicado a actividades humanitarias y de evangelismo. La visión elevada de White para los niños es: “Todo joven y todo niño tienen una obra que hacer para la honra de Dios y la elevación de la humanidad”.
Las diversas orientaciones homiléticas de Elena de White, si las compilamos, podemos expresarlas así: el predicador que logra cautivar a los niños logrará cautivar a cualquier público. Si piensa en los niños presentes en el auditorio, el orador buscará la sencillez, la brevedad y la interactividad, una receta para un buen sermón. Esa asociación entre el modo de pensar de los niños y el buen sermón está clara en la siguiente cita:
“Haced claras vuestras explicaciones; porque sé que son muchos los que poco entienden de las cosas que se les dicen. Dejad que el Espíritu Santo amolde vuestro lenguaje, limpiándolo de toda escoria. Hablad como niñitos, recordando que hay muchos de edad madura que son tan sólo niñitos sin comprensión”.
Podemos compilar, a partir de los textos de Elena de White, algunas orientaciones homiléticas que señalan la dirección de sermones más inclusivos para niños y adolescentes.
Contenido cristocéntrico
Como regla general, independientemente de la edad de los oyentes, Elena de White recomienda que los sermones tengan contenido «cristocéntrico». Ella condena los «discursos insatisfactorios para el alma hambrienta«, que no tocan la mente ni despiertan fervor en el corazón por la manifestación de la presencia divina. En su denuncia, White llega a decir que la mayoría de los sermones no poseen «poder para despertar al transgresor o convencer de pecado«.
En la predicación, “el primerísimo asunto, y el más importante, es ablandar y subyugar el alma mediante la presentación de nuestro Señor Jesucristo como el Salvador que perdona el pecado”. En ese punto, la orientación de Elena de White es radical e innegociable: “Jamás debiera predicarse un sermón ni darse instrucción bíblica sobre cualquier tema sin guiar al oyente hacia el ‘Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Juan 1:29«.
Incluso los sermones expositivos, más intensamente doctrinarios, deberían presentar a Cristo, pues “toda verdadera doctrina coloca a Cristo en el centro. Cada precepto recibe fuerza de sus palabras«. Y hasta las exhortaciones más duras y las denuncias más fuertes del pecado deberían contener esa esencia de la gracia cristiana:
“Mantened la cruz del Calvario delante de la gente. Mostrad lo que causó la muerte de Cristo: la transgresión de la ley. Que el pecado no sea encubierto ni considerado como asunto de poca importancia. Debe presentarse como culpa contra el Hijo de Dios. Luego se debe guiar a la gente hacia Cristo y decirle que la inmortalidad se obtiene únicamente cuando se lo recibe como su Salvador personal”.
La predicación que incluya a los niños como destinatarios debe tener esas características cristocéntricas, descritas con lenguaje fuerte y casi poético por Elena de White:
“Ensalzad a Jesús, los que enseñáis a las gentes, ensalzadlo en la predicación, en el canto y en la oración. Dedicad todas vuestras facultades a conducir las almas confusas, extraviadas y perdidas, al “Cordero de Dios.” Ensalzad al Salvador resucitado, y decid a cuantos escuchen: Venid a Aquel que “nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros.” Efesios 5:2. Sea la ciencia de la salvación el centro de cada sermón, el tema de todo canto. Derrámese en toda súplica. No pongáis nada en vuestra predicación como suplemento de Cristo, la sabiduría y el poder de Dios. Enalteced la palabra de vida, presentando a Jesús como la esperanza del penitente y la fortaleza de cada creyente. Revelad el camino de paz al afligido y abatido, y manifestad la gracia y perfección del Salvador”.
La aplicación práctica
El contenido del sermón inclusivo puede ser doctrinario. Sin embargo, los ministros no deberían predicar solo temas doctrinarios, sino incluir lo que White llama “piedad práctica”, la aplicación del tema a la vida diaria. Curiosamente, la justificación (escrita en 1908) es que “Es más difícil alcanzar los corazones de los hombres hoy en día de lo que era hace veinte años. Pueden presentarse los argumentos más convincentes y, sin embargo, los pecadores parecen tan lejos de la salvación como lo estuvieron siempre”. Notamos que la aridez teórica no era popular desde el inicio del siglo XX.
El equilibrio entre la exposición teórica y la aplicación práctica es una característica del sermón inclusivo. Elena de White enfatiza la importancia de los discursos teóricos, “a fin de que la gente pueda ver la cadena de verdad, la que, eslabón tras eslabón, se une para formar un todo perfecto”. Sin embargo, ella dice que “Los predicadores alcanzarían más corazones si se explayasen más en la piedad práctica«.
Para White, la predicación es un instrumento para la inclusión más amplia de niños y jóvenes en la vida cristiana en general, además del culto y del sermón. La predicación debe estar acompañada de algún desafío práctico para los más jóvenes (además de la aplicación utilizada en las ilustraciones del sermón). En ese punto, los pastores deberían aplicar “toda su inteligencia”, para idear planes que despierten el interés vivo en los niños y jóvenes.
Delante de un auditorio heterogéneo, que incluya niños, ese es un consejo valioso, porque los niños prestan atención a cuestiones prácticas. Según Smirnov y Gonobolin, la existencia del interés y de la emoción en el proceso de aprendizaje es una condición esencial de la atención voluntaria en el niño. La atención voluntaria del niño se manifiesta cuando el tema se expone de manera concreta, viva, comprensiva y dinámica, con la utilización de materiales demostrativos.
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